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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/05/2025 04:39
Gente duermiendo en la terminal 4 del Aeropuerto de Madrid. Resultaba tentador, en más de un momento, discutir que un aeropuerto fuera un “no lugar”, como decía el antropólogo francés Marc Augé. El estudioso afirmaba que, en nuestra época, hay lugares que en realidad no lo son porque allí no se producen relaciones, no tienen ni hacen historia. Que son todos iguales. Que podrían estar en cualquier parte. Los aeropuertos, bueno, eran un gran ejemplo. Los hoteles all inclusive podrían ser otro. Los no lugares Por Marc Augé eBook $ 8,99 USD Comprar Eso, sin embargo, parecía muy dicho desde un país rico o desde una clase social que pasa por los aeropuertos livianamente, como alguien que tiene pasaje de regreso seguro. Sostuve hace un tiempo que para quienes sabemos lo que es irse y no volver, lo que es recibir a los amores cada tanto y en esos halls -en vez de los domingos con los ravioles- los aeropuertos no son “no lugares” sin historia sino, al contrario, sitios cargados de emociones y de lágrimas. Y de vida, claro. En eso, en discutirle, pensé ahora cuando supe lo que está pasando en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. Más de cuatrocientas personas viven allí, tiradas unas al lado de otras. Más allá de problemas como el exceso de equipaje, ahí nomás del recreo glamoroso del free shop, más de cuatrocientos seres humanos tiran una manta, una bolsa de dormir y pasan la noche. “Viven allí”, puse recién, pero quizás “vivir” sea un verbo exagerado. Una persona duerme en el piso de la Terminal 4 del Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez Madrid-Barajas, en Madrid, España, el jueves 15 de mayo de 2025. (AP Foto/Manu Fernandez) En Buenos Aires conocemos el tema: durante algunos años -por lo menos entre 2019 y 2023, según información periodística- hasta 150 personas durmieron en el aeroparque. Fueron desalojados en 2023 y, nuevamente, en febrero de 2024. Entre marzo y abril, los pobladores de Barajas habían sido censados. Se supo así que el 78% son varones, casi la mitad entre 45 y 64 años. Que, del total, casi el 22 por ciento tiene más de 65 años. Y, quizás lo más impactante, que el 38 por ciento trabaja. Se levantan, cumplen una tarea, alguien les paga. Y eso no les alcanza ni para una pieza en una España con una crisis habitacional de tal magnitud que en abril hubo marchas y protestas en 40 ciudades. Encontrar donde vivir y poder afrontarlo es algo cada vez más lejano. Ni que hablar para los inmigrantes: el 74 por ciento de los que duermen en el aeropuerto son extranjeros, la mayoría de América latina. Otro tipo de “no lugar” Pensé, entonces, en que tal vez Augé sí tenía razón y ese era un “no lugar”. No porque no hubiera “relaciones”: seguro los vínculos se están armando, y tal vez lleguen a ser tan fuertes como las de los Schiffbrüder, esos que inmigrantes que se hicieron “hermanos de barco” durante largas travesías a comienzos del siglo XX. Pero quizás ese sea un “no lugar” porque el pasillo de un aeropuerto no es una vivienda, es solo la expresión de una exclusión. No hay lugar para esa gente en ese país, o en esa Europa. No hay lugar para el 74 por ciento de extranjeros ni para el 26 por ciento de españoles, no hay lugar para el 38 por ciento que intenta ganarse la vida ni para el 62 que no trabaja, ni para los jóvenes ni para los viejos. No hay lugar y ahí están, en el “no lugar”. El antropólogo Marc Augé, autor de la teoría de los "no lugares". (Télam) La respuesta de las autoridades aeroportuarias españolas -que, en definitiva, dependen del Ministerio de Transporte, es decir, del Ejecutivo nacional- ha sido la restricción, es decir, tapar el sol con un dedo. Desde hace unos días sólo dejan entrar al aeropuerto a quienes tengan tarjeta de embarque y sus acompañantes y, obviamente, a los empleados de Barajas. Eso tal vez logre que no se instalen más personas en esos salones, pero a algún lugar tendrán que ir, algo tendrán que hacer con sus cuerpos quienes sufren en carne propia una realidad económica mayor que ellos. Si no están allí, en algún lado tendrán que estar. Porque el problema de la gente en el aeropuerto excede a la gente del aeropuerto como el problema de no poder vivir en el propio país supera a quienes meten el futuro en un bolso y van a probar suerte a otros horizontes. La Historia, la grande, se mete como titiritera en nuestras vidas y vemos cuánto nos podemos mover con el bendito libre albedrío. La puerta de Europa Me acordé -porque entre los habitantes de Barajas hay tantos migrantes- de algo que escribe el Premio Nobel Abdulrazak Gurnah —africano, pero con largos años en Inglaterra. Su personaje, en la novela A orillas del mar llega a Europa y se choca con un agente migratorio que trata de convencerlo de que pegue la vuelta.“Era un solicitante de asilo, era la primera vez que pisaba Europa, la primera vez que pisaba un aeropuerto…”, piensa el personaje, un hombre grande. Un hombre pobre ante un empleado que ahí, en el aeropuerto, es el guardián de la puerta de Europa.“Curiosamente, la misma puerta por la que habían salido las hordas que partieron a arrasar el mundo y ante la que ahora nos postramos nosotros, suplicando que nos dejen entrar”. Tal vez era una suerte, un lujo, pensar los aeropuertos como “no lugares”, idénticos unos a otros, de paso, ligeros. Son mucho más pesados, menos líquidos, menos gaseosos, estos cuerpos que “sobran”, sin lugar social ni material. Hubo más de cien mil personas en las marchas por la vivienda en España. Ojo con que los “no lugares” ocupen cada vez más espacio. (Fotos: AP Photo/Manu Fernandez)
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