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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/07/2025 04:12
El presidente Javier Milei De mal humor, escuché la lectura de una declaración de los empresarios católicos que incluía una comparación entre Milei y Jesucristo resaltando la violencia que los asemeja. No estaba mal la analogía aunque no es cierta -salvo con los mercaderes del templo y no sería precisamente el caso que destacarían estos señores- sino porque se trata de empresarios, en primer término, y lo de católicos viene después. Su primer dios es la moneda, lo demás se da por añadidura, si se da. Esta asociación cristiana de dirigentes de empresa, ACDE, me invitó a hablar hace un tiempo. Supongo que como saben que soy católico, debían de creer que pensaba como ellos. Se equivocaron, cuando me referí a la concentración económica como una variable dañina a toda estructura social, no solo no me grabaron ni difundieron mi pensamiento, nunca más me invitaron. Recordé, entones, aquel momento en que Evita expulsa a las damas de beneficencia, a esas señoras que consolidaban el lugar de la riqueza con la bondad de ayudar a los caídos, sin asumir que su condición era resultado de la voluntad de acumulación como si ello no tuviera nada que ver con la miseria que generaban. La beneficencia es tan generosa como atroz porque, en rigor, es la forma más malsana y perversa de fortalecer al capitalismo, convirtiendo la justicia en un acto de desprendimiento individual e impidiendo que lo recibido por quienes lo necesitan sea resultado de una estructura distributiva de la sociedad. En cierta ocasión, una antigua relación familiar me llevó a hablar con uno de los más prestigiosos benefactores de hoy, quien ni siquiera se refirió a mi pasión por la política, hasta tal punto la despreciaba y lo hacía notar. Él ayudaba a la gente; yo, para él, no, porque ese capitalismo con el cual estaba absolutamente comprometido e integrado, era, en su opinión, superior a los sueños de la política, al intento de gestar una sociedad justa. En esa fractura estaba la esencia de dos concepciones de la patria: una, la europea, en la que nos criamos hasta el último Golpe de Estado, ese país donde casi no se hablaba de dinero, teníamos industria propia, integración social y no había caídos. Aquel país era el reflejo de una concepción que Europa había sabido afianzar. A partir del 76, dimos el paso a la fatal atracción de la concepción de los Estados Unidos, un país que, siendo el más rico del mundo, jamás permitirá que los pobres se integren mínimamente a la infinita riqueza de los poderosos. Siempre pensé que los ricos eran pobres de espíritu, que esa combinación era perfecta, y no conocí, salvo alguna excepción, a ningún enriquecido que tuviera conciencia de las necesidades colectivas, eso que llamamos burguesía nacional, empresarios que saben que el crecimiento de sus empresas está ligado a la distribución de la riqueza en el seno de la sociedad. Esta semana, en la Cámara de Diputados, me dolió y mucho la provocación del oficialismo a un intento de apuntalar a la oposición y, también, la forma en que los kirchneristas caían en ese griterío contribuyendo a que el Menem que los preside levantara la sesión porque no estaban en sus bancas, aunque sí en el recinto, logrando de esa manera el triunfo del adversario, de aquel al que imaginaban derrotar a los gritos desde la secta y no, con la lucidez requerida en estos casos. Hace falta convocar a la grandeza, dejando de lado el resentimiento. Mientras ricos y poderosos no necesitan ser dueños de un pensamiento porque el dinero lo sustituye, los movimientos nacionales y populares no pueden transitar sin una filosofía, sin una lógica, y sin un purismo que los saque de toda duda ética, dado que trabajar para los humildes implica siempre la obligación de estar comprometidos con ellos y con su manera de vivir. En cambio, enriquecerse so pretexto de favorecer a lo popular termina siempre en la participación de la ideología del enemigo. Esto es lo que lamentablemente logró el kirchnerismo, situación de la que tanto nos cuesta salir. El empobrecimiento con endeudamiento y destrucción del sistema productivo marca y define una mirada de sociedad dependiente como una colonia, esa idea de libertad, que nada tiene que ver con ella, sino con el perverso sueño de los poderosos de imponer su riqueza en forma definitiva por sobre las necesidades más básicas de la población. Un jesuita hizo un estudio sobre el olvido del peronismo en los humildes, como si, coincidiendo con la mayoría del gobierno en su visión gorila de la sociedad, imaginara que esa tendencia política es la última instancia de rebeldía opositora. En el final de “La Hora de los Hornos”, la película de Pino Solanas, se puede ver a un joven Roberto Grabois y a mí explicando, como dirigentes estudiantiles, nuestro ingreso en el peronismo y aclarando que en ese momento no existía ni siquiera la vigencia de ese movimiento en el seno de la Universidad. Con el paso del tiempo, fue el que se convirtió en absolutamente mayoritario, aun cuando la aparición de la violencia degradó la riqueza de ese pensamiento y lo convirtió en una derrota sin salida. Cierto optimismo de algunos se funda en la creencia de que el gobierno encuentra su límite de duración en la misma inestabilidad de la moneda; la de otros, entre quienes me incluyo, es la duda sobre si un pueblo empobrecido puede terminar votando a quien lo empobreció. La baja de consumo en alimentos, el crecimiento de la deuda externa y, en paralelo, de la deuda familiar, muestra que el proyecto actual es absolutamente destructivo y está en manos de individuos que ya supieron transitar el camino de deuda con pobreza, camino siempre acotado. Luego, viene el hecho de que una oposición sectaria y fanatizada termina sirviendo de apoyo a la estabilidad de algo que de otra manera ya hubiera sido derrotado por una estructura alternativa digna de recibir el apoyo de los patriotas, de los más vulnerables, incluso de las clases medias más lúcidas. El odio y el resentimiento son propiedad de aquellos cuyo egoísmo los lleva al desprecio de los sectores más desfavorecidos. Son los que imaginan que toda concentración económica, resultado de la enfermedad de su ambición, no tiene por qué verse limitada por el resto de la población a la cual dañan implacable e impiadosamente. El Movimiento Nacional se debate por sacarse de encima las limitaciones sectarias del kirchnerismo para saltar hacia la conjunción de un Frente Nacional que congregue a todas aquellas fuerzas con voluntad de justicia, en rigor, a la verdadera política hoy ausente en el seno de este imperio de los poderes económicos y los grandes negociados. Las inversiones no llegan y las deudas se acumulan, y en esa combinación las urgencias de los sectores más carenciados van perdiendo sentido, porque no sirven para fortalecer el valor de una moneda, sino tan sólo la dimensión de la acumulación de sus dueños. En otros tiempos, el sueño eterno liberal de eliminar a la oposición se resolvía con golpes de Estado para reducir la dignidad de la política que los enfrentaba. Ocurrió con Yrigoyen, con Perón, con Frondizi, con Illia y con Isabel. Hoy, alborozados, intentan disfrutar de la desaparición del peronismo, cosa que quizás sea posible, pero lo insensato es que estos codiciosos presupongan que eso implicará como consecuencia la desaparición de una alternativa opositora. Lenta pero inexorablemente la oposición bajo cualquier otro nombre va a recomponerse porque el daño no está dirigido sólo a las clases populares y medias, sino a los gobernadores y a los intendentes, a todos aquellos que tienen serias responsabilidades para con la ciudadanía. El intento de sustituir la política por el imperio de los negocios, los descuentos, la motosierra y otras enfermedades de grueso calibre es meramente la estupidez de la desmesura de los enriquecidos de hoy que son aún más perversos que los de ayer en su búsqueda de una abultada renta financiera sin inversión. Aunque eso pareciera ser insuperable, lo están logrando. Para finalizar, reitero que si el Imperio, si Estados Unidos, acude al proteccionismo porque su economía así lo exige, la absurda idea de algún personaje menor de que proteger “es cazar en un zoológico” lo único que marca es que a dicho personaje se olvidaron de hacerle la jaula que encierre la limitación mental de sus ideas.
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