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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/07/2025 08:36
En “Salvate vos” (Sudamericana, julio 2025), el escritor Juan Carrá reconstruye la vida de esta familia oriunda de Saladillo, provincia de Buenos Aires, pero radicada en Resistencia, Chaco. El libro se leería como una novela, como un thriller, de no ser porque todo, todo lo relatado, sucedió realmente y se cobró la libertad y la vida de varios integrantes de la familia protagonista de este drama. En el caso Molfino están presentes todos los elementos de la tragedia que envolvió a la Argentina en los años 70. La radicalización juvenil desde fines de los 60, bajo el impacto -o el embrujo- de la Revolución Cubana y la muerte sacrificial del Che en Bolivia, la opción por la lucha armada -ese “mal manejo de la utopía juvenil”, como decía Jorge Bergoglio-, las diferencias entre los que optaron por sumarse al peronismo y los que se mantuvieron en una vertiente marxista o guevarista, y luego, la clandestinidad, la cárcel, la tortura, el secuestro y desaparición, el asesinato y el robo de un hijo nacido en cautiverio y recuperado en 2009. Sin embargo el autor no ha escrito un ensayo sobre los 70, sino una historia de vida descarnada, la historia de una familia cuyos avatares hablan por sí solos de una época en la que demasiados jóvenes vivieron al límite, sin imaginar posiblemente la crueldad de la represión que se abatiría sobre ellos. La mayoría de los protagonistas de esta historia no superaba los 30 años. Merecían vivir, merecían otra oportunidad, tenían toda la vida por delante, como le dijo Mima a Gustavo en aquella última conversación telefónica, breve por la inminencia de la caída, expresión de un coraje tranquilo, austero, sin dramatismos innecesarios, lo suficiente para salvar al hijo, en esa frase que acertadamente Carrá eligió para titular el libro. Noemí Gianetti de Molfino y su hijo Gustavo en París, un par de años antes de la tragedia Aunque el autor se abstiene de analizar políticamente la etapa, reconstruye sin embargo muy bien el pensamiento de la época a través de los diálogos de la familia, las cartas que llegaron a intercambiar y, obviamente, el testimonio de los hermanos Molfino y de otras personas allegadas. Nadie que haya conocido a algún integrante de esta familia, formada por la madre, Noemí, a quien todos llamaban Mima, viuda a los 36 años, y sus hijos, tres varones y tres mujeres, habrá permanecido indiferente al encanto que emanaba de todos ellos: chispa, inteligencia, simpatía, calidez y, como se verificaría tantas veces, coraje, resiliencia, estoicismo. Seguramente todo eso es lo que fascinó a Juan Carrá que sin embargo no llegó a conocer a todos los Molfino: hoy solo sobreviven los tres varones, Miguel Ángel, José y Gustavo. La madre y Marcela murieron a manos de la dictadura; Alejandra y Liliana, de muerte “natural”. Sin embargo, es inevitable pensar que los males que se las llevaron prematuramente fueron incubados al ritmo de las tremendas pérdidas que sufrieron. Noemí Molfino, su yerno Guillermo Amarilla u y su hija Marcela, ambos desaparecidos Noemí Molfino es la mujer que, tras su secuestro en Lima, en julio de 1980, apareció muerta un mes después en un hotel en Madrid, en uno de los casos más conmocionantes que protagonizó la dictadura. Tenía 54 años. Al día de hoy no se sabe con certeza cómo murió ni con qué fin siniestro fue llevada a España. Alejandra, exiliada en Francia luego de pasar un año en prisión, parió prematuramente a su primer hijo tras enterarse del secuestro de Mima, y pocas semanas después tuvo que viajar a Madrid para reconocer el cuerpo de su madre. En octubre de 1979, unos seis meses antes del operativo en el cual militares argentinos secuestraron a Noemí Molfino y otros tres integrantes de Montoneros en Lima, en la Argentina la dictadura había capturado a una de sus hijas, Marcela, y a su esposo, Guillermo Amarilla, un referente de la JP que había formado parte de la delegación que acompañó a Perón en el chárter que lo trajo de regreso a Argentina. En Resistencia, Chaco: Noemí Molfino con Alejandra y Gustavo Gustavo tiene la honestidad de admitir que su madre ingresó a la organización más por motivos sentimentales que políticos o ideológicos. Era su forma de estar con sus hijos, de seguir protegiéndonos y ayudándolos en la medida que podía. Como toda madre amante y dedicada, ella empieza asistiendo a sus hijos en todo lo que necesitan y poco a poco se va involucrando en tareas más riesgosas. “Si mi hermana hubiese ido al ERP, mamá también hubiera ido”, decía Gustavo Molfino hace unos años en una entrevista con Infobae. Miguel Ángel Molfino, el mayor de los seis hermanos, había sido detenido un tiempo antes. Ferozmente torturado, nada más que por venganza, ya que en el momento de su captura no estaba encuadrado en ninguna organización; venganza desmedida además porque era poco lo que tenían para achacarle a aquel joven que mayormente había desarrollado tareas periodísticas. En la última carta que recibió de su madre en la cárcel, fechada el 12 de marzo de 1980, ella le habla del amor que siente por él y por todos sus hijos que aunque se supone que es el de toda madre, ella cree que es especial: “Es claro que soy distinta y que yo los quiero más que todas, estoy diciendo esto y me parece una barbaridad pero mi disculpa sería que los amo tanto tanto, que los siento tan míos, que no sé, se me ocurre pensar que a mí nomás me pasa eso”. Miguel Ángel Molfino, el mayor de los seis hermanos, es hoy un reconocido escritor Por ese amor incondicional e infinito pagó un alto precio. Un amor incondicional, evidente, que no logró conmover a sus captores. El secuestro de Lima se produce en el marco de la llamada Contraofensiva -el regreso clandestino de cuadros montoneros para realizar operaciones de agitación y propaganda, y atentados en el país. En la capital peruana se estaba instalando una base para facilitar el ingreso de más militantes. Allí vivían Gustavo y su madre en 1980. En el análisis que hacía la conducción de Montoneros para decidir la operación que llamaron Contraofensiva, decían que los militares habían “fracasado en el aniquilamiento de las organizaciones revolucionarias previsto para 1977”, lo cual era a todas luces falso. En ese entonces, negaron el exterminio; hoy, denuncian genocidio. Algunos de os integrantes de Montoneros muertos o desaparecidos durante la Contraofensiva. Arriba, a la derecha, María Inés Raverta, secuestrada en Lima junto a Noemí Molfino La Contraofensiva se organizó esencialmente con gente que había logrado sobrevivir a la primera, brutal, oleada represiva de los años 1976-77. La mayoría eran exiliados El principal elemento que influía en la decisión de volver era afectivo y moral. De conciencia. A eso apelaba la organización. En la charla “motivacional” que dio Roberto Perdía, integrante de la conducción, en Madrid, en una asamblea abierta, con escasas medidas de seguridad, el argumento para convocar a sumarse a la Contraofensiva era el de “los mártires que cayeron en manos de la represión”, que eran “los mejores hombres del pueblo” y que había que “honrar en la lucha revolucionaria”. “Gusty, aflojá, quedate con tu vieja. Pero él no. No puede. Se lo debe a la Flaca y al Negro”, escribe Juan Carrá, sobre la decisión del menor de los Molfino de seguir las órdenes de la conducción. Gustavo Molfino Sin embargo, un instinto de supervivencia lo lleva a rebelarse cuando Roberto Perdía le dice: “Haceme un organigrama de la operación, cómo vas a entrar [N. de la R: a la Argentina, con documentos falsos], por dónde, fechas aproximadas, lo mismo para la salida”. Él se negó, no comunicaría sus planes. Es que Montoneros seguía manteniendo el funcionamiento demencial que había denunciado en su momento Rodolfo Walsh, cuando propuso distribuir los recursos y dejar células autónomas sin contacto entre sí para evitar precisamente las caídas en cadena por la “cita envenenada”, es decir, “cantada” (bajo tortura), que fue el mecanismo con el cual la dictadura logró diezmar en poco tiempo a las organizaciones. Produce escalofríos leer que, a su ingreso formal a la organización, a Gustavo le pidieron que entregara sus documentos personales, es decir su verdadero DNI y Pasaporte que, como “garantía de seguridad”, y “como los de tantos otros” viajarían “a Cuba para quedar guardados en el archivo montonero”. Noemí y Alejandra Molfino, detrás, a la derecha, Gustavo Rara forma de clandestinidad la que consiste en entregarle toda la información a un país satélite de Moscú… Además, aliado a la dictadura por intereses tan elevados como el comercio. “La contraofensiva como tal no existe, Gusti”, le había dicho su cuñado la última vez que lo vio. Susana, cuñada de Guillermo Amarilla, esposa de su hermano Rubén, fue la única que logró escapar de la casa el día que los militares secuestraron a Marcela Molfino, a su esposo y a su cuñado. En el testimonio que le dio al autor del libro, admite que se sorprendía cada vez que leía “esos editoriales en los que la conducción analiza la debilidad de la dictadura”. No era lo que ella veía, ni su marido. Sin mencionar la frecuencia con la que llegaban noticias de nuevas capturas de compañeros. La Contraofensiva solo confirmó el aislamiento de la organización. Y el desdén de la conducción montonera por la vida de sus militantes. No se puede decir que fue una farsa porque en ella cayeron 80 militantes. Morían en misiones consistentes por ejemplo en interferir las transmisiones de TV para pasar mensajes grabados de un personaje tan impopular como Mario Firmenich diciendo: “Hicimos la punta de vanguardia señalando un vez más un camino duro, sembrado de miles de compañeros muertos, pero que sabíamos que era el único posible”. ¿El único posible? Por supuesto que no. Desensillar hasta que aclare era una opción mucho más razonable y acorde con una lectura realista de la etapa que se vivía. El día de la caída de la casa donde vivían Gustavo y Mima en Perú, Roberto Perdía viola todos las medidas de seguridad fijadas por la misma organización. Cuando María Inés Raverta, la otra integrante de la base que Montoneros estaba instalando en Lima, no regresa en el horario pautado, Perdía se va de la casa, no sin antes llevarse los pertrechos (armas, dinero, documentación) y a su esposa para ponerse a salvo, a la vez que ordena a Gustavo y a su madre permanecer en la casa. A Mima le ordena estar atenta al teléfono. A Gustavo, salir de tanto en tanto para chequear cómo está el barrio. Una de esas salidas, le salvó la vida, porque al regresar vio el operativo que rodeaba la casa donde solo estaba su madre. Desde una cabina telefónica, la llama y es ahí cuando ella le dice “salvate vos”. Juan Carrá, autor del libro sobre los Molfino "Salvate vos" Raverta, la joven de 24 años que cae en la cita envenenada, había soportado horas de tortura para darles tiempo a ponerse a salvo… un sacrificio que se vio empañado por la desaprensión -por decirlo suavemente- de Perdía. El libro tiene el mérito de exponer todos estos hechos sin juzgar: las conclusiones corren por cuenta del lector. Hay muchos elementos perturbadores, como cuando el jefe montonero al ver a Gustavo vivo y libre luego del operativo contra la base de Lima, exclama: “¿Qué hacés vos acá?”... Una frase insólita que, antes que alegría, refleja sorpresa, como si hubiera esperado otra cosa. Roberto Perdía, durante el juicio por la Contraofensiva (Maximiliano Luna) Con el tiempo, lo único que llegará a decir Perdía es que lo de Noemí Molfino fue su mayor error. Un error es un error, pero en esos tiempos el error era un método -el de exponer continuamente la vida de los integrantes de la organización, temerariamente, en base a un análisis erróneo de la situación de la dictadura, partiendo de la idea de un descontento generalizado de la gente que una chispa (así, Iskra, en ruso, se llamaba la revista de Lenin en el exilio) bastaría para convertir en rebelión o levantamiento. Además de una lectura marciana de la realidad que vivía Argentina en aquel momento, había operaciones cantadas que no se suspendían, un manejo de la información que violaba todas las normas de seguridad, fronteras convertidas en ratoneras porque los militares sabían lo que se proponía la organización. Queda pendiente un debate que Juan Manuel Abal Medina, fallecido el pasado 15 de junio, alcanzó a enunciar, cuando dijo: “Nuestra responsabilidad fue no haber logrado evitar que la interna peronista se transformara en un capítulo de la Guerra Fría”. Una línea de investigación que permitiría entender mejor las verdaderas “intenciones” y las verdaderas “jefaturas” de aquellas organizaciones. Guillermo Amarilla Molfino (2° desde la izquierda), el nieto recuperado, junto a sus tres hermanos El juicio de la Contraofensiva -que sentó en el banquillo a los que participaron de la represión de ese operativo montonero-, reveló el grado de conocimiento que tenía la dictadura sobre los planes de la “orga”. El libro tiene el mérito de mostrar sin juzgar, y un resultado es el dolor por tantas vidas valiosas segadas en pos de las ambiciones -o de los planes no del todo confesables- de la conducción de una organización que no asumió nunca sus responsabilidades de cara a la historia. “Qué buen vasallo sería si buen señor tuviera”. Es la frase que viene a la mente ante la dedicación, el coraje y el espíritu de sacrificio de aquellos jóvenes, al servicio de una política frecuentemente funcional a los intereses que se pretendía combatir. A la vez que impone el deber de no banalizar lo que fue esa época, cuando el terrorismo de Estado era de “alta intensidad”. La distancia entre el compromiso de entonces y la “militancia” de hoy es sideral. El horror de la represión dictatorial obturó la discusión sobre aquel proceso porque todo intento de explicación es asimilado a la justificación y en consecuencia cancelado. Eso sirvió de argumento o de coartada para que la conducción de las organizaciones armadas eludiera toda rendición de cuentas respecto de una estrategia delirante, una militarización creciente, un funcionamiento suicida y, sobre todo, un desprecio manifiesto por la vida de sus cuadros.
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