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  • Brasil impulsa una ambiciosa política industrial mientras Argentina se queda atrás

    » Comercio y Justicia

    Fecha: 28/05/2025 16:20

    Por Javier De Pascuale En un contexto global donde la sostenibilidad, la innovación y la autonomía productiva se han convertido en prioridades estratégicas, Brasil acaba de dar un paso audaz con el lanzamiento de su plan “Nueva Industria Brasil”, anunciado en enero de 2024 y que comienza por estos meses a tomar cuerpo con sus primeros resultados. Este programa, que destinará 300.000 millones de reales (unos 53.000 millones de dólares) hasta 2026, busca transformar la estructura productiva del país vecino mediante una estrategia integral que combina desarrollo tecnológico, descarbonización y fortalecimiento de sectores clave. Mientras tanto, Argentina carece de un programa nacional de desarrollo industrial siquiera medianamente parecido. Una de las escasas iniciativas públicas de promoción económica activa vigentes en el país es el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), incluido en la Ley Bases de 2024, que reflejan un enfoque más limitado, centrado en atraer capitales extranjeros para actividades principalmente extractivas. Este contraste plantea una pregunta clave para el país y por qué no, para Córdoba, tradicional centro de desarrollo industrial nacional: ¿qué modelo es más sostenible social y económicamente en el largo plazo? Adelanto opinión: el brasileño. El plan brasileño: apuesta por la neoindustrialización El programa “Nueva Industria Brasil” se estructura en torno a seis misiones estratégicas que abarcan desde el agro y la salud hasta la infraestructura, la transformación digital, la descarbonización y la defensa. Con financiamiento del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep) y la Empresa Brasileña de Investigación e Innovación Industrial (Embrapii), el plan busca no solo impulsar el crecimiento económico, sino también garantizar la sostenibilidad ambiental y social. Por ejemplo, se destinarán recursos a la producción de medicamentos y equipos médicos para reducir la dependencia externa, al desarrollo de tecnologías verdes para descarbonizar la industria y a la modernización de la infraestructura urbana y rural, siempre prestando atención al agregado de valor interno y a la creación de empleo en cada iniciativa. Un aspecto destacado del plan es su enfoque en la innovación: Brasil invertirá el equivalente al 1% de su PBI en investigación y desarrollo (I+D), una cifra significativamente superior al 0,34% que se destina en la Argentina. Además, el programa incluye medidas para fortalecer las cadenas productivas locales, como el apoyo a pequeñas y medianas empresas y la promoción de exportaciones con valor agregado. En el sector automotriz, por ejemplo, Brasil ha captado inversiones por más de 13.000 millones de dólares, enfocadas en vehículos eléctricos y tecnologías sostenibles, lo que contrasta con la ausencia de una ley de electromovilidad en la Argentina. Ni hablar de la confesión del ministro de Economía Luis Caputo, quien este lunes en una entrevista en el canal LN+ afirmó: “Vamos hacia un nuevo modelo: habrá empresarios que venderán o cerrarán sus empresas, es natural”. Pero volviendo a Brasil… El enfoque integral que plantea el programa no sólo busca crecimiento económico, sino también equidad social. Al priorizar sectores como la salud y la bioeconomía, Brasil apunta a generar empleo de calidad y reducir desigualdades regionales, un desafío especialmente crítico en un país de dimensiones continentales, con grandes bolsones de pobreza y subdesarrollo, que conviven con otras de desarrollo acelerado. En el caso brasileño, la sostenibilidad económica del plan radica en su capacidad para diversificar la matriz productiva, disminuir la dependencia de commodities y posicionar al país como un actor competitivo en la economía global. Argentina y el RIGI: el modelo extractivo En contraste, la Argentina de Javier Milei optó por un enfoque más limitado, menos ambicioso, aunque a la vez más pragmático: el RIGI. Este régimen, diseñado para atraer inversiones (¿extranjeras?) superiores a los 200 millones de dólares, ofrece beneficios fiscales, estabilidad jurídica por 30 años y facilidades para el acceso a divisas, con un claro enfoque en sectores como la minería, la energía y el agro. En Córdoba, donde la actividad industrial tiene el mayor peso en la creación de empleo, el RIGI posiblemente pase de largo hacia otros destinos, como los proyectos de explotación de litio o de desarrollo en Vaca Muerta, alejados de los grandes centros industriales del Conurbano bonaerense, del Gran Córdoba, el Gran Rosario, los puertos santafesinos o las industrias de Tucumán y Mendoza. Es decir, alejados de la creación de empleo, centrados en la extracción o la producción de materias primas pero que prometen generar divisas en el corto plazo. Las limitaciones del RIGI son evidentes y nadie las niega. Su orientación hacia actividades extractivas refuerza un modelo económico dependiente de recursos naturales, con escaso énfasis en la industrialización o la innovación tecnológica. A diferencia del plan brasileño, que busca transformar la estructura productiva, el RIGI no establece misiones claras para diversificar la economía ni promover la sostenibilidad ambiental. No exige desarrollo de proveedores locales tampoco. Por supuesto, la falta de continuidad en las políticas industriales argentinas —evidenciada por iniciativas como el Plan Argentina Productiva 2030, que no logró consolidarse— limita la capacidad del país para competir en un escenario global que valora la innovación y la descarbonización. Es claro que el sostenimiento de la industria no termina de llegar a convertirse en una política de Estado. Otro punto crítico es la inversión en I+D. Mientras Brasil destina recursos significativos a la ciencia y la tecnología, Argentina invirtió en 2023 solo 500.000 millones de pesos (0,34% del PBI) en este rubro. No tenemos la cifra de 2024, aunque el ajuste en el sector público fue tan poderoso que sin dudas redujo ese ya magro índice. Esta brecha se refleja en sectores como el tecnológico, donde la Ley de Promoción de la Economía del Conocimiento ha tenido avances, pero no logra el impacto necesario debido a la inestabilidad macroeconómica y la alta carga impositiva. Sostenibilidad: Brasil lidera, Argentina atrás El plan brasileño destaca por su visión de largo plazo. Al integrar objetivos de descarbonización, innovación y equidad social, no solo busca crecimiento económico, sino también un desarrollo que beneficie a amplios sectores de la población. Por ejemplo, la misión de bioeconomía apuesta por la explotación sostenible de la biodiversidad amazónica, generando empleo sin comprometer los ecosistemas. En contraste, el modelo extractivo promovido por el RIGI genera preocupaciones sobre su impacto ambiental y su capacidad para crear empleo sostenible. Proyectos como la minería de litio, si bien son estratégicos, suelen concentrar beneficios en pocas manos y tienen un impacto limitado en economías locales. Además, la sostenibilidad económica del plan brasileño se basa en su capacidad para fortalecer el mercado interno y las exportaciones con valor agregado. Con un mercado cuatro veces más grande que el argentino, Brasil tiene una ventaja estructural, pero su estrategia de financiar la innovación a través de instituciones como el BNDES asegura un impacto duradero. En Argentina, la falta de un banco de desarrollo con esa capacidad y las restricciones fiscales limitan la posibilidad de replicar un modelo similar. Para una provincia como Córdoba, con un fuerte perfil industrial y agropecuario, el contraste entre ambos modelos es revelador. Mientras Brasil apuesta por un desarrollo diversificado y sostenible, Argentina se apoya en incentivos para captar inversiones extranjeras sin una visión integral. Para que Córdoba y el país puedan acercarse a un modelo más sostenible, sería necesario: . Fortalecer la inversión en I+D: Aumentar el presupuesto en ciencia y tecnología para fomentar sectores como la biotecnología y la industria 4.0. . Promover la industrialización: Diseñar políticas que incentiven la producción con valor agregado, en lugar de depender de exportaciones primarias. . Asegurar continuidad: Establecer planes de largo plazo que trasciendan los ciclos políticos, como el exitoso modelo del BNDES en Brasil. En conclusión, el plan “Nueva Industria Brasil” representa una hoja de ruta para un desarrollo económico y social sostenible, mientras que el RIGI, aunque útil en el corto plazo, no logra abordar los desafíos estructurales del país. Para Córdoba, la lección es clara: sin una estrategia integral que combine innovación, sostenibilidad y equidad, el país seguirá rezagado en la carrera por un futuro económico competitivo. La pregunta ahora es si Argentina podrá aprender de su vecino y construir un modelo que, como el de Brasil, mire hacia el largo plazo.

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