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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/07/2025 04:47
El presidente Javier Milei El jueves por la tarde, cuando se empezó a vislumbrar la derrota que el oficialismo tendría en el Senado, un hombre muy cercano al Presidente reprodujo un comentario en X donde se le pedía a Javier Milei que repartiera armas para tomar el Congreso y otro donde se sugería que sacara “los tanques a la calle”. La recomendación fue efectuada por Daniel Parisini, el simpático Gordo Dan. Su cercanía al primer mandatario se podrá percibir en unos días cuando ambos –el Presidente y Parisini—compartan un acto en la ciudad de Córdoba, durante el festival llamado “La Derecha Fest”. En la apertura de sesiones ordinarias, además, Parisini apareció en los palcos junto a Santiago Caputo, uno de los vértices del “triángulo de hierro”. Parisini tiene también un programa de streaming que ha sido honrado hace poco más de un mes con una visita presidencial de seis horas. El último hit del conductor fue un programa donde se ensañaba con el legislador socialista Esteban Paulón. Como se trata de un diputado gay, Parisini y los suyos le decían “pedófilo”, una y otra vez, entre carcajadas. Gordo Dan Toda esa simbología acompaña a la troupe libertaria desde que Javier Milei irrumpió en la política argentina. Las más de las veces, para sorpresa de cualquiera que recorra la historia de las últimas décadas, estuvo asociada a múltiples victorias. Milei decía que no creía en la democracia, y ganaba. Sus colaboradores dinfundían frases denigrantes para los homosexuales, y Milei ganaba. El candidato, cuando lo era, y el Presidente, desde que lo fue, insultaba a cualquier disidente, y volvía a ganar. Lo curioso de la última semana, es que esas provocaciones –o barbaridades, según quien las describa- quedaron asociadas a una de las derrotas más contundentes que un Gobierno tuvo en el Parlamento argentino. En pocas horas, el Senado aprobó o le dio media sanción a cinco proyectos de ley que el Gobierno resistía. Casi todas las votaciones tuvieron un resultado abrumador. Más de cincuenta votos a favor, 0 en contra. Se trata de un hecho muy excepcional. En general, los Gobiernos no pierden en el Parlamento. Tienen múltiples recursos para evitar una sesión donde el oficialismo es minoría, o alternativas variadas para realizar alianzas, negociaciones o promover faltazos que eviten el quórum. Hay excepciones, claro. Pero, aun cuando pierdan, las diferencias son mínimas, como ocurrió, por ejemplo, en la famosa votación de la 125, donde Julio Cobos debió desempatar. Votación en el Senado En este caso, la derrota fue por demolición. Ese resultado reflejó además la existencia de una alianza, tal vez efímera, entre fuerzas habitualmente antagónicas. Por una vez, coincidieron el kirchnerista bonaerense Axel Kicillof, el radical mendocino Alfredo Cornejo, el peronista cordobés Martín Llaryora y referentes del PRO como el entrerriano Rogelio Frigerio, el chubutense Nacho Torres o el jefe de gobierno porteño Jorge Macri. A todos ellos, luego de la sesión, se sumó nada menos que la vicepresidenta Victoria Villarruel, cuando explicó que los jubilados y los discapacitados no pueden esperar, y en todo caso, si Milei quiere ahorrar fondos, que gaste menos en la SIDE y los viajes al exterior. ¿Kicillof y Villarruel en el mismo barco? ¿Qué es eso? Hay varias explicaciones posibles para semejante golpazo. Una es lineal: el Gobierno tiene una posición tan extrema que finalmente terminó aislado y perdió. No negocia con nadie, no hace ningún esfuerzo para establecer diálogos ni relaciones permanente ni siquiera con los más cercanos, le pelea a los gobernadores –incluso a los aliados— el territorio de manera muy agresiva. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Otra explicación posible es que la causa que defendía el Gobierno era tan difícil de defender que, entonces, nadie la defendió. ¿Qué tipo de ajuste es el que le niega todo a los jubilados que cobran la mínima y a los discapacitados una asistencia básica? ¿No estaba escrito que, tarde o temprano, primero la sociedad y luego el Parlamento le pondría un límite a eso? Luis Juez fue bastante explícito cuando detalló por qué votaba a favor de los discapacitados. La tercera explicación agrega a las anteriores la torpeza: se trata de un gobierno con demasiados interlocutores que se odian entre sí y con un Presidente errático e intolerante en el proceso de negociación. Victoria Villarruel Pero hay una última variante que tranquiliza al oficialismo. La intransigencia sería, en este caso, la más exitosa de las estrategias posibles. Si triunfa, porque triunfa. Y si es derrotada, porque expone ante la sociedad la perfidia de los victoriosos. Esto último es lo que intentó explicar el ministro de Economía, Luis Caputo, en las horas siguientes a la derrota. Las leyes aprobadas no causarán daño a la economía, explicó. Pero permitirán a la sociedad darse cuenta de quiénes son los que sabotean el futuro de la Patria y eso potenciará el triunfo oficialista en octubre. Se trataba, claro, de una reacción ante el resultado consumado. El jueves de la sesión, tarde, desde la Casa Rosada hicieron lo imposible por hacerla fracasar. Y fracasaron. De todos modos, la explicación de Caputo abre una pregunta legítima. ¿Será así como él dice? ¿Será que haga lo que haga a Milei le sale todo bien? ¿Si gana gana y si pierde también gana? Caputo tiene algunos antecedentes para ser optimista. Desde el comienzo de su carrera política, Milei aceleró siempre. En todo tiempo y lugar, era él contra el mundo. Y vuelve a ser él contra todos. Tiene a dos tercios de los legisladores en su contra, a todos los gobernadores, a su propia vicepresidenta, a casi todos los medios de comunicación, a la inmensa mayoría de los periodistas más reconocidos, a prácticamente todos los economistas. En la mayoría de los casos, esa relación de fuerzas termina en derrotas terribles como la del jueves, o aún peores. Pero la verdad es que él ha desafiado una y otra vez esa ley de la naturaleza. Por eso es Presidente. Y, en los comienzos de su mandato, en alguien que lograba poner de rodillas a la clase política que despreciaba mediante la estrategia de la intransigencia. Algunas cosas han cambiado desde entonces. El tiempo suma imágenes muy potentes que desafían esa idea según la cual de un lado está el Presidente y del otro la casta: el pastor evangélico visitado por Milei que convierte los pesos en dólares; los aliados del presidente que pasan valijas sin que nadie las controle; los visitantes a la Casa Rosada que entran y salen de bóvedas con cajas de seguridad en los días previos al caso $Libra; los diputados que cobran varios millones mientras aleccionan a los médicos y enfermeros del Hospital Garrahan. Todo eso mete un ruido bárbaro y tal vez tenga potencia para debilitar la magia presidencial. Hubo un tiempo en que el Presidente lograba con su sola palabra hacer que todas estas cosas perdieran el sentido que tienen: era él quien definía dónde estaba el bien y dónde estaba el mal. Así son los presidentes cuando tienen poder. En pocos meses se podrá saber si conserva ese don o si, en cambio, él cree que lo tiene pero la sociedad ya sabe que está desnudo. Javier Milei En el medio de estos episodios, el oficialismo ha profundizado su desprecio por las normas legales. No se trata solo de Parisini. Desde el jueves, una manada de funcionarios oficialistas, encabezados por el presidente Milei y su ministra Patricia Bullrich, sostiene que la sesión del Senado no fue legítima. Es rarísimo el argumento, pese a que lo repitan una y otra vez. El Senado se reúne todos los jueves. Era jueves. Para que la sesión se realice debe haber una asistencia mínima de 38 senadores. Hubo 42. Previo a la sesión había una discusión sobre si los dictámenes de comisión eran legítimos. Como lo sostiene el reglamento, el Senado votó sobre el tema a favor: eso los hizo legítimos. Pero, además, los proyectos fueron votados por dos tercios de los presentes, lo que les habría otorgado legitimidad aun cuando no hubieran sido aprobados previamente en comisión. Más legal imposible. Sin embargo, el oficialismo negó todo eso. La ley no importa. En ese sentido, la agresión contra Villarruel es una arbitrariedad. Ella hizo lo que una vicepresidenta debía hacer: presidir una sesión en la que había quórum. En la concepción libertaria, el que no obedece es traidor, aun para obedecer deba violar la le ley. Mientras tanto, tal vez el Gobierno debería pensar acerca de la conveniencia –para la sociedad y para ellos mismos—de utilizar ciertos métodos. En las horas previas a la última elección de la ciudad de Buenos Aires, apareció en las redes un video construido con inteligencia artificial donde Mauricio Macri pedía a los porteños que votaran por Manuel Adorni. Macri se quejó. Milei lo destrató. Con ese antecedente era gracioso, esta misma semana, ver como el secretario de Finanzas Pablo Quirno, el ministro de Economía Luis Caputo y el presidente Javier Milei se indignaban con un video editado donde el periodista Alejandro Fantino pronosticaba varios meses de caos financiero. Si los videítos falsos van en un sentido, después vuelven en otro. Y esto recién empieza. Lo mismo puede ocurrir con las originales ideas de repartir armas. En el mundo oficialista más cerrado se ha vuelto común explicar estas reacciones como “chistes”, como cuando el mismo personaje sostuvo que sus seguidores serían el “brazo armado” de Milei y luego explicó que el arma serían los celulares. ¿A quién se le ocurriría de verdad repartir armas para tomar el Congreso? Tal vez sean chistes, tal vez sea un deseo no realizado, vaya uno a saber. Pero, en estos casos, siempre sirve hacer un ejercicio muy sencillo. ¿Cuál hubiera sido la reacción social si un dirigente camporista hubiera llamado a repartir fusiles para defender al Gobierno en 2012? De hecho, hace dos semanas, un militante peronista fue detenido en Santa Fe porque había pintado en una pared una leyenda que decía “Ojo, Rosatti”, algo menos amenazante que la propuesta de repartir armas. Igual, es posible que haya sido un chiste lo de repartir armas. Un chiste re gracioso. Salvo por el hecho de que, al igual que los videos, los chistes los hacen unos y después los hacen los otros. Así es como todos nos vamos volviendo cada vez más chistosos.
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