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» Diario Cordoba
Fecha: 15/06/2025 00:24
Pedro Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE con la promesa de renovarlo, empoderar a sus militantes y abrirlo a la sociedad. Y a la presidencia del Gobierno con la de regenerar la política, desterrar la corrupción y sosegar este país y volver a unirlo después de la división que introdujo el “procés” catalán. Siete años después, el PSOE está agostado, sus referentes liquidados y la militancia es utilizada como carne de cañón para linchar al disidente. El “procés” está en hibernación, aunque más por el agotamiento de sus líderes y la progresiva desafección social que por efecto directo de la política, pero a cambio Madrid vive su particular “procés”, que no consiste en separarse de España sino en enseñorearse de ella, lo que nos polariza a todos. Y aquellos a quienes Pedro Sánchez eligió para acometer tan altas tareas (recomponer la formación, negociar con Puigdemont…) resulta que, lejos de combatir la corrupción, la instalaron desde el primer día en el seno del partido y la sentaron en el Consejo de Ministros. En el patio de Monipodio, el balance no puede ser más desolador. No vale, como se aprestó a hacer el ministro Óscar López en la Ser, comparar la situación actual con la que vivimos en los estertores del anterior gobierno del PP, cuando nos desayunábamos con las libretas de Bárcenas en las que el antiguo gerente del partido apuntaba minuciosamente lo que entregaba a “emepuntorajoy”. No vale, porque la moción de censura que llevó a Sánchez al poder se justificó para acabar precisamente con aquello y ahora estamos viendo que sus ejecutores ya llevaban tiempo preparando su propia trama, así que no se trataba de erradicar a la mafia, sino sólo de sustituir a la familia que la controlaba. Dijeron que venían a combatir la corrupción, pero sólo querían cambiar a los titulares de las cuentas. Tampoco tiene a estas alturas un pase la declaración de Pedro Sánchez, hecha desde Ferraz, no desde La Moncloa, en un intento un tanto infantil de poner el foco de los desmanes en el partido y no en el Gobierno, a pesar de que de lo que hablamos aquí es de adjudicaciones de contratos gubernamentales y de que el encargado de la banda era ministro. Sánchez usa siempre la misma estrategia: democratizar los males, buscando que el ciudadano no sea crítico con su actuación, sino solidario con su situación. ¿Así que Sánchez está “decepcionado” con Santos Cerdán, tal como si este sólo fuera un adolescente atolondrado que ha metido en un lío a papá? No, presidente. Los decepcionados somos los ciudadanos, en general; los electores del PSOE, en particular; y los dirigentes y afiliados del partido, en concreto. Mala barraca. ¿Cómo sigue esto? Nadie lo sabe, porque se ha erigido una estructura a la rumana, donde el conducator lo decide todo y los demás callan y obedecen. Los ministros y altos cargos del Ejecutivo han sido aleccionados en un solo objetivo: 2027. Pero ese es un horizonte lejano al que en estos momentos, salvo Sánchez, nadie cree que se pueda llegar. El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE tiene ante sí demasiadas variables, al menos cinco. A saber: 1. Cómo se va a comportar la oposición. 2. Cómo se van a comportar los socios de Gobierno. 3. Cómo se va a comportar el PSOE, que por muy disminuido que esté aún existe y tiene instinto de supervivencia. 4. Cómo van a desarrollarse las causas judiciales en curso. 5. Qué más falta por salir. De momento, a la hora de escribir este artículo, en la tarde del sábado, Santos Cerdán no ha renunciado a su acta de diputado. La estampa de los dos últimos secretarios de Organización del PSOE, Ábalos y Cerdán, sentados en la bancada del grupo mixto sería, sencillamente, insoportable. Nadie puede negar los avances que los gobiernos de Pedro Sánchez, que han tenido que enfrentarse a desafíos formidables como la pandemia o la crisis de gobernanza mundial con la guerra de Ucrania, el genocidio de Gaza o la irrupción de Trump y sus mariachis en Europa, han logrado. España es hoy un país más estable en lo económico y más justo en lo social. Pero la izquierda paga muy duramente en las urnas todo lo que tiene que ver, de forma directa, indirecta o periférica, con la corrupción. Y en eso Sánchez es culpable. Sé que una afirmación tan rotunda provocará desazón entre los militantes y los votantes del PSOE. Pero lo cierto es que fue Sánchez el que nombró virrey del PSOE a José Luis Ábalos, debilitó los mecanismos de control, y le hizo ministro del departamento más inversor del Gobierno. Ningún secretario de Organización ha tenido jamás tanto poder como Ábalos (ni Benegas, ni Císcar…), entre otras cosas porque el PSOE también eliminó la histórica secretaría de Finanzas (o Administración), traspasando a Organización sus competencias. Pero es que cuando en 2021, de un día para otro, Sánchez fulminó a quien había sido su mano derecha, lo que hizo fue sustituir a José Luis Ábalos por su segundo, Santos Cerdán. Sánchez jamás ha explicado por qué echó a Ábalos. Tampoco por qué nombró a Cerdán, algo de todo punto inverosímil si a su jefe lo había expulsado por sus manejos. El presidente dice que se acaba de enterar ahora de lo que Ábalos y Cerdán hacían desde hace más de una década. Pero la simple concatenación de los hechos (y su sepulcral silencio mientras las cosas se producían) le desmienten. Entre tanto, no hay alcalde socialista que no quiera huir de la marca Sánchez y no ruegue porque las elecciones municipales no coincidan con las generales. Quedan pocas opciones para la situación del Gobierno y el PSOE que no sean las de la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones anticipadas. El teniente general Sáenz de Santamaría me dijo hace muchos años una frase que recuerdo: “En democracia, hay cosas que no se pueden hacer; si se hacen, no se pueden saber; y si se saben, te tienes que ir”. El presidente Sánchez debería releerla. Porque de que la comprenda o no depende que salga por la puerta delantera o por el callejón de atrás de la historia. Él verá. Pero el juego está acabado.
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