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Parana » AIM Digital
Fecha: 24/05/2025 11:18
En 1204 los caballeros cristianos camino de Jerusalén, a la que procuraban rescatar de los musulmanes por sugerencia del Papa Inocencio III en la cuarta cruzada, se desviaron hacia Bizancio, que brillaba como un premio mayor para el saqueo y el pillaje. La distancia entre los fines propagandísticos de la cruzada -que lograron entusiasmar a las masas como acontecía entonces con las promesas adornadas y ahora tanto como entonces- y la realidad pura y dura, está relatada sucintamente por un cronista bizantino: "Destrozaron las santas imágenes y arrojaron las sagradas reliquias de los mártires a lugares que me avergüenza mencionar, esparciendo por doquier el cuerpo y la sangre del Salvador [...]En cuanto a la profanación de la Gran Iglesia (Hagia Sofía), destruyeron el altar mayor y repartieron los trozos entre ellos [...]E introdujeron caballos y mulas a la iglesia para poder llevarse mejor los recipientes sagrados, el púlpito, las puertas y todo el mobiliario que encontraban; y cuando algunas de estas bestias se resbalaban y caían, las atravesaban con sus espadas, ensuciando la iglesia con su sangre y excrementos. Tampoco mostraron misericordia con las matronas virtuosas, las doncellas inocentes e incluso las vírgenes consagradas a Dios". Constantinopla, con 300.000 habitantes, era cuatro veces más poblada que Venecia, la ciudad más grande de Occidente en esos tiempos. Sus edificios, sus palacios, sus foros y jardines, su riqueza visible, ejercieron una fascinación irresistible en los saqueadores, que miraban aquellas cosas como las mesnadas de Hernán Cortés la gran ciudad de Tenochtitlán en México o como vio Pizarro a los templos del Cuzco. Los emperadores y los nobles bizantinos habían acumulado durante siglos grandes esculturas, obras de arte y joyas; todo fue fundido por los cruzados para hacer monedas. Se llevaron todo lo que pudieron y abrieron las tumbas, como la del emperador Justiniano, para sacar las joyas que contenía, intactas desde hacía varios siglos Como ejemplo: los caballos de bronce que adornan hoy la catedral de San Marcos en Venecia estuvieron en el hipódromo de Bizancio. El saqueo destruyó testimonios de la herencia romana de Bizancio sin que los cruzados tuvieran claro lo que propiciaban, porque su solo interés eran las riquezas. El saqueo de Constantinopla duró varios días e infligió a Bizancio una herida de muerte, que se consumaría en 1453, cuando los otomanos al mando de Mehmed II tomaron la ciudad tras un asedio metódico de casi dos meses, en que la pólvora y los cañones cambiaron las tácticas militares. Césares y Basileus Los bizantinos llamaban a su emperador "basileus romanus", (rey de Roma); es decir, tras la caída del imperio romano de occidente ellos se veían como la continuación de Roma, como la fracción oriental del imperio. Constantinopla, la ciudad de Constantino, era "la segunda Roma". La Roma de Rómulo y Remo, la hija de la loba, había caído en el siglo V, 1200 años después de su fundación. Algunos dicen que por la corrupción, que no es más que una consecuencia sobrevalorada por los que tienden a confundir las causas con los efectos; otros dicen que por la acción corrosiva de los cristianos desde adentro, que sólo aprovechaban sus oportunidades; otros que por los bárbaros desde afuera, que varias veces fueron arrasados por apenas las convulsiones del imperio moribundo. Al final de su monumental "Historia de la decadencia y ruina del imperio romano", Edward Gibbon dice "he descripto el triunfo de la barbarie y la religión", en referencia justamente a la acción -que él suponía determinante- de los bárbaros y los cristianos sobre el imperio de occidente. La segunda Roma, Constantinopla, cayó también, asesinada por sus hermanos de occidente y rematada por los otomanos. Todos los imperios han dicho de sí mismos que nunca tendrán fin, pero a todos el fin les ha llegado más tarde o más temprano. Una leyenda de los últimos días de Bizancio, recogida por la historia, muestra a Constantino XI Paleólogo, el emperador, salir lanza en mano a combatir a los infieles. En cierto momento se produjo una gran explosión y Constantino Paleólogo se sublimó en el aire sin dejar rastro. La caída del imperio bizantino, o romano de Oriente, dejó desorientados a los pueblos vecinos que habían sufrido su influencia cultural durante un milenio: Serbia, Bulgaria, Valaquia, Rusia. La tercera Roma En el año 882 Olev de Nóvgorod, un adalid vikingo, fundó un estado que se llamó Rus de Kiev, con la ciudad de Kiev como capital. El Rus abarcaba del Báltico el Mar Negro y del Vístula al Volga. Kiev fue proclamada entonces "madre de las ciudades rusas", condición que persiste en la memoria colectiva de ucranianos y rusos hasta ahora. “Rusia” es extensión del nombre “Rus” que los eslavos daban a los escandinavos que provenían del norte. El Rus de Kiev debe mucho a la reina vikinga Olga, esposa de Ígor, asesinado por los drevlianos, un pueblo eslavo que mató al príncipe cuando fue a cobrarles impuestos por segunda vez en un año. Los drevlianos pretendían casar a Olga con el príncipe Mal, para que éste asumiera como soberano del Rus de Kiev. Olga, que era regente porque su hijo tenía entonces solo tres años, respondió manifestando agrado por la propuesta e invitó a los enviados a volver al día siguiente en la barca en que habían llegado por el Dniéper. Cuando volvieron los dejaron caer en una zanja cavada el día anterior y por orden de Olga los enterraron vivos. Luego Olga envió mensajeros a Mal para que enviara sus mejores hombres para que ella pudiera acompañarlos a la presencia del príncipe con el honor debido. Cuando los drevlianos llegaron a Kiev fueron invitados a una casa de baños antes de conocer a la princesa. Olga hizo incendiar la casa con ellos adentro; todos murieron quemados. No contenta con el rumbo exitoso que tomaba su venganza por la muerte de Igor, Olga invitó a los drevlianos a un banquete fúnebre por la muerte de su esposo. Cuando los emborrachó con hidromiel ordenó matarlos a todos, alrededor de cinco mil. Luego remató su trabajo matando a Mal y al resto de su gente. Pero todavía faltaba algo: como no todas las ciudades drevlianas se habían avenido a pagar impuestos, ella les hizo creer que solo quería, para que haya paz, tres gorriones y tres palomas de cada casa. A cada pájaro le hizo atar un pedazo de tela con azufre a las patas y prendió fuego a la tela. Liberó a los pájaros, que volvieron a sus nidos y provocaron un incendio que acabó con la ciudad. Olga es santa para los cristianos ortodoxos, porque no le faltaba temperamento para obligar a su gente a convertirse al cristianismo. Cuando en 1240, en su expansión al occidente los mongoles saquearon Kiev y otras ciudades, el centro del Rus se trasladó a Moscú, que en el siglo XV se convirtió en la capital de Rusia. Una sobrina de Constantino, Zoe Paleólogo, se casó con el zar de Rusia, Iván III, con quien la relacionaba una compleja red de parentescos. A los rusos les resultaba incómodo el nombre Zoe, que deriva de "vida" en griego y se ha vuelto de nuevo popular en el siglo XXI en algunos países. Por eso llamaron Sofía a su emperatriz. Zoe, en adelante Sofía, se convirtió en la gran influencia de la civilización del desaparecido Bizancio sobre Rusia. Ella influyó decisivamente para que una vez caída Constantinopla, la Segunda Roma, Rusia fuera la tercera. La herencia de una civilización milenaria pasó a los zares, que establecieron una ideología que ya no abandonaron: Rusia, la tercera Roma, nunca caerá, a diferencia de lo que había pasado con la primera y la segunda. En la Rusia actual, contra la interpretación occidental más al uso, que habla de dictadores o déspotas, el poder se entiende como una herencia cultural, espiritual, de valores, como sucesión legítima de una civilización que sólo se había realojado y en última instancia, tenía a dos Romas en sus ancestros. No se trata entonces de gobernantes megalómanos, dotados de un ego desmedido; más bien son herederos de una concepción del poder que tiene por lo menos medio milenio y se puede rastrear mucho antes; es decir, es algo que excede las particularidades psicológicas de los gobernantes y enraiza en una cultura milenaria. Mítica y política Los bolcheviques ejecutaron al zar Nicolás II y a su familia en Ekaterinenburg en 1918, cuando el ejército blanco contrarrevolucionario amenazaba la ciudad; algo que recuerda a la decapitación de Luis XVI Capeto y María Antonieta de Austria por los revolucionarios franceses en 1793. Pero la fuerza mítica de la tercera Roma, si bien se había debilitado, no se había agotado. Boris Yeltsin, en los momentos de lucidez que le permitía su adicción, recuperó los restos de Nicolás y su familia y en 1997 fueron sepultados con honores en la catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo junto a los demás zares. Como pudieron, rehicieron la línea que comenzó Sofía Paleóloga sobre la base histórica del Rus de Kiev y de Bizancio y siguió con Iván el Terrible o con Pedro el Grande. El mismo Stalin se explica como necesidad de consolidar a toda costa el sistema social y politico surgido en 1917, o como un hombre de derecha conduciendo una revolución de izquierda contra enemigos poderosos y crueles; pero también como continuidad de un modo de ejercer el poder que venía de siglos y que a pesar de todos las variantes es heredero del césaropapismo bizantino. La unión del clero con el poder gubernamental que se da ahora en Rusia se puede comparar con el de los zares con el clero ortodoxo y el del basileus con la iglesia bizantina. Tras la caída de la Unión Soviética en 1991 sobrevino una sociedad fracturada, que debió enfrentar condiciones económicas y humanitarias graves, donde a la gente común le faltaba lo esencial para vivir y debía enfrentar sin recursos un clima riguroso. Algo similar había acontecido tras la caída de Roma en el siglo V. Entonces, según un viajero de las islas británicas de la época, pululaban entre las ruinas gentes que no sabían quién había hecho esos monumentos ni de donde provenían ellos mismos; pero usaban bloques se mármol con que Octavio César Augusto había hecho pavimentar algunas calles de Roma siglos antes para echarlas a los hornos y calefaccionarse. En el siglo XV, Mehmed II fue relativamente magnánimo con los vencidos; que habían sufrido un golpe demoledor en 1204 propinado por los cristianos de occidente, del que no pudieron recuperarse. Por eso un historiador bizantino dijo que los musulmanes los habían tratado mejor que los cristianos de la segunda cruzada. El imperio se fragmentó y decayó hasta ser una sombra de su viejo poder, despojado de su capital, que pasó al imperio Otomano. La gran catedral de Santa Sofía, la octava maravilla del mundo, construida por orden de Justiniano nueve siglos antes, se convirtió en mezquita. Fue el fin de la segunda Roma. La tercera Roma Tras la caída de la Unión Soviética, Boris Yeltsin se convirtió en el nuevo gobernante de Rusia; tenía asesores occidentales y permitió la formación de una élite de oligarcas, que sacaron rumbo a Londres todo lo que pudieron; fundaron en la capital británica el "Londongrado", un barrio rumboso construido con dinero ruso. Rusia era una víctima, estaba rodeada de saqueadores que esperaban llevarse todo lo que pudieran. Pero la soberbia de occidente, atento ante todo al botín, no aprovechó la ocasión de acabar definitivamente con un rival que veía como circunstancial. No se apoderó entonces más que de la parte occidental de la ex URSS, y luego trató de balcanizar el resto, cuando la víctima se había puesto otra vez de pie. Dioclesiano en Rusia El general Jorge Patton, héroe estadounidense de la Segunda Guerra Mundial, se mostraba muy entusiasmado en Túnez, donde luchaba contra los alemanes. Reveló que ese entusiasmo se debía a que él había peleado también en las guerras púnicas contra los cartagineses, hace más de dos milenios, en una curiosa reaparición moderna de la teoría de las religiones dhármicas de la reencarnación o transmigración de las almas, occidentalizada por la teosofía. El jefe del ejército alemán, el general Helmuth Johannes Von Molkte, que tenía relaciones con sociedades ocultistas a inicios del siglo XX, se creía la reencarnación del Papa Nicolás I, que a fines del siglo IX estableció el poder de la iglesia por sobre el imperio. Muchos otros, desde Pitágoras y Platón, influidos por doctrinas orientales, también creyeron en la reencarnación, que vuelve una y otra vez en distintas épocas, como ahora con la "Nueva Era". Vladimir Putin quizá no llegue a tanto, sino solo a establecer paralelismos que convalidarían los ciclos históricos o repetición de estructuras similares en épocas diferentes. La persistencia del modo de ver ruso en las tres Romas, la influencia de esa percepción cíclica de la historia en la mentalidad de sus dirigentes, se ve en la idea de Putin de compararse con el emperador Diocleciano de la primera Roma, a fines del siglo III y principios del IV. Diocleciano fue un general romano antes de ser emperador; Putin era un servidor público jerarquizado como agente del espionaje ruso. Putin provenía de una familia muy pobre de San Peterburgo, Diocleciano era nieto de un esclavo liberto; ambos llegaron al tope de sus sociedades desde muy abajo; ambos son conscientes de la corrupción que roía la Roma del siglo III como la Rusia tras el fin de la URSS. La historiadora española Margarita Torre Sevilla lleva la comparación a los impuestos, que en tiempos de Diocleciano pagaba el pueblo como ahora, y los evadían los mismos que ahora. Diocleciano se proponía recuperar la grandeza romana de los primeros siglos y Putin de la tercera Roma; Diocleciano se propuso cambiar el sistema económico romano, muy corrupto y degradado, y Putin cambió el sistema que dio lugar a los oligarcas después del descalabro de la URSS. Diocleciano veía que los romanos de su tiempo habían perdido la fe en su patria y se creían lo peor, y lo mismo los rusos después de la URSS, y ambos se propusieron volver a la dignidad perdida y al orgullo mellado. Torre admite que Diocleciano persiguió a los cristianos y Putin no; pero hay también acá un paralelismo en que ambos entienden que lo que no encaja en la tradición propia sobra: las religiones fuera del panteón romano para Diocleciano y las intrusiones de intereses de otros países en Rusia. Diocleciano repartió el poder de Roma en una tetrarquía, para que los jerarcas estuvieran más cerca de los problemas de poblaciones heterogéneas. Putin, sin copiarlo en eso, ha dividido su política frente a occidente y frente a Oriente, entendiendo que ambos mundos requieren tratos diferentes. Mito y lucha de élites La restauración el mito de la Tercera Rusia implica la conquista de los espíritus, la conquista simbólica de la población. Occidente, movido por su insuperable materialismo, posiblemente se equivoque suponiendo que Rusia solo trata de expandirse territorialmente. Pero la unión de las almas propias es previa a cualquier conquista de los cuerpos ajenos, de modo que no se debe separar lo simbólico de lo material, y estar atentos a lo que siga una vez lograda la unidad después del restablecimiento de la potencia nacional económica y militar. Cuando la política todavía atiende a sus fines -lo que es cada vez menos frecuente- uno propio de ella es preservar, cultivar e incluso crear si es necesario la unidad ideológica de la colectividad. La economía, y mucho más el aparato financiero que la asfixia, atiende en cambio al lucro ante todo, lo que implica desentenderse de cualquier fin simbólico y provocar a la larga la desintegración social y la ruina de los propios financistas. De la Redacción de AIM
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