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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 14/05/2025 10:31
Berni nació en el seno de una familia de clase media. A los diez años pidió que lo inscribieran en un taller de vitrales “Tamaña cantidad de basura en las paredes”, decía una de las críticas de la exposición que Antonio Berni, el artista plástico argentino más importante del siglo XX, inauguró en la prestigiosa Galería Witcomb en 1961. El rosarino, que había nacido en 1905 en una familia de clase media, estrenaba allí su serie de obras protagonizadas por Juanito Laguna. La serie estaba hecha de latas oxidadas, arpillera, cartones, chatarra, madera, trapos y papel de diario. Y a buena parte de la crítica le pareció que eso que había colgado Berni en su exhibición pictórica era tan disruptivo que cruzaba el límite de lo que podía considerarse arte. Flashforward: sesenta años después, en la prestigiosa casa de subastas Sotheby’s, una de las pinturas sobre Juanito Laguna se vende a 441.000 dólares. Pero para eso todavía faltaba. Berni, un artista que con el correr de los años deslumbró a la crítica y que gozó también de gran popularidad, estaba empezando el que sería su camino más definitivo: el de contar el mundo de los marginados, de los pobres, de los que aún no pierden la esperanza y exigen justicia, de los trabajadores que se instalaron donde pudieron cuando la industrialización los hizo viajar del campo a la ciudad. Berni vio -y denunció a través de su obra- la desigualdad que crecía al mismo tiempo en que la clase trabajadora era mirada por la dirigencia como sujeto político. Tal vez por primera vez. Pero empecemos por el principio: un chico que a los diez años les pide a su padre sastre y a su madre ama de casa que lo inscriban en un taller de vitrales. Ahí empieza esta historia. De Rosario a la París del surrealismo El padre de Antonio Berni había llegado desde Italia y su madre era argentina pero de esa misma península europea venían sus antepasados. El taller de vitrales fue la primera de las actividades artísticas a las que el pequeño Antonio quiso asistir apenas supo de su existencia. Enseguida, en el Centro Catalán de su ciudad, empezaría a estudiar formalmente pintura. Después de su etapa surrealista, en los años 30 Berni empezó a inspirarse en el realismo que lo rodeaba. Su obra "Manifestación" da cuenta de esa nueva mirada Su talento asomaría enseguida: a los 15 años expuso sus primeras obras en Rosario, y llegó a Buenos Aires apenas tres años después. La crítica elogió a ese casi adolescente que venía de las orillas del Paraná. Esos primeros años estarían atravesados por el paisajismo y el impresionismo, claves en sus primeros años de formación como pintor. Pero las becas que obtuvo en su ciudad, una por parte del Jockey Club local y otra por parte del gobierno de Santa Fe, lo pusieron en un barco con rumbo a Europa. Pasó por Madrid y se afincó sobre todo en París, en pleno estallido del surrealismo a la vanguardia de las vanguardia. En el moderno Viejo Continente, Berni se dejó influenciar por la obra de Magritte y de Giorgio de Chirico. Conoció a André Breton y a Marcel Duchamp, y dejó que los surrealistas le transmitieran todos sus saberes sobre la técnica del collage, algo que sería determinante para el futuro de su obra. Sus trabajos surrealistas no tendrían éxito a lo largo de su vida: no los vendió en un principio, la crítica porteña los rechazó, y decidió no sacarlos a relucir nunca más. Incluso cuando ya era un artista totalmente consagrado. De vuelta en su tierra Berni volvió a la Argentina hacia 1930. El mundo atravesaba la Gran Depresión, en el país gobernaba la primera dictadura militar que dio un golpe de Estado, y Europa se encaminaba a atravesar la Guerra Civil Española y, después, la Segunda Guerra Mundial. Los totalitarismos -el nazismo, el fascisco- se cocinaban a fuego lento. Desocupados (1934), de Antonio Berni La crisis económica que había empezado en Estados Unidos tras el “Crack” de 1929 se hacía sentir en todo Occidente, y fue ante ese escenario que el artista sintió que había que “vivir con los ojos abiertos”. Quería una obra pictórica que diera cuenta de lo que veía a su alrededor, así que se encaminó hacia el llamado “Nuevo Realismo”. Su observación de la sociedad empezaba a protagonizar su inspiración artística. En esos años, su técnica se vio profundamente influenciada por el muralismo que aprendía de David Alfaro Siqueiros: colaboró con el mexicano en la obra “Ejercicio Plástico”, que puede visitarse en el Museo Casa Rosada y que determinaría la preferencia de Berni por obras de gran tamaño. Su experiencia como empleado municipal en la ciudad de Rosario lo acercaba a la vida cotidiana de los trabajadores y de quienes se acercaban a esa dependencia en busca de algún servicio público. Por si le faltara “calle”, por ese entonces Berni fue el fotógrafo de una investigación que compartió con el periodista Rodolfo Puiggrós en los prostíbulos de su ciudad. Esa experiencia sería determinante para la creación de Ramona Montiel, que junto a Juanito Laguna fue su otro gran personaje emblemático, y la depositaria de la obra más erótica de Berni. Antonio Berni fotografiaba lo que veía y eso inspiraba su obra En sus años de “Nuevo Realismo”, el artista pintó obras como “Desocupados” y “Manifestación”. Corría 1934 y Berni sentó la precuela de los collages que protagonizarían Juanito y Ramona: empezó a usar arpillera además de pintura al temple. Quería contar la realidad de los trabajadores y quienes vivían en los márgenes no sólo a través de su observación sino también a través de los materiales que eran cotidianos en esas vidas: eso también era parte de su realismo. En los años 40, sus viajes por Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador iban a darle más “letra” a la construcción de esas vidas a punto de caerse de las ciudades que formarían parte de su paisaje. Y en la década siguiente, su experiencia observando el trabajo rural en Santiago del Estero profundizaría esa mirada. Estaban a punto de nacer los grandes protagonistas de su trabajo artístico y también social. Juanito y Ramona Juanito Laguna es un nene pobre, marginado, esperanzado, que no pide limosna y que exige justicia. Menos desigualdad y más justicia en la asignación de recursos. Nació a fines de los años 50 y su vigencia, en un país en el que más de la mitad de los chicos y adolescentes sobreviven debajo de la línea de pobreza, está trágicamente intacta. Berni inventó a Juanito para contar lo que veía en su ciudad, en Buenos Aires y en toda Latinoamérica. Y profundizó la técnica que había empezado con arpillera: juntó latas, maderas, chatarra, trapos, papel, cartón, chapa. Fue determinante la participación de su colaborador, que había trabajado como metalúrgico, y fue sobre todo determinante el mensaje que quería dar al usar esos materiales y no los habituales para un artista plástico. "Juanito va a la fábrica" una de las obras de la serie Juanito Laguna Quería mostrar la realidad de los márgenes urbanos “sin los filtros del buen gusto”, esos materiales eran, para Berni, “una forma de decir algo”. Tal vez, que esas vidas estaban construidas de esa materia y, para seguir siendo realista, era mejor no alterar esa condición material. El rosarino entraba en el pico de su compromiso social: mostrar sin edulcorante esa realidad que crecía en años en los que el peronismo, un movimiento jovencísimo por entonces, estaba a punto de ser derrocado por primera vez después de haber convocado a la clase trabajadora como no lo había conseguido antes ningún otro partido político. Ramona llegó un tiempo después que Juanito. Había empezado a nacer en los prostíbulos rosarinos más de veinte años antes, y ahora crecía en la cabeza y en el pincel de Berni. Había algo de su experiencia en una París vertiginosa allí, y también algo de una Buenos Aires desesperándose por parecerse a la Ciudad Luz. Y había, otra vez, marginalidad en esa prostituta que se fue empoderando con el correr de su narración. La crítica, que había empezado a mirar estas obras con la sensación de que había basura colgando de las paredes, fue entendiendo no sólo las trayectorias de Juanito y Ramona, sino también, y sobre todo, sus mensajes. Y lo importante que eran esos materiales atípicos y rústicos para que se mensaje fuera contundente y sincero. Un argentino en Nueva York y en todo el mundo En los setenta, casi por oposición a todo lo que Juanito no podría tener nunca, Berni se inspiró en la sociedad de consumo que se le vino encima cuando visitó Nueva York. Apeló al pop y también al kitsch, y dio cuenta así su capacidad de innovar más allá de su formación inicial. También era una demostración de que estaba permanentemente conectado con los nuevos movimientos artísticos. En constante movimiento. "Domingo en la chacra", de Antonio Berni Mientras tanto, durante casi un cuarto de siglo, Berni pintó “Domingo en la chacra”, una obra inspirada en su intimidad familiar y cotidiana. Su madurez lo encontró activo a la hora de seguir produciendo obra, pero también con tiempo para impulsar e inaugurar “La casa de Antonio Berni”: allí exponía su trabajo y también el de artistas jóvenes a los que decidía darles lugar. Murió en 1981: la “historia oficial” fue que se había atragantado con un hueso de pollo y que eso le produjo una asfixia mortal. Pero luego se supo que existía una posible mala praxis médica y que la hipótesis del hueso sería una especie de coartada. “El arte debe sacudir la conciencia de la gente”, decía Berni, que decidió meter en una de las galerías más elegantes de Buenos Aires un mundo -el de los marginados- que ese público no estaba acostumbrado a ver. Había empezado a mostrar ese mundo en los años 30 y profundizó su mirada hacia los 50, cuando presentó a sus Juanito y Ramona. Nunca abandonó esa convicción, la de hacer de su obra una vía para mostrar lo que veían sus ojos allí donde no se posaban los de otros artistas. Todo eso, y su capacidad de transmitir esas observaciones de manera conmovedora, lo hicieron único.
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