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  • El Eternauta y las metáforas de Oesterheld

    Concepcion del Uruguay » Miercoles Digital

    Fecha: 18/05/2025 10:44

    Nadie encontrará las frases “El único héroe es el héroe colectivo” o “Nadie se salva solo” entre los cuadritos canónicos. Ninguna de las dos frases-slogans con los que se ha difundido la extraordinaria producción de Netflix forma parte de la historieta original. Pero son metáforas poderosas de la obra de Héctor Germán Oesterheld, uno de los más grandes narradores argentinos, todavía no del todo reconocido. Él mismo es también un símbolo de las tragedias nacionales. La historieta que dio origen a la serie es una de sus creaciones más celebradas, pero no la única. Que el éxito de la esperada producción de Bruno Stagnaro permita un acercamiento masivo a su obra y a sus metáforas es la mejor noticia del año. Por AMÉRICO SCHVARTZMAN (*) Esta semana El Eternauta, la historia creada por Héctor Germán Oesterheld, HGO, pasó a tener un reconocimiento masivo nunca imaginado hasta hace poco tiempo. Para las generaciones más recientes era un desconocido, aunque su personaje principal había adquirido algo de masividad: la figura de Juan Salvo con su traje casero de protección contra la nevada fue revitalizada por la utilización algo espuria que se hizo de él en años recientes. Un montón de gente no leyó jamás la historieta pero vio aquella imagen en que el rostro no era ya el de Juan sino el de Néstor. En el país de la grieta, las secuelas de semejante implante carecen de antídoto. En el universo de las redes las opiniones son mucho menos homogéneas que en el de las críticas especializadas. Mientras para los analistas los elogios son casi unánimes, las reseñas no especializadas en foros y redes sociales difieren en tono y en contenido. Lo metafórico en El Eternauta no se limita a la nevada mortal. Descartadas aquellas intervenciones que lo ignoran todo o lo ensucian todo (hay demasiadas personas que “compraron” para siempre aquel uso espurio y no logran ver otra cosa que la cara de Néstor), hay otras que cuestionan aspectos como que la serie no menciona que Oesterheld y sus cuatro hijas (y sus yernos) fueron víctimas del terrorismo de Estado. O el hecho de que uno de los productores es Hugo Sigman, el empresario argentino progre que también bancó “Kamtchatka” y “Relatos salvajes”. Para algunas personas ese es un dato curioso pero irrelevante. Para otras no, y a partir de él elucubran nuevas metáforas insospechadas por Oesterheld o por Stagnaro: Sigman es también director general del Grupo Insud, el conglomerado farmacéutico y de agronegocios detrás de iniciativas como las megafactorías de cerdos (anunciadas cinco años atrás pero freezadas hasta hoy) y del trigo transgénico HB4, “resistente a sequías”, que es tan cuestionado desde los sectores ambientales. (Un “Ello”, digamos, para quienes ya se han adentrado en la historia original y no pueden disfrutarla sin metáforas distópicas). Elsa Sánchez de Oesterheld, en entrevista con la revista Humo(r) decía amargamente que no entendía cómo su marido “un demócrata, un pacifista”, había tomado ese camino. Sí, a los argentinos nos gusta discutirlo todo. Y en cada discusión, pareciera, se nos va la vida. Algo de eso se puede ver en la serie. Pero lo cierto es que la producción dirigida por Bruno Stagnaro reescribe la historia de El Eternauta: Juan Salvo ya no es el consolidado jefe cuarentón de familia de clase media que lidera la resistencia porteña contra la invasión extraterrestre y se encamina a convertirse en héroe mítico porque de su nobleza salen las mejores acciones. Ahora es un traumado ex combatiente de Malvinas que duda todo el tiempo entre dejarse llevar por el cinismo individualista que le surge “naturalmente” o por cumplir con su deber kantiano. El rotundo cambio en el guion es, quizás, el acierto más contundente y a la vez riesgoso de Stagnaro. Aunque el reconocimiento de Oesterheld es creciente, tengo para mí que la versión stagnariana de su historia principal no solo lo potenciará como creador. Si para muchos de quienes admiramos su obra Oesterheld ya era el Borges o el Shakespeare de la historieta mundial (hace algunos años utilicé esa metáfora, y un poco más prudentemente, el José Hernández de la historieta argentina), hace tiempo que han sido advertidas algunas fatalidades que conspiran aún contra el reconocimiento de ese carácter. La tragedia personal y familiar de Oesterheld es una de ellas. Su enorme obra sigue dispersa, aunque cada vez más especialistas marcan su extraordinaria singularidad, al punto de inscribirla entre las piezas más valiosas de la literatura argentina (y en particular, a El Eternauta, como una obra cumbre de la ciencia ficción mundial). Juan Sasturain lo notó hace tiempo: “Es un hecho: Oesterheld es hoy menos un autor de historietas que un personaje de una histori(et)a guionada por la Muerte. Pero nos siguen gustando más los guiones que escribía él”. Eso decía hace ya casi un cuarto de siglo, en el formidable Libro de Fierro dedicado a Oesterheld (editado por La Urraca en septiembre de 1985). Aseguraba allí que HGO inventó la profesión de guionista "como Gardel la de cantor de tangos y Carrizo la de 'arquero jugador', y fue guionista de historietas como nadie lo había sido ni lo sería después". Sasturain lo notó hace tiempo: “Oesterheld es hoy menos un autor de historietas que un personaje de una histori(et)a guionada por la Muerte” Pero también advertía que “la acumulación de capas generacionales de lectores y los avatares de una espantosa historia reciente, mezclaron su nombre y su destino personal a la lista del horror organizado”, menoscabado en parte los valores de lo que escribió, como un texto al pie, inseparable. Sasturain se refería a la tragedia que azotó a la familia del gran guionista: él, sus cuatro hijas, tres yernos y dos nietos fueron víctimas de la dictadura. HGO militó en sus últimos años de vida en la organización armada Montoneros, como sus hijas y yernos. Oesterheld desapareció el 27 de abril de 1977, al parecer por concurrir a una cita “cantada” en lugar de otra persona con un cargo mayor en la organización. Entre el márgen y el cánon Cuando empecé a leer historietas escritas por Oesterheld él ya había desaparecido en alguno de los centros clandestinos de detención de la dictadura. En 1976 Ediciones Record publicó una Historia de la Historieta Argentina dirigida por Carlos Trillo y Guillermo Saccomano, en donde se enfatizaba el lugar de HGO en la historieta, no ya argentina, sino del mundo. Allí se afirmaba (seguramente por primera vez) que este geólogo argentino que a los 31 años –y sin haber sido antes lector de historietas– se acercó a un oficio nuevo, cambió la historia de la historieta mundial. Stagnaro reescribe la historia de El Eternauta: Juan Salvo ya no es un sólido cuarentón de clase media de cuya nobleza salen las mejores acciones: es un traumado veterano de Malvinas que duda todo el tiempo. No era una afirmación desmedida ni patriotera. Bastante tiempo después, Benjamin Fraser, de la Universidad de Arizona, asegura que El Eternauta se inscribe en las obras consideradas como esenciales en la literatura de ciencia ficción junto con las fundacionales de H.G. Wells y con los cuentos de Borges y Bioy Casares: “Esta obra magistral de HGO marca un hito en la historia de la CF en Argentina y por extensión toda América Latina”, afirma. Los viejos entusiastas de la historieta no podemos esperar la llegada de la segunda temporada: se nos hace agua la boca pensando en todo lo que podremos ver. Sobre todo a partir de su asociación con Alberto Breccia en “Mort Cinder” –que inauguró un ritmo de narración y un planteo gráfico absolutamente nuevos– la historieta del mundo dejó de ser lo que era antes de HGO. En Europa nadie podía entender que desde aquellas pampas lejanas hubiera gente creando esas historietas. El gran Hugo Pratt, que de joven había andado dibujando por estas tierras (bastante antes de trasformarse en referencia universal con su “Corto Maltés”) en los años 50 ilustró algunas de las mejores historias de HGO (“Sargento Kirk”, “Ticonderoga” y “Ernie Pike” entre otras). Pratt, que murió en 1995, no tenía dudas: “Oesterheld ha sido el más grande guionista que yo he encontrado. Era el maestro del relato, capaz de contar una historia en tres páginas”. HGO, nacido en 1919, comenzó escribiendo historias para gurises: sus primeros (y bellísimos) relatos se publicaron en 1943. Dice Liliana Feierstein que “nunca abandonó del todo el territorio de la infancia, no sólo en sus colecciones de piedritas, cosas extrañas y ‘reflejos’ sino en sus múltiples aventuras de historietas”. Fundó en los años 50 las míticas revistas Hora Cero y Frontera, y guionó la mayoría de las historietas que allí se publicaban. Para Sebastián Gago, hay una estrecha relación entre el proceso de consagración y canonización de Oesterheld y de parte de su obra, y una significativa presencia de sentidos vinculados a la contemporaneidad política y social, manifestada en la recepción del Eternauta, su título más reconocido. Es otra particularidad de HGO: su permanente deslizamiento entre el margen y el cánon, entre el mainstream (ya sea por el éxito comercial en su momento, como por el reconocimiento posterior) y los bordes (tanto por la insólita decisión de trocar la geología por la aventura, como años después por su paso a la clandestinidad montonera y la increíble persistencia de seguir realizando guiones en esa condición). La nevada, destino de metáfora Para quienes no conocen la historia (¿quedan aún?), El Eternauta es la narración de una invasión extraterrestre que toma como cabecera de la conquista a la ciudad de Buenos Aires. El ataque se inicia con una nevada mortal, que mata todo lo que toca. Progresivamente se irá conociendo a los invasores, Los Ellos, que esclavizan a otras especies (incluidos seres humanos) para usarlos como robots-soldados. Las escenas transcurren, insólita, fundacionalmente, en escenarios cotidianos para la sociedad argentina: la 9 de Julio, la cancha de River, las calles porteñas o suburbanas. La historia está contada en primera persona por un personaje que es el propio Oesterheld, dibujado libremente por Francisco Solano López –unos años después el gran Alberto Breccia lo hará casi fotográficamente en su versión para la revista Gente, que fue la que triunfó en Europa–. “El Eternauta” es el apodo que se ganó Juan Salvo, un vecino porteño que terminó vagando por una suerte de eternidad espacio-temporal tras huir de los invasores cuando derrotaron al desordenado y pequeño ejército de sobrevivientes que Salvo comandaba. No existe aun edición de las obras completas de Oesterheld (ni proyecto, que se sepa). ¿Será una de las consecuencias (deseables) del éxito de la serie de Stagnaro? Aunque Salvo es la voz principal, se trata de un relato coral con personajes entrañables y reconocibles: rostros típicamente argentinos, modismos y costumbres de la cotidianeidad, de pronto están en las escenas centrales de una aventura fabulosa. Alli se suceden la familia de Salvo (Elena y su hija Martita), los amigos Favalli, Polski, Lucas, los personajes del barrio, y hasta un periodista-historiador, Heriberto Mosca, que se esfuerza por registrar todo lo que ocurre incluso durante el fragor del combate. Pero también hay espacio para parte de quienes integran el elenco invasor: el Mano enemigo, que ante la certeza de la muerte, se “humaniza” ante sus inesperados vencedores. Una obra maestra, que se despliega asombrosamente y atrapa a quien a ella se asome. ¿Cuánto de todo esto “vive” en la adaptación de Stagnaro? Casi todo, en lo que se vio en la primera temporada, que termina sugestivamente con el primer plano sobre la “supermano” de quien comanda a los bichos invasores, esa polidactilia inverosímil y a la vez tan familiar. Los viejos entusiastas de la historieta, al menos la mayoría, no podemos esperar la llegada de la segunda temporada: se nos hace agua la boca pensando en todo lo que podremos ver. Metáforas que no son Sobre ese “coro” de personajes, Oesterheld, casi dos décadas después, reflexionó: “Quizás por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”. Esa reflexión fue incluida como un prefacio en la primera edición completa que hizo la extinta Ediciones Récord en 1975. El rotundo cambio en el guion es, quizás, el acierto más contundente y a la vez riesgoso de Stagnaro. La frase “nadie se salva solo” no es de El Eternauta, aunque expresa sin duda su espíritu. La escribió Paulo Freire, el gran filósofo y educador brasilero en su Pedagogía del oprimido (1968). El Eternauta no es una pieza acabada: fue reescrita varias veces, fue cambiando al ritmo de las transformaciones de su autor, y luego fue modificándose con su memoria, con nuevas versiones y continuaciones, en manos de otros guionistas. Se puede hablar de tres fases de desarrollo del Eternauta en vida de Oesterheld: la primera, su edición por entregas en la revista Hora Cero Semanal, de septiembre de 1957 a noviembre de 1959. Poco después, en 1962, Oesterheld la retoma por poco tiempo en su nueva revista ahora llamada El Eternauta: Juan Salvo prosigue sus aventuras y la resistencia frente a los extraterrestres. En 1969 arranca la segunda fase: una nueva versión de la primera parte se publica en la revista Gente con ilustraciones del gran Alberto Breccia, y modificaciones en en el guión que muestran la evolución del compromiso político de su guionista: ahora los países del Norte acuerdan con los invasores, y “entregan” a los países del Sur. “Como siempre hicieron”, dice el nuevo guión. Después de 17 entregas, la dirección de la revista suspende la publicación, y Oesterheld-Breccia deben concluirla abruptamente. Hay una tercera fase a partir de 1976: la continuación de la historia, la segunda parte de El Eternauta, de la mano nuevamente de Solano López, quien debió concluirla tras el secuestro del guionista. En ella se leen con claridad señales inequívocas de su experiencia montonera. Quizás la más tremenda y dolorosa, la pérdida de su primera hija: en una de las últimas páginas, el personaje “Héctor”, es decir HGO, recuerda a María, integrante de la resistencia que se sacrifica ante el invasor: “María… mi María…. No más llanto en los ojos. Ahora es el llanto por dentro. Y así será mientras viva”, dice. Y agrega: “No me quejo. Fue ella quien decidió luchar hasta vencer. Lo consiguió.” María era el nombre de guerra de la primera de sus hijas asesinada en la dictadura. Al igual que el propio Oesterheld, fueron parte de la cifra de pérdidas humanas aceptables dentro del cálculo delirante de Mario Firmenich y la impresentable conducción montonera. En las historias de HGO nunca son todos buenos de un lado y todos malos del otro. La metáfora más importante es esa. Pero la guerra entre unos y otros existe. En esa segunda parte, que HGO escribe desde la clandestinidad, a pesar del horror, “Héctor”, el personaje que es él mismo, se permite ser optimista: cuestionando a Sartre, sin nombrarlo, asegura sobre el final que “el paraíso”, y no el infierno, “son los demás”. ¿Qué estaba pensando el Héctor real, cuando escribía esas palabras, mientras se cernía la peor nevada mortal sobre la Argentina? Casi como ocurre en la vida del autor al ser escrutada desde la actualidad, cada fase incluye a la otra y, simultáneamente, la resignifica. Hay todavía una cuarta fase del Eternauta, con otros guionistas, que procuran recuperar la historia original y exploran otros caminos. Pero esa ya es otra historia, que no está al nivel de la de HGO. La otra histori(et)a El Eternauta es solo una parte de la impresionante obra de Oesterheld, hoy objeto de estudios especializados que, por ejemplo, rastrean la relación del discurso de sus guiones con el discurso de Montoneros. Desde ya, en El Eternauta, pero también en obras como “América Latina, 450 años de guerra”, “La guerra de los Antartes” y “Camote”, las tres guionadas para publicaciones relacionadas o pertenecientes a la organización. No existe aun edición de las obras completas de Oesterheld (ni proyecto, que se sepa). ¿Será una de las consecuencias (deseables) del éxito de la serie de Stagnaro? Sería imposible enumerar aquí todas sus creaciones, pero imperdonable no citar algunos de sus hallazgos: “Bull Rocket”, donde Oesterheld desplegaba todos sus conocimientos científicos (de hecho se la presentaba como “la historieta científica”); “Sargento Kirk”, un Martín Fierro yanqui (en la época en que no se podía soñar con ambientar una historia exitosa en la Argentina); “Rolo, el marciano adoptivo”: la primera historieta de ciencia ficción que tenía lugar en Buenos Aires; “Sherlock Time”, con un episodio que anticipa de manera transparente a Alien, el octavo pasajero; “Watami”, la primera historia de la conquista vista “desde adentro” por las comunidades aborígenes, también ambientada en América del Norte; las historias de “Ernie Pike”, corresponsal de guerra, que raramente "terminaban bien", donde Oesterheld se animaba a saltar sobre las grietas que crean los poderosos: los yanquis no eran tan buenos, ni todos los alemanes o japoneses eran malos; o “Patria Vieja”, dibujada por dos próceres: Carlos Roume y Juan Arancio, donde HGO se metía de lleno en la historia argentina y enseñaba más que la escuela, entre muchas otras. Trillo y Saccomano, en aquella Historia de la Historieta… que mencioné, dejaban entrever que algo había pasado con HGO, pero no decían qué. No se podía. Hasta 1982 (y gracias a la mítica revista Fierro) no supe que era una de las víctimas del Proceso, y aquel descubrimiento comenzó a disparar un cúmulo de simbologías inadvertidas, empezando por la nevada mortal en plena Revolución “Libertadora” (recién mucho después se la asoció a la futura dictadura). Casi toda la familia Oesterheld fue arrasada por la tragedia. El escritor, sus cuatro hijas y yernos. La única sobreviviente del grupo familiar fue la esposa de Héctor. Elsa Sánchez de Oesterheld, en una poco recordada entrevista con la revista Humo(r) lo decía amargamente: no entendía cómo había sucedido que su marido “un demócrata, un pacifista”, había tomado ese camino, que lo llevó a la otra nevada mortal, esa que algunos estudiosos quieren ver como el cumplimiento de una predicción sociopolítica realizada por HGO casi dos décadas antes en su creación más reconocida. Puede causar asombro que Oesterheld se sumara a la guerrilla con más de cincuenta años, mucho mayor que el promedio de los militantes. Pero no fue un caso único. Elsa jamás pudo recuperarse del todo de semejante tragedia, pero alcanzó a valorar el reconocimiento hacia su marido en diferentes ámbitos, que trascendieron con mucho al especializado mundo del cómic. Elsa murió el 22 de junio de 2015 a los 90 años. Héctor, de simpatías socialistas y un poco antiperonista, se radicalizó en los 60, como buena parte de las clases medias argentinas en aquellos tiempos de dictaduras y proscripciones. Eligió el peronismo revolucionario acompañando en esa opción a sus cuatro hijas. Entre 1973 y 1975 fue parte de la estructura comunicacional de Montoneros, y escribió guiones de historietas para la revista El Descamisado, para el diario Noticias y luego para Evita Montonera. Acompañó el paso a la clandestinidad de Montoneros, pero siguió escribiendo guiones para las editoriales comerciales Columba y Record. Como dice Roberto Von Sprecher, hoy puede causar asombro que Oesterheld se sumara a la guerrilla con más de cincuenta años, mucho mayor que el promedio de los militantes, que lo apodaban El Viejo, igual que en la segunda parte de El Eternauta. “Podemos interrogarnos sobre por qué continuó con esa lucha cuando ya no era posible el triunfo militar y por qué siguió en 1976/7 el absurdo diagnóstico de la dirección de Montoneros que suponía a la dictadura en retroceso y a la organización armada en avance. Pero no fue el suyo un caso excepcional, ni la suya una decisión puramente individual: miles tomaron decisiones similares: la opción ‘liberación o muerte’ no era meramente una consigna para ellos”. El más grande Sasturain proponía, sin soslayar la tragedia en la que se sumió la vida de esa familia, calibrar la dimensión de Oesterheld como “el mayor escritor de aventuras que ha dado esta tierra de muchos escritores, montones de aventureros y pocos escritores de aventuras”. Pensada originalmente como novela, El Eternauta “establece el momento preciso en que la ciencia ficción argentina abandona los tópicos y los modos de representación propios de la ciencia ficción anglosajona y consolida los suyos”, afirma Alfredo Rubione, para quien “nuestra ciencia ficción surge a través de la historieta”. Pablo Capanna reconoce que, de no haber sido en formato de historieta, la creación de HGO “pudo haber sido la primera novela de ciencia ficción argentina”. Hace unos años yo bromeaba con que los aficionados a la historia del cómic o a la ciencia ficción, o a las narraciones de aventura, y como tales, fanáticos de Oesterheld, podrán perdonarle al kirchnerismo un montón de pecados cometidos en la función pública. No obstante, que le hayan cambiado el rostro de Juan Salvo por el de su líder partidario... eso, jamás se lo vamos a perdonar. Es que el kirchnerismo nunca leyó, nunca entendió la historieta, o nunca le importó. En las historias de HGO, incluido El Eternauta, nunca son todos buenos de un lado y todos malos del otro. Tanto en la primera como en la seguna parte, hay invasores que se niegan a ser verdugos de otras especies. Pero solo en la segunda parte hay, incluso entre los Ellos, que son el “odio cósmico”, los más perversos conquistadores del universo, uno “de los buenos”, un “Ello amigo” al que Juan Salvo agradece y despide como un par. Sí: en el Eternauta la metáfora más importante es esa. No todos son tan buenos, no todos son tan malos. Pero la guerra entre unos y otros existe. Para quienes admiramos su obra, Oesterheld ya era el Borges o el Shakespeare de la historieta mundial. La versión stagnariana le da la oportunidad de universalizar ese reconocimiento. Ya había varias generaciones argentinas que sentían profundo agradecimiento hacia Oesterheld: son quienes alguna vez volaron con Bull Rocket, se emocionaron con Watami y Ticonderoga, se estremecieron con Mort Cinder y el Eternauta, cabalgaron con el Sargento Kirk y aprendieron ciencia, filosofía, historia, ética y algo de política con las historias del gran maestro de la historieta mundial. Hoy, más allá de grietas extraviadas en las redes sociales, se emocionarán al ver cómo de manera inesperada nuevas generaciones se asoman a ese universo, encuentran en él sus propias metáforas y recuperan al Borges, al Shakespeare de la historieta mundial para empezar a colocarlo, como creador, en el sitial que se merece. (*) Artículo publicado este sábado 17 de mayo en el diario Perfil. 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