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Crespo » Estacion Plus
Fecha: 09/07/2025 10:19
En el Campo de Deportes Yapeyú de Crespo, varias decenas de chicos se reúnen a diario para jugar al fútbol, de vez en cuando compartir una merienda y, sobre todo, aprender valores. La iniciativa, sin estructura formal ni financiamiento oficial, es sostenida por un profesor jubilado que convirtió el potrero en una verdadera escuela de vida. En una época donde las pantallas compiten con cada pelota, y el individualismo parece avanzar sobre los encuentros genuinos, un rincón de Crespo resiste con alma, pelota y corazón. Es el Campo de Deportes Yapeyú, escenario de una historia tan noble como silenciosa, donde cada tarde decenas de chicos encuentran mucho más que un lugar para jugar. Encuentran pertenencia, contención, valores y sueños posibles. Todo gracias al compromiso incondicional de Darío López, profesor de Educación Física jubilado, pero sobre todo, educador por vocación. Él es el alma de “Amigos del Campito”, una agrupación sin distinción de clases ni de barrios, que convoca a chicos de entre 6 y 17 años en jornadas cotidianas de fútbol, aprendizaje y comunidad. Sin una estructura formal, sin subsidios ni apoyo estatal, pero con un entramado humano tan fuerte que lo sostiene desde hace años. En diálogo con FM Estación Plus Crespo, López recordó cómo comenzó todo: una pelota, algunos amigos, y muchas ganas de compartir. Aquellos encuentros vespertinos, casi sin darse cuenta, sembraron la semilla de un movimiento que con el tiempo ganó cuerpo y sentido. El inicio: una pelota, un barrio y la memoria de un amigo “Esto empezó hace muchos años, jugando con Lucas Schneider, su hijo, el mío y otros chicos del barrio. Hacíamos partidos de 3 contra 3, 4 contra 4. El que venía y se animaba, entraba a jugar. No era más que eso: disfrutar”, recuerda el profesor de Educación Física y docente Jubilado, Darío López. Aquellos primeros encuentros marcaron el inicio de una tradición que se fue transformando con los años, signada por el paso del tiempo, las pérdidas, pero también por la resiliencia. “Cuando falleció Lucas, muchos chicos dejaron de venir. La ausencia pesaba. Pero nosotros seguimos. Los viernes, sábados, feriados... cuando podía venir desde Las Cuevas, donde trabajaba como docente. Después de jubilarme, volví con más frecuencia. Jugábamos con los del barrio, a veces al fútbol-tenis, incluso armé un metegol humano con cámaras de bicicleta durante la pandemia, para mantener la distancia. Fue una forma de no perder el vínculo, de seguir apostando a estar juntos”. De la informalidad al compromiso comunitario Hoy, lo que alguna vez fue un pequeño grupo, se convirtió en una red que contiene a más de 100 chicos. “Tengo un grupo de WhatsApp donde aviso horarios, si llueve, si hace calor, si tienen que llevar abrigo o agua. Hay días que antes de cruzar la calle de mi casa, me doy cuenta que ya me están esperando. Viven expectantes, quieren saber si hay fútbol”, relata con una sonrisa. Las actividades se realizan de lunes a viernes. Los fines de semana son sagrados para el encuentro familiar. “Siempre les digo que el sábado y domingo disfruten con su familia. Es parte de la enseñanza”. Más de 30 chicos se suman diariamente. En días especiales, como los festejos de cumpleaños o las chocolatadas, el número puede superar los 70. “Una mamá me regaló la leche cuando se enteró que era para los chicos. Otra empresa me regaló el chocolate. Otra persona me regala los alfajores. Y así, con gestos solidarios, logramos momentos muy especiales”. Juego con propósito: integración, respeto y valores “Acá no importa quién corre más rápido, ni quién hace más goles. Acá importa que todos jueguen”, enfatiza Darío a FM Estación Plus Crespo. La premisa es clara: inclusión y participación. Hay chicos con autismo, con sobrepeso, con dificultades motrices. Ninguno queda afuera. “Los más grandes ya saben: hay que darles pase, hay que integrarlos. Y si meten un gol en contra, lo festejamos igual”. Ante problemas de conducta, López no apela al castigo tradicional. Aplica pedagogía activa. “Una vez, por decir malas palabras, puse a algunos de 'poste'. Solo podían tocar la pelota dos veces y luego pasarla. Eso los hizo reflexionar. Entendieron que estamos en un lugar público, con gente alrededor, y debemos dar el ejemplo”. De la canchita a los clubes: el sueño de llegar “Amigos del Campito” es también cuna de posibles futuros talentos. Algunos chicos han dado el salto a formativas de clubes locales. López recuerda que hace años, estando en su escuela, pudo llevar chicos a probarse a equipos de Rosario, Paraná, Santa Fe, incluso a Boca Juniors. “Llevé chicos de Las Cuevas a probarse a Newell’s, Central, Colón, y Boca. Uno de Molino Doll estuvo un año en la Octava de Boca, pero debió regresar porque la parte económica no acompañó”. Uno de sus momentos más emotivos fue cuando dirigió la Sub 11 del Club Sarmiento. “Era mi primera vez al frente de un equipo de la ciudad de Crespo y salimos campeones de la Copa de Plata. Una gran satisfacción”. Pero Darío sabe que no todo pasa por lo competitivo: “Cuando veo que un chico tiene talento, le digo que pruebe en un club. Lo mío es recreativo. Si quieren competir, tienen que dar ese paso. Hay un chico que era goleador en el campito, se fue a Cultural y terminó destacándose. Me pone contento saber que lo animé”. Una red solidaria y autogestionada No hay sponsors, ni ayuda oficial. Todo se sostiene con esfuerzo propio y aportes voluntarios. “Vendemos latitas de aluminio. Cada chico junta. Así aprendemos a cuidar el ambiente y a valorar el trabajo. Con eso compramos golosinas, pelotas, lo que haga falta”, reconoció López a FM Estación Plus Crespo. El gesto de un chico que ganó una pelota en un concurso y la donó al grupo es muestra de la cultura solidaria que se cultiva. “La regaló para que todos pudieran jugar. Esos gestos me emocionan”. El compromiso de Darío y su familia es permanente. “Mi señora me hizo bizcochuelos para mi cumpleaños, hace pocos días, y poder compartirlos con los chicos en el campito, con una rica chocolatada. Mi hija y mi hijo me ayudan siempre que pueden. Lo hicimos en Las Cuevas, lo hacemos en Crespo. No hay distinción de clases sociales. Todos son bienvenidos”. Cuando la necesidad aparece, la comunidad responde "Recientemente, uno de los chicos sufrió una fractura al volver a su casa, después de estar con nosotros en el campito". Sin obra social, su familia no podía afrontar los gastos. Darío actuó de inmediato. “Mandé mensajes a algunos papás y en poco tiempo reunimos $200.000. Hubo padres que enviaron $15.000, otros $50.000. Uno $1.000. Todo suma. Y vamos a seguir ayudándolo, porque va a necesitar rehabilitación”. Esos gestos construyen comunidad, pertenencia. “No hay seguro. Pero hay solidaridad. Y eso vale más que cualquier cobertura”. Más que un profe A Darío no le pagan por lo que hace. “Vivo de mi jubilación. Lo hago porque me gusta. Mi papá no me dejó jugar al fútbol porque quería que me dedique al circo. Después estudié Educación Física, y trabajé más de 32 años en Las Cuevas. Hoy, esta es mi forma de seguir enseñando”. Los chicos lo saben. Lo respetan, lo quieren. “Muchos me dicen ‘papi’ sin darse cuenta, se confunden con lo que pasa en sus casas y después nos reímos todos. Me abrazan, me hacen dibujos, me regalan sonrisas. Eso paga todo”. Y si hace falta coser una pelota, lo hace. “Aprendí de mi papá cuando tenía 12 años. Con un alambre me hizo una aguja. Hoy, cuando una pelota se pincha y no se puede remendar, la desarmo y la coso yo mismo”. No hay sponsors, ni ayuda oficial. Todo se sostiene con esfuerzo propio y aportes voluntarios. “Vendemos latitas de aluminio. Cada chico junta. Así aprendemos a cuidar el ambiente y a valorar el trabajo. Con eso compramos golosinas, pelotas, lo que haga falta”, dijo López. Una cancha sin barreras “Hay chicos de todos los barrios, hasta de la Aldea San Juan y Estación Camps. Los papás los traen porque saben que acá están bien. Algunos me dicen: 'Qué bueno que por una hora y media no están con el celular'”. Algunos más humildes, otros con más recursos. Todos están al mismo nivel. Acá nadie se queda sin jugar por no tener botines. Los más grandes donan lo que les queda chico, medias, zapatillas, botines. Así se forma una cadena solidaria”. Durante el verano, solo descansan unos diez días. El resto del tiempo, la pelota gira. “Se desesperan por saber si hay fútbol. Hacen dos horas de juego. Y entre ellos comparten lo que tienen. Se hacen amigos de verdad”. Sin bandera ni estructura: solo el amor por enseñar “Amigos del Campito” no es un club, ni una fundación, ni una ONG. Es una familia sin papeles, pero que siembra valores sólidos. No recibe aportes del Estado, pero transforma vidas todos los días. “No pedí ayuda oficial. Solo espero que, si alguna vez pasa algo, nos tiendan una mano. Mientras tanto, nos permiten usar el predio, y eso es mucho. Yo siempre respeto a los que practican otros deportes ahí. Me acomodo, busco otro rincón. Y si la pelota se va y pega en alguien, pedimos disculpas”. “Amigos del Campito” no tiene personería jurídica ni estructura formal. No es fundación ni club. Es, en esencia, lo que su nombre dice: un grupo de amigos, guiados por un maestro que enseña con el ejemplo, que educa desde el potrero, que transforma cada pase en una lección de vida. “Amigos del Campito” no es un club, ni una fundación, ni una ONG. Es una familia sin papeles, pero que siembra valores sólidos. No recibe aportes del Estado, pero transforma vidas todos los días. El potrero que enseña con el ejemplo Darío López encarna un modelo de educador que trasciende las aulas. Un maestro de la vida, que convierte un potrero en escuela de valores, un recreo en experiencia transformadora. “Lo que más me llena es ver que los chicos juegan, que están alejados del celular, que se abrazan, que se ayudan. Que aprenden que nada viene de arriba, que hay que trabajar, colaborar, ser agradecidos”. Y aunque no haya tribunas, ni luces, ni himnos, cada tarde el “Campito” se convierte en un estadio de sueños. Porque ahí, en ese pedacito de Crespo, late el fútbol más puro. El que se juega con alegría, compañerismo, respeto y solidaridad. Ese fútbol que, gracias a personas como Darío López, sigue vivo. Y sigue enseñando.
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