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  • La intensa vida del fraile Castañeda: del aislado homenaje el día de la muerte de Belgrano a su pasión por el periodismo

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 12/05/2025 04:31

    Demostró sensibilidad, sentimiento de gratitud y reconocimiento para el hombre que acababa de fallecer en el anonimato más cruel. Manuel Belgrano tenía 50 años, y solo un puñado de familiares y amigos acompañaron sus restos hasta su última morada, el Convento de Santo Domingo, a escasos metros de su casa donde había nacido cincuenta años atrás. Además de solo, murió pobre. Si hasta se debió echar mano al mármol de la cómoda de su madre para usarla de lápida. Solo cinco días después, una sola publicación, el Despertador Teofilantrópico, se hizo eco de este muerto: “Porque es un deshonor a nuestro suelo; /Es una ingratitud que clama el cielo; /El triste funeral, pobre y sombrío, /Que se hizo en una iglesia junto al río, /En esta ciudad, al ciudadano, /Ilustre general Manuel Belgrano” El creador de la bandera murió acompañado por su familia y hubo que esperar un año para que las autoridades lo homenajeasen El responsable de la publicación era Francisco de Paula Castañeda, un fraile que era mucho más que eso. Gran polemista y educador. Se ganó un sitial entre los fundadores del periodismo argentino, ese que nació a partir de 1810. Había nacido en 1776, en la actual calle Bolívar, a tres cuadras de la plaza. Luego de sus estudios elementales, cuando a los 17 años sus padres quisieron enviarlo a Chuquisaca para realizar un doctorado, les anunció que quería ser cura. Su decisión cayó mal, era el hijo primogénito y tenían fundadas todas sus esperanzas en él. Pero Castañeda se mantuvo firme: en 1793 entró a la orden franciscana. Su carrera en el sacerdocio peligró porque, según él mismo contó, entre los rezos al Ofi­cio Par­vo, el Ofi­cio Di­vi­no, el Ofi­cio de Di­fun­tos y que des­de las on­ce y me­dia de la no­che has­ta las tres de la ma­ña­na se las ocupaban en lecciones, oraciones y ejercicios divinos, al pobre Castañeda lo vencía el sueño. No entendía cómo sus compañeros mantenían el ritmo en todas las actividades en las que él fallaba. Sus superiores llegaron a dudar de su verdadera vocación, lo estuvieron por apartar del noviciado pero el padre Gavica creyó en él y lo sostuvo. Así, en 1800 se ordenó sacerdote. Luego de estar un tiempo en Córdoba, donde obtuvo la cátedra de filosofía en la universidad local, volvió al convento de los Recoletos y se hizo cargo de la cátedra de Teología Moral. Interior del convento de los Recoletos. Castañeda fue su guardián (argentina.gob.ar) Durante las invasiones inglesas, asistió espiritualmente tanto a criollos como a los infieles británicos y fue el que en los sermones que brindó por la reconquista de Buenos Aires sostuvo que habíamos sido conquistados por la corrupción en el sistema administrativo español. Se hizo conocido en la ciudad por ser un cura que no callaba lo que pensaba. Esto provocaba que sus misas fueran multitudinarias. Fue capellán en la cárcel, guardián del convento de los Recoletos y un entusiasta de la educación de los más pequeños. “Los niños de primeras letras serán siempre mi primavera”, decía. Apoyó el sistema lancasteriano de enseñanza, donde los alumnos más avanzados asisten a los que viene atrás. Además promovió la creación de la Academia de Dibujo –“el padre de todas las artes”- fundada el 10 de agosto de 1815. Funcionó en el convento de los Recoletos y era sostenida por el Cabildo, el Consulado y el gobierno de Buenos Aires. Por 1820 tuvo muchos inscriptos, a pesar de la oposición de quienes sostenían que lo que se precisaban eran maestros en matemáticas, en idioma, en ciencias, como lo hacía fray Henríquez, redactor del oficialista La Gaceta. Sostenía que el que delinquía no hacía más que avisar a la sociedad que era un individuo al que le faltaba educación. Había que instruirlo y, de paso, enseñarle la doctrina de Cristo porque, sin educación, el pueblo era prisionero. Cuando Rivadavia fue ministro de gobierno de Martín Rodríguez, llevó adelante una profunda reforma eclesiástica que Castañeda atacó duramente Castañeda era un ejemplo de vida. Austero, su conducta era intachable, y cuando se exaltaba, lo hacía para defender sus ideales. Ese cura que no era para nada agraciado, de ojos vivaces, nariz ancha y vestido pobremente, tenía una hermana que en 1812 había ingresado en el convento de las Catalinas. Paralelo a su actividad como maestro y de promotor de la Sociedad Filantrópica de Amantes de la Educación, organizó en los Recoletos, un comedor para los que no tenían qué comer, a los que iba a buscar a los humildes rancheríos de las afueras. Adhirió a la Revolución de Mayo y desde el púlpito volvió a criticar la corrupción española. Era un convencido de que todo debía ir de la mano de la religión, que a través de ella los pueblos alcanzarían su bienestar. Por eso cuando un grupo de liberales liderados por Bernardino Rivadavia comenzó a hablar de una reforma del clero secular y regular, asociando a la institución eclesiástica como una rémora de un pasado anacrónico, se encendieron las luces de alarma. Uno de los periódicos más famosos del fraile, en los que él mismo se personificó en el encabezado del artículo (Archivo General de la Nación) Acusó a las autoridades de ser las responsables de la anarquía del año XX, y las criticó por haber permitido el crecimiento de los caudillos del interior, como Francisco Ramírez y Estanislao López cuando, para su espanto, ataron sus caballos en las rejas de la Pirámide de Mayo. Castañeda sostenía que el país aún no estaba preparado para ese federalismo que el interior reclamaba, que aún no habíamos madurado, que faltaba educación. Para el fraile la anarquía política e institucional fue como si se le cayera la estantería encima. Vio cerrar, impotente, su Academia de Dibujo y su cátedra en el Colegio del Sud. Fruto de esa indignación, fue el único que dio cuenta de la muerte de Belgrano, al que nadie le había prestado atención. Su voz se hacía escuchar por “El Desengañador Gauchipolítico, federi-montonero, chacuaco-oriental, choti-protector, puti-republicador de todos los hombres de bien que viven y mueren en el siglo diez y nueve”. El fraile inauguraba un nuevo estilo, en el que inventaba términos, tal vez influido en las lecturas de Quevedo, para denigrar a los que criticaba, en este caso los caudillos del interior y en especial a José Gervasio de Artigas, cuando menciona lo de “chacuaco oriental, choti-protector y puti-republicador”. Sus escritos escandalizaban por su estilo, por no cuidar el idioma al incluir malas palabras, y pasaban por alto la erudición de sus columnas. Como el grupo nucleado en torno a Rivadavia batía el parche a través del diario El Americano, despertó en Castañeda la veta periodística, para regocijo de los que gustaban de la polémica. María Retazos fue otra de sus publicaciones en la que puso el énfasis en la cuestión educativa Denunció a los ministros que acompañaron al gobernador Martín Rodríguez: “García con Rivadavia / tienen unos saladeros / y allá entre los patagones / compran reses, compran cueros; / cielito, cielo, cielito /cielito de nuestros barrios / cuanto más roban los indios / más ganan los secretarios”. Como periodista, su estilo satírico, mordaz y agresivo no solo lo volcaba en prosa, sino en verso, recurso que usó cuando quería hacer gala de su sátira. Sus publicaciones no pasaban desapercibidas: si bien quedó en un proyecto, los historiadores destacan “El Monitor Macarrónico”, nombre que acompañaba la siguiente leyenda: “El citador o payaso de todos los periodistas que fueron, son y serán , o el Ramón yegua, Juan rana, Tirteafuera y Gerundio, solfeador de cuanto sicofanta se presenta en las tablas de la revolución americana, para que Dios nos libre de tantos pseudósofos, de tantos duendes, fantasmas, vampiros, y de otras inocentes criaturas que no tienen más manos para ofendernos que las que nosotros les damos”. Esto causó hilaridad entre los porteños y algunos consideraron que el cura estaba loco. Luego vendría “El Despertador Teofilantrópico Místicopolítico, dedicado a las matronas argentinas y, por medio de ellas, a todas las personas de su sexo que pueblan hoy la faz de la tierra y la poblarán en la sucesión de los siglos”; “El Suplemento al Despertador Teofilantrópico; “El Paralipómenon al Suplemento del Teofilantrópico”. “Doña María Retazos” nació para protestar por el cambio de los planes de estudios en la enseñanza incorporando nueva bibliografía. Luego vendría “La Matrona Comentadora de los cuatro periodistas”;Eu ñao me meto com ninguem; La Guardia Vendida; La Verdad Desnuda. Su última incursión en el periodismo fue cuando criticó duramente a Lavalle por haber fusilado a Dorrego A mediados de 1821 se lo designó diputado, tal vez como una forma de controlarlo. Pero cuando le fueron a anunciar la buena nueva, rechazó la banca, pretextando que estaba abocado a elaborar una reforma educativa. Pero como la Junta de Representantes se la veía venir, no espero su respuesta oficial y no aprobó su escaño. Castañeda, contrariado, envió la carta que ya había escrito de rechazo con anotaciones que los representantes encontraron injuriosas. Terminó en la cárcel. Fue condenado a no poder publicar por cuatro años, el mismo tiempo en que se lo condenaba a ser desterrado a Kaquel Huincul, en el actual partido de Maipú. Cuando le comunicaron que sería desterrado, no le importó, si en todas partes está Dios, aseguró. Durante el año que permaneció allí no se quedó quieto. Los indígenas recibieron el catecismo, daba misa en una capilla que él levantó y, como no podía con su genio, entró en cortocircuito con Francisco Ramos Mejía, un hacendado protector de los indígenas a los que le predicaba su visión particular del catolicismo, lo que motivó que fuera tildado de hereje. En agosto de 1822, Castañeda regresó a la ciudad de Buenos Aires, pero no pudo hacerlo en el convento de los Recoletos, el que había sido desalojado por orden de Rivadavia. El respondió los embates contra el clero con sus diarios, y desde el oficialismo los medios adictos lo tildaban de borracho, ladrón, alcahuete y miserable. El fraile atacaba a diestra y siniestra: de Rivadavia -a quien lo mencionaba como “Don Toditico”o “Bernadote Rimbombo”- decía que era un traidor, inmoral, déspota y hereje, entre otros. Sus amigos le recomendaban que se dedicase a dar misa, pero respondía que era la misa lo que lo enardecía y que lo arrastraba a lo que llamaba “la lucha incesante”. Condenado a cuatro años de cárcel, huyó a Montevideo y de ahí se dirigió a Santa Fe, donde se asentó, con la especial recomendación del gobernador Estanislao López de que no lo hiciera meter en problemas. Pero Castañeda encontró una vieja imprenta y con ayuda la puso en funcionamiento para imprimir hojas culturales. Levantó una iglesia y escuelas para niños humildes en la ciudad de Paraná y en los pueblos de Rincón de San José y San José de Feliciano. Estando allí cuando los portugueses ocuparon la Banda Oriental, y entonces publicó “Ven portugués que aquí no es”, seguido de “Ven portugués que aquí es”. Cuando vivió en Santa Fe y Entre Ríos, enseñó a los más chicos y a los adultos y montó una verdadera escuela de artes y oficios, donde los jóvenes les enseñaban carpintería, herrería, pintura y hasta relojería. Ya era anciano cuando transformó un galpón en una escuela gratuita, destinada a los más humildes. “Con el ejército de los niños hago la guerra quizás más activa. Los fusiles y cañones de este Padre son los libros que reparte gratis a la amable juventud: las balas del fusil el a, b, c,...” Cuando Juan Lavalle fusiló a Dorrego, no tuvo piedad en criticar duramente al antiguo granadero a través de “La Nación Argentina decapitada por el nuevo Catilina, Juan Lavalle”. A partir de ahí, no publicó más. Se dedicó exclusivamente a atender a los más humildes y a educar a los niños. Mu­rió en Pa­ra­ná el 12 de mar­zo de 1832. El 28 de ju­lio sus res­tos, por disposición de Juan Manuel de Rosas, fueron llevados a Bue­nos Ai­res y des­pe­di­dos en la igle­sia de San Fran­cis­co. Di­cen que los despojos de quién se había ocupado de despedir a Belgrano se per­die­ron en una de las tantas obras de la iglesia. No creemos que le haya importado si, como él decía, en todos lados estaba Dios.

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