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    » Diario Cordoba

    Fecha: 20/05/2025 04:01

    La intriga es una de las emociones que más azuza el alma de los hombres; tal vez porque se refugia en uno de los lugares más recónditos de nuestro hipotálamo y nos entronca a días cavernarios, cuando nos atrevimos a bajar de las ramas para enfrentarnos a nuestros depredadores. Ese morbo, tantas veces provocado, lo encontramos este pasado sábado en el festival de Eurovisión. Antes de la última votación, la criba de posibles ganadores se redujo al cantante austriaco - cuyo registro operístico recordaba el esplendor de los castrati-, y a la representante israelí. Posiblemente, su vertiginosa subida gracias al televoto tuvo que provocar una mefistofélica sonrisa en algún miembro del Mosad. Ganó Austria para rememorar la Viena del Tercer Hombre, el giro de espías y conspiraciones simbolizado en la noria del Prater. En la morbosa espera de la votación final, nos asaltó la duda de hasta dónde podía tensionarse esa provocación algorítmica. Para alivio de los organizadores del festival, no venció Israel pues hubiera sido bíblica la lista de boicoteadores de la siguiente edición; y los países que dieran el paso a salir al escenario hubieran pedido a los suyos que el brilli brilli ocultase un chaleco antibalas. Dulces y cínicas derrotas, que se diría en los cánones políticos, pues el sionismo se retiró muy satisfecho de Basilea. Los doce puntos de España, para Israel. No le faltó tiempo a un exministro israelí para declarar que el bofetón al sanchismo se ha escuchado hasta en Jerusalén. Ese telemático pasmo no se ha reducido a nuestro país, pues Suiza, que iba en segundo lugar tras la votación del jurado, se llevó un rosco en el televoto. Este giro en las votaciones ha provocado un resquemor demoscópico. Caerse del guindo, vamos, pues la calidad democrática de estas votaciones no se rige por el sagrado axioma de una persona, un voto. Se decanta por las audiencias y por la acelerada fruición de los eurofans, rendijas que permiten un amplio campo hacia la geopolítica. Por mucha contestación que exista hacia este Gobierno, la sociedad española muestra un amplio rechazo hacia la política que Israel está practicando en territorio gazatí. Sería muy naif separar una canción del conflicto, cuando el propio Netanyahu se congratuló de la buena inversión que ha supuesto la diplomacia suave de Eurovisión; cuando a Cannes no ha podido asistir una cineasta palestina porque murió junto a su familia en un bombardeo. Muy de Coppola este juego de secuencias: como la «cavalleria rusticana» interpretada en la ópera de Palermo, Yuval Raphael cantaba mientras los tanques judíos avanzan para consumar la anexión de esta franja. Digamos que Melody ha sido una víctima colateral y, por supuesto, su interpretación no ha sido una cantada, aunque todo ya parecía cantado. *Licenciado en Derecho, graduado en Ciencias Ambientales y escritor

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