Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Aimé Bonpland: el médico, botánico y naturista que se enamoró de América y que impulsó la explotación de la yerba mate

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/05/2025 04:39

    Bonpland, quien dedicó su vida a estudiar la naturaleza en América y a ejercer la medicina Para todos, ese anciano bonachón era don Amado. Francés de nacimiento, enamorado de ese litoral argentino con sus plantas y árboles del que le costaba desprenderse, se emocionaba al recordar esos viejos tiempos de jardinero y de casero en el palacio de Malmaison, que Josefina de Beauharnais había adquirido cuando era la esposa de Napoleón Bonaparte. Se llamaba Aimé-Jacques Alexandre Goujaud, había nacido el 29 de agosto de 1773 en la localidad francesa La Rochelle y su vocación de explorador y amante de la naturaleza lo llevó a protagonizar cientos de aventuras, muchas de ellas en América y especialmente en Argentina, donde vivió la mitad de su vida. Tanto le atraían las plantas que habría sido su padre quien lo llamaba “Bon plant”, como “buena planta”, y él terminó adoptando el Bonpland. Humboldt y Bonpland, cuando exploraron la selva amazónica (Oleo de Eduard Ender, c. 1850) Si bien con su hermano Michel cursaron en París medicina -la profesión del padre-, al año siguiente decidió también estudiar botánica y se formó en el Jardín del Rey. Ambos hermanos ingresaron al ejército como médicos auxiliares, pero Aimé nunca dejó de lado el estudio de las plantas. Mientras se diplomaba como médico a los 24 años, se dedicó a enseñarle anatomía y botánica al alemán Alexander von Humboldt, y éste retribuía con clases de física y mineralogía. Serían amigos para toda la vida. Ambos se propusieron integrar alguna expedición científica, en tiempos en que estaban en auge los viajes a tierras desconocidas alrededor del mundo. Tras fracasar en un intento por embarcarse hacia Egipto, en 1799 viajaron a España y visitaron las islas Canarias. Allí Bonpland relevó la flora del lugar. El castillo de Malmaison que había comprado Josefina, esposa de Napoleón. Bonpland fue el encargado del diseño de sus jardines Se animaron a cruzar el Atlántico, gracias a que Humboldt financió el viaje. Llegaron a Venezuela luego a Estados Unidos, y también estuvieron en Cuba, México, Colombia, Ecuador y Perú. Fue un verdadero explorador y sus experiencias las escribió en Voyage de Humboldt er Bonpland, una colección de quince libros, donde están volcadas las primeras observaciones botánicas del francés. Cuando regresaron a Europa en 1804 lo hicieron con seis mil especies de plantas americanas, muchas de ellas desconocidas en el Viejo Mundo. Llevó semillas, especies exóticas y animales, y se transformó en una celebridad, al punto de que fue recompensado con una pensión de tres mil francos por su aporte. En 1808 fue empleado como botánico para embellecer y cuidar las especies de los jardines de la Malmaison, un palacio venido a menos que Josefina compró por una fortuna, para disgusto de su esposo Napoleón Bonaparte. Llegó a ser una suerte de administrador general y escribió un libro sobre las especies de los jardines del palacio. Estuvo en ese trabajo hasta la muerte de Josefina en 1814, ya cuando estaba separada del emperador francés. Bonpland insistió con el cultivo de la yerba mate, con una intención de explotación comercial De los viajes que hizo a Gran Bretaña, mantuvo contactos con naturalistas de ese país y estuvo por ir a trabajar junto a Simón Bolívar. El destino quiso que se cruzase con Bernardino Rivadavia, de misión diplomática. Le propuso radicarse en nuestro país y por qué no organizar lo que sería el primer jardín botánico en América del Sur. El 29 de enero de 1817 desembarcaba en Buenos Aires con su esposa Adeline, que había pertenecido al círculo íntimo de Josefina, su hijastra Emme y dos jardineros que trabajaban con él. Acarreaba su biblioteca, semillas y plantas, como cítricos, perales, manzanales, vides, sauces, algarrobos, entre otros. Enseguida tomó conciencia de que el gobierno tenía serios problemas que resolver, y que no eran precisamente la promoción de las ciencias ni la instalación de un jardín. Bonpland debió ajustarse el cinturón hasta que en 1818 cuando fue empleado como profesor de historia natural, adquirió una quinta en lo que hoy es Plaza Garay, donde experimentó con la yerba mate con intenciones de explotación comercial. Viajó por la provincia de Buenos Aires y recorrió la isla Martín García. Vendía la fruta y la verdura que cultivaba y se dedicó a ejercer la medicina. José Gaspar de Francia, quien gobernó Paraguay con mano de hierro entre 1814 y 1840, mantuvo prisionero a Bonpland cerca de diez años Los vientos políticos le jugaron en contra. Cuando el 3 de abril de 1819 fueron fusilados los franceses Lagresse y Robert, acusados de integrar un complot para asesinar al director supremo Juan Martín de Pueyrredón, al de Chile Bernardo O’Higgins y a José de San Martín, sus comentarios y los de su esposa -de la que se separaría- lo pusieron en el ojo de la tormenta. Además, Bonpland los conocía. Citado a declarar, fue absuelto de culpa y cargo. En octubre de 1820 viajó al litoral donde recorrió las misiones jesuíticas. Lo hizo acompañado de un connacional y de tres peones. En Santa Ana, Misiones, fundó, asociado a otros franceses, un establecimiento al que le iba muy bien. José Gaspar Tomás Rodríguez de Francia, dictador paraguayo, lo acusó de conspirar y de usar a Santa Ana como un reducto desde el cual se invadiría Paraguay. Se presume que Francia veía peligrar la economía local con un competidor que había armado un complejo de explotación ejemplar y además eran conocidas los planes del dictador para quedarse con las tierras misioneras. Condenado a permanecer detenido en ese territorio, primero se lo encerró en El Cerrito y luego fue conminado a permanecer en Itapuá, ubicado en el sur del país y que compartía frontera con la actual provincia de Misiones. Fueron inútiles los pedidos de Simón Bolívar, que amenazó con ir personalmente al Paraguay a liberarlo y de Humboldt, que se la pasó recorriendo las cortes europeas, pidiendo su libertad. Ya anciano, si bien añoraba su país natal, quiso quedarse en estas tierras para siempre Bonpland no se quedó de brazos cruzados. Encaró un proyecto agrícola y si bien no podía dejar el lugar, siempre fue tratado con respeto y con el tiempo lo llamarían “karai arandú”, que significa hombre sabio. Es que estudió la flora y la fauna, elaboró medicamentos, organizó un hospital, un aserradero, una destilería de licores y caña y, por supuesto, se dedicó a la explotación de la yerba mate. Sentía que era su lugar en el mundo, si hasta había aprendido a hablar el guaraní. No se sabe por qué en febrero de 1831, con 60 años a cuestas, fue liberado. Tanto se había prendado de la tierra paraguaya, que cuando fue conminado a abandonar sí o sí el país, se largó a llorar. Estuvo un tiempo en Sao Borja, en Río Grande do Sul y Santa Ana, cerca de Paso de los Libres. Logró que el gobierno francés le enviara la pensión anual que cobraba en los tiempos de Napoleón, y con ese dinero compró ovejas merino y en un campo que el gobernador correntino Pedro Ferré le otorgó mediante el sistema de enfiteusis, se dedicó a la cría de esos animales. En 1843, cuando colaboraba como médico en un lazareto levantado en una isla del río Uruguay, conoció a Victoriana Cristaldo, con quien tuvo tres hijos. Pero la guerra entre Corrientes y el gobierno de Rosas lo obligó a cruzar al Brasil. Para algunos era un agente de los franceses que bloqueaban el Río de la Plata y le endilgaron estar involucrado en el tráfico de armas. Identificado con el bando unitario, se asoció con un terrateniente brasileño, con el que incursionó en la cría de ganado y con la explotación de la yerba mate. No le fue bien y cuando Juan Manuel de Rosas fue derrotado en Caseros en 1852, Bonpland estaba en Montevideo y decidió regresar a su viejo establecimiento correntino de Santa Ana. El gobernador de esa provincia Juan Gregorio Pujol lo nombró director del flamante Museo de Ciencias Naturales. Aceptó el cargo y lamentó ejercerlo a sus 82 años. En esa provincia no vio cristalizado su proyecto de un hospital, ya que las arcas del Estado no lo permitían. No importaron los años transcurridos. Era miembro de la Academia de Ciencias de París y tanto Francia como Alemania lo condecoraron y lo nombraron académico en esos países. A Francia envió muchas cajas con plantas, semillas y animales embalsamados, rocas y fósiles, entre ellos un gliptodonte, hallado por los pagos de La Matanza. Sus últimos años los pasó en el paraje de Santa Ana, en Corrientes, cerca de la actual Paso de los Libres. Aquella localidad hoy lleva su nombre. Siempre soñó con regresar a Francia, pero no para quedarse. Deseaba ir a visitar amigos, ponerse al día con los adelantos científicos, adquirir libros y regresar a la costa del río Uruguay, de la que había quedado enamorado. Hizo un viaje al Paraguay y hace un tiempo en el jardín botánico de Asunción inauguraron un busto suyo de bronce. Falleció el 11 de mayo de 1858. Sus restos están enterrados en el cementerio de Paso de los Libres y su archivo fue donado a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Descansa rodeado de esa naturaleza que había cautivado al viejo jardinero que tanto había hecho por la ciencia.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por