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  • El récord de US$ 100.000 millones en armamento nuclear refleja la tensión entre Israel e Irán

    Parana » Informe Digital

    Fecha: 22/06/2025 14:30

    El mundo se encuentra en uno de los momentos más peligrosos de la historia reciente. La guerra que persiste en Ucrania, la creciente militarización en Medio Oriente, el conflicto civil en Sudán, las tensiones entre India y Pakistán, junto con el colapso casi total del sistema global de control de armas nucleares, configuran un panorama preocupante. A esto se suman los conflictos internos en Estados Unidos, donde marines en servicio activo han salido a las calles para contener protestas en Los Ángeles y un funcionario electo fue asesinado en Minnesota. Ante este escenario, es comprensible sentir que la situación global se desmadra. En este contexto, lo último que el mundo necesita es un aumento en el gasto en armamento nuclear. Estas armas, si se utilizan en cantidades significativas, podrían acabar con la vida tal como la conocemos. Sin embargo, un informe reciente de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN) señala que eso es precisamente lo que está ocurriendo. El gasto mundial en armas nucleares superó los US$ 100.000 millones en 2024, el último año con estadísticas completas. Esta cifra representó un aumento del 11 % respecto al año anterior, con más de la mitad del gasto total (US$ 56.000 millones) proveniente de Estados Unidos. A pesar de los evidentes riesgos de seguir acumulando armamento nuclear en un mundo que ya cuenta con miles de estas armas, las ganancias derivadas de su desarrollo, construcción y mantenimiento también son igualmente claras. El informe de ICAN identificó a 26 empresas que en 2024 obtuvieron US$ 20.000 millones en contratos vinculados a sistemas nucleares. Además, existen contratos pendientes por un total de US$ 463.000 millones, firmados en años anteriores. Aunque algunas potencias continúan aumentando el gasto en armamento nuclear, también hay señales que invitan a mantener la esperanza. Un total de 98 países han firmado, ratificado o se han adherido al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPNW), que prohíbe todas las actividades relacionadas con armamento nuclear y compromete a los firmantes a trabajar por su eliminación. La incertidumbre radica en si las sociedades de los países que poseen armas nucleares —Estados Unidos, Rusia, China, India, Pakistán, Francia, el Reino Unido, Corea del Norte e Israel— serán capaces de presionar a sus gobiernos para que se adhieran al tratado o, al menos, reduzcan sus arsenales y acepten ciertas normas mínimas, como protocolos de comunicación en situaciones de crisis o compromisos para no lanzar un ataque nuclear como primer paso. Las perspectivas de reducir los arsenales nucleares y el riesgo de una guerra atómica parecen lejanas en el corto plazo. Sin embargo, la historia demuestra que, con suficiente presión pública, la política nuclear puede cambiar rápidamente. Un ejemplo claro fue lo que ocurrió durante el gobierno de Ronald Reagan. En pocos años, un presidente que se declaró abiertamente anticomunista, quien llamó a la Unión Soviética “el imperio del mal” y llegó incluso a bromear sobre el inicio de un bombardeo en “cinco minutos“, terminó reconociendo que “una guerra nuclear nunca se puede ganar ni se debe librar”. Este cambio abrió el camino para que Estados Unidos y la Unión Soviética redujeran significativamente sus arsenales. Ese cambio no se debió a una peculiaridad personal o a una crisis de conciencia de Ronald Reagan, aunque personas cercanas a él han mencionado su fuerte oposición a la idea de usar un arma nuclear. El motor real del giro en la política nuclear de su administración fue el movimiento antinuclear en Estados Unidos, cuyo símbolo fue la campaña por el congelamiento nuclear. Este reclamo cobró impulso en junio de 1982, con un millón de personas movilizándose en el Central Park de Nueva York para exigir el desarme. A medida que crecía el movimiento, los asesores del presidente le advirtieron que la demanda antinuclear había calado hondo en gran parte de la sociedad. Si deseaba mantenerse a flote políticamente, debía demostrar que la población no vivía con el temor constante de morir en un holocausto nuclear. Así lo hizo: apostó por el fallido programa de defensa antimisiles conocido como Star Wars y, al mismo tiempo, abrió un diálogo serio con el líder reformista soviético Mijaíl Gorbachov para reducir el arsenal atómico. La historia no suele repetirse de manera exacta, pero la inestabilidad global puede impulsar a ciudadanos y diplomáticos a tomar acciones concretas para controlar y reducir los arsenales nucleares del mundo, así como disminuir el riesgo de su uso. Sin embargo, antes de ello, es crucial que mejoren las relaciones entre las tres grandes potencias nucleares: Estados Unidos, Rusia y China. No es necesario que se conviertan en aliados, pero sí deben comprender algo básico: nadie saldrá vencedor si la carrera armamentista nuclear se descontrola. Es urgente que se sienten a dialogar sobre cómo frenar y reducir estas armas que pueden acabar con todo. *Con información de Forbes US.

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