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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 22/06/2025 08:37
La Asamblea General de la ONU Siempre que un sistema entra en crisis (es decir que no logra alcanzar los objetivos para los que fue creado) surge la búsqueda de opciones superadoras. Las generan el propio sistema o quienes forman parte del mismo. Hoy estamos ante una crisis del sistema internacional que, por ahora, no tiene salida a la vista. Naciones Unidas surgió hace ochenta años como la expresión de un ordenamiento que reconocía la realidad de su tiempo y aspiraba a garantizar la paz universal. Sus logros no fueron despreciables, la guerra fría no impidió el proceso de descolonización y los conflictos entre las grandes potencias se circunscribieron geográficamente (Corea, Vietnam). Es más, el sistema asistió al desmoronamiento de uno de los dos grandes actores sin mayores consecuencias y hasta controlando los riesgos de desborde que implicó el desarme de armas químicas y biológicas y la limitación de las armas nucleares. Pero hasta allí llegó. En el plano de la cooperación económica internacional fracasó completamente: generó una inmensa burocracia que terminó expulsando toda forma de cooperación fuera del sistema. La regla de un voto por país ahuyentó a quienes tenían que contribuir más sin la seguridad de obtener beneficios de contrapartida. Sin embargo, el proceso de globalización que trajo el gran salto tecnológico del desarrollo digital precisaba de nuevas reglas y de un nuevo marco institucional que facilitaran su expansión. Los grandes actores no tardaron en ponerse de acuerdo fuera del sistema de Naciones Unidas, y con los Acuerdos de Marrakesh y los que le siguieron se pusieron en vigor nuevas reglas comerciales y en materia de propiedad intelectual que facilitaron un largo período de transformación y crecimiento. Fue el de la Pax Americana, la transformación de China y la construcción del capitalismo en Rusia. La Organización Mundial de Comercio y los acuerdos vinculados surgidos en 1993 funcionaron eficientemente en ese período y hasta sobrevivieron a las grandes crisis del 2008/10 pero se paralizaron a partir del momento en que Estados Unidos, que había sido el gran gestor del nuevo sistema, constató que las reglas vigentes no le servían en un contexto de creciente competencia con un nuevo actor que se había adaptado rápidamente a ellas y las utilizaba para ganar mayores espacios en una confrontación que alcanzaba nivel global y trascendía de un sector a otro. Por otra parte, no faltaron los accidentes monetarios (que expresaban las más de las veces los desequilibrios entre los principales actores) ni los financieros (fruto de los excesos de riesgo tolerados por el sistema), pero a ellos le sucedieron las correcciones y nuevas reglas, porque una parte del sistema era más sólida que el resto. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Internacional de Ajustes y los bancos de cooperación (Banco Mundial, BID, etc) no se rigen por la regla “un país un voto” y sus decisiones no se quedan en el plano declarativo. Ante los nuevos problemas sistémicos se multiplicaron los grupos de países buscando ámbitos de diálogo y negociación: del G15 a los Brics, de la OCDE al G7 y luego al G20. Ninguno ha servido para solucionar las grandes controversias económicas y comerciales, al tiempo que la OMC entraba en una parálisis prolongada. Para colmo, la prédica de los funcionarios de las Naciones Unidas generó una nueva plataforma ideológica, consolidada en la “Agenda 2030”, que terminó con la credibilidad y el futuro de lo que quedaba de los órganos económicos y sociales de la Organización. Al mismo tiempo, otros organismos del sistema que debían servir como ámbitos de canalización de las consecuencias secundarias de los grandes conflictos están también paralizados: la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas es un caso extremo donde los principales violadores de tales derechos pesan en sus decisiones. Y no hay organismo especializado donde el sobredimensionamiento, la falta de credibilidad o la falta de medios no esté generando una parálisis (incluso en la Organización Mundial de la Salud). Esto fue causado por el retiro de los Estados Unidos de esos ámbitos y ha dado lugar a la creciente presencia de China, que cubre el vacío político dejado por aquel, pero que no alcanza para solucionar el problema financiero que afecta a todo el sistema. Mientras tanto, los nuevos grandes conflictos militares (la invasión de Ucrania, el conflicto en Gaza, la guerra entre Israel y Estados Unidos e Irán, el sin número de enfrentamientos que ensangrientan el este y centro de África) no encuentran un ámbito apto para evitar su prolongación. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas hace mucho que no está en condiciones de cumplir con su cometido y no hay otro medio que no sean los contactos y esfuerzos de tal o cual país o dirigente para intentar acercar a las partes o buscar el fin del conflicto. Tamaña crisis oculta, al mismo tiempo, un proceso de transformación tecnológica que, más allá de sus consecuencias económicas, está generando grandes cambios en materia de conductas, valores y pautas sociales, cuyo alcance es todavía imposible definir, pero que, sin duda, van a condicionar el futuro de la Humanidad. En definitiva. El mundo del pasado está en crisis, sus instituciones ya no cumplen con su cometido y el nuevo mundo aún no ha surgido o no ha tomado forma, y las instituciones que tendrán que encuadrarlo no se ven en el horizonte. Todo un desafío para la política exterior de cualquier país.
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