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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/07/2025 12:48
"El martirio de Santa Úrsula" (1610), una de las últimas obras de Caravaggio La restauración de El martirio de Santa Úrsula (1610), una de las últimas obras de Caravaggio, ha generado un éxito de convocatoria para la muestra Caravaggio 2025, la exposición que la Galería Nacional de Arte Antiguo en el Palazzo Barberini de Roma presentó como “una de las más importantes y ambiciosas” jamás dedicadas al pintor, y que, según la institución, ofrece “una oportunidad única para redescubrir el arte de Caravaggio bajo una nueva luz”. Gracias a técnicas avanzadas de radiografía, la pieza, que el artista dejó inconclusa al morir antes de que secara el barniz, se exhibe ahora con una limpieza y claridad renovadas. Y, solo ese detalle, no menor, generó que más de 400.000 curiosos la visitaran en sus primeros tres meses, en lo que se ha convertido en uno de los eventos culturales más trascendentes del mundo del año. "Caravaggio 2025" ya tuvo más de 400.000 visitantes La demanda ha sido tal que la exposición, inicialmente programada para concluir antes, ha extendido su duración hasta el 20 de julio. Por lo que la peregrinación de admiradores del gran maestro del claroscuro continúa. El magnetismo de la figura de Caravaggio —el artista rebelde y turbulento, protagonista de relatos y películas— se suma al atractivo de su maestría en la composición y el claroscuro. Cada posible atribución o aparición de una obra genera debates, dudas, disputas, como sucedió con Niño pelando fruta adquirida en una subasta en Bruselas en 2024, a la que tras realizarse un análisis técnico un experto estimó que pudo haber sido realizada antes de 1592, lo que la convertiría en la pintura más antigua conocida del artista. El 'Ecce Homo' de Caravaggio, obra considerada "uno de los mayores descubrimientos de la historia del arte", en el Museo Nacional del Prado (EFE/ Chema Moya) O el fenómeno de convocatoria que fue la del Ecce Homo, a la que se llamó el Caravaggio perdido en el Museo del Prado, una pintura que se vendió en una subasta por 1.500 euros y fue catalogada como uno de los “descubrimientos más asombrosos de la historia del arte reciente”. Y es que Caravaggio constituye el mito del artista alucinado y genial, que a pesar de haber creado -como todos- para la iglesia y los ricos, no dudaba en romper las reglas. Su detención, sus desafíos al clero con obras que se consideraron profundamente profanas, su extraña muerte de regreso a Roma, ciudad que debió abandonar porque su vida corría peligro. Todo Caravaggio es un relato maravilloso que sigue cautivando. Pero, por supuesto, si sus obras no contuvieran una potencia que, aun para ojos contemporáneos, sigue siendo arrolladora, nada de eso importaría. ¿O sí? Nacido como Michelangelo Merisi en Milán, pero conocido por el nombre del pueblo de Bérgamo al que su familia huyó escapando de la peste, en sus 38 años de vida, el pintor se convirtió en un creador único, polémico y revolucionario, cuya técnica y mirada herética lo situaron en el centro de una disputa histórica: ¿fue el verdadero padre del claroscuro y, por tanto, el iniciador de la pintura moderna? "Los músicos", en préstamo del Metropolitan Museum of Art La controversia sobre su papel en el desarrollo del claroscuro se remonta a su propia época. Para algunos, Caravaggio fue el pionero del contraste entre luces y sombras; para otros, su “tenebrismo” solo intensificó prácticas ya presentes en las escuelas de Venecia y Bérgamo. Ambas posturas contienen elementos ciertos. Sus años formativos transcurrieron junto a Simone Peterzano, discípulo de Tiziano, y en sus viajes —pintó en Roma, Nápoles, Malta y Sicilia— conoció de cerca la obra de los renacentistas Girolamo Savoldo, Girolamo de Brescia y Giorgione, este último señalado como su mayor inspiración, aunque no siempre en términos positivos. Desde el punto de vista histórico, Caravaggio nunca fue un pintor del sistema. Muchas de sus obras fueron rechazadas por iglesias y capillas, lo que le valió fama de renegado. Esta condición, perjudicial en vida, alimentó el mito en la modernidad, cuando su obra fue redescubierta y celebrada. El hecho de haber sido motivo de discordia para la Iglesia, sumado a su elección de modelos distópicos —gente común, trabajadores y prostitutas para representar santos—, reforzó su imagen de pintor del pueblo, el más genuino de los mitos artísticos. Por ejemplo, una leyenda sostiene que la modelo de La muerte de la virgen fue una prostituta ahogada en el Tíber. En esta pintura, la postura de la Virgen —embarazada— y la manera en que la lloran evocan a las clases bajas, sin rastro de divinidad ni de elevación espiritual, solo dolor en un espacio reducido, todos juntos. “Muerte de la Virgen”, de Caravaggio, en el Museo del Louvre Este enfoque, radicalmente distinto al de las multitudes manieristas que separaban lo divino de lo humano, consolidó a Caravaggio como un artista que eliminó la distancia entre lo sagrado y lo mundano, y que eligió representar la cercanía física y la humanidad sencilla, desprovista de ornamentos y moralismos. Así, la obra, encargada por la Iglesia y rechazada por ella, solo se salvó gracias a la intervención de Pedro Pablo Rubens ante el duque de Mantua. No obstante, Caravaggio no fue un paria en absoluto. Contó con amigos y mecenas influyentes, aunque su carácter pendenciero y ególatra le generó enemistades y envidias. Su talento y técnica, sin embargo, resultaron inigualables. Así lo describió Giovanni Pietro Bellori en La vite (1672): “Se puso a pintar según su propio genio, no mirando siquiera e incluso despreciando los maravillosos mármoles de la Antigüedad y las célebres pinturas de Rafael”. Caravaggio en el primer curador de su propia obra, situando sus pinturas en ambientes que realzaban sus cualidades: “Según un sistema especial ideado por él, los colocaba en una habitación sombría y los exponía a una luz situada muy alta, que incidía en las partes principales del cuerpo y dejaba el resto en la sombra; de ahí las vehementes oposiciones de claro y oscuro”, escribió Bellori. Retrato dibujado por Ottavio Leoni junto a una serie de obras maestras Caravaggio llenó sus obras religiosas de herejía, transformó la estética renacentista en algo crudo, humano y desesperado, dotando lo sagrado de una dimensión terrenal. La ausencia de luz en sus cuadros intensificó la sensación de cercanía y asfixia, reforzando la falta de distancia entre espectador y escena, lo que también le valió críticas. La motivación de Caravaggio para romper moldes estéticos se relaciona con su búsqueda personal y su voluntad de retratar a las clases bajas. El escritor británico John Berger afirmó: “Él fue el primer pintor de la vida como la siente el popolaccio, la gente de las callejuelas, los sans-culottes, el Lumpenproletariat, las clases bajas, los bajos fondos”. A diferencia de otros pintores que representaron a las clases populares desde una perspectiva de género o documental, en Caravaggio se percibe una auténtica pertenencia. Además de La muerte de la virgen, otras obras suyas desafiaron las expectativas de la Iglesia. En la Italia de la Contrarreforma, que buscaba una imagen más austera y cercana, Caravaggio se negó a corregir las imperfecciones de sus modelos y rechazó los cánones de belleza, eligiendo prostitutas, campesinos y carpinteros, personas con historias visibles en sus rostros y cuerpos. En La vocación de San Mateo, Cristo aparece como un campesino que entra en un entorno oscuro, donde algunos evitan mirarlo y otros lo observan con desdén, mientras Mateo, incrédulo, se señala el pecho al ser convocado por ese extraño de ropas sucias. La influencia de Caravaggio se extendió a maestros como Rubens, Rembrandt y Velázquez, así como a los caravaggistas Bartolomeo Manfredi, Orazio y Artemisia Gentileschi, Gerrit van Honthorst y José de Ribera. Regresando a Caravaggio 2025, su verdadero logro se encuentra en su envergadura: veinte de las veinticuatro pinturas llegaron en calidad de préstamo, con nueve procedentes de colecciones extranjeras y cinco desde Estados Unidos. Entre las novedades, destaca el retrato de Maffeo Barberini, mecenas de las artes y futuro papa Urbano VIII. Tras siglos en manos privadas, la obra ha sido recientemente atribuida a Caravaggio y regresa al espacio público en el propio palacio que Barberini encargó construir a Gian Lorenzo Bernini en la década de 1620. "Retrato de Maffeo Barberini" (Alberto PIZZOLI / AFP) La exposición sigue un recorrido cronológico que permite al visitante adentrarse en la vida agitada y breve del pintor milanés. El itinerario comienza con sus años difíciles en Roma durante la década de 1590, documenta su ascenso meteórico y el respaldo de banqueros y clérigos, y acompaña su exilio tras el homicidio de un hombre en circunstancias poco claras, cuando buscaba el perdón del papa Paulo V. El recorrido, así, se distribuye en cuatro salas, cada una con un título evocador: Debut romano, Revitalizando las sombras oscuras, Lo sagrado y lo trágico entre Roma y Nápoles y El final. En la primera sala, se celebra el mecenazgo del cardenal Francesco Maria del Monte, amigo cercano de Ferdinando de Medici, y se reúnen obras que pertenecieron al primer gran protector de Caravaggio: Los jugadores de cartas (1596-97), El adivino (1596–97) y Los músicos (1597). La segunda sala introduce el retrato recientemente atribuido de Maffeo Barberini junto a otro retrato. "Los jugadores de cartas" (1596-97) La tercera sala reúne escenas bíblicas de gran dramatismo, donde el uso de la luz y la composición recuerdan el trabajo de un director de cine. Entre ellas figuran San Juan Bautista en el desierto (1602-04), El prendimiento de Cristo (1603) y Ecce Homo (1606-09). La última sala muestra a Caravaggio en su etapa de huida, intentando regresar a Roma mediante el envío de lienzos a figuras influyentes. Aquí se exhiben su Retrato de un caballero de Malta (1607-08), así como nuestras últimas obras en Nápoles: San Juan Bautista (1609-10) y El Martirio de Santa Úrsula. Un mural de Caravaggio en el Casino dell'Aurora, también conocido como Villa Ludovisi, en Roma (Foto AP/Gregorio Borgia) Como complemento fuera de las salas, los organizadores proponen una vigésima quinta obra: Júpiter, Neptuno y Plutón (ca. 1597), el único techo pintado por Caravaggio, que puede visitarse a poca distancia, en la Villa Aurora, mansión que estuvo a la venta y que se encuentra en el medio de una disputa. La composición reúne a los tres dioses olímpicos con sus elementos: Júpiter representa el aire y el azufre; Neptuno encarna el agua y el mercurio, y Plutón simboliza la tierra y la sal. El pintor usó óleo sobre estuco, un procedimiento que se deteriora con facilidad, como ocurre con La última cena de Leonardo Da Vinci, pero este mural se conserva en perfecto estado.
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