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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/05/2025 02:47
“Mi mamá lo supo, lo aceptó y pedía plata a cambio”: la lucha de una víctima de abusos que tuvo una hija a los 13 años “Dejé de culparme por no decirlo, por no pedir ayuda, por resistir”, cuenta Nayla Herrera, con una entereza que, frente a lo estremecedor de su historia, resulta conmovedora: desde los cinco años soportó violencia psicológica, física y sexual, componiendo un oscuro recorrido que lleva en la memoria de sus 23 años. Ahora llega al estudio de Infobae acompañada por Lú, su hijita. La esperará afuera, con sus galletitas y la inocencia de sus 10 años a salvo, resguardada del tenebroso relato que ningún niño debería escuchar. Porque su mamá la protege como nunca lo hicieron con ella, en su propia infancia, donde no hubo espacio para juegos ni abrazos. Ningún niño debería haber sufrido horrores semejantes. Sin embargo, Nayla los vivió, no solo los maltratos y el abuso, sino el dolor adicional de que haya sido su madre quien facilitó esa crueldad. “Yo era muy chica y me dejaban en la casa de cualquier pariente, mucho tiempo: meses y meses -dice-. Allí sufrí violencia sexual, física y psicológica”. A los 13 años recibió de la vida -o de quienes se la destrozaron- otro golpe devastador: un embarazo, consecuencia de un nuevo abuso. “Quiero entrar a un hogar,” rogó entonces, en busca de la protección sistemáticamente negada, tanto por su familia como por las instituciones. La respuesta fue siempre la misma: indiferencia del sistema y el retorno a sus abusadores. Cuando por fin logró, para Nayla no se terminaron las pesadillas. Ahora decide hablar, consciente de que no cometió ningún error, de que nadie debería atravesar el infierno sufrido por ella. Aunque contar duela, repasa su historia con la esperanza de que ayude a que otros niños y niñas no tengan que enfrentar lo mismo. Nayla embarazada de 8 meses a los 13 años. —Sos una mamá de 23 años con una hija de diez. Eso habla de una historia complicada. —Una historia larga. —¿Por qué la contás? —Porque me sana a mí más que otra cosa. Y para entender quién soy, quién fui. También, para identificarme con otros jóvenes: esto es algo que no me pasó solamente a mí. Entonces, Nayla suspira. “Cuando con Lú empezamos a habitar la paz, la calma y la independencia, empecé un trabajo de entender realmente lo que me habían hecho, lo que había pasado. De perdonar. De perdonarme. De entender que hice lo que pude. Sufrí mucha violencia durante 18 años, pero cuando a los 13 años me enteré que iba a ser mamá… Ser madre de Lú me salvó la vida". —Es increíble, porque solo tenías 13 años... —Sí, recién los cumplía. Cuando supe que iba a venir, dije: “Este bebé no puede conocer este mundo que yo conozco”. —¿Vamos para atrás? —Vamos. —¿Cuáles son tus primeros recuerdos de chiquita? —Tengo recuerdos muy malos: mucha violencia, mucho silencio, muchos golpes. Somos cinco hermanos, mi madre y mi padrastro, que bueno, es mi padre: me reconoció legalmente como hija. Tengo su apellido, mi hija tiene su apellido. A mis hermanos los cuidaban: ellos tenían cumpleaños, salían. Yo, no. Conmigo fueron muy diferentes. —¿Por qué hacían esta diferencia con vos? —No lo sé. Mis hermanos tampoco lo entienden. Cuando yo era muy chica siempre me dejaban en la casa de cualquier pariente, mucho tiempo: meses y meses. —¿En esas casas te cuidaban? —No, no, no... Sufrí violencia sexual, física y psicológica desde que tengo cinco años. Y lo entendí hace poco. Siempre tuve registro, pero nunca quise saber la edad concreta de cuándo había comenzado. Hasta que hace poco, queriendo sanar un poco eso, pude identificar cuándo comenzó. —¿Fue en uno de estos lugares en los que te dejaban? —Sí. Fueron tantas veces que sí. Y fueron personas diferentes: hombres, mujeres, menores, mayores. —¿Tu mamá no se daba cuenta o lo sabía y lo aceptaba? —Ella en un momento lo supo y lo aceptó, y pedía plata a cambio. Y entiendo que mi padre, de cierta forma fue negligente también. —¿Tu mamá cobraba para dejarte en casas de desconocidos que hacían lo que querían con vos? —No necesariamente así, pero cuando ella se entera de que ciertas personas abusaban de mí, les pide plata. Les dice: “Bueno, dame plata porque sino, yo cuento lo que ella cuenta“. —Es decir, ¿los extorsionaba para no denunciarlos? —Claro. Algo así. —¿Y después te mandaba de vuelta a esa casa? —Sí, sí, sí. Soy muy consciente de las acciones que ella tuvo. La entrevista completa de Nayla Herrera en Infobae —¿Cuándo te diste cuenta de lo que pasaba? —Creo que siempre. Yo quería ir y contarles (a mis padres), pero siempre estaban ocupados o no podían. “Esas personas me están haciendo eso y yo te quiero contar, quiero que me saques”, pero siempre apaciguaban todo y no escuchaban. Hasta que llegó un momento donde ya no tuve la intención de hablar: “¿A quién le comunico esto?”, (pensaba). Y recuerdo muy latente el desear morir, constantemente. Esa sensación de querer descansar un poco. Así fueron muchos años, con mucho destrato para conmigo. —Tenés una hermana mujer. ¿A ella le hacían lo mismo? —Ella no recuerda que le haya pasado algo así, pero sí violencia física por parte de mi madre, una persona muy violenta. Cuando mi madre se separa de mi padre se va a vivir sola y empieza a consumir alcohol. Ella estaba medicada, tiene epilepsia, entonces las pastillas y el alcohol le generan una adicción. —¿Tu padrastro era violento? —No recuerdo que me haya golpeado, pero era violento psicológicamente. Como que de a poquito, ¿viste? A veces un niño no entiende lo que es violencia porque en su momento se hablaba de violencia física, no más. Era como: “Si te pegan es violento, si no te pegan no pasa nada”. Entonces yo decía: “Claro, a mí no me pegan. Pero me insultan, me denigran, me dejan sin comer, me encierran, me hacen todo lo demás”. —¿Vos ibas al colegio? —Sí. —¿Y nadie en el colegio hizo nada? —No. Nunca. Mi hermana iba muy golpeada y los profesores le decían: “Bueno, tu mamá está enferma. Tiene epilepsia”. Justificaban los golpes. Yo recuerdo momentos donde suplicaba que dejara de golpearla... “Por favor, soltala”. —¿Tenías miedo? —No. No tengo registro de sentir: no sentía nada, no recuerdo eso. Solo recuerdo que a veces sentía ganas de morir. Veía películas de chicos que tenían cáncer y querían vivir, luchaban por la vida. Y yo decía: “Quiero ser ese nene, que viva porque tiene ganas. Yo no tengo ganas”. De hecho, tenía muy asimilado que me iba a morir muy joven. Como con paz. —Me imagino una nena en esa situación, con una madre totalmente desencajada, violenta. —Sí, desequilibrada. Ella siempre me decía que yo no era su hija, que me parecía mucho a mi progenitor. Pasaba algo con la piel: ellos son muy rubios y yo soy más morena. Tenía mucho esto de lo racial. Yo a ese hombre no lo conocía pero soñaba con él: “Si me parezco tanto, quizás en algún momento me rescate, me saque de acá”, pensaba. —¿Alguna vez por esos golpes tuvieron que ir a un hospital? —No, no lo recuerdo. Pero mi hermana me contó hace poco que cuando yo era chiquita sangraba y me llevaban al pediatra, y el pediatra decía que era normal. —¿Sangrabas por los genitales? —Sí. Yo eso no lo recuerdo, realmente. El médico decía: “Sí, es normal”, y ya está, de vuelta... Pero yo no me acuerdo que me hayan llevado al médico. —¿Hay recuerdos que bloqueaste? —Seguramente. Creo que van saliendo cuando tengo la capacidad de poder procesarlos. —A mi me rompe lo que contás y te veo muy entera, ¿en algún momento deja de doler o es una coraza? —Sí, cuando le quito peso. Cuando hablo y entiendo que no es mi culpa. Yo era una niña. Y dejé de culparme por no decirlo, por no pedir ayuda, por resistir. Entendí que hice lo que pude con eso. Nadie lo merece pero lo viví, y entenderlo me ayudó a sanar. Hoy, con 23 años, digo: “Nayla, ¿por qué no lo dijiste?”. Y entonces entiendo que yo no tenía esta edad, o este conocimiento… —Nayla, vos no tenías la culpa de nada. Incluso cuando una mujer es abusada a los 40, no tiene la culpa de nada. —Sí, sí, lo sé... “Yo no sé cómo voy a hacer pero no te voy a dejar”, le dijo Nayla a su hija de meses cuando la presionaban para que fuera adoptada. —¿Cómo lográs pedir ayuda, cómo llegás a un hogar? —Y... contra viento y marea. Porque lo pedí muchas veces y no me dejaban. Cuando quedo embarazada, a los 13 años, digo: “Quiero entrar a un hogar”. —¿Quién se da cuenta de que estabas embarazada? —Mi mamá. Recuerdo sentirme muy mal y que ella dijo, con mucha alegría: “Voy a ser abuela”. Y yo me la quedé mirando. Entiendo que tiene algún trastorno mental porque nadie en su sano juicio piensa o razona como ella. De hecho, hace unos años estuvo internada en un hospital de salud mental. —Cuando quedás embarazada a los 13, que por supuesto un embarazo a esa edad es un abuso, una violación, porque no hay consentimiento posible, ahí decís: “Tengo que hacer algo”. —Sí. Empiezo a buscar como la forma de entrar a un hogar. Habíamos ido a un hogar con mi madre y yo le comento. —¿Por qué? —Porque estábamos en situación de calle. Y ella me dice: “Bueno, andá al juzgado tal y pedí hablar con tal”. Mi mamá queda internada, vivíamos con parientes de ella, y yo digo: “¿Me llevás a un hogar?”. Dos meses antes le había pedido a esa misma persona que me lleve a un hogar, y ella me llevó con sus abogadas, que dijeron que era lo peor que me podía pasar. Y me mandaron con mi mamá. Mi mamá había hecho una denuncia diciendo que yo me había escapado, que era rebelde, pero en realidad, ella me había echado a la calle. —Esa mujer con la que hablaste, ¿era de un lugar en el que fueron a dormir en algún momento con tu mamá? ¿La coordinadora de un refugio? —Sí, sí. Pero esas abogadas me mandaron con mi mamá y terminamos durmiendo en un hospital. Cuando mi padre nos deja a todos, a ella le pagan un alquiler, pero al no cuidarnos, al no darnos de comer, todos empiezan a enfermarse, a estar mal. Entonces, de a poco todos vuelven con mi padre: primero el bebé, después el otro, después el otro. Después yo. Y por último, mi hermana. —¿Qué decía tu padre de que estuvieras embarazada? —Nada. Recuerdo que reapareció mi progenitor. Me decían que él había matado gente, entonces yo le tenía mucho miedo. “Le llego a contar y mata a un par”, dije. Entonces preferí guardarme eso. Empezó a aparecer gente que decía: “Bueno, si tu hijo es nene yo lo quiero adoptar“. Cosas así. Y yo me quería escapar. —¿Alguien te ofreció interrumpir el embarazo? —No. Pero me cuentan que intentaron y ya no se podía. Me dijeron que me dijeron que si yo hubiese hablado antes, lo arreglaban. Cuando mi madre queda internada, empecé a patalear: “A mí me llevan a un juzgado. Yo no quiero vivir con vos. No quiero nada, quiero que me lleves ahí”, decía. Una persona se cansa y dice: “Bueno, vamos a llevarla a esta pendeja”. Y me llevan. Pero ahí fue otro calvario: “Tenemos que charlar con tu mamá”, me dicen. “Pero mi mamá está internada, yo estoy aprovechando porque ella no me va a dejar, no me va a soltar, me arrastra a esta vida que ella tiene. Pero yo voy a ser mamá”, les digo. Me acuerdo que la abogada, que tuvo mi caso durante cinco años, me toca el hombro y me dice: “Sé que te duele, pero tenés que ir a vivir con él igual“. —¿Pero estamos hablando de la persona que te abusaba? —Sí, sí, sí. Y ella lo sabía. Me mandó mucho tiempo más. —¿Te seguían abusando estando embarazada? —Sí... —¿Y desde un juzgado te mandan a vivir con tu abusador, aún sabiéndolo? —Sí. Me mandaron. Sin piedad. —¿Qué pensabas que iba a suceder cuando llegaras a un hogar? ¿Cuál era la fantasía? —Que iba a estar en paz. Que iba a dormir sin que alguien se metiera en mi cama. Que iba a comer. —Era el lugar en el que te iban a salvar. —Sí, pensé que ahí te cuidaban. —Y lograste que te llevaran al hogar. —Sí. Porque que después de tantos intentos, me planto: “Está mi mamá, que no quiere nada. Mi padre, que no quiere nada. Este, que no quiere nada. Dejame entrar a un hogar". Nayla Herrera: "Los chicos que vivimos en hogares y que después estamos solos porque no somos adoptados, existimos. Y hablar tiene que ver con esta necesidad de devolvernos la dignidad que nos robaron" (Candela Teicheira) —¿Habías decidido dar en adopción a tu bebé? —Sí, pero con la condición de que le conserven un nombre y que yo sea parte de su vida. Yo quería eso. Sentía que alguien le podía dar lo que yo no tenía, pero yo quería estar: quería que sepa que quizás no podía cuidarla, que no me sentía preparada. Proyectaba, pensaba que cuando ella tuviera cinco años yo iba a tener 17, 18, y cómo iba a hacer con la casa, cómo iba a hacer para pagar un alquiler, para hacerle de comer. “No me veo en eso”, pensaba. Entonces, con todo el amor y todo el dolor del mundo, en ese momento creí que era lo mejor para ella. Después, cuando nace nos separan. Fue muy violento todo. —¿En el hogar te trataron bien? —Había días y días. —¿Qué faltaba? —Todo. No había cuidado. No había respeto. No había intimidad. Las cuidadoras te recalcaban constantemente que no estaban ahí para cuidarte. Te decían: “Yo tengo mi familia. Yo de acá me voy, y la que está encerrada acá sos vos”. Éramos veinte chicas, de entre 13 y 18 años. Era un hogar para adolescentes, y adolescentes madres. —¿Cuándo decidiste que te ibas a quedar con Lú? —Cuando estábamos en el hospital, cuando quise intentar cuidarla. Quería seguir siendo parte de su vida, quería decirle en algún momento que intenté cuidarla y no pude. Pero que después no me diga: “No lo intentaste”. Por lo menos, tenía que intentar. Después vi que no lo podía sostener porque no me ayudaban en nada y yo estaba muy cansada. —Acababas de tener un bebé, con 13 años... —Sí. Y no toleraba más la violencia. No te podían pegar, pero era mucha violencia psicológica, comentarios muy despectivos. —¿Vos te fuiste al hogar con Lú? —Sí. —¿Y por qué me dijiste que las separaron? —Nos separaron cuando nació durante mucho tiempo porque, después me enteré, la jueza consideraba que yo me iba a encariñar y no la iba a querer dar. O sea, no me dejaron conocerla cuando nació. Y a los dos días quise ir a verla, saber cómo era su cara, procesarla. Me decían: “En algún momento la vas a poder ver para esta vinculación que vos querés”. Pero yo pensaba: “¿Y si voy por la calle y esa es mi hija y no sé cómo es?”. O: “¿Está viva?”, porque no la escuché llorar cuando nació. Y entonces nos vamos juntas al hogar. Pero en el hogar veía que otras chicas madres estaban muy solas, o que se iban de vuelta con el bebé al lugar de donde las habían sacado. Y yo dije: “Esto no me puede pasar a mí, yo no tengo otra cosa”. —¿Te presionaron para que avanzaras con la adopción? —Sí, en un momento. Al principio no, respetaban que yo quería intentar cuidarla. Después, en un momento dije que no podía y una mujer aparece y quiere, supuestamente, adoptarnos a las dos. Era mentira: solo quería a la bebé. Tuvimos una vinculación de un par de meses y todo iba muy bien: yo iba los findes y ella cuidaba a Lú. Y era genial. Pero decide abandonarnos y me devuelve al hogar. Después tuvimos otros vínculos, que también te devuelven, que no sos parte. —¿El Juzgado intentó convencerte de que entregues a tu hija en adopción? —Todos los años, para el cumple de Lú, me llamaban y me decían: “¿Por qué le negás una familia? Ella tiene derecho a tener un padre y vos no se lo das”. Así, todos los años. Yo ya no veía mi vida sin Lu. Me acuerdo que un día fuimos al cuarto, era re bebé, y la miré y le dije: “Yo no sé cómo voy a hacer pero no te voy a dejar” Nayla Herrera con Tatiana Schapiro en Infobae (Candela Teicheira) —¿Hasta los 18 años te quedaste en el hogar? —Sí. Resistiendo, porque todos esos años me quisieron sacar. Decían que yo le ocupaba el lugar a otra chica. —¿Y qué se suponía que hicieras? —Que volviera con alguien. Iba al Juzgado y me decían: “¿Qué pensás hacer de tu vida?”. “Estoy estudiando, hago esto, cuido a Lú“, les decía. “Bueno, pero te tenés que ir”. —¿Pudiste volver a estudiar? —Sí, sí. Terminé el secundario, me fue súper bien, me gané becas en el colegio. Lú está becada en un colegio muy bueno. Voy a la facu, estoy haciendo la Licenciatura en Trabajo Social. Me gustaría que ningún chico pase por esto. —Me dijiste que querías morir cuando eras chiquitita. ¿Y en el hogar también? —Sí. Ellos me sugerían el suicidio. —¿Qué quiere decir eso? —La directora me dijo: “¿Por qué no te matás? Tu hija está triste, vos estás triste. Los ojos reflejan lo que uno tiene en el alma: si vos estás mal, tu hija está mal. ¿Por qué no vas y te matás, y dejás que ella tenga la familia que merece, la madre que merece?”. Y muchas veces lo pensé, con mucho dolor. Cuando me decían esas cosas, yo sentía que realmente no estaba haciéndole bien. —¿Hiciste algo para lastimarte? —Sí, me lastimaba las piernas pero porque tenía la sensación de que mi cuerpo descansaba y respiraba. Creo que fue un mecanismo para sobrellevar tanta violencia. Porque yo decía: “Tengo 16 y estoy haciendo lo que puedo, estoy estudiando, estoy cuidando a Lú, estoy buscando un jardín, estoy haciendo todo lo que puedo, ¿y vos me sugerís que me mate porque considerás que merece una mejor madre?“. Siempre pienso que Lú merecía una mejor mamá, una que no viviera con tanto dolor. Una mamá que quizás esté con más calma, que tenga ayuda. —Lú tiene una mamá enorme que peleó por ella como una leona. Vos merecías otra historia, que alguien te rescatara de ese lugar. —Sí. —¿Tenés tu casa hoy? —Sí, alquilamos. Estudio, trabajo, tenemos una vida. Y Lú tiene otra vida. Cuando la gente me dice: “¿De dónde sacás esa fuerza?”, en realidad es la necesidad de demostrarle a Lú que existía otro mundo. Ella no conoce el dolor, la tristeza. No conoce nada de lo que yo viví. Sus dramas son porque sale el nuevo maquillaje de alguna marca y todavía no lo consigue. —¿Le decís todo lo que la querés? —Sí, profundamente. Con ella aprendí a relacionarme. Es mi primer vínculo sano. No tengo problema que me abrace, que me bese. Y le digo todos los días que es buena, que es linda y que es amable. Porque es su esencia. Hace poquito tuvimos una charla con Lú y fue un poco eso: comunicarle mi historia, cómo llegamos adonde llegamos y por qué la gente cree que es importante hablar. Y que sepa la verdad desde el respeto, el cuidado, el amor. Y que sepa que a pesar de que mi historia es larga y es fuerte, ella fue elegida. Yo tuve la oportunidad de elegir otra cosa, pero elegí estar con ella, cuidarla. Que sea mi hija y ser su mamá. Y soy muy feliz con eso. Y es importante que la sociedad deje de ser un observador pasivo porque mucha gente vio lo que yo vivía: iba a llorar a la escuela. Y hay personas que me han dicho: “Perdoname por no haberte salvado”. Y las entiendo, pero no está bueno siempre mirar para un costado porque hay gente que no lo resiste, que no puede: tengo compañeras que fallecieron, que no están, que no continuaron, o decidieron no continuar porque la vida los empujó a eso. Los chicos que vivimos en hogares y que después estamos solos porque no somos adoptados, existimos. Y hablar tiene que ver con esto: con esta necesidad de devolvernos a nosotros la dignidad que nos robaron.
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