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» Comercio y Justicia
Fecha: 05/06/2025 09:38
Por Ana Belén Tamiozzo (*) En el breve y reciente camino que he emprendido al ejercer esta hermosa profesión como mediadora me he topado con distintas reflexiones, aprendizajes y sobre todo, con preguntas. Una de las más recientes: ¿Qué decimos cuando hablamos del “éxito” de la mediación? ¿Qué implica que una mediación sea “exitosa” o no? Ese interrogante venía a interpelarme una y otra vez, durante talleres y capacitaciones, en conversaciones con otros mediadores y últimamente, en el comienzo de cada audiencia al escuchar los discursos iniciales, propios y ajenos: “Este espacio puede llegar a su cierre con acuerdo o sin acuerdo”; “Esperemos llegar a un acuerdo, así tenemos una mediación exitosa”, le dijo un colega abogado a su cliente, citado como requerido, previo a entrar a la sala de audiencias. Una mediación “exitosa”, ¿de qué éxito hablamos? ¿Cuál es ese tan ansiado “éxito” al que aspiramos? Una y otra vez aquella expresión llegaba a mis oídos generando ruido como un molesto zumbido. Así, podríamos concluir que el acuerdo es el único y excluyente criterio para describir a una mediación como buena y/o exitosa. En este sentido empecé a preguntarme: ¿No es exitosa aquella mediación que reunió a dos personas que hacía años que no se encontraban? Aún sin llegar a construir un acuerdo definitivo y en concreto. ¿No es exitosa acaso la mediación que le devuelve el diálogo a dos personas que hacía meses no se dirigían la palabra? Puedo decir que he sido testigo de estos casos, en los cuales la mediación no tiene como resultado final un acuerdo escrito, pero si un retorno al diálogo; una recuperación del saludo entre dos vecinos de años, que cruzaban la calle con tal de no saludarse; un reencuentro entre hermanos que, en una fuerte discusión e impulsados por el enojo, habían decidido dejar de frecuentarse; un sincero pedido de disculpas, la decisión de dar un paso hacia adelante en miras a sanar una vieja herida familiar y ¿cuántas otras cosas que quizás nunca lleguemos a conocer? ¿Cuántas cosas pueden movilizarse y hasta llegar a transformarse en ese par de audiencias de mediación que llevamos adelante? Nunca lo sabremos con exactitud. Cuántas otras veces el espacio de mediación no finaliza con un cierre con acuerdo, pero brinda la oportunidad para que los letrados de cada parte puedan conocerse e intercambiar contactos y así, quizás más adelante, y gracias al espacio de la mediación, comenzar un nuevo diálogo, con nuevas herramientas, trabajando colaborativamente para construir en conjunto una solución al conflicto que los angustia. Resulta importante que los mediadores podamos detenernos a reflexionar sobre esto, parar la pelota del criterio del cierre con acuerdo/sin acuerdo para renovar la mirada del éxito que puede tener el espacio de mediación, del valioso fruto que puede llegar a darle a las personas que lo habitan y lo transitan y así, evitar caer en este “blanco/ negro” de la fría estadística, necesaria, pero insisto, no única, absoluta ni excluyente. Una mirada renovada entre las partes, su saludo antes de retirarse y un nuevo diálogo puede ser una herramienta más para medir el resultado de nuestro trabajo, como indicadores del fruto de nuestra tarea. No todo es color de rosa en los espacios de mediación, no siempre las audiencias se desarrollan en un clima de cordialidad y buena predisposición. No siempre las partes llegan con una actitud abierta y disponible a la colaboración con el otro, pero esto no debe precipitar el cierre de la instancia. Un ejemplo claro y concreto tuvo lugar en el área de mediación de la Defensoría del Pueblo, donde dos vecinos de muchos años habían tomado la dura decisión de dejar de hablarse por un problema de humedades entre sus domicilios. Uno de ellos reclamaba al otro que rompiera los muros de su casa para encontrar un caño de agua deteriorado, cuya fuga generaba humedades en las paredes de su casa. El otro negado completamente a romperlos, manteniéndose firme en que el problema no recaía en sus cañerías, sino que era un problema directo de la casa vecina. Nos reunimos dos veces con ellos. En la primera reunión, el requirente traía una actitud de completa resignación, sin esperar ninguna buena voluntad de parte de su vecino, quien llegó completamente negado a colaborar e insistiendo en que el requirente debía resolver los problemas de su casa sin involucrarlo. Avanzamos en el diálogo, ambos muy firmes en su postura, enfocados en sus intereses sin poder escuchar ni recibir la necesidad del otro. Optamos entonces por ofrecer una segunda reunión, con la intención de que ambos pudieran pensar alternativas, reflexionar sobre el conflicto existente y, de ser necesario, realizar las averiguaciones y gestiones necesarias en cada uno de sus domicilios. En el segundo encuentro recibimos una gran novedad por parte del requerido: había decidido romper los muros de su baño, encontrando el caño roto que generaba los problemas de humedad en la casa vecina, y lo reparó. La raíz de este conflicto había desaparecido, tornando abstracto su tratamiento en la mesa de mediación. Así, procedimos entonces a la redacción de las actas correspondientes, que fueron puente para acercar un poco más a estos vecinos, quienes ya no tenían un conflicto, pero seguían sin mirarse ni dirigirse la palabra. Llegado el momento de firmar, la lapicera que estábamos usando se rompió, buscamos otra y, como si de un chiste se tratara, no tenía tinta. Ambos mediadores empezamos a buscar una tercera. Fue entonces cuando los vecinos comenzaron a hablarse: Tomaron la parte que servía de cada una de las lapiceras defectuosas: las piezas sanas de una, la carga de tinta de la otra y construyendo una nueva lapicera, firmaron el acta de cierre sin acuerdo. Reflexionando con el aporte de estos vecinos, me animo a preguntarme/les: Una mediación exitosa, ¿es con acuerdo o sin acuerdo? (*) Abogada y mediadora
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