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  • El deseo infantil y adolescente hoy: entre la inhibición, la angustia y la anticipación

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 05/06/2025 05:10

    En redes sociales circulan categorías como incels, red pill y blue pill que clasifican a adolescentes según su postura frente al deseo (Imagen Ilustrativa Infobae) En redes sociales proliferan reels que clasifican a adolescentes y varones jóvenes en categorías rígidas: los incels, o célibes involuntarios consumidos por el resentimiento; los red pill, que afirman haber “despertado” frente al supuesto engaño del sistema y adoptan una mirada misógina sobre los vínculos; y los blue pill, quienes aún creen en el amor romántico y las emociones. Estas categorías, propias del universo digital conocido como la manosfera, han ganado fuerza en plataformas como TikTok, Reddit o YouTube. Según un informe del ISD (Institute for Strategic Dialogue), la manosfera está compuesta por comunidades que comparten una visión antifeminista y consideran que la sociedad actual desfavorece a los varones. Adoptar la “píldora roja” implica asumir una narrativa de enfrentamiento con el feminismo, mientras que ser blue pill es visto como una forma ingenua de seguir creyendo en la igualdad o el amor. En ese terreno, el deseo queda subordinado a una lógica de guerra sexogenérica, reducido a categorías que niegan la singularidad, el sufrimiento y la complejidad de la sexualidad y los vínculos. Pero, ¿qué lugar ocupa el deseo en quienes adoptan esas posiciones? ¿Qué hay detrás del odio que enuncian, del rechazo que exponen? Niñas y niños enfrentan erotización precoz por contenidos virales que exponen sus cuerpos a demandas adultas sin mediación psíquica(Imagen Ilustrativa Infobae) Muchas veces lo que emerge es angustia, soledad, vergüenza y desvalorización de sí. El deseo deja entonces de dirigirse al otro y se vuelve respuesta contra el otro, como forma de canalizar un malestar sin elaboración. En la clínica, llegan adolescentes que no sienten deseo. A veces estuvo y se apagó. Ese apagamiento se vive como una falla íntima, como si no se estuviera hecho para el encuentro, para el despliegue del deseo con otro. No se trata de ausencia, sino de un retraimiento: el deseo sigue allí, pero no se presenta en sus formas esperadas. También llegan niños que experimentan una urgencia erótica que no comprenden, empujados por entornos donde la exposición, la erotización y el consumo de imágenes han invadido su mundo demasiado temprano. Es una excitación que su psiquismo no puede tramitar: pura urgencia, sin palabras, en un cuerpo que sienten ajeno y alienado. Diversos estudios en salud mental infantojuvenil advierten sobre el impacto de los contenidos digitales en la emergencia de erotización precoz, especialmente en niñas expuestas a plataformas como TikTok e Instagram. Bailes hipersexualizados, desafíos virales y filtros que transforman la imagen corporal y construyen una escenografía donde el cuerpo infantil queda sometido a miradas adultas y demandas peligrosas. Bailes hipersexualizados y filtros corporales en TikTok e Instagram construyen una escena donde el cuerpo infantil queda expuesto En ese contexto, muchas niñas quedan atrapadas en la vidriera de las redes, empujadas por una lógica de validación temprana que erotiza lo que aún no tiene inscripción subjetiva. Confunden su necesidad de ser vistas o queridas con una demanda ajena de deseo. Como si el deseo de otros se les impusiera sobre su cuerpo que aún no puede alojarlo. Así como algunos adolescentes sienten que el deseo no llega —o que se ha apagado—, otros lo experimentan como una invasión. Ambos extremos revelan un desajuste entre la subjetividad y el tiempo social, entre el cuerpo propio y las narrativas del deseo impuestas desde afuera. Mientras las redes muestran cuerpos, exhiben prácticas sexuales, insinúan o muestran pornografía y difuminan cualquier velo, el deseo —paradójicamente— parece disiparse o intensificarse hasta el desborde. Porque el deseo no se activa por exceso de exposición, sino por la falta. En este tiempo de visibilidad extrema, ¿cómo se tramita el deseo? Los estudios epidemiológicos suelen centrarse en depresión, ansiedad o uso problemático de pantallas, pero casi no nombran ni la inhibición del deseo en la adolescencia ni su anticipación confusa en la infancia. Ese vacío deja sin acompañamiento ni lenguaje una parte central del malestar. Parte del deseo adolescente se traslada a videojuegos y plataformas virtuales donde se aloja la energía libidinal lejos del cuerpo físico (Imagen Ilustrativa Infobae) Entrevistas clínicas y estudios recientes describen una disminución del deseo sexual, menor interés por los encuentros físicos y mayores dificultades para vincularse sexoafectivamente. A esto se suma el inicio cada vez más precoz de la autoestimulación —especialmente en varones— y el aumento de agresiones sexuales entre pares en edades muy tempranas. Lejos de ser excepcionales, estos fenómenos se expanden sin que los sistemas escolares, sanitarios o comunitarios cuenten con herramientas específicas para comprender ni acompañar estas nuevas formas de presentación del deseo. Algunos especialistas señalan que este retraimiento puede estar relacionado con el interés absorbente por videojuegos y la vida virtual: espacios donde se aloja gran parte de la energía libidinal. No se trata solo de un corrimiento temporal, sino de una reconfiguración del espacio del encuentro. ¿Qué sucede cuando el mundo digital no solo aloja los vínculos, sino también las representaciones del cuerpo, las fantasías y los rituales de seducción? Sexting, perfiles optimizados, emojis, filtros, imágenes generadas por IA: la escena del deseo se traslada a territorios donde lo físico, como lo hemos conocido hasta ahora, ya no es ni requisito ni obstáculo. En ese desplazamiento, no asistimos a la desaparición del deseo, sino a su transformación radical. Una forma nueva, tecnológica, de habitarlo y expresarlo. Algunos adolescentes sienten que el deseo no llega, otros lo viven como invasivo, revelando un desajuste entre cuerpo y tiempo social (Imagen Ilustrativa Infobae) El deseo, transformado en espectáculo, parece hoy exigir visibilidad y validación constante. Sin embargo, muchos adolescentes quedan por fuera de esa lógica: no se ven representados, no desean participar de los circuitos de exposición ni responder a los mandatos del mercado. Algunos incluso rechazan activamente ese sistema. En ese desplazamiento también hay deseo: un deseo que resiste, que no se ajusta a las escenas dominantes de cuerpos hegemónicos y emociones prefabricadas. En ese desplazamiento del deseo hacia lo virtual, interviene también un fenómeno central de nuestra época: la economía de la atención. En un entorno saturado de estímulos digitales, las plataformas compiten por captar y retener la atención de niñas, niños y adolescentes, moldeando sus deseos hacia lo que genera visibilidad, likes o permanencia frente a la pantalla. Así, el deseo deja de surgir del mundo interno y comienza a ajustarse a lo que el algoritmo premia: cuerpos perfectos, escenografías ostentosas, escenas intensas, afectos editados. Lo singular se reconfigura bajo las reglas del mercado digital. Es importante habilitar espacios donde el deseo pueda ser escuchado sin forzarlo ni juzgar la forma en que se presenta. El deseo jamás desaparece: puede replegarse, anticiparse, desorientarse o transformarse, pero siempre está. Escuchar esos modos inéditos sin patologizar puede ser el comienzo de una ética del cuidado en esta era de sobreexposición. En algunos casos, como la inhibición adolescente, no necesariamente hay patología, sino tal vez una forma legítima —aunque aun sin palabras— de encontrar una nueva manera de expresar el deseo. En la escena digital del deseo aparecen sexting, imágenes de IA, filtros y emojis como nuevos lenguajes para lo erótico y lo vincular (Imagen Ilustrativa Infobae) En otros, como la precocidad infantil, sí hablamos de un síntoma: un acting out que irrumpe como señal, que confunde al niño o la niña y que debe ser nombrado, acompañado y comprendido sin demora. Lo que a veces se diagnostica como inhibición o disfunción, puede ser el modo que encontró el deseo para resistirse a las lógicas dominantes y comenzar a expresarse, desde otro lugar. Quizás estamos siendo testigos de una mutación: no de la desaparición del deseo, sino de su desplazamiento hacia otros lenguajes, escenas y formas de vincularse. El desafío no es forzarlo a retornar a donde estaba, sino aprender a escuchar lo que empieza a insinuarse desde otro lugar. * Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.

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