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» Comercio y Justicia
Fecha: 03/07/2025 05:25
Por Evangelina Belén Mollar * Exclusivo para Comercio y Justicia Un grupo de científicos estadounidenses reabrió la semana pasada un debate tan espinoso como urgente: el uso de cuerpos en estado de muerte cerebral, mantenidos artificialmente, para avanzar en la experimentación médica. La propuesta, publicada en la revista Science, sugiere que este modelo -al que denominan Physiologically Maintained Deceased (PMD)– podría convertirse en una herramienta clave para acelerar descubrimientos en terapias genéticas, farmacología experimental y medicina regenerativa. Detrás de esta iniciativa están cuatro investigadores de gran prestigio: Brendan Parent, especialista en bioética, y los neurólogos Neel Singhal, Claire Clelland y Douglas Pet, todos vinculados a las universidades de California y Nueva York. Según ellos, estamos frente a una oportunidad sin precedentes para avanzar en la ciencia médica sin poner en riesgo a pacientes vivos. Pero la propuesta también nos obliga a revisar nuestros límites éticos, legales y culturales sobre el uso del cuerpo humano después de la muerte. ¿Qué implica el modelo PMD? Los autores del artículo plantean que un solo cuerpo en muerte cerebral, mantenido fisiológicamente mediante respiración asistida, podría ser escenario de cientos o incluso miles de experimentos comparativos al mismo tiempo. A diferencia de otros modelos preclínicos -como animales o simulaciones computacionales-, el PMD permitiría estudiar directamente el impacto de terapias genéticas, medicamentos o intervenciones quirúrgicas en un organismo humano real. Ya existen precedentes: en 1988, investigadores de la Universidad Estatal de Nueva York utilizaron un cuerpo en muerte cerebral para probar un anticoagulante. En 2002, el Centro Oncológico MD Anderson de Texas lo hizo para trazar un mapa de la circulación sanguínea humana. Más recientemente, tanto en Estados Unidos como en China, se han usado cuerpos de personas en muerte encefálica para probar trasplantes de órganos de cerdos genéticamente modificados. El modelo PMD, argumentan los científicos, permitiría institucionalizar y ampliar estas prácticas de forma ética y regulada. Frontera ética y legal A pesar de su potencial, la propuesta levanta interrogantes profundos. La muerte cerebral -definida como la pérdida total e irreversible de la actividad cerebral- representa, legalmente, el fallecimiento de una persona, aunque el cuerpo pueda mantenerse con funciones básicas mediante soporte vital. Esta distinción no siempre es comprendida por la sociedad, y muchas veces genera resistencias emocionales y culturales. Federico de Montalvo Jääskeläinen, ex presidente del Comité de Bioética de España, lo explica con claridad: “Desde el punto de vista legal y ético, el sujeto está muerto. Por lo tanto, donar el cuerpo para investigación es posible, siempre que haya habido consentimiento previo. El dilema aparece cuando no existe esa manifestación: ¿pueden decidirlo los familiares? ¿Deberíamos aplicar un modelo de consentimiento presunto como el que se usa en la donación de órganos?”. La legislación española, por ejemplo, establece que toda persona es donante de órganos salvo que haya manifestado lo contrario en vida (modelo opt-out). Bajo ese mismo principio, podría contemplarse el uso de cuerpos para investigación post mortem. Sin embargo, los expertos advierten que se necesita un marco normativo claro y robusto que distinga entre donación de órganos, donación anatómica y uso para investigación experimental. ¿Progreso o explotación? La posibilidad de experimentar con cuerpos en muerte cerebral podría cambiar radicalmente la forma en que desarrollamos tratamientos médicos. Pero también exige que revisemos los límites éticos del consentimiento, la dignidad humana y el riesgo de despersonalización del cuerpo. La imagen de cuerpos humanos conectados a máquinas, utilizados como bancos de prueba médica, remite a pura ciencia ficción. No obstante, los científicos insisten en que el modelo propuesto está lejos de cualquier fantasía apocalíptica: los cuerpos serían utilizados solo con autorización expresa del fallecido o de sus familiares, en unidades de cuidados intensivos controladas, y bajo protocolos éticos rigurosos. “El potencial para avanzar en la ciencia es tremendo”, escriben los autores. Y tienen razón: con este modelo, podríamos acelerar el desarrollo de terapias que salven millones de vidas. Pero, como advierten muchos bioeticistas, la pregunta clave no es solo si podemos hacerlo, sino si debemos hacerlo. Aplicaciones reales y límites temporales El modelo PMD ya se está utilizando de forma experimental en procedimientos de trasplantes de órganos de origen animal. En 2024, un hospital militar de China anunció el primer trasplante exitoso de un hígado porcino modificado genéticamente en una persona con muerte cerebral. Desde 2021, también se han hecho ensayos similares en Nueva York con corazones y riñones. En España, el cirujano Pablo Ramírez, del Hospital Virgen de la Arrixaca (Murcia), ha solicitado autorización para realizar trasplantes temporales de hígados porcinos en pacientes con fallo hepático fulminante. Según él, estos órganos permitirían mantener con vida a la persona durante unos días, hasta que se consiga un órgano humano compatible. Sin embargo, Ramírez también advierte dos limitaciones clave del modelo PMD: por un lado, los cuerpos en muerte cerebral deberían utilizarse prioritariamente para donación de órganos. Por otro, el tiempo durante el cual se puede mantener un cuerpo con soporte vital es limitado, por lo general no más de una o dos semanas. Eso restringe el tipo de experimentación que puede realizarse, especialmente si se trata de estudiar efectos a largo plazo. El consentimiento informado Desde la bioética, uno de los pilares fundamentales para avanzar con una propuesta como esta es el consentimiento informado. Ya sea en vida por parte del donante, o post mortem por parte de sus familiares, la decisión debe estar mediada por información clara, condiciones éticas estrictas y un marco legal sólido. En este punto, es clave promover una conversación pública honesta, sin sensacionalismo ni tabúes, sobre qué tipo de usos estamos dispuestos a aceptar para los cuerpos después de la muerte. Si hoy ya aceptamos que se utilicen para enseñar anatomía, para formar cirujanos o para salvar vidas mediante trasplantes, ¿por qué no permitir su uso en investigaciones que también pueden tener impacto directo en la salud pública? Conciencia El modelo PMD no es ciencia ficción. Es una posibilidad real que ya se está aplicando en contextos específicos, y que podría convertirse en una herramienta clave para acelerar el desarrollo médico del siglo XXI. Pero para que esto ocurra de forma ética, necesitamos establecer límites claros, mecanismos de consentimiento efectivos y un compromiso social con la transparencia y la equidad. El cuerpo humano no debe convertirse en un recurso utilitario sin rostro, pero tampoco podemos dejar que el miedo o la desinformación bloqueen oportunidades científicas que podrían salvar miles de vidas. La ciencia necesita avanzar. Pero necesita hacerlo con conciencia y con ética. (*) Abogada. Especialista en Bioética. Integrante del comité de Bioética del Incucai (antes, de la SAU y del Hospital Vélez Sarsfield). Directora Regional para Latinoamérica, división Bioethx, Aquas.inc. (Washington DC). Consultora.
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