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  • De Capitán Bermúdez a San Petersburgo: "Hacer danza es tocar el cielo con las manos"

    » La Capital

    Fecha: 22/06/2025 14:04

    La bailarina y profesora rosarina Guillermina Marini dirige el instituto Tocando el cielo, de Funes, donde Eleonora Cassano da cursos y toma exámenes. Trabajó 14 años en Capitán Bermúdez y bailó en el El Círculo, en el Colón y en los ballets de San Petersburgo, Moscú y Nueva York Guillermina Marini: " Cuando era chica éramos cientos en El Círculo, yo estaba con el pie arriba de la barra y vino Eleonora Cassano y me lo acomodó. Guardo esa zapatilla de punta hasta el día de hoy" “Hacer danza es tocar el cielo con las manos” define la bailarina y profesora rosarina Guillermina Marini durante la hora larga de charla con La Capital sobre el apasionante mundo de las zapatillas de punta voladoras, sentados en la pequeña recepción del instituto Tocando el cielo , un oasis vidriado que florece entre los árboles del ingreso a Funes por la vieja ruta 9. Enormes ojos marrones, cabello negro largo, remera celeste, pantalón, saco y botitas negras, Guillermina se transforma cuando recuerda la noche en la que le pidió un autógrafo a Julio Bocca, quien cenaba en la mesa cercana del restaurante de un hotel rosarino: “Era tal la emoción que tenía que no pude decirle nada”. Nacida el 28 de mayo de 1983 en el barrio de Arroyito, “al lado de Náutico”, Guillermina es hija de Graciela, secretaria de un estudio contable, y de Juan Carlos, un viajante de repuestos de auto que recorrió el país, y desde los cuatro años comenzó a incursionar en el mundo de la danza. -Hermosa. Me crié en Arroyito. Mis recuerdos son el club y la danza. Mi papá fue toda la vida al Club Náutico, él iba de chiquito, yo iba con mi hermano y siempre fuimos como familia. Y desde los cuatro años empecé a bailar. -¿Cómo empezaste a bailar a los cuatro años? -Fue rarísimo porque nadie en la familia hacía danza. Mi mamá dice que yo estaba mirando algo por televisión y vi lo que después entendimos que era “La muerte del cisne”, de Maya Plisétskaya. Y yo me quedé mirándolo y le dije a mi mamá: “Quiero hacer eso”. Y mi mamá me empezó a llevar a hacer otras cosas como expresión corporal y teatro porque hace 40 años la danza no era tan común ni tan accesible. Pero yo iba y no me gustaba. -¿Y dónde practicabas danza? -En el barrio, donde había un saloncito, y después fui un tiempo a la Escuela Provincial de Danzas, pero no me terminaba de gustar. Y a los cinco años me llevaron a danza con los maestros rusos Maya Volodina y Eric Volodin, que eran padre e hija, en el Teatro Colón. "Llegué al Colón por una nota de La Capital" -¿Y cómo llegaste a bailar con ellos en el Colón? -Mi tía Teresita, la hermana mayor de mi mamá, vio una nota en el Diario La Capital que anunciaban que había un intercambio en el que venían maestros rusos dos o tres años al Teatro El Círculo a armar la Escuela Galina Ulanova, que fue una bailarina rusa muy trascendental. Ellos armaron esa escuela con un convenio que se hizo en la Argentina. Mi tía vio la nota en el diario y le dijo a mi mamá por qué no me llevaba. Yo estaba en la Escuela Provincial de Danzas, donde hacíamos juegos vinculados con la comedia musical y con la expresión corporal, pero yo quería algo más formal y más netamente clásico. -¿A esa edad ya sentías pasión por la danza? -Sí, la danza me encantó siempre. Tengo recuerdos de estar de chiquita en el pañol (escenario para danza, contiguo al principal) del Teatro El Círculo y que estaba fascinada por poder cambiarme en los camarines. Eramos un grupito de chicas de cinco o seis años con los maestros rusos, que no hablaban una palabra de español. -¿Y cómo hacían para comunicarse? -Teníamos una traductora, Tamara, que estuvo toda la vida con ellos. Después ellos se fueron, de más grande fui cambiando de maestros y empecé trabajar con gente de Buenos Aires. Estuve muchos años con maestros rusos y después pasé a bailar con Sandra Vay, que es argentina, una maestra y profesora de Rosario. -¿Cómo llegaste a bailar en el Teatro Colón? -A los 13 años fui a una audición (una selección, en danza) a la que convocaba Sandra Vay, una maestra de Rosario, para hacer una función de “La bella durmiente”, con bailarines del Teatro Colón, que eran primeras figuras, y ahí quedé y empecé a trabajar con ella. Si bien ella es argentina, trabaja muy bien la técnica y su nivel era en ese momento el mejor de la ciudad y trabajaba mucho con maestros y bailarines del Teatro Colón. Hicimos cosas muy hermosas. Empezamos a hacer viajes a Buenos Aires en combi, solas con el grupo de compañeras. >>> Leer más: Jorge Cánepa: "Yo era pianista 20 años antes de tener el piano" -¿Cómo fue el cambio de bailar con maestros rusos a una maestra argentina? -Yo no noté nada. Depende de qué maestro se trate. Sandra tenía una apertura para ir a bailar con maestros en Buenos Aires, en el Teatro Colón, a diferencia de los rusos, que enseñaban ahí y nada más. No estaban vinculados con otros maestro y coreógrafos. A través de Sandra trabajé con un montón de maestros: con Iván Ivanov; ahí conocí a Alejandro Parente, que es una gran figura de la danza; con Marisel De Mitri, con un montón de gente de Buenos Aires que son realmente eminencias de la danza, que me permitieron llegar hasta aquí. -¿Saliste del barrio y entraste en el gran mundo de la danza? -En cuando a la apertura sí, fue como una gran puerta a un montón de cosas: en conocimiento, aprendí a bailar porque ya había empezado a bailar con punta con los rusos, pero ahí conocí mucho más el mundo del ballet, donde empecé a bailar un montón de funciones de ballet como “La bella durmiente”, “Corsario”, “Cascanueces”, hice mi primera función como solista con la danza árabe del ballet “Cascanueces” y “El hada de la pureza” de “La bella durmiente”. Fue un gran crecimiento en poco tiempo, fueron cuatro años muy intensos. guille 2.jpg Virginia Benedetto / La Capital -¿Te fuiste a vivir a Buenos Aires? -No, viajé mucho. Era chica, siempre tuve la intención de irme a vivir a Buenos Aires, pero por cuestiones económicas nunca lo pude hacer. Mi mamá se movía todo lo que podía para conseguir algún aval o algún subsidio. Cuando yo era más chiquita mi mamá les fue a plantear a los rusos que no podíamos pagar la cuota, así yo estaba becada por los rusos. Era muy complejo acceder al ballet, era una elite, a diferencia de hoy, que es más accesible. Las zapatillas de punta eran caras. Mis regalos de Navidad o de cumpleaños eran o plata para las puntas o zapatillas de punta. Todo estaba enfocado a eso. -¿Cuánto vale un par de zapatillas de punta? -Las puntas nacionales o brasileras están entre 90 y 100 mil pesos. Y las puntas que son un poco más profesionales están entre 110 y 120 dólares. Es un número, pero comparadas con un palo de hockey o un par de patines no son tan caras. -¿Cuánto dura un par de zapatillas de punta? -Depende de la actividad que hagas y del tiempo que la uses. Si las usás una vez al mes te van a durar más, como una zapatilla de calle, y de la fuerza que tengas en el pie. Me duraban un mes y ya las quebraba. Y después estaba el resto del año con las zapatillas quebradas. Me acuerdo que la maestra rusa me miraba y me hacía gestos diciendo: “No, no, no...” y en su idioma me retaba porque no le gustaba que estuviera con esas zapatillas, pero eran las que había. -¿Cómo son ahora las zapatillas de danza? -Hoy en día son mucho más anatómicas. Hasta hay zapatillas de plástico. Fueron avanzando mucho. En aquel momento eran de madera, yeso, papel de diario y forradas en raso. “Subite y dale que va”. Después fueron avanzando mucho hasta llegar a las actuales zapatillas rusas, que ahora son mucho más blandas, acolchonadas, que acompañan al pie. Eran duras, pero tampoco eran esa imagen del pie sangrante. Te hacían una ampolla, te dolían los dedos, pero nunca sufrí con ese dolor, aunque me he llegado a anestesiar los dedos gordos con la silicona líquida. "La danza de la Escuela Vaganova es exquisita" -¿Por qué los rusos son buenos bailarines? -Porque la danza en Asia, con la metodología rusa de la Escuela Vaganova, es exquisita. Y porque son muy metódicos, muy disciplinados, y trabajan mucho. Ellos eligen a los bailarines: “Vos podés estudiar y vos no. Si tenés las condiciones bailás y si no las tenés, no”. En ese sentido es también más cruel porque a lo mejor querés ser bailarín, pero el maestro o el director te dice que no podés y no podés ir a la escuela. -¿Pasa como acá con el fútbol? -Sí, tal cual. Lo que pasa es que en el fútbol está bien visto que te digan “no podés estar”. En la danza es como una discriminación. Que tenés que ser delgada, larga, un montón de cuestiones como que no podés tener pancita. A nadie se le ocurre que Messi podría tener pancita porque se agitaría y no podría correr. A Maradona cuando estaba exedido de peso todo el mundo lo criticaba porque no podía correr, y eso estaba bien. Igual hoy en día también se busca más la salud, antes un bailarín tenía que ser extremadamente delgado a costa que lo que fuera, entonces había mucha más enfermedad. Hoy en día se busca un equilibrio entre estar delgado y estar saludable para poder bailar. -¿En la danza se acepta ahora otro modelo de cuerpo? -En realidad no se acepta otro modelo de cuerpo. Si vos mirás a los bailarines de los grandes ballets del mundo son delgados, lo que pasa es que se cuidan en cómo llegar a estar delgados. Hay detrás mucho trabajo de equipo en acompañar psicológicamente, con la alimentación y el entrenamiento para evitar lesiones. No está bien visto estar delgado por una anorexia, a diferencia de antes cuando era bien visto un delgado anoréxico. Y también era una cuestión de autoexigencia de los bailarines. La danza es una disciplina muy estricta. Con nuestros cuerpos en Sudamérica no nacimos para la danza por un montón de cuestiones. Es ir en contra de muchas cuestiones: ya desde el modo cómo nos paramos las bailarinas porque el cuerpo nació para pararse con los pies en paralelo y no rotados a 180 grados. Es muy exigente. guille 3.jpg Virginia Benedetto / La Capital -¿Cómo es el día de una bailarina profesional? -Cuando me entrenaba mucho me levantaba a las 7, me preparaba el bolso, me iba a tomar el colectivo para ir al salón de danzas, donde estaba desde las ocho y media o nueve hasta las ocho o nueve de la noche. Hacíamos distintos entrenamientos. Practicábamos 12 horas por día, incluso sábado y domingo. Cuando trabajábamos con los coreógrafos de Buenos Aires ellos venían incluso sábados, domingos y feriados. No teníamos ni un día franco, pero nos sentíamos felices de estar ahí adentro. Teníamos un rato libre cuando no te tocaba ensayar, que usábamos para comer, o el maestro paraba para comer, y después seguíamos. Y cuando iba a la escuela me levantaba más temprano, a las seis o seis y cuarto, y me llevaba la mochila de la escuela y la mochila de danza, y de la escuela derecho al teatro o al salón de danza, y ya me quedaba ahí. Y en el verano y en las vacaciones de invierno nos íbamos a hacer los cursos a Buenos Aires. Leer más: La piloto de Funes en Europa: "Mis padres siempre respetaron mis sueños y me dejaron volar" -¿Hubo un día en el que dijiste: “La danza es lo mío”? -Para mí siempre lo fue. No tengo registro de cuándo no hubo danza. La danza vino conmigo. No tengo ese recuerdo. -¿Nunca pensaste hacer otra cosa? -Cuando estaba en cuarto año de la secundaria dije que me hubiera gustado estudiar psicología, pero nunca lo puse en una evaluación entre danza y psicología. Hoy me gusta escuchar y acompañar en algunas cuestiones, pero no fue ni siquiera una posibilidad. "Bailar en el Bolshoi fue increíble" -¿Cómo llegaste a bailar en el Bolshoi? -Hice el Profesorado Provincial de Danzas en la Escuela Nigelia Soria y en 2011 me fui a Rusia, a hacer cursos a San Petersburgo y Moscú. Hacer un curso y bailar en el (Ballet) Bolshoi fue increíble, también remontándome a esa infancia y adolescencia en la que a mis padres les costaba. Mi mamá siempre buscaba algún subsidio para llegar a esos cursos en Buenos Aires, donde a los 13 años estuve alojada en convento de monjas que hospedaba chicas, que estaba cerquita del Teatro Colón. Tenía media pensión y me iba caminando hasta el Colón. Y también iba a hacer cursos por fuera del teatro. Te hacían un seguimiento, yo tenía que anotar la hora de salida y la de entrada. Fue muy fuerte pasar de una situación económica compleja a estar en Rusia pagada por mí misma. -¿Cómo hiciste para llegar a Rusia y a Nueva York? -A los 15 años empecé a dar clases en canje por mi cuota en la escuela de Sandra Vay, en Rosario. Como no podia pagar la cuota de la escuela yo daba clases a los grupos de nenas más chiquititas y en vez de pagarme un sueldo hacíamos un canje. Y en Rosario daba clases en Adoratrices, Islas Malvinas, Manuel Belgrano, por un convenio de los colegios para hacer expresión corporal. Daba un montón de clases y eso también me fogueó. En 2002, cuando empecé a cursar el profesorado, di clases por mi cuenta en el Club Alemán, en Velocidad y Resistencia, y en el Sindicato Luz y Fuerza de Rosario, hasta que llegó un momento en el que había muchas escuelas y me fui a dar clases a Capitán Bermúdez, donde sólo había una escuela de folclore. Las únicas escuelas de danza estaban en San Lorenzo y en Rosario. No había nada en Baigorria ni en Beltrán ni en Bermúdez, entonces me sumé a esa escuela de folclore, abrí el área de danza cásica y estuve 14 años dando clases. Y con ese sueldo me pagué el viaje a Rusia, donde estuvimos tomando cursos en el Ballet Bolshoi. Y al año siguiente me fui a Nueva York, a estudiar al New York City Ballet. -¿El Bolshoi es la Meca de la danza? -Tal cual. Es la Escuela Nacional de Danza de Rusia, sería como nuestro Teatro Colón. Fue algo soñado. No entendíamos una palabra, pero nos fuimos con un grupo en un viaje organizado por Facundo Vidal, un licenciado en Bellas Artes de Buenos Aires, que organiza viajes culturales como el de la Bienal y museos, y después sumó danzas. Fui a Rusia con una alumna y un grupo de Buenos Aires, con un guía en español. Estuvimos 15 días en San Petersburgo y cinco en Moscú. Teníamos clase por la mañana y después nos íbamos a recorrer la ciudad. "De San Petersburgo volví fascinada por los palacios y las iglesias" -¿Qué te sorprendió de cada una de estas dos ciudades? -Son muy distintas. De San Petersburgo volví fascinada por los palacios y las iglesias, es todo muy majestuoso, muy de los zares, y es más moderna. Moscú lo único que tiene más moderno es la Plaza Roja, con un gran centro comercial, con el Mausoleo y el Kremlin, es una zona muy linda. El resto es más la imagen que uno tiene de la Rusia antigua. Me sorprendió mucho porque en 2011 no había posnet y sólo aceptaban rublos: no vengas con dólares ni con euros. El último día fui a un negocio de danzas a comprar una malla de danza, ya nos íbamos y no me quedaban muchos rublos, y le empecé a mostrar que tenías dólares, euros y las tarjetas, pero me tiraban las cosas con un maltrato como diciéndote: “¡Salí de acá!”. Es preferible mostrarles un peso. Y las calles tenían los nombres sólo en ruso, igual que el subte. -¿Cómo fue tu viaje a Nueva York? -Al año siguiente fui con mis dos mejores amigas a Nueva York y fue buenísimo porque fui a las dos escuelas emblemáticas de ballet: la de Rusia y la de Nueva York. -¿Qué diferencias hay entre ambas escuelas de ballet? -La Escuela de Nueva York es mucho más dinámica y tiene muchos más saltos, es mucho más rápida. Tienen otro ritmo. Tienen la Escuela de Valangin, un coreógrafo y bailarín que creó la escuela que se usa en Estados Unidos. La Escuela de Valangin es mucho más ágil. Y la escuela rusa tiene un ritmo un poco más lento, no es tan vertiginoso. Tienen muchos saltos porque los saltos nacieron en Rusia, pero no con esa agilidad y velocidad que tienen los americanos. Después tienen algunos detallecitos de cabeza y de brazos, que son de distintas escuelas. -¿Y cuál te gusta más? -Enseño un poco de cada una. Me gustan mucho los saltos de la Escuela Valangin. Tomo mucho de eso, que también es lo que me enseñó Sandra Vay en su momento, que tomaba muchos saltos ágiles y veloces, pero también trabajo mucho el port de bras (porte de brazos), que son los movimientos de brazos. -¿Es una palabra francesa? -Sí, pero el movimiento del port de bras es ruso, los valses son rusos, hay cosas que tomo de unos y otras de otros. -¿Los rusos son a la danza lo que los ingleses son al fútbol? -Sí, pero hay una cuestión ahí entre los rusos y los franceses porque la danza nace en Francia con Luis XIV, con los bailes de la corte del rey. Lo que pasa es que esos bailes franceses llegan a Rusia, donde crean la Escuela Vaganova. La rusa Vaganova se sienta a escribir la danza. Por eso también la mayoría de los nombres de pasos eran en francés. Y cuando nos hacían las correcciones eran en ruso. -¿Rusia y Francia se disputan la danza como Argentina y Uruguay el origen del tango? -Hay un tironeo ahí. La realidad es que la danza nació en Francia, eso está documentado en los libros, pero los que la trajeron hasta la actualidad fueron los rusos. Creo que hay una complementación entre ambos. Sin uno no habría existido el otro. Los rusos inventaron la zapatilla de punta y hay pasos que nacen en Rusia. >>> Leer más: La Polaca: "El tango es mi vida: mis amigas se iban al boliche y yo me iba a la milonga" -¿Una bailarina nace o se hace? -¡Ay, qué pregunta! Creo que se nace. -¿Si no tenés ciertas condiciones es imposible practicar danza? -Creo que podés arrancar de grande. Hay muchos bailarines -grandes figuras- que han arrancado de grandes, a los 20 y pico. Hay casos de bailarines que empezaron a practicar de grande, pero porque tienen un talento innato. Una base tenés que tener, y si empezás de chico tenés mucho más tiempo por ganar. Como el fútbol, la danza es una disciplina que se termina de joven. -¿Cuánto hay de innato y cuánto de adquirido? -No creo que se pueda calcular. El talento o el arte no es algo que puedas estudiar. Te tiene que salir de adentro. -¿Es como el talento de Messi o Di María? -Tal cual. Seguramente alguien que se ponga a practicar la técnica de patear la pelota lo va a lograr, pero en el caso de Messi yo he escuchado a criíticos de fútbol que dicen que él ve la jugada de una manera, eso es algo que no se estudia, es un talento que le vino a él. Creo que las grandes figuras vienen con ese arte, que va más allá de cómo giran o cómo saltan. Siempre les digo a mis alumnas: “Girar mucho y levantar la pierna hay un millón, pero que te erizen la piel... son contaditos”. Y después se tiene que dar un todo porque no son sólo la técnica y el arte, es el acompañamiento de la familia, es encontrar esa posibilidad de ese maestro que te vio, que te dio esa oportunidad y metió justo la coreografía adecuada para vos porque a veces también el maestro no te pone algo acorde. Se tienen que dar un montón de cosas para llegar, pero la perseverancia es fundamental. -¿Tenés que estar dispuesta a dedicarle la vida? -Sí porque la danza es algo para lo que se nace, pero tenés que acompañar ese talento y esas condiciones. Hay chicos que nacen superelongados y con un movimiento natural, pero si después no se ponen a estudiar se quedan cortos y te pasan por arriba. >>> Leer más: Un artista de Funes: "De pibe me trepaba al tocadiscos para ver si estaban los músicos adentro" -El artista rosarino Rubén Celiberti es bailarín, pianista, cantante, patinador. Había una frase en la vieja Revista Risario que decía: “¿Cómo va a ser bueno si vive a la vuelta de mi casa?” ¿Se aplica a él? -No... Yo no puedo creer cómo semejante artista vive a la vuelta de mi casa. Además lo solidario que es y abierto para los alumnos. Vino a acompañarme con el piano en una clase. Yo no podía creer que fuera Rubén Celiberti, que viajó por el mundo, que bailó con grandes bailarines como Nureyev, con hitos y eminencias de la danza, estuvo en nuestro salón. Es un honor que me haya acompañado y estoy fascinada. -¿Cómo siguió tu carrera desde Capitán Bermúdez? -Cuando arranqué en Capitán Bermúdez empecé a dar clases y, si bien no dejé de bailar, empecé a dar cursos y a llevar a mis alumnas a estos cursos, a dedicarme más a la docencia. Estuve 14 años en Capitán Bermúdez hasta que quise tener mi escuela, mi propio espacio, y me vine a Funes en 2015, donde había una sola escuelita de una mujer más grande, que se llamaba Soleá. "Trabajar con Eleonora Cassano es maravilloso" -¿Eleonora Cassano es docente en tu escuela? -Hace nueve años que trabajo con Eleonora Cassano: ella viene a dar cursos y a evaluar a los alumnos de nuestra escuela, en noviembre y diciembre. Da cursos abiertos a todos los alumnos de la ciudad y de otras ciudades, a cualquier alumno de danza, de distintas edades y niveles. Ella da clásico a niños y adolescentes, con esta escuela de Nueva York, así que nos entendemos muy bien y es un placer trabajar con Eleonora, es maravilloso. Y cuando termina esos seminarios da unas clases exclusivas para nuestros alumnos, que son de examen y evaluación, donde ella se sienta con cada uno, con mucha paciencia a dar devoluciones, a corregir y después le entrega su certificado a cada alumno y hace un seguimiento año a año en conjunto conmigo. guille 4.jpg Virginia Benedetto / La Capital -¿Cassano es la mayor referente de la danza nacional? -Sí, es una de las poquitas. Y ahora lo tenemos a Julio Bocca como director del Teatro Colón, que bailaron toda la vida juntos y tienen un montón de anécdotas, es maravilloso sentarme a charlar con ella. -Contá alguna. -Me carga mucho. A veces ella me dice: “¿Qué pasa si me llama Julio Bocca ahora?” Porque para mí es un referente, una figura, no sé qué haría. Estuve en un par de clases con él y me moviliza un montón. Lo he perseguido durante muchísimos años, asi me descompongo ese día en el restaurante del Hotel Holliday Inn en 2000. Soy muy fan de él y lo admiro un montón. Vino a bailar, fuimos a cenar con mi mamá y me senté a esperar que comiera. Hice toda una pantomima para acercarme porque sé que no le gusta que la gente se le acerque, él estaba cenando solo con su botella de champán. Siempre le respeté eso porque él nunca comprendió esto de la gente le pida autógrafos y le saque fotos. El bailaba, pero después no quería que lo molestasran, y menos si estaba cenando. Cuando estaba por terminar le pedí al mozo que le preguntara si podía pasar. Yo temblaba. El mozo vino tres veces a preguntarle a mi mamá si quería que llamara a emergencias porque yo temblaba y estaba pálida. Y una vez Eleonora me dijo: “¿Y si te doy el teléfono?”. No haría nada, no podría ni escribirle. -¿Y qué le dijiste a Julio Bocca esa noche? -Nada. No pude hablar. Llevé un libro de él, me quedé parada, me hizo un muñequito de un bailarín, me puso “con cariño para Guillermina” y lo firmó. Pero no pude decir ni “hola”. Me paré temblando, no dije nada y me fui. Eleonora no puede creer que yo sea así, pero siempre le dijo que ellos no dimensionan lo que generaban en nosotras. Ese fanatismo, esa intención de buscarlos. Ella siempre fue reaccesible a sacarse fotos, pero no lo entiende. Le conté que cuando era chica hice un curso con ellos en el Teatro El Círculo y que tengo una zapatilla guardada. Eramos cientos en el salón, yo estaba con la pierna arriba de la barra y vino Eleonora y me acomodó el pie. Y me guardé la zapatilla hasta el día de hoy.

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