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    » Diario Cordoba

    Fecha: 01/07/2025 07:56

    Dado que finalmente todos seremos pasado, está bien insertar nuestra huella sobre hitos señeros, una forma acaso inútil pero insolente de burlarnos del tiempo. En la catedral de Washington cuesta encontrar un grutesco de Darth Vader, a la manera de las gárgolas de Notre Dame. En una de las restauraciones de la catedral de Salamanca, camuflado entre esculpidas hojas de acanto, irrumpe un astronauta. Una de las devastadas vidrieras de la abadía de Westminster, bombardeadas por los nazis, fue reemplazada por imágenes de pilotos de la RAF, cual si fueran ángeles laicos. Si hubiese que actualizar la heráldica cordobesa, habría que incorporar un tren en el escudo de la ciudad. La estación de Córdoba hilvana perfectamente la doble acepción de partir: de un lado, la hipnotizante inquietud del viaje; las catenarias que sustituyeron a la carbonilla; los trolleys que se zamparon aquellas maletas de cartón con las que en Alemania emulábamos a los subsaharianos; las garitas de los soldados de reemplazo que tenían a tiro de su testosterona a las putas de Cercadilla. De otro, partir como demediar: la abisagrada silueta del viaducto, que hacía de extramuros a todo el norte de la ciudad, como si fuese la Puerta Tierra gaditana. El último tributo a esa partición fue el arrebol del progreso, ferrocarriles que se catapultaban como galgos tras los fastos del 92 y ahora renquean por culpa de unas orinecidas infraestructuras. Aquellas picas de modernidad se llevaron por delante el palacio de Maximiano Hercúleo y ocasionaron turbulencias entre los vástagos del califa rojo, que ya estiraban las hebras de su carisma. Julio Anguita asaltó los cielos de Madrid gracias a la singularidad cordobesa y a irradiar un mesianismo programático que acaso no se compartía, pero se respetaba puesto que la coherencia y la integridad eran valores refugio como el patrón oro. Anguita fue el Pepe Mujica patrio, la antítesis e incluso la némesis de este carrusel de chuloputas cuyos desmanes han explotado en la línea de flotación de un partido centenario. La inmortalidad ya no se trabaja las grandes plazas, o las estatuas entre las pérgolas, como la del Príncipe feliz de Oscar Wilde. Prefiere las infraestructuras de transporte, porque el tránsito de pasajeros concilia mejor con el ‘tempus fugit’. Todas las metáforas del mundo para esos trenes que se pierden en distintas direcciones, como si Dante y Virgilio hubiesen decidido hacerse guardagujas. La estación de Córdoba va a llamarse Julio Anguita, lo cual habla bien de una Corporación que se encuentra en sus antípodas y hace cotizar al alza estos reservorios de consenso. Los andenes se han convertido en templos votivos de estos tiempos frenéticos, nominados con figuras que auparon la patria chica, mientras se denuesta a un antiguo titular de la cartera de Transportes. *Licenciado en Derecho, graduado en Ciencias Ambientales y escritor

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