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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/06/2025 05:10
El papa Francisco En un tiempo atravesado por guerras, desplazamientos forzados, polarizaciones ideológicas y una profunda sensación de pérdida de rumbo, el legado del Papa Francisco se presenta como una voz profética que no esquivó el dolor de los pueblos, ni se refugió en la neutralidad diplomática. Francisco no habló desde una torre de marfil. Habló desde las llagas del mundo. Su pontificado estuvo marcado por gestos y palabras que no buscaron el aplauso, sino la conversión del corazón. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco denunció la lógica de la guerra como una derrota de la humanidad. “¡Esta guerra es una locura!”, gritó en 2014, cuando se conmemoraba el centenario de la Primera Guerra Mundial, y las armas ya comenzaban a sonar nuevamente en Europa. No se limitó a los comunicados de la diplomacia vaticana. Insistió en que la paz no se construye con equilibrio de fuerzas, sino con justicia, verdad y memoria. Y así lo reiteró cada vez que el mundo encendía una nueva mecha. En particular, su compromiso con la situación en Ucrania y Rusia fue una constante. Francisco pidió una y otra vez el cese de las hostilidades, condenó la invasión y rogó por las víctimas. Pero además, optó por caminos concretos. En 2023 envió como su delegado personal al cardenal Matteo Zuppi, con la tarea de promover gestos de paz en el plano humanitario. La misión de Zuppi no fue la de un negociador político, sino la de un mediador silencioso en nombre de la misericordia, que trabajó por el intercambio de prisioneros y el retorno de los niños ucranianos llevados a Rusia. Francisco creía que “la paz se construye con gestos de humanidad”, y este fue uno de ellos. También en el drama de Medio Oriente, su voz se alzó con fuerza. Condenó los atentados de Hamas y pidió la liberación inmediata de los rehenes, pero también cuestionó con claridad la desproporción de la respuesta israelí. Dijo tras los bombardeos en Rafah que el respeto a los niños y a los civiles debía prevalecer incluso en medio del conflicto. “La guerra es siempre una derrota”, repetía con voz cansada. Durante esos meses, mantuvo una comunicación telefónica semanal con el párroco de Gaza, acompañándolo en medio del horror. Cuando este falleció, Francisco donó el papamóvil, que había trasladado sus restos desde la Plaza de San Pedro hasta la Basílica de Santa María la Mayor, para que fuera transformado en ambulancia al servicio de la población de Gaza. Gestos pequeños, sí, pero profundamente elocuentes, que mostraban a una Iglesia que no hablaba desde la teoría sino desde el dolor concreto de los pueblos. Francisco no fue ingenuo. Sabía que hablar de paz en medio de la guerra podía sonar incómodo. Pero lo hizo una y otra vez. Denunció la fabricación de armas, los intereses económicos detrás de los conflictos, la indiferencia global frente a las tragedias ajenas. Frente a los muros, propuso puentes. Frente a la venganza, propuso perdón. “Amen a sus enemigos”, decía citando el Evangelio, recordando que el cristianismo no se mide por la cantidad de fieles, sino por la fidelidad al mensaje de Jesús. Y en ese sentido, su legado queda abierto. No como una herencia estática, sino como un horizonte que interpela a toda la Iglesia. Porque si algo dejó claro Francisco, es que la fe no puede ser cómplice del silencio frente al sufrimiento humano. Su magisterio nos invita a asumir un papel activo en la construcción de la paz: no con armas, ni con slogans, sino con una vida que testimonie el Evangelio en medio del mundo. Hoy, ese legado encuentra continuidad. El Papa León XIV, en una de sus primeras intervenciones, recordó que “no debemos acostumbrarnos a la guerra”. Y agregó: “La paz no es una utopía”. Con esas palabras, no solo honra a Francisco, sino que retoma la tradición de una Iglesia que cree en el poder del bien, de la verdad y del encuentro. Así, el pontificado de Francisco no se cerró con su partida. Sigue vivo en cada gesto que siembra reconciliación, en cada palabra que desarma el odio, en cada comunidad que elige vivir como artesana de paz. Su voz, ahora en silencio, resuena como una conciencia que el mundo no puede dejar de escuchar.
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