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  • Entre Ríos, Argentina

  • La ducha de Paso de la Patria

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 08/06/2025 11:16

    Por Enrique Eduardo Galiana Moglia Ediciones Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas” “Homenaje a la memoria urbana” Octava parte Paso de la Patria, paraíso del dorado, ciudad dormida en el tiempo que de pronto despertó extendiéndose velozmente, se desperezó de su siesta provinciana a los tumbos, en que se conjugan el paisaje, los servicios turísticos, festivales y otras yerbas no tan santas, ocurre en las mejores familias. Antes que explotara del todo el urbanismo, el pueblo tenía hacia el sur un gran médano, a norte está el río Paraná; la gente se preocupaba porque el médano como tal se movía según los vientos. Por esa zona ocurrieron muchos hechos luctuosos, muy especialmente en el año 1865 cuando los paraguayos cruzaron el río en canoas y lanchones, sorprendiendo a lo largo de la costa a los ejércitos argentino y uruguayo, produciendo muchas muertes y desbande de las tropas de la Triple Alianza. En la “Batalla del Carrizal” nadie entendía nada, los propios se disparaban entre ellos o se ensartaban en las bayonetas, quedaron muchos muertos, armas, pertrechos etc. Producido el gran susto desde Itatí a Paso de la Patria, los paraguayos volvieron a sus pagos. De los que sobrevivieron, muchos quedaron regando la tierra correntina con su heroica sangre dirigida por un demente como Francisco Solano López. El médano fue testigo de ese desastre, los que debían controlar en sus guardias el peligro fueron sorprendidos y degollados, así de simple. En el seno del gran arenal hasta hace poco podían encontrarse allí viejos mosquetes, bayonetas, machetes, sables, botones, botas no paraguayas precisamente. Como es de suponer los cadáveres diseminados en el monte no fueron enterrados, a otros los colocaron en fosas comunes, a los propios, a los ajenos los arrojaban al río para que coman los pescados, era y es la forma de tratar a los enemigos en la guerra. Sobre algunos lugares los primeros colonos comenzaron a construir hermosas casas, no cavaban mucho, solo alzaban un poco el terreno con muy poca inteligencia porque las crecidas del Paraná inundaban la Villa sin consideración alguna; pobres y ricos tenían el agua hasta el cuello. Tampoco hicieron estudios de suelo, debajo de algunas construcciones descansaban algunos esqueletos (carcasas) de los caídos en la guerra o en otros enfrentamientos, de los que por costumbre teníamos los correntinos por diversión y por colores, total que vale un verde, celeste o rojo. Un buen día don Collonet, vecino de la ciudad Capital, recibió de un amigo el ofrecimiento gratuito de cuidar una casa ubicada en la zona de la descomunal batalla, sólo debían pagar las tasas, impuestos y contribuciones. El dueño debía por razones de trabajo instalarse en Córdoba. El amigo aceptó, iban los fines de semana; todavía era posible a disfrutar del río, el viento, los hermosos atardeceres, en los otros días era imposible porque se trabajaba. Su hijo mayor, adolescente, andaba tirando anzuelos por todos lados, eran otros tiempos. Un martes histórico para él una muchacha aceptó la invitación de acompañarlo a la población, en la ciudad los moteles eran muy escasos, diríamos excepcionales, además caros sin duda alguna. El muchacho obtuvo el permiso de conducir el autor a la noche, al día siguiente era feriado uno de los tantos que tenemos los argentinos. Pletórico de dicha con su guaina se dirigieron a la Villa, los dos ansiosos en su afán de amarse ingresaron a la casa, ansiosos como estaban fueron directo a la tarea que llevaban en mente, una, dos, tres y se terminó la cuenta. Agotadas las baterías –como se afirma– quedaron dormidos, de pronto un portazo los despertó, se miraron con los pelos de punta, el susto dibujado en sus rostros, escucharon la ducha, movimientos extraños, su padre no podía ser porque sabía que él iría. Se vistieron a las corridas, sigilosamente observaron el sanitario que tenía la puerta entreabierta, el agua rebotaba sobre una sombra no humana, se parecía a un fantasma con todas las letras, transparente, luminoso, tarareaba un canción en guaraní. Atónitos los testigos, paralizados vieron que la figura si puede llamarse así se introducía en el piso hasta desaparecer. El miedo se apoderó de la pareja, con cuidado el joven cerró la canilla, marcharon hacia la puerta a toda velocidad, detrás de ellos se escuchaba una risa escalofriante que en guaraní dijo: “Hay que lavarse aunque sea, chamigos (la traducción en mía)”, volvió a sonar la ducha. Los jóvenes no huyeron, rajaron, que corra el agua total papá pagaría. En el camino de regreso la muchacha que era una belleza, miró con esos ojos que sólo las mujeres pueden manejar y le espetó: “No quiero verte más amigo de fantasmas”, se alejó de él en el profundo olvido. El joven atribulado no supo qué responder sólo contarle a su padre lo ocurrido, nunca más volvió a la casa. Pasados unos años cuando regresó el propietario. En reunión familiar y de amigos narró que él y su familia muchas veces vieron figuras extrañas rondar por el lugar, incluyendo su propia casa. Agregó, que cuando construyeron pozos para los pilotes que sostenían la edificación por aquello de las inundaciones, los obreros encontraron huesos humanos, armas antiguas, botones de uniformes militares de países extraños, además alguno que otro signo religioso. El capataz ordenó que se tiraran a un arroyo cercano, fue en ese momento que comenzaron a flotar desde la profundidad de la tierra estos extraños personajes, terroríficos al fin. Dormían esperando el juicio final seguramente y los molestaron. Los peones le mostraron objetos como los mencionados. Continuó diciendo: “Traje un cura, hicimos misa, limpió la casa”, lo mismo realizó una paye sera del lugar, pero esta fue más directa: “Mirá chamigo hicieron mal en tirar los restos al arroyo, estaban enojados, pero ahora se tranquilizaron, eso sí, seguirán apareciendo porque este es su lugar regado con su sangre, la sombra de la muerte los agarró justito acá”. El hijo menor de la familia sorprendentemente apren- dió a hablar al mismo tiempo en castellano y en guaraní, cuando en la familia nadie sabía el idioma vernáculo, no es extraño. Cuando daba sus primeras palabras, decía “el señó, el señó”. Fueron muchos los años que guardó el secreto, pero le pesaba como carga inconclusa, se animó el año pasado, convive con los espíritus que murieron en el lugar. Por recomendación de la curandera colocó al borde del arroyo una cruz con identificación en metal “NN que descansen en paz”

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