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  • El regreso de la televisión tilinga: cuando detrás del derecho a opinar se esconden la ignorancia y las malas intenciones

    » El Ciudadano

    Fecha: 13/06/2025 18:01

    Miguel Passarini El rasgo del tilingo/a es ese que, como marca indeleble, hace una oda de lo vacío, de lo simplón, del desconocimiento, de un supuesto deseo de ir por el camino de los bienpensantes, siempre del lado de los “buenos”, de los apolíticos (siempre muy a la derecha). Así, como pasó en los años 90, afloran y brillan por estos días en la televisión argentina con sus miradas ambiguas y chiquitas sobre la realidad algunos comunicadores y comunicadores para nada inocentes. De hecho, ese rasgo tilingo expresa, entre Yaninas y Marianas (entre otras y otros de igual tenor), una derechización de la opinión muy acorde con los tiempos que corren, donde del otro lado sólo ven ladrones y oportunistas y del lado propio, el supuesto valor del logro personal, el valor que deriva del concepto de meritocracia, y una crítica desaforada a los derechos que debe asegurar el Estado cuando aplauden como focas sus inocultable, y a esta altura inevitable, desaparición. En los últimos días, luego de conocida la decisión de la Corte Suprema de Justicia que dejó firme la sentencia contra la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner de 2022, la panelista de espectáculos devenida en analista política Mariana Brey (C5N, Telefé, entre más), que entre sus méritos más recientes suma una entrevista exclusiva con el presidente Javier Milei, a quien defiende y reivindica, fue noticia porque una vez más, y como ya es su costumbre, no sólo denostó todo aquello asociado a lo nacional y popular, sino que esta vez intentó ensayar una comparación que dejó en evidencia, al menos, su manifiesta ignorancia. Más allá de las críticas en redes y del malestar y la incomodidad de muchos de sus colegas y frente al aval que supone el rating que genera con su discurso cerrado y vacío en sus lugares de trabajo (hay varios en esa misma posición, algunos con programas propios, aunque bastante más inteligentes), Brey es acaso el más claro exponente, el paradigma de una televisión que retrocedió tres décadas, cuando la frivolidad y la estupidez ocuparon un lugar preponderante en los medios de comunicación argentinos, particularmente en la televisión, eso que tan bien reflejó Sylvina Walger en Pizza con champan, una periodista especializada en el rubro “sociales” que se cansó “de la tilinguería nacional” y entonces allí esbozó “un perfil de las alegres, impunes y amorales costumbres de la Argentina de fin de siglo” que parecen estar de regreso. Pero volviendo al episodio acontecido en una de las mañanas de Telefé, allí la condena a Cristina Kirchner fue el detonante de un momento bisagra en la guerra que Mariana Brey sostiene con su colega Nancy Pazos. Ambas panelistas de A la Barbarossa protagonizaron un escándalo en vivo que devolvió al debate la idea de que la opinión es libre pero también admite críticas. Desde que Brey se incorporó al panel del programa que conduce Georgina Barbarossa, nunca se llevó bien con Pazos, quien sí tiene una formación en el periodismo político más allá de sus incursiones en otros rubros más vinculados a lo mediático. Hace mucho que Pazos critica a Brey, que dejó el periodismo de espectáculo para comenzar a trabajar en el periodismo político, un espacio en el que ha demostrado tener una mirada acotada de la realidad, una profunda ignorancia, pero particularmente una gran falta de información y conocimiento de los hechos que oculta detrás de su inagotable e irritante verborragia, muy propia de este tiempo. El tenso cruce entre ambas por la causa vialidad y la condena a Cristina tuvo como eje una feroz discusión en vivo que terminó con gritos, interrupciones y acusaciones cruzadas que ni la conductora del programa pudo evitar, como pasaba en los años 90, entre otros, en el ciclo de Mauro Viale donde más de una vez terminaron a las piñas y el rating estallaba. El debate se intensificó cuando Pazos comenzó a explicar de forma detallada los fundamentos jurídicos del fallo y sus daños colaterales. Y después de que mencionara la posibilidad de que la expresidenta solicitara cumplir la pena de manera domiciliaria, Brey no tardó en manifestar su previsible desacuerdo. “Debería ser tratada como una ciudadana más, sin privilegios por su rol político”, pidió Brey desconociendo o eligiendo no recordar el intento de magnicidio que sufrió Cristina. Y sumó sin inmutarse: “Ella le habló al pueblo desde el balcón; si es tan cercana a ellos, ¿cuál sería el miedo de ir a una cárcel común? Y si ella lo pide por tener más de 70 años, también habría que considerar los pedidos de los genocidas que están detenidos y tienen más de 70 años”. Así puso en un mismo nivel una causa por peculado que comenzó en 2008, polémica por donde se la mire, con pruebas que siempre estuvieron en discusión, y delitos de lesa humanidad con muertos, desaparecidos y bebés robados. Pero los dichos de Brey no fueron extemporáneos a otros comentarios de un nivel de odio cercano e igualmente descomunal como los de Eduardo Feinmann, que en el mismo tono pidió que la expresidenta cumpla su condena “en las mismas condiciones que (el dictador) Videla; los dos son horrorosos”, y hasta los que brindaron y festejaron en sus respectivos medios con champagne como pasó con María Julia Oliván, Jonatan Viale o el despedido de LN+, Tomás Díaz Cueto, entre otros. Sin lugar a duda el problema es más profundo. “Si no hay vacunas gratis que las paguen, si no hay educación gratuita que la paguen, si no hay salud pública que se dejen morir”, parecen ser algunas de las máximas de un pensamiento que está enraizado en diferentes sectores de la sociedad, porque la que está perdida es la batalla cultural que, con la ayuda inconmensurable de los medios hegemónicos donde trabajan muchos de estos comunicadores y comunicadoras, el poder quedó en manos de una derecha atroz, incluso con el apoyo de sectores muy empobrecidos, víctimas de una gran confusión. Algunos más inteligentes que otros, algunos más extremistas que otros, el intento de una falsa “corrección política” de algunos medios de comunicación de intentar una pluralidad manifiesta, explícita, que no surge del rebate real de ideas sino de intereses económicos por sostener un diálogo cordial con el poder de turno, trajo de regreso a una televisión vaciada de contenidos de un modo atroz a un montón de comunicadores/as que desde la perspectiva del tilingo parecen poder justificar todo. Ya en los años 60, el notable autor y político Arturo Jauretche expresó en El medio pelo en la sociedad argentina, como si se tratara de una predicción que lo trae hasta el presente, los problemas de una tilinguería desbocada ocupando ciertos lugares de poder donde reinan la apología de la afectación y los discursos de un vuelo rasante, la inconsistencia y la justificación de todo aquello que, más tarde o más temprano, vaya en favor de su propio beneficio.

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