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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/07/2025 04:40
Graciela Alfano y su relación con el deseo: “Después de la séptima década, descubrís el sexo puro” Todavía resta descubrir mucho sobre ella, aun cuando los medios repararon en su figura hace más de cincuenta años. Por entonces era una adolescente; hoy tiene 72. Y en el medio, entre aquella jovencita y esta mujer tan segura de sí misma, la construcción de una carrera artística, y de toda una vida -muy bien vivida- con la belleza como puente: Graciela Alfano es preciosa. Pero lo dicho, resta conocer demasidas cosas. Porque esta Graciela que ahora se sienta con Infobae es diferente a cualquier otra versión suya. Adquirió conciencia de la muerte. La miró a los ojos, se asustó, tuvo miedo. Y escapó, sí, pero hacia adelante: agradece despertar cada mañana. Y más, lo celebra. En buena parte, de eso se trata alfanizarse, un modo -como explicará- de afrontar el día a día. Y es también una Graciela que les pidió perdón a sus hijos. Que supo mirarse a sí misma para reconocer sus defectos y sus miserias. Y también sus placeres. No es poco: le costó años alcanzar el disfrute. El peso de un abuso en su infancia llegó a ser demasiado, hasta que consiguió andar más liviana. Hoy, goza del sexo quizás como jamás lo hizo. Además, Graciela es una mujer con memoria. Para hablar de pasiones y amores pasados. Para recordar su vínculo amoroso con Carlos Menem. Para revelar algunos mitos de aquella noche increíble -como la define- que pasó Diego Maradona, Charly García y Joaquín Sabina, y para oportunamente, olvidar otros. Al fin, esta es una Graciela más Alfano que nunca. Una nueva Grace. Que es distinta a aquella, pero casi igual. Graciela Alfano: "Siempre fui una mujer empoderada, puesta y muy bien parada." (Diego Barbatto) —¿Sos buena amiga? —Muy buena amiga. Y tengo buenas amigas. Que cuando perdemos un poquito el rumbo, en la toma de decisiones, en nuestra esencia, están ahí y te dicen: “No, no. Esto por ahí, no”. Y lo hacen con un amor... Un amigo te dice lo que no te dice nadie, y se la bancás. —¿Se la bancás? —Claro. Son los enunciantes: los únicos que te dicen realmente lo que te tienen que decir. Más allá de la medicina, mis amigos son los que me sacaron de situaciones realmente graves de mi vida. Los que pusieron su corazón, su alma, su tiempo, su inteligencia para darme una mano. Y en también situaciones afectivas muy graves: ayudarme a ver que estaba al lado de personas que te pueden hacer mucho daño. —Los amigos tienen que estar en las malas, pero también en las buenas. —Claro. —Pero no siempre es fácil bancarse estar en las buenas del otro con una mujer tan espléndida, tan plantada, tan fuerte profesionalmente. —A ver, hacé la pregunta: “¿Tus amigas te tienen envidia?”, sería, ¿no? —No, no. —Concreta, al pie (risas). Y... habría que preguntarles. El ser humano tiene envidia: yo también, todos. Es ridículo negarlo. Lo que pasa es que hay que entender cuándo pasa, y reírse. No está mal la envidia, pero tenés que saber para qué sirve: te puede dar una orientación. Vos no vas a envidiar aquello que no querés tener o que no querés ser. Entonces te dice: “Esto es lo que yo quiero. Me voy a aproximar a eso”. —Hablaste de situaciones de salud. ¿Querés contar cuáles fueron o preferís no hacerlo? —Mirá, sí: tuve cáncer dos veces. Ahora estoy sana. Me sacaron un riñón, me sacaron la (glándula) tiroides. Pasé momentos realmente dificilísimos donde no tenía ganas de hablar ni compartir con nadie porque mi salud no me lo permitía: tenía que poner toda la energía en mí misma. Y luego lo comuniqué desde un lugar complicado porque yo no espero: me adelanto, quiero que ya. Yo hablo mucho con la gente, soy un poco Keanu Reeves: voy a la calle, paseo al perro, me tomo un café parada en la vereda. Y la respuesta más fuerte que me dieron es: “Me ayudaste a no rendirme”. ¡Guau! “¿Yo?”, dije. Uno no cree que eso puede pasar en alguien que no conocés. Siempre hay un gran beneficio detrás de grandes dramas. —¿Te asustaste mucho con el diagnóstico? —Mi amigo médico me dijo: “Vení a mi casa”. Ahí me cagué porque dije: “Ay, la miércoles...”. Me habían hecho una ecografía. Y me dice: “Tenés un tumor de nueve centímetros en el riñón”. Finalmente, cuando lo extirparon, eran 800 gramos, entre riñón y tumor. “Y esto no es todo: tenés otro de tres centímetros en la tiroides”. Yo hice como una negación absoluta. Hice un chiste: “Ah, tengo un okupa”, dije. Y es como soy yo: tiendo a hacer chistes, y luego voy bajando. Es un duelo porque, finalmente, te tienen que extirpar un riñón. Estás frente a la idea de la muerte, que es algo que trabajé mucho en ese momento. Me operé en menos de seis días, con lo cual, no tenía mucho tiempo para pensar en muchas cosas. —¿Hace cuánto tiempo fue esto, Grace? —Dos años y medio. Y cada seis meses, los controles: las ecografías y los análisis. —Y después llega el resultado de que está todo bien, y respirás. —Respirás. El beneficio de esto fue enfrentar la idea de la muerte: “Acá no hay joda, Gracielita, por más chistecito ni nada. Hay que ver esta idea, está muy cerca". Sabemos que nos vamos a morir, pero todos creemos que nos vamos a morir últimos: de todos los que están acá, se van todos y después, yo (pienso). Pero cuando te pasa una cosa de esas, decís: “Che, esto puede ser en cualquier momento...”. Y ahí bajás a la realidad. Y ver eso, lejos de hacerte una persona con depresión o con bajón, todo lo contrario: sabés que cada día que te levantás y estás respirando, es un día que te regalan. Valorizar. Entender que la muerte es algo real, concreto, hace que valorices mucho más tu vida, tus relaciones. No se trata de un viva la pepa, me voy de joda todos los días o trato de tener relaciones casuales, sino todo lo contrario: voy a ser tan real que la relación que tenga con cada una de las personas, va a ser real. Porque muchas veces no somos reales: mentimos, nos caricaturizamos, hacemos cosas raras. Y me dije a mí misma: "Gracielita, te dieron un changüí para que esta vida la vivas de verdad". Y es siendo auténtica. —Qué bueno ese aprendizaje. —Uff. Empecé otra vida. No podía creer la importancia que le había dado hasta ese momento a la opinión de otros. Y no tiene ninguna importancia. —Me imagino que con esto, también te limpiaste de mucha gente. —Sí, sí, sí. Pero hay que decir: no desviemos responsabilidades. La responsabilidad de quién está en tu cabeza es tuya. Nadie te hace nada. —Me das un buen pie para preguntarte qué es alfanizarse. —(Risas) Alfanizarse salió de ahí, absolutamente. Empecé a brillar de verdad, me solté. Pero no es que lo hago yo: alfanizarse es para todos, y es para vivir mejor, para estar más en la realidad, para no dibujarla tanto. Pero alfanizarse primero implica mirarse bien, con amor, sin creencias. Nadie es mejor que otro, somos diferentes. Y (tratar de) desarrollar eso tuyo sin esa creencia de que sos menos porque la sociedad te lo dice. Hay un momento en que alfanizarse quiere decir: “Rompamos todo, esto no me sirve. Basta. Se terminó”. Graciela Alfano: "Entender que la muerte es algo real, concreto, hace que valores mucho más tu vida" (Diego Barbatto) —En ese mirarse, en ese aprendizaje, ¿qué encontraste tuyo que no te gustó? —Millones de cosas. Todo lo que hace la humanidad. La traición: querer traicionar a un amigo porque creés que eso te va a llevar adelante, y en definitiva te quedás solo porque la traición se empieza a hacer una costumbre y ya te parece natural. La naturalización te va a hacer violento. —¿Encontraste momentos violentos tuyos? —¿Quién no abusó de alguien? O sea, con palabras. Los haters, por ejemplo: eso no es opinión, es violencia. —¿Alguna vez no te gustaste frente al espejo? —Muchas veces. Sobre todo cuando era más joven, en la adolescencia: todos me dicen qué divina que era, y yo no podía creer... En general, los adolescentes se ven feos. —¿Tuviste las mismas inseguridades que tenemos todos? —Por supuesto. Y además, yo tenía granos. ¡Eran unos granos que yo sentía que llegaban hasta el otro! (Risas). Hay que tener tanto cuidado con los adolescentes... —¿Sufriste bullying alguna vez? —Sí, por supuesto. Sufrí bullying en el colegio porque era la abanderada y entonces bueno, sos una nerd, no vas a ningún lado, bla, bla, bla. Y luego, en la Facultad de Ingeniería de la UBA: cinco mil pibes con tres mujeres, y una que acababa de salir Miss Siete Días. Yo iba con unas calzas coloradas ajustadas, tacos y los pelos rubios, y lo que menos me decían es: “Venís a conseguir marido”. Yo decía: “Estos boludos no tienen idea de dónde vengo”. Pero nunca cambié: nunca me vestí de jeans ancho, nunca sucumbí ni me sometí a esa idea. Y seguía siendo uno de los mejores 50 promedios de la Facultad. —Me contaste que no te fuiste al sur porque no te dejaron tus padres. —No me dejaron. Yo quería estudiar Ingeniería Nuclear en el (Instituto) Balseiro y mi mamá decía: “No. ¿Cómo la nena va a ir a Bariloche?”. Pero bueno, ya sabemos que alfanizarse es que esos controles no sirven: el desastre lo armé en otro lado, donde me dejaron. De cualquier manera estudiaba: no entiendo por qué uno no podía divertirse y estudiar al mismo tiempo. De hecho, nada lo impidió: por más que esta carrera me llevó a esto, yo seguía estudiando Física. —Siempre seguiste estudiando. —Siempre, siempre. —¿Y a tus hijos les pasó alguna vez sufrir bullying o estar cercanos a alguna situación así? Los padres siempre pensamos que nuestro hijo puede ser el que sufre, pero nos cuesta pensar que nuestro hijo pueda ser el que hace sufrir a otro. Están los dos lugares. —Por supuesto: están los dos lugares. Mis hijos tienen una formación mental, intelectual, espiritual, que me pasaron así, ¿viste? En su momento hemos hablado de muchas cosas, sobre todo lo que es ser hijo de una diva, que de pronto tiene ese cuerpo, esa cara, que es esa persona. Yo creí que el sufrimiento iba más por lo que les podían decir o hablar de la madre, y en eso fueron muy claros los tres: no era lo peor de ser el hijo de una diva. —¿Y qué era lo peor? —Y... tuve que hacer mucho esfuerzo. Tuve que trabajar mucho con mis propios terapeutas porque cuando un hijo no te quiere hablar, es un mejillón: “No te lo cuento”, y ya pasó. Pero yo quería saber. Entonces fueron momentos realmente muy duros, difíciles, hasta que lo entendí. Hay pocos hijos de divas. Y el sufrimiento tiene que ver con la pérdida de la intimidad con la madre. Vas a comer a un restaurante y vamos con la foto, con esto, con lo otro, y te levantás, no podés decir: “Che, no, perdón”. Y esos chicos tampoco hablan. Entonces, ese sufrimiento existió. Y ahí, pedí perdón. Porque es lo único que uno puede hacer: “Te pido perdón porque comprendo la situación por la que pasaste. No pude hacer nada en ese momento ni puedo hacer nada ahora, pero te entiendo. Tengo empatía hacia lo que viviste”. Y ahí se puede empezar a hablar. Graciela Alfano: "Yo tenía 18 años, era la Lolita argentina, una especie de bomba espectacular, y y en ese momento era frígida". —¿Hablamos de amor? —Sí. —¿Quién fue tu gran amor? —Yo misma. —¿Y de pareja? —Yo misma (risas). O sea, uno siempre se está espejando en el otro. Eso es lo que no entendemos. Se elige en el otro lo que uno quiere trabajar en ese momento. Por ejemplo, una quiere ser madre. Entonces, ¿qué estás trabajando ahí? Cómo voy a ser madre. Pero el otro va a ser padre también. Mira si hay espejo ahí, ¿no? —¿Hoy, en qué andas? —Tengo que decir que después de la séptima década… Van a tener que vivirlo, chicos, yo no les voy a aclarar nada: esta es una década diferente. Hay un estado de libertad de todos los que estamos ahí. Es una liga interesante donde hay una cantidad de gente inteligente, resuelta, que sabe lo que quiere, que no pretende que el otro le resuelva nada, que tiene la cabeza bien amoblada. Y es interesante lo que estoy viviendo. Es un momento muy lindo. —Estás bien. Y sin títulos. —Muy lindo. Además descubrís el sexo puro, donde ya no boludeas más. No me hago más historias: que lo quiero, que esto, que lo… No, esto es sexo. Y el amor realmente desde la admiración, los valores, etcétera, hay quinientas cosas en el medio. Y también te podés encontrar con situaciones muy negativas, como me pasó hace poco, donde creés que te las sabés todas, que tenés las red flags: ves esta red flag, también esta otra, pero bla, bla, bla... Y de pronto, sucumbiste en algo. Pero ahí están buenos los amigos. —¿Te gusta el sexo por el sexo en sí mismo? —Me gusta el sexo. Sí, me encanta el sexo. —¿Cuándo hay que arrancar arrancás? —¿En el sexo? ¡Obvio! Pero el deseo y las ganas son dos cosas distintas. Muchas veces las ganas tapan el deseo. El deseo, cuando es deseo, es fabuloso, maravilloso, pero empieza diferente. Los hombres son visuales, entonces el deseo le puede venir desde una. La mujer, no: necesita un roce, una respiración por acá de alguien que ni tenías idea, y de pronto te pasa y te habla en el oído, te dice un secreto… ¡Ay, Dios mío! Y cuando empieza, ¡dale! Pero dale desde vos, desde ese lugar auténtico que nos hemos ganado las mujeres. Porque hemos sido gauchitas durante siglos para que ustedes la pasen bien, tengan la autoestima alta y se sientan bárbaros en la vida. Pero desarrollar un narcisista patológico, no. O que sea ida y vuelta, ¿no? —Saliste con hombres muy poderosos de distintos rubros, pero vos llegaste siendo ya una mujer poderosa a esas relaciones, profesional, bellísima y muy plantada. No te formó ningún hombre. —No, no me formó ninguno. Es más, yo creo que muchos de esos hombres tan poderosos usaron mi nombre, mi brillo, lo que yo generaba, para dar un paso más. Decís: “Salgo con Graciela Alfano”, y sos empresario, tenés tapas de revistas, tu empresa se va a ver. Y la carrera política ni te cuento, ¿no? Y está el que dice: “Todo el mundo habla de esta mina, quiero ver cómo es, voy a investigar”. Como si fueras un destino turístico: “Voy a ver cómo es tu sexo”. Y la otra es que ni siquiera piensan en pasarla demasiado bien, sino que quieren decir: “Estuve con...”. Y después, hay otros: siempre hay alguien que viene a sacar ese brillo. Y en eso yo me reconocí: siempre fui una mujer empoderada, puesta y muy bien parada. Y en realidad, usaron más de lo que yo pude usar porque jamás, de hecho, estuve con hombres poderosos: hice mi carrera en el sector privado. Nadie me dio nada desde la política. Y la famosa frase a la que vos te referís que es la de... —¿Cuál a ver? —La de nuestro Carlos Saúl (Menem), nuestro presidente. Lo había conocido cuando era patilludo. Ah... ¡me encantaba! Dije: “No tuve caudillo”. Yo también era bastante cosificadora del hombre. Y me gustó. Cuando llegó a presidente, me dijo: “Vamos a Olivos”; “Ni en pedo. ¿Qué voy a hacer a Olivos? Tienen todas las cámaras. Estás en pedo. A cualquier otro lado”; “¿Dónde?”; “Bueno, en un barco”. Y yo llegaba en helicóptero. Entonces, él me dice: “Pero yo soy el presidente”. “Vos sos presidente hace dos minutos, yo soy Graciela Alfano hace 20 años, ¿qué te hacés? A mí me llevás en helicóptero donde yo quiero”. Pero de hecho, tampoco necesitaba absolutamente nada de él: yo estaba casada con el heredero de la fortuna más grande de la Argentina (Enrique Cappozolo), tenía a mis hijos con él. Realmente: tenía ganas. Hice las cosas con ganas. Ahora, si me preguntás, el deseo descubrí después. Mucho después. —¿Sabés si estás en la serie de la vida de Menem? —Ni idea. Hagan lo que quieran, siempre que sea con respeto. —No te preocupa. —No. No, no, no. Yo dejo que los creativos hagan lo que quieran. Después, sería bueno que pregunten. Ahí existe el límite. Y también existe el límite judicial, obviamente. Digo, ajustarse a la realidad, básicamente. "Muchos hombres tan poderosos usaron mi nombre, mi brillo, lo que yo generaba”. —¿Cómo recordás esa historia? —La recuerdo bien porque además, yo terminé con la relación (risas). Es genial lo mío: me aburrí. Era una buena mezcla física, tenía todo eso que yo quería investigar, ¿viste? Soy muy curiosa, y quería ver esas cosas de poder: esas negociaciones que yo oía, que veía, me organizaban la cabeza. Entendía cómo se mueven. Y una vez que entendí cómo se mueven, ya todo se repite. Y hoy es exactamente lo mismo. —¿Menem se enamoró? —Eso es lo que decía, pero andá a creerle a un tipo. Qué sé yo. Eso es lo que decía. —¿Vos te enamoraste? —No. No, no. Digo, no me enamoré como entiendo el amor hoy. El enamoramiento es una especie de idealización. O sea, él, enamorado de la figura Graciela Alfano; y yo, del presidente. —Era un galán, ¿no? —Estábamos en un pedo líquido. Ahora, cuando hablás de amor en serio, que tiene que ver con el conocimiento del otro, con el acompañamiento, con el respeto en los lugares, los espacios y lo tiempos de esa relación... Creo que todavía no llegué a una relación que pueda unir todos esos puntos. —Pero el deseo sí vino después. —El deseo, sí. —Contame. —El deseo tiene que ver conmigo. Tuve una historia sexual muy complicada porque fui abusada en la infancia. Y lo puedo hablar sin revivirlo porque ya lo tengo muy hablado. Uno de los daños que genera el abuso es que la persona deja de tener intimidad. No puede. Es como que retirás tu ser de la situación que está sucediendo. Cuando hay contacto físico, cuando hay intimidad, la persona se va a algún lado. Y con la persona se va el deseo verdadero, la realidad, quién sos. —¿El disfrute también? —Todo. O sea, es un disfrute, pero como quien dice: “Ah, me gusta el sushi”, pero no sabés si te gusta el sushi o te contaron que te gusta. Volver a poner a la persona dentro de ese lugar implica tener compañeros, y en esto sí tuve compañeros que me respetaron mucho sexualmente: respetaron mis tiempos, mis llantos, mis impotencias reales, me contuvieron y me ayudaron a llegar a mi verdadero deseo. A mis tiempos, a mis espacios, a mis voy y vengo. A lo que es verdaderamente una mujer. —¿Querés decir quién fue ese compañero que te contuvo? —Hubo varios. Y no tenían que ver con amores, ni nada. Simplemente, me ayudaron sexualmente. Uno particularmente, que empezó haciendo un masaje tántrico o algo así. Yo tenía un dolor en la espalda, entonces me decía que estaba la energía contracturada y toda la historia, qué sé yo. Fue desanudando los chakras hasta que… —Fuiste a un masajista, no era una pareja. —Ni siquiera era un masajista, era un compañero mío de unos cursos que yo hice, y que él sabía de esto, entonces me dice: “¿Querés que te ayude?”. “Okey”. Y ahí es el contacto, la respiración. Venía, me tocaba acá, decía: “¿Cómo está acá?”; “Yo estoy caliente, no sé qué está pasando. Vos me desanudaste algo y yo estoy caliente”, le digo. Y bueno, me acompañó muchas veces. No fue la única vez que tuvimos sexo y fue realmente muy bueno. Te puede ayudar sexualmente a llegar a tu mejor expresión sexual alguien de quien ni siquiera estás enamorado, pero que es un buen amigo, un buen compañero sexual. —Yo veía esa bomba, que sigo viendo hoy, ¿y disfrutabas del sexo o había un mentirle al otro? —No, ahí había un mentirle... Sobre todo en los primeros momentos. Yo tenía 18 años, era como la Lolita argentina, una especie de bomba espectacular, y y en ese momento era frígida. Era todo el primer momento, cuando no podía. Todavía no había hablado de mi abuso, todavía no entendía qué pasaba. Si bien me gustaba el hombre, no llegaba. No había una puerta por dónde ir. Era algo muy complicado para mí. Era eso: la falta de intimidad. —Quiero decirles que todas alguna vez hemos mentido: no son tan geniales como piensan. —¿Alguna vez? Pero qué genia que sos si es alguna, nada más... Por eso digo que somos gauchitas: de verdad queremos darle al varón ese momento, porque el hombre no sabe si hace bien el amor o no. Él hace el amor; quien lo valida es la mujer. Es así. Entonces, tenemos un poco esa... esa obligación moral (risas). —Me acordé un momento televisivo maravilloso, ese programa de La Biblia y el calefón con Maradona, Joaquín Sabina y Charly García. ¿Te fuiste con alguno ese día? —Nos fuimos todos juntos. Era la casa de Andrea Stivel, que en ese momento estaba casada con Jorge Guinzburg. Tenía una casa preciosa, los chicos eran chiquitos. El programa terminaba tarde y entonces Jorge la llama: “Vamos para allá”. Vos imaginate que estás en tu casa acostando a los chicos: “¿Quiénes vienen?”; “Maradona, Charly García, Sabina, Graciela Alfano”; “La mierda. ¡¿Qué hago?!”. Andrea sacó no sé de dónde, pero puso comida y se fue a acostar con los chicos, obviamente. “Me voy, hasta luego. Les dejo mi casa”. Y ahí pasaron cosas increíbles. Me acuerdo que Charly García me decía: “Sos Casandra”; “¿Por qué?”; “Porque vos vivís diciéndole a todo el mundo: ‘Este es el caballo de Troya’, y no te oye nadie. Dejá de hablar, no trates de iluminar más a nadie”. Y de pronto recuerdo bailes con Sabina, que decía: “La virgen de no sé qué, que te levante la pollera”, mientras me apretaba. Tomamos muchas cosas ese día. Terminó muy tarde, tipo las cuatro... pero de la tarde, no de la mañana. Los cuatro teníamos un cuerpo fuerte para soportar todo eso. Fue una experiencia realmente increíble, no solamente lo que se ve en la pantalla, sino la noche. Y además, cuatro personas inteligentes. Cinco, con Jorge. Hablábamos. Cada tema que salía, nos matábamos de risa. Graciela Alfano en "La biblia y el calefón" con Diego Maradona, Joaquín Sabina, Charly Garcia y Jorge Guinzburg. —¿Hubo sexo esa noche en esa casa? —Bueno, eso ya es mucho. Si hubo, no me acuerdo. En su momento pensé: “Ay, qué arriesgada, me tendría que haber ido a casa”. Porque además, era la única mujer. Sin embargo, hoy me siento muy orgullosa de haber tomado la decisión y el coraje de decir: “Yo puedo, ¡vamos!”. Siempre me pasó, desde la Facultad de Ingeniería. Desde haber tenido un romance con un hombre 25 años menor pero hace 25 años, no hoy. —¿Vamos a jugar? —Vamos a jugar. —Te propongo una serie de preguntas cortita. ¿Un escándalo que disfrutaste? —Todos. Soy muy irritativa y me divierte provocar. —¿Un ex al que le darías una segunda oportunidad? —Ninguno. —¿Un político que te calienta hoy? —Macron. —¿Y de Argentina? —No voy a decir ninguno. Después se me pelean, y ya se pelean bastante... Pero el Presidente, no. Quiero dejarlo claro porque sino inventan romances. Ni le escribí ninguna carta, ni me escribió, ni nada que se le parezca. Graciela Alfano con Tatiana Schapiro en Infobae (Diego Barbatto) —¿Un reality al que te meterías sin pensarlo? —Ninguno. No me gustan. Ya la vida es un reality. —¿Una mediática actual que te aburre? —Todo el tema Wanda Nara. Todo, todo. Ya no la aguanto más. Me da alergia. —Pero a la China Suárez la bancaste muchísimo. —Sí, porque banco a cualquier mujer que se encuentre en esas circunstancias. De hecho hace poco le hablé a Luciana Salazar porque me pareció una barbaridad que le pregunten de qué vive. ¿Por qué no te animás y le preguntás de qué vive a un político que está gastando? A ese tenés que preguntarle. ¿Y vamos a cuestionar a la China, a una mujer, por sus amores y desamores? —Incluso dijiste que te gustaría que la China hiciera de vos en tu biopic. —Sí. La parte de Graciela joven. Es una genial actriz, talentosísima. Además, esto que sufrió ahora le va a servir para hacer mi personaje. —¿Tuviste contacto con ella? ¿Te agradeció? —Sí. Pero le dije: “No tenés nada que agradecerme porque esto es una reparación a mí misma. Yo pasé por esa circunstancia tuya mucho tiempo y nadie te va a pedir disculpas, nadie te va a decir nada. Cuando a alguien que le pasa la defendés, de esa manera te reparás vos”.
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