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Parana » Asdigitalnews
Fecha: 08/07/2025 02:20
En el mundo de la innovación, a veces las ideas llegan antes que la plata. En los pasillos de muchas universidades públicas latinoamericanas, una nueva revolución educativa comienza a tomar forma. No tiene nombres en inglés, no viene con cascos de realidad virtual ni se presenta en congresos tecnológicos con entrada en dólares. Se llama metaverso. En la última década, las palabras "Transformación Digital", "Realidad Aumentada", "Realidad Virtual", "Gamificación" y "Aprendizaje 3D" se repitieron hasta el cansancio en simposios, papers y documentos institucionales. Parecía que la educación del futuro ya estaba escrita por universidades privadas del norte global, con presupuestos millonarios, alianzas con tecnológicas y aulas que se parecen a laboratorios de Silicon Valley. Pero en este rincón del mundo, donde la innovación tiene que enfrentarse todos los días con el ajuste, la desinversión y las prioridades cambiantes, algo distinto está ocurriendo: la universidad pública está empezando a hacer metaversos. ¿Qué es el metaverso educativo? A diferencia de la imagen marketinera de Meta o de las megaempresas que prometen universos paralelos para trabajar, comprar o socializar, el metaverso en educación tiene objetivos más terrenales: construir aulas virtuales tridimensionales, donde estudiantes y docentes interactúan mediante avatares en entornos diseñados para aprender. No para impresionar. En palabras más técnicas, se trata de ecosistemas que combinan realidad aumentada, realidad virtual, inteligencia artificial e incluso blockchain, para construir espacios inmersivos accesibles desde un navegador. ¿La clave? No es una tecnología, sino una metodología. No es hardware de punta, sino diseño pedagógico. Pero el interés por el metaverso en la educación, la comunicación científica y la industria no surge por la novedad en sí, sino por su capacidad para integrar tendencias tecnológicas emergentes con fines concretos: mejorar el aprendizaje, reducir barreras y aumentar la motivación. Es decir: no importa cuán vistoso sea el escenario, si la clase sigue siendo aburrida, no funciona. En este contexto, varios proyectos piloto están demostrando que se puede —y se debe— innovar sin depender de millonarias licencias comerciales. Uno de los casos más emblemáticos en el uso educativo del metaverso es el de Mozilla Hubs, una plataforma de realidad virtual accesible desde el navegador que adoptada por universidades y docentes de todo el mundo. Desde clases de idiomas en EE.UU. hasta recorridos patrimoniales en Chile, y experiencias colaborativas en Brasil, Hubs permitió diseñar aulas inmersivas sin necesidad de cascos sofisticados. Lo usaron desde la Universidad de Nottingham —que creó el entorno "Nottopia" para ingenieros— hasta la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para el desarrollo de entornos 3D en arquitectura. Las experiencias más exitosas coinciden en un punto: no fue la tecnología lo que transformó el aprendizaje, sino el diseño pedagógico que le dio sentido. Allí donde hubo mediación docente, consignas claras y objetivos formativos, el entorno inmersivo potenció la participación, redujo la ansiedad y fomentó el trabajo colectivo. En Argentina, la Universidad de Buenos Aires, las Universidades Nacionales de Morón, La Plata y Quilmes, por ejemplo, ya exploran estas herramientas. Algunas experiencias son modestas, pero tienen una potencia simbólica enorme: muestran que el aula puede dejar de ser una habitación con pupitres y pasar a ser un espacio colaborativo, sin paredes, sin distancias y sin límites para imaginar. Laboratorios virtuales y juicios simulados En Perú, tres universidades públicas —la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (UNSA) y la Universidad de Piura (UDEP)— desarrollaron una red de laboratorios interconectados en el metaverso. Estudiantes de distintas ciudades trabajan de forma colaborativa, manipulando objetos virtuales, resolviendo problemas técnicos y aplicando conocimientos en tiempo real. La iniciativa fue posible gracias al trabajo conjunto con una startup local, cooperación internacional y, sobre todo, una fuerte voluntad institucional. En la provincia argentina de Salta, la Universidad Católica de Salta (UCASAL) fue un paso más allá: diseñó un juicio simulado en el metaverso. Con estrados virtuales, fiscales, defensores y testigos, la experiencia permitió a los estudiantes de Derecho y Criminalística no solo comprender los procedimientos judiciales, sino vivirlos desde adentro. Aprendieron haciendo. Y al hacerlo, incorporaron también nuevas competencias digitales. Estas experiencias no son casos aislados. En México, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) desarrolla entornos de realidad aumentada para la enseñanza de arquitectura. En Chile, la Universidad Autónoma lleva adelante el proyecto "Caleidoscopio Virtual", que digitaliza espacios patrimoniales e históricos para analizarlos en clase. En todos los casos, el metaverso no reemplaza al aula: la expande. ¿Qué dice la evidencia científica? Según un estudio, recientemente publicado en BMC Medical Education, realizado con estudiantes de medicina que practicaron emergencias clínicas en hospitales virtuales. Los resultados fueron contundentes: tomaron decisiones más acertadas, redujeron errores y ganaron seguridad. ¿La clave? La posibilidad de ensayar sin consecuencias reales, de equivocarse sin culpa y de aprender sin el miedo a dañar. Un trabajo similar llevado a cabo en Arabia Saudita, en el marco de clases de física, mostró que los grupos que aprendieron en entornos inmersivos no solo retuvieron más información, sino que participaron activamente y con mayor motivación. En el caso del aprendizaje de idiomas, el uso de avatares redujo la ansiedad, mejoró la fluidez verbal y generó una mayor sensación de pertenencia al grupo. En todos los casos, el aprendizaje mejoró. Pero el motivo no fue la tecnología en sí. Fue el diseño pedagógico. Pero el metaverso sin pedagogía es solo escenografía. No importa cuán sofisticado sea el entorno —pantallas 360°, escenarios envolventes, avatares hiperrealistas— si no está sustentado por un diseño pedagógico sólido, la promesa educativa del metaverso se disuelve en una ilusión. Ese es, según diversos estudios, el punto de quiebre entre una experiencia transformadora y un simple decorado digital. Una revisión sistemática publicada en la revista Education and Information Technologies analizó más de una década de experiencias educativas inmersivas. La conclusión fue clara: más del 60 por ciento de los proyectos carecían de una estructura pedagógica explícita. Había despliegue tecnológico, sí, pero sin objetivos de aprendizaje definidos, sin evaluación formativa ni mediación docente clara. Un entorno inmersivo puede impresionar, pero si no hay contenido ni propósito, es solo puesta en escena. El metaverso, sin un marco pedagógico sólido, corre el riesgo de convertirse en una "cáscara vacía". No basta con la tecnología: lo que verdaderamente educa es la secuencia didáctica, la narrativa pedagógica y la intencionalidad detrás de cada interacción. Herramientas como el aprendizaje situado, el trabajo por proyectos o la gamificación significativa son las que dotan de sentido al entorno inmersivo. La tecnología solo potencia el aprendizaje cuando se transforma en experiencia, en diálogo, en construcción colectiva del conocimiento. Sin esa arquitectura pedagógica, lo inmersivo se reduce a un mero efecto especial sin contenido. Cuando el fondo guía la forma Los proyectos exitosos, coinciden las investigaciones, no son necesariamente los más costosos. Son los que logran articular tecnología con diseño educativo. La Universidad Autónoma de Chile, por ejemplo, no solo ofrece recorridos 3D por el patrimonio arquitectónico de Talca: integra consignas de investigación, trabajos colaborativos y presentaciones orales dentro del entorno virtual. Cada actividad tiene un propósito formativo, una mediación docente y una evaluación reflexiva. Algo similar ocurre en el laboratorio Innovalab de la UCASAL. Allí, los juicios simulados no son meras representaciones teatrales: están cuidadosamente guionados, incluyen rúbricas de evaluación, retroalimentación docente y seguimiento individualizado. No se trata de "jugar a ser abogados", sino de aprender a serlo, en un entorno que permite practicar, errar y mejorar sin consecuencias reales.
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