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  • POPULISMO – El Disparador Uruguay

    Concepcion del Uruguay » El Disparador

    Fecha: 03/06/2025 15:05

    La Argentina atraviesa un momento político inédito. A la crisis de representatividad existente, se le suma una importante crisis de identidad, de acefalía del “ser nacional”. Es que en un mundo globalizado, ante un cambio de época, hay una cristalización de una tendencia global: el populismo de derecha. Aunque algunos prefieren no llamarlo así -argumentando que “populismo” ha sido históricamente patrimonio del espectro progresista-, lo cierto es que este nuevo tipo de liderazgo conserva todos los rasgos esenciales del “populismo”, pero al servicio de una agenda profundamente excluyente, la de un tercio de la población respecto del dos tercio restante. El país de este tiempo es el mayor ejemplo. Por Juan Martín Garay (*) El modelo En este modelo, el pueblo es una abstracción moldeada a medida de un líder que nace de un relato fundacional. Lo llamativo es que se invoca a “la gente” como sinónimo de verdad y justicia, pero se excluye automáticamente a todo aquel que disienta, proteste o cuestione. El populismo de derecha no construye mayorías por consenso, sino por eliminación simbólica. Divide en dos bandos irreconciliables: los que están con el líder y los que forman parte de una conspiración difusa -la “casta”, los “zurdos”, los “parásitos”, los medios, los sindicatos, los artistas, los movimientos sociales-. La Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), emitió en enero una directiva secreta para monitorear a grupos sociales vulnerables y actores no estatales que pudieran influir políticamente, especialmente en contextos de creciente polarización. La información fue revelada por el periodista Hugo Alconada Mon y publicada por La Nación el 27 de mayo de 2025, tras acceder a una copia del documento y verificar su autenticidad con dos fuentes independientes. La orden, firmada por el director de Operaciones de la SIDE, Diego Kravetz, apunta a recolectar inteligencia sobre estos actores, evaluar su capacidad de influencia y su impacto sobre la estructura institucional del país. También incluye el monitoreo de posibles actores extranjeros que puedan interferir en la política argentina a través de desinformación, financiamiento o ciberataques. Este tipo de accionar encaja dentro de lo que se conoce como populismo de derecha: una estrategia política que combina un discurso anti-élite y de defensa de “la gente común”, con un uso creciente del aparato estatal para vigilar, estigmatizar y neutralizar a voces críticas. En vez de fortalecer la democracia o ampliar derechos, esta lógica busca concentrar poder, disciplinar a los sectores populares organizados y presentar toda disidencia como una amenaza a la estabilidad. Bajo este enfoque, la inteligencia estatal deja de enfocarse en amenazas reales a la soberanía nacional para perseguir y controlar a los propios sectores sociales que históricamente han luchado por mayor inclusión y justicia. La diferencia A diferencia del populismo clásico, que se apoyaba en la expansión de derechos y en la construcción de comunidad, este populismo neoliberal se basa en la exaltación del individuo, la competencia permanente y la destrucción del Estado como actor de equidad. No se ofrece redención ni futuro compartido: se ofrece ajuste, sufrimiento inevitable y la promesa de una libertad abstracta que rara vez llega al plato de comida de los más vulnerables. Este discurso no opera solamente desde lo alto del poder. Penetra la conversación cotidiana, se naturaliza en los medios, se replica en redes sociales. Se alimenta del cansancio con la política tradicional, del descreimiento hacia las instituciones y del resentimiento acumulado frente a años de crisis. Pero en lugar de canalizar ese malestar hacia un proyecto inclusivo, lo utiliza como herramienta para legitimar la violencia simbólica y la exclusión como norma. El peligro El peligro del populismo de derecha no es sólo el autoritarismo potencial del líder circunstancial. Es la transformación paupérrima de la política en espectáculo bélico. Es la desaparición del disenso como valor democrático, del consenso como resultante del diálogo. Es la infantilización de la ciudadanía, convertida en audiencia pasiva de monólogos furiosos. Y es, sobre todo, la instalación de una narrativa única, binaria, impermeable a la crítica. La democracia no sobrevive solo con elecciones, encima con poca participación del electorado. Necesita instituciones sólidas, medios independientes o lo más objetivos posibles, un movimiento obrero organizado, partidos políticos fuertes, movimientos sociales activos y una ciudadanía capaz de tolerar la diferencia. Requiere diálogo, debate, escucha. Probablemente requiera conflicto también, sí, pero un conflicto que construya, no que arrase. La avanzada Frente a esta avanzada de intolerancia disfrazada de libertad, hay una responsabilidad ineludible para quienes creemos en una democracia con justicia social: recuperar la palabra, volver a hablarle a la gente con la verdad, con respeto, con amor político. No podemos ceder el lenguaje, ni la calle, ni el futuro. Porque cuando nos olvidamos de eso, el populismo de derecha no solo gana las elecciones: empieza a moldear el sentido común. Dice Almafuerte: a veces un gran destino está dormido, viene el dolor y lo despierta. Lo dijimos antes y lo volvemos a decir: lo nuestro es la gente, lo único que debe importarnos, nada más ni nada menos. Uruguay – eldisparadoruruguay.com.ar

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