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» Diario Cordoba
Fecha: 04/06/2025 05:44
Nunca fue la verdad tan perseguida como en esta era que se ufana de haberla abolido. Porque no es que la rechace, como antaño hacían los herejes con el dogma; es que la disuelve, la convierte en niebla, en puro estado de ánimo. En este carnaval de almas descarnadas, la emoción ha sido entronizada como nuevo monarca absoluto: lo que se siente es; lo que se argumenta, molesta. Y así, como advirtió Pascal, «la verdad está tan oscurecida en estos tiempos, y la mentira tan establecida, que si no amamos la verdad no la reconoceremos». La posmodernidad, negándose a postrarse ante algo que la trascienda, ha hecho de las entrañas su altar. Todo lo que no halague la subjetividad doliente -aunque sea delirio o engaño-será considerado herejía civil. El sentimentalismo, como sucedáneo bastardo de la compasión cristiana, se ha convertido en la nueva religión de Estado: sin cruz ni redención, pero con martirologios tuiteros, dogmas imposibles de discutir y excomuniones sumarias para el disidente. En esta nueva teocracia emocional, quien exhibe una herida, aunque sea ficticia, se convierte en legislador. El logos cede su lugar al grito, la experiencia sustituye a la evidencia, y el derecho se redacta con lágrimas. Como enseñó Chesterton, «el mundo moderno está lleno de ideas cristianas arrancadas de su contexto, y por eso se han vuelto locas». Así, el perdón se vuelve debilidad, la caridad se convierte en indulgencia con el crimen, y la libertad -despojada de verdad- se transmuta en puro capricho sentimental. Y en esta orgía de victimismos inflados, quienes intentaron razonar desde la complejidad o disentir con elegancia, como el malogrado Fernando Sánchez Dragó, fueron reducidos a caricatura y ajusticiados en la plaza pública digital, donde ya no se lapida con piedras, sino con etiquetas infamantes y retuits de odio. Su figura, lejos de extinguirse, nos recuerda que toda disidencia razonada es hoy crimen de lesa emotividad. No es casual, sino estratégico. Un pueblo que razona es peligroso para el poder; uno que solo siente es manejable. La vieja servidumbre voluntaria de La Boétie se reescribe hoy en formato audiovisual, con eslóganes lacrimógenos, ‘spots’ inclusivos y leyes dictadas al calor de la indignación viral. Mientras tanto, la verdad, que no grita ni seduce, sino que exige esfuerzo, es arrojada al desván de las ideas inconvenientes. Y sin embargo -como escribió Simone Weil- «el consentimiento a la verdad es el único camino hacia la libertad». Recuperar ese consentimiento es la gran batalla de nuestro tiempo: no contra el sentimiento, sino contra su absolutización. Porque la emoción, sin la brújula de la verdad, no emancipa: extravía. Y todo pueblo que se deja gobernar por sus entrañas, acabará devorado por ellas. El drama es que esta idolatría sentimental no redime a nadie: ni al que llora para convencer ni al que cede para no ser linchado. Solo la verdad tiene el poder de sanar, de reordenar el alma desquiciada por las olas del capricho. Pero hoy preferimos naufragar dulcemente que alcanzar la orilla con esfuerzo. Y así, con lágrimas que ciegan en vez de limpiar, avanzamos hacia el abismo entre aplausos y ‘hashtags’. Una civilización que abdica del juicio en favor del estremecimiento no madura: se corrompe. Se vuelve histérica, pueril, incapaz de distinguir entre el dolor justo y el berrinche narciso. Cuando ya nadie soporta una verdad que duela, el espectáculo se convierte en tirano y el corazón, en rehén. *Mediador y escritor
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