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» Elterritorio
Fecha: 17/05/2025 07:13
El contorno nordeste de nuestro país tiene una estrecha relación con la experiencia jesuítica, pero esta frontera. sábado 17 de mayo de 2025 | 6:00hs. El contorno nordeste de nuestro país tiene una estrecha relación con la experiencia jesuítica, pero esta frontera, hoy internacional, también es un silente testimonio de que, siglos atrás, el proyecto evangelizador abarcaba, hacia el sur, el norte de la actual provincia de Entre Ríos y gran parte de Uruguay, la extensa región se denominó “Las Misiones”, cuando se produjo la expulsión de los religiosos se reestructuró ese espacio, nuevas disposiciones para nuevos administradores, nuevos sacerdotes y los mismos nativos. El problema se hizo visible a partir de mayo de 1810 en esta parte del continente, los sucesivos gobiernos que se probaron en Buenos Aires, otrora capital del virreinato, foguearon divisiones territoriales, presionaron adeptos y dejaron mucho que desear desde el caleidoscopio de la historia; ahí nomás surgió el genio y figura de José Gervasio Artigas con vasta experiencia -para entonces- en la fundación de pueblos en las viejas Misiones Orientales y en la defensa de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas como parte de las “fuerzas de reserva”, en el transcurso de su accionar la Redota de fines de 1811 y el trabajo de Andrés Guacurarí volvieron a marcar una impronta “oriental” por estos lares. Desde Misiones, Artigas pidió y consiguió refugio en Paraguay, acompañado hasta el último día en tierras nacionales por un grupo de leales que, al parecer, se instalaron por acá; las idas y vueltas posteriores son fáciles de encontrar en la historiografía regional y el aporte uruguayo es innegable, detectable y valorado… a veces. Posadas tiene en su génesis institucional esta raíz ya que hacia el final de la Guerra de la Triple Alianza, un número importante de vivanderos y proveedores del ejército aliado se instalaron en el recinto amurallado conocido como Trinchera de San José, uno de los grupos más nutridos fue el “de los orientales”, como se denominaba entonces a los habitantes de la ex Banda Oriental o Provincia Cisplatina o Estado Oriental del Uruguay, actualmente conocida como República Oriental del Uruguay; de acuerdo con lo publicado por Clotilde González de Fernández Ramos en la “Reseña Histórica de la ciudad de Posadas 1872-18 de octubre-1922”, ellos fueron Alfonso de Arrechea con sus tres hijos Antonio, Luis y Alfonsito, Eugenio Ramírez, Francisco Douclós, los hermanos Abelardo y Miguel Escalada, Guillermo Calvo, los hermanos Juan y Francisco Goicoechea, Joaquín Aramburu, Uviernes y sus hijos Faustino y Narciso, Miguel Jaurich y Aurelio Villalonga; muchos de ellos dieron principio a familias tradicionales cuyos descendientes habitan la provincia. La historia misionera y uruguaya se entrelaza y se separa con coyunturas funestas como la llamada Tragedia de Fray Bentos, cuando la noche del 10 de octubre de 1997, el vuelo 2553 de la empresa Austral, que unía Posadas con Buenos Aires, se estrelló en inmediaciones de esa ciudad, setenta y cuatro personas murieron, la causa fue a juicio en el año 2019 y dos años más tarde fueron absueltos los treinta y tres acusados… sin palabras. A lo mejor por este camino compartido, el fallecimiento de José Alberto Mujica, el Pepe, se sintió tanto en la Tierra Colorada; tan uruguayo, tan matero, tan coherente, tan fiel a sí mismo, tan nuestro y tan auténtico; muchos creen que su manera pública de presentarse fue un armado marquetinero, otros que era un resentido disfrazado de servidor, pero la gran mayoría lo respeta por su consecuencia, en otras palabras, por ser recto, honesto y digno, porque Pepe era “así nomás”, les cuento una: era julio de 2019, dos posadeños -Silvia y Nacho- andaban de vacaciones conociendo un poco Uruguay, él había curioseado un blog con contenido sobre el ex presidente e indicaciones de como llegar a su casa, entonces con la invalorable colaboración de Google Maps ubicaron el lugar y ya que estaban se lanzaron a la aventura, con un poco de suerte podrían hasta verlo de lejos. La siesta reinaba en Rincón del Cerro, unos pocos conos indicaban que “algo había” en las cercanías, no se podía seguir por ese camino sino tomar un desvío, a un costado vieron una casilla tipo garita con un policía, detuvieron la marcha del vehículo, el uniformado se acercó, el diálogo fue breve, los viajeros consultaron si estaban en “la casa de Mujica”, ante la afirmativa plantearon su intención casi pueril, les pidió que esperasen unos minutos, cuatro o cinco autos más estaban allí, todos con ganas similares; Silvia y Nacho reforzaron el pedido contando que eran posadeños, misioneros, remarcando la admiración por el ex mandatario, etcétera, etcétera… el guardia respondió respetuoso que don Pepe había terminado de almorzar, que era una persona mayor, que tenía que dormir un rato, que iba a consultar y así lo hizo, regresó con la autorización para el ingreso. Bueno, pasen pero antes regístrense, por favor -les dijo el policía, DNI en mano, preparando los celulares mientras pensaban en que podrían conocer la casa de Mujica. Ambos lo siguieron, cruzaron un pequeño portón de alambre, unos muchachos en bicicleta pasaron saludando, en tanto entraban a la garita de seguridad para anotarse -según entendieron-; cuando levantaron la vista vieron a Pepe sentado que a viva voz contestaba el saludo de los ciclistas y les explicó “están recorriendo América en bicicleta, son de Colombia y de Perú”, casi sin dar crédito a la escena ocuparon unas sillitas que estaban dispuestas, una familia brasileña se sumó; Silvia empezó a filmar, pero enseguida se cuestionó el respeto a la privacidad, a la intimidad y bajó el teléfono. Tan presos del protocolo oficial como argentinos, tener a semejante figura enfrente, sin otro trámite que esperar pocos minutos y compartir la visita, era increíble. Fueron unos pocos minutos, Pepe sentado en una vieja silla giratoria, enfundado en una camisa celeste gastada y descolorida, con dos camperas tipo polar encimadas, la de abajo gris, la otra marrón -camel le dicen a ese tono-, un pantalón “cortina” de lanilla negro, medias gruesas oscuras, botines mal acordonados y bien usados y una gorra vasca negra, se armó un cigarrito, sacó de un bolsillo las hojillas y de otro el tabaco, mientras preguntaba de dónde eran; Silvia se presentó como locutora y él dijo en tono risueño “ay, los medios de comunicación”, a los brasileños les comentó sobre “las cosas que está haciendo Bolsonaro en su país, hay que aguantar nomás”, esa familia tenía un nenito al que convencieron, trabajosamente, de posar con semejante persona. La emoción y la admiración hizo difícil el diálogo, Pepe reflexionó sobre el sentido de la vida, la importancia de vivir el instante, el momento y disfrutar la vida; como el guardia les había pedido prudencia por el estado convaleciente de Mujica, ambos se levantaron, le pidieron permiso para fotografiarse, le agradecieron por ese momento, por su trayectoria, por su entrega… por todo, lo saludaron y salieron; dijo Silvia tiempo después “él estaba de vuelta de todo, me acuerdo el perfume que había, de su olor, de su ropa de trabajo”. Con la energía de un único abrazo, con la certeza de haber conocido a un prócer contemporáneo de la América Grande, dentro del auto lloraron de emoción todavía incrédulos. El tiempo pone distancia y equilibrio a los recuerdos, un par de días atrás Silvia me dijo “cualquiera podía acceder a él, sin audiencia, sin protocolo, estaba para todos”. Un agradecimiento grande para Silvia Ferreyra por la generosidad al compartir un recuerdo tan atesorado y para Pepe el respeto imposible de poner en palabras, salvo en aquellas que todavía no se inventaron. ¡Hasta la semana que viene!
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