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» Diario Cordoba
Fecha: 14/05/2025 04:53
Escritora de tantas facetas. Virginia Woolf. La autora reconocida y exaltada a partir de los años 70 del pasado siglo en esos ensayos seminales para el feminismo que son ‘Una habitación propia’ o ‘Tres guineas’. Pero también y sobre todo, la autora que ha acabado derribando las barreras que durante décadas la han enclaustrado en una distorsionada imagen de gélida estilista, solo apta para un pequeño puñado de lectores esnobs, como ella misma. Su máximo mérito, decían, fue hacer juegos malabares con el lenguaje -un pecado que también atribuyeron a James Joyce con su ‘Ulises’- mientras se mantenía de espaldas al pensamiento político de su tiempo, recluida en fiestas y desvaríos que precipitaron su suicidio. La que acabó su vida, llenándose los bolsillos de piedras y lanzándose al río Oise en 1941 cuando contaba 59 años, es una imagen que empañó todas las demás. La escritora inglesa Virginia Woolf. / EPC Por suerte, la fama de Woolf no ha hecho más que crecer, adorada por un sinfín de estudios literarios y biográficos -recientemente la argentina Tamara Tenenbaum ha hecho una relectura de su obra en clave contemporánea-, y ya nadie teme a Virginia Woolf. La autora no tiene que pelearse con Joyce para ser considerada el kilómetro cero de la escritura moderna actual, esa que transforma las formas del decir dejando fluir el pensamiento, apuntalándolas en un lenguaje portentoso mientras parece -ojo, solo lo parece- que se relegue el argumento a mera anécdota, más preocupada por el brillo del instante. Un día, una novela Tres años después de que el ‘Ulises’ se convirtiese en esa bomba de relojería que haría saltar por los aires las formas tradicionales de la narrativa, Woolf publicaba, el 14 de mayo de 1925, fecha de la que este miércoles se cumplen 100 años, su libro más famoso, ‘La señora Dalloway’. Una novela que, al igual que el ‘Ulises’ también transcurre en un solo día. Un siglo después, hoy es mucho más accesible a los lectores contemporáneos, sencillamente porque después de que ella abriera el camino hemos aprendido a leerla. ¿De qué va ‘La señora Dalloway’? Pues de muy poco, la verdad. Aquí no hay gestas homéricas que ridiculizar mientras se trasiegan cervezas en los pubs de Dublín. Aquí se muestra solamente a la burguesa señora titular, mujer de mediana edad, esposa entre resignada y orgullosa de un aburrido parlamentario, que ha decidido ir a comprar flores en el selecto barrio de Mayfair de Londres para la fiesta que va a celebrar esa misma noche y el vaivén de sus recuerdos. En contrapunto están las penalidades de Septimus Smith, un exsoldado que, víctima de estrés postraumático, arrastra una profunda depresión. Pese a lo magro de su trama, lo más portentoso es seguir ese poderoso hilo narrativo que va saltando de personaje en personaje hasta componer un retrato coral en el que se perciben todos los estratos sociales de la ciudad. Tras su lectura, la amante de la escritora, Vita Sackville-West, dijo que la novela le permitió ver Londres con nuevos ojos, como si le hubiera revelado una “belleza y un misterio mágico” desconocidos. La escritora inglesa Virginia Woolf. / EPC Ser una misma Antes de 1925, Woolf había escrito otras obras que no causaron gran impresión. Fue al parecer tras una mala crítica a uno de sus cuentos -la autora no recibía muy bien los reproches- que decidió escribir de una forma más libre, sin pensar en la recepción. Había cumplido 40 años, una edad decía en la que “se acelera o se languidece” y eligió lo primero. “Si no soy yo misma, no soy nadie”, escribió en su diario. Pese a todo, tuvo modelos. Leyó a Proust y también a Joyce, aunque la lectura de este último había sido un “martirio” para ella y, señora de formación victoriana pese a todo, consideró que aquel era un trabajo de un “estudiante nauseabundo reventándose los granos”. Hay muchas cosas que se pueden percibir en la primera de las cuatro novelas, todas ellas obras maestras, que escribió entre 1925 y 1937: ‘La señora Dalloway’, ‘Al faro’, ‘Las olas’ y ‘Los años’. Muchas de las preocupaciones vitales de la autora están de forma más o menos implícitas en la obra. Con el personaje de Septimus -ella era la séptima hija de su madre- quiso hacer, y así lo dejó escrito en su diario, una aproximación literaria a la locura que ella misma padecía. La autora había tenido su primera crisis a los 13 años y a lo largo de su vida tuvo que luchar -con la inestimable ayuda de su marido, Leonard Woolf- contra la enfermedad mental y la tentación del suicidio. En la novela, Septimus oye a los pájaros cantar en griego, una alucinación que también alcanzó a la escritora que también aseguraba haber oído maldecir al rey Eduardo VII tras un seto, y también decide tirarse por una ventana como ella misma hizo a los 22 años, en 1904. Nicole Kidman caracterizada como Virginia Woolf en 'Las horas'. / CLIVE COOTE / AP Abusos en la infancia Es sabido que la autora sufrió abusos por parte de sus medio hermanos, George y Gerald, hijos del primer matrimonio de la madre y muchos estudios han querido convertirlos en causa de sus crisis emocionales. Probablemente hoy, la medicina la diagnosticaría como bipolar, porque los estados de exaltación y de depresión fueron constantes. Otros biógrafos han querido relacionar el abuso con la represión que Woolf sintió hacia las relaciones masculinas porque aunque con Leonard Woolf fue satisfactoria, no tuvo nada de pasional. El gran amor de su vida fue Vita Sackville-West y en la novela se apunta el impulso lésbico de la protagonista en el beso que Dalloway da a su amiga de juventud Sally Seton, un acto que no cambió en absoluto el futuro de ambas como respetables madres de familia. No es raro que la aversión de Virginia Woolf a los médicos quede reflejada en ‘La señora Dalloway’ en el chusco retrato del doctor Holmes de Septimus, que quita importancia a su melancolía y como medida terapeútica aconseja frecuentar más los 'music hall'. A esto habría que añadir que la autora sufrió una práctica habitual a finales del siglo XX que vinculaba sus problemas de la psique con las bacterias de la boca, por lo que le extrajeron varias piezas dentales. Por esa razón, rara vez sale sonriendo en las fotos. Dalloway, la buena burguesa que decidió rechazar el amor por una posición desahogada, la mujer a salvo de dolores y pasiones, contrasta con Septimus, el hombre doliente que arrastra consigo el peso de la historia. Es imposible no pensar en aquella sociedad británica de mediados de los años 20 que mostraba su faceta más respetable mientras en el fondo bullían los fantasmas de una guerra dolorosa y un imperio del que ya se divisaba el fin.
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