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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 22/06/2025 05:04
El caso Emanuela Orlandi cumple 42 años como uno de los grandes misterios de la historia del Vaticano Suele decirse que Ciudad del Vaticano es un pequeño territorio que guarda grandes secretos y está habitado por muchos misterios. El caso de Emanuela Orlandi tiene todo para abonar esa teoría porque, precisamente, cuando se cumplen 42 años de la desaparición de la adolescente su paradero y su destino siguen siendo un enigma sobre el cual, puertas adentro de la ciudad, hay personas que continúan sin revelar lo que saben. Desde la tarde del miércoles 22 de junio de 1983, cuando se le perdió todo rastro, corrieron rumores que señalaron a la mafia romana, versiones de abusos sexuales en las más altas esferas de la Santa Sede, una pista que apuntó al terrorista turco Alí Agca, por entonces preso luego de atentar contra el papa Juan Pablo II, y teorías que relacionaron el hecho con el escándalo del Banco Ambrosiano –la banca vaticana-, que había estallado con la muerte del financista Roberto Calvi apenas cuatro días antes de la desaparición de la chica. Hubo también pistas que no llevaron a ninguna parte o que, llamativamente, no fueron investigadas como correspondía: desde tumbas vacías y supuestos restos encontrados, hasta la revelación de un documento del Vaticano que daba cuenta de fondos girados a Inglaterra durante años para las necesidades de una enigmática mujer escondida allí que podría ser o haber sido Emanuela. Y silencio, mucho silencio, porque más allá de decenas de denuncias, durante décadas las autoridades vaticanas esquivaron responder a los requerimientos judiciales. Lo que no pudieron evitar fue que en 2022 se estrenara la miniserie documental La chica del Vaticano, que volvió a poner en primer plano el caso y todas esas preguntas sin respuesta. Como el de la Santa Sede, el territorio donde se le perdió el rastro a Emanuela, de 15 años, hija del empleado del Palacio Apostólico, también es pequeño. La distancia entre la Plaza Navona, en Roma, y la Plaza San Pedro, suma apenas cuatro kilómetros y es uno de los trayectos más seguros del mundo, con policías, carabineros y guardias suizos de mirada atenta a cualquier hecho extraño. Sin embargo, allí nadie vio nada, o casi. Aquel miércoles, a las siete y veinte de la tarde, después de su clase de música en el Instituto Tommaso Ludovico da Victoria, muy cerca de plaza Navona, Emanuela despidió de su amiga Raffaella Monzi en una parade de colectivos. Raffaella volvía a su casa, Emanuela se quedaba a esperar a su hermana Cristina para que la acompañara a una cita donde alguien la contrataría para que vendiera productos Avon. Es lo último que se supo de ella, o casi. El silencio y la falta de respuestas del Vaticano alimentan las sospechas y teorías conspirativas La última discusión Emanuela era –quizás sigue siendo en algún lugar desconocido- la cuarta hija del matrimonio de Ercole Orlandi y Maria Pezzano, quienes vivían dentro de las murallas del Vaticano debido a que Ercole trabajaba como funcionario del Palacio Apostólico. Ella y sus hermanos -Natalina, Pietro, Federica y Cristina- crecieron en un antiguo departamento que estaba ubicado dentro de la ciudad estado lo que, según definió alguna vez su hermana Natalina, era como “vivir en un pueblo pequeño, con la única diferencia que a las 9 de la noche se cerraban las puertas”. Además de asistir a la escuela, Emanuela iba a cursos de música. A los 15 años, tocaba el piano, integraba un coro y había empezado a dedicarse a la flauta. Concurrir a las clases del Instituto Tommaso Ludovico da Victoria era para ella una rutina que rara vez rompía. Y menos en junio de 1983, cuando había empezado a ensayar un espectáculo donde por primera vez tocaría en público su nueva pasión, la flauta traversa. La tarde del 22 de junio discutió con su hermano Pietro antes de salir. Emanuela le pidió que la acercara en el auto hasta el Instituto. Pietro se negó porque tenía otros planes. “Tuvimos una pelea, porque ella tenía esa lección de música. Hacía mucho calor y me negué a ir con ella porque tenía algo más. Así que cerró la puerta y se fue, ese es el recuerdo final que tengo”, contó el hermano varón, que nunca se dejó de culpar por esa negativa. Emanuela Orlandi durante un concierto de flauta. La desaparición de la adolescente sigue sin resolverse pese a múltiples teorías y pistas falsas Un agujero negro Eran poco más de las siete cuando, una vez terminada la clase, Emanuela acompañó a su amiga Raffaella a la parada del colectivo. Antes, había llamado por teléfono a su hermana Cristina para contarle que, cuando iba hacia el Instituto, se le había acercado un auto cuyo conductor le ofreció vender productos de belleza. Le pidió que la acompañara a la cita. En el trayecto hasta la parada, Emanuela le contó de la oferta a Raffaella. “Me dijo que le habían ofrecido distribuir productos para una casa de cosméticos en un desfile de modas. Le habían prometido 375.000 liras por repartir unos folletos”, contaría después la chica a la familia de Emanuela y a la policía. Muy cerca de allí, Cristina esperaba a su hermana menor para ir juntas a la cita, pero Emanuela nunca llegó. Durante casi una hora la buscó por la zona, sin suerte y, creyendo que se habían desencontrado, a las ocho y media de la noche volvió a su casa. Cuando les contó a sus padres, se preocuparon, porque Emanuela demoraba en volver y a las nueve de la noche se cerrarían como todos los días las puertas del Vaticano. Ercole salió a buscarla con el auto, pero tampoco pudo encontrarla. Desesperado, fue hasta la comisaría de Trevi –que correspondía al área donde estaba el instituto de música– para denunciar que su hija había desaparecido. En la seccional de la policía italiana no le quisieron tomar la denuncia. Esgrimieron dos razones: había pasado poco tiempo y, además, no les correspondía porque Emanuela era una ciudadana vaticana y no italiana. Dada la hora, Ercole debió esperar hasta la mañana siguiente para presentar la denuncia por la desaparición en la Inspección General de Seguridad Pública del Vaticano. Poco después surgió una posible pista: el guardia de tránsito Alfredo Sambuco y el agente de policía Bruno Bosco habían visto el día anterior a una muchacha que podía ser Emanuela con un hombre que llevaba “una bolsa publicitaria de Avon”, y que estaban junto a un coche BMW verde antiguo. La pista, sin embargo, se quedó ahí: en BMW verde no aparecía por ningún lado y los policías no recordaban la patente. Entonces la familia decidió dar un paso por sí misma y publicó la foto de Emanuela en el periódico Il Tempo. Pedían que quien tuviera información sobre su paradero los llamara a su teléfono particular. Durante los siguientes diez días recibieron cientos de llamadas, pero ninguna aportó nada, ni a la familia ni a la investigación oficial. El papa Juan Pablo II y el turco Ali Agca, dos nombres que se mezclan en el oscuro misterio de la desaparición de Emanuela Orlandi Un silencio y dos versiones Las autoridades del Vaticano guardaron un llamativo silencio durante diez días hasta que finalmente hablaron de manera oficial sobre la desaparición de Emanuela. Recién el domingo 3 de julio, en el Ángelus, Juan Pablo segundo dijo que no perdía “la esperanza en el sentido de humanidad de los responsables de este caso”. La declaración llamó la atención, porque si algo cuidan las altas jerarquías del Vaticano es el uso de las palabras y Wojtyla insinuaba que podía tratarse de un secuestro. Resultó extraño, porque nadie se había comunicado todavía con la familia ni con la policía para exigir un rescate o hacer alguna otra demanda por la liberación de la adolescente. Entonces se produjo lo que pareció ser la primera pista. Dos días después de la declaración del papa, el 5 de julio, un hombre con acento inglés que se identificó como “El Americano” y dijo ser parte de una organización hizo una demanda concreta a cambio de la liberación de la adolescente, a la que supuestamente su grupo tenía secuestrada: “El Papa Wojtyla debe intervenir para lograr la liberación de Alí Agca antes del 20 de julio”. El terrorista turco llevaba dos años preso por intentar asesinar –alcanzó a herirlo- a Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981. El 7 de julio el Papa recibió a la familia Orlandi en una audiencia, pero lo único que hizo fue intentar consolarlos y al día siguiente Agca anunció que se negaba a ser intercambiado por Emanuela y que los secuestradores debían liberarla sin condiciones. En los meses sucesivos, las intervenciones de Juan Pablo II y de Agca en el caso siguieron generando interrogantes. La chica del Vaticano, trailer oficial de Netflix Recién el 24 de diciembre –seis meses después de la desaparición de Emanuela-, Karol Wojtyla visitó a la familia Orlandi en su casa, donde volvió a intentar darle consuelo, pero antes de irse pronunció una frase enigmática: “El de Emanuela es un caso de terrorismo internacional”. No les explicó por qué, y ninguno de los Orlandi se atrevió a preguntarle. Por su parte, en una audiencia del juicio por el ataque al Papa, Agca volvió a negarse a ser intercambiado por la chica secuestrada y dijo que la adolescente era rehén de la logia masónica Propaganda Due. Poco después se contradijo y culpó del presunto secuestro a la organización turca Lobos Grises. Más que aclarar, tanto el Papa como Agca, parecían dispuestos a aportar a la ya bastante oscura confusión que había en la investigación del caso. A todos esto, desde hacía meses, la familia Orlandi había dejado las comunicaciones telefónicas con los presuntos secuestradores en manos de Gennaro Egidio, un abogado recomendado por los servicios secretos italianos. “El Americano” se comunicó con él 16 veces y en dos ocasiones le hizo escuchar grabaciones en las que una chica que según él era Emanuela, gritaba mientras era torturada. Fue durante una de las últimas llamadas y después “El Americano” desapareció como Emanuela, para no volver a aparecer. Una imagen del 18 de diciembre de 2011: Pietro, hermano de Emanuela Orlandi, sostiene una pancarta con su foto frente a la plaza de San Pedro mientras el papa Benedicto XVI dirige la oración del ángelus (REUTERS/Stringer/Archivo) Mafiosos y billetes Después de eso, la desaparición de Emanuela quedó estancada, convertida en eso que en Estados Unidos se llama “cold case”. Ercole Orlandi murió el 4 de marzo de 2004 sin saber nada sobre la suerte corrida por su hija. Entonces –como disparada por esa muerte- se produjo una verdadera explosión de nuevas pistas, a partir de testimonios diversos. Fue como si alguien hubiera querido poner el tema nuevamente en el tapete, pero no para aclararlo sino para confundir aún más, y también para cobrarse viejas deudas. La primera en hablar fue una mujer llamada Sabrina Minardi, que se presentó en 2006 en el programa de la televisión italiana Chi l’ha visto, dedicado a la búsqueda de personas desaparecidas. Allí dijo que había sido amante de Enrico de Pedis, alias Renatino, jefe de la “Banda de la Magliana”, como se conocía a la mafia de Roma. Frente a las cámaras, Minardi dijo que de Pedis había sido el organizador del secuestro de Emanuela y que ella tuvo secuestrada a la adolescente en su casa hasta que Renatino se la llevó para matarla y tirar su cuerpo en una mezcladora de cemento. Dijo también que el mafioso no había actuado por iniciativa propia sino bajo las órdenes de “El Americano”, a quien identificó como el arzobispo Paul Marcinkus, involucrado en el escándalo del Banco vaticano que le había costado la vida a Roberto Calvi. El tratamiento mediático del caso provocó una reacción. Días después de la aparición televisiva de Minardi se hizo público un informe de los servicios secretos italianos donde se sugería –en coincidencia con los dichos de la mujer– que Marcinkus podía ser “El Americano”. Citada por la justicia, tres años después, su testimonio permitió encontrar un sótano donde presuntamente estuvo secuestrada Emanuela y también el BMW gris presuntamente utilizado en el secuestro. Para entonces, tanto de Pedis como Marcinkus estaban muertos y, si sabían algo, se lo habían llevado el secreto a la tumba. Mientras tanto, investigaciones independientes, no relacionadas con la desaparición de Emanuela, demostraron que una de las maniobras delictivas del Banco Vaticano consistía en lavar dinero de la mafia que le daba en efectivo Enrico de Pedis. También comprobaron que parte de ese dinero de la mafia fue utilizado por el Vaticano en los años ’80 para financiar el grupo “Solidaridad”, liderado por Lech Walesa, en Polonia. En su declaración, Sabrina Minardi había dicho que una vez vio a Renatino entregarle mil millones de liras al arzobispo. Al conocerse todo esto, Pietro Orlandi reveló que durante la investigación de la desaparición de su hermana, la policía había manejado la hipótesis que cuando la mafia le reclamó a Marcinkus un dinero entregado para lavar, el arzobispo no pudo devolverlo y que el secuestro de la adolescente, hija de un funcionario del Vaticano, era una represalia mafiosa. En 2023, el Papa Francisco ordenó reabrir la investigación y el Parlamento italiano creó una comisión especial (AP) Piezas sin encastrar El rompecabezas de la desaparición de Emanuela Orlandi tiene también una serie de piezas que no encastran con las anteriores. Tres años después de las declaraciones de Minardi ante la justicia italiana, el exorcista del Vaticano Gabriele Amorth afirmó que “se trató de un caso de explotación sexual con el consiguiente homicidio poco después de la desaparición y ocultamiento del cadáver”. Para sostener esa teoría, dijo que en Ciudad del Vaticano “se organizaban fiestas en las cuales estaba involucrado como reclutador de muchachas también un gendarme de la Santa Sede. Creo que Emanuela fue víctima de esto”. No pudo aportar pruebas, pero en 2022, en el documental de Netflix, una amiga de Emanuela contó que poco antes de desaparecer la chica le había contado que estaba siendo “molestada” con intenciones sexuales por “alguien cercano al Papa” Wojtyla. También se sumaron pistas que hicieron suponer que Emanuela podía estar viva, con otra identidad, por decisión del propio Vaticano. Las aportó el periodista italiano Emiliano Fittipaldi, que en su libro Los impostores, de 2017, asegura que tuvo acceso a un documento de la Santa Sede donde se revela que se pagaron 483 millones de liras para “mantener alejada de su domicilio a la ciudadana Emanuela Orlandi”, a la que habrían llevado a Londres, donde seguía residiendo. Según Fittipaldi, recibió el documento de seis páginas escrito a máquina de un contacto de la Santa Sede, con todos los gastos que habría acarreado Emanuela entre 1983 y 1989. El periodista le adjudicó la autoría al jefe de la Administración del Patrimonio del Vaticano, Lorenzo Antonelli, que inmediatamente lo negó: “Las noticias contenidas en el texto son falsas y sin fundamento alguno”, aseguró. Las cosas se complicaron aún más en 2019 cuando Pietro Orlandi recibió una carta anónima que contenía las fotos de una estatua y de una tumba del Cementerio Teutónico del Vaticano. Se trataba de la “Tumba del Ángel”, donde había sido enterrada la princesa alemana Sofía de Hohenlohe-Waldenburg-Bartenstein, y de la lápida del lugar donde reposaban los restos de Carlota Federica de Mecklemburgo-Schwerin. La Santa Sede autorizó que se abrieran las tumbas para comprobar si allí se encontraba el cadáver de Emanuela y la sorpresa fue doble: no solo no había vestigios de los restos de la adolescente desaparecida, sino que también faltaban los huesos de las dos princesas que supuestamente estaban enterradas en ellas. Esa fue la última pista falsa. A poco tiempo de asumir, Francisco le dijo a Pietro Orlandi una frase enigmática: “Emanuela está en el cielo” (AP) “Emanuela esté en el cielo” En enero de 2023, cuando Emanuela hubiera cumplido 55 años, el papa Francisco ordenó reabrir la investigación sobre su desaparición, luego de reiterados pedidos que desde hacía años venía presentado la abogada de la familia, Laura Sgrò. Por orden del pontífice, el fiscal del Vaticano, Alessandro Diddi, dijo que “todos los archivos, documentos, informes, información y testimonios” relacionados con el caso serían reexaminados para “no dejar piedra sin remover”. Casi al mismo tiempo, el Parlamento italiano creó una comisión de investigación para buscar respuestas. El Papa Francisco murió el 21 de abril de este año sin explicar nunca por qué en 2013, poco después de ser elegido para ocupar el trono de San Pedro, le dijo a Pietro Orlandi una frase enigmática: “Emanuela está en el cielo”. Cuando se cumplen 42 años de la desaparición de Emanuela Orlandi, el caso continúa estancado y constituye -junto con las muertes del jefe de la Guardia Suiza Alois Estermann, su esposa Gladys Meza y el sargento mayor Cedric Tournay, ocurridas en mayo de 1998– uno de los mayores misterios de la historia reciente del Vaticano.
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