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  • No siempre dos forman una pareja

    » Comercio y Justicia

    Fecha: 08/05/2025 19:26

    Por Elba Fernández Grillo (*) exclusivo para COMERCIO Y JUSTICIA “Yo le compro hermosas calzas y ella no las usa”. Con una afirmación parecida a ésta comenzó la primera audiencia de mediación con Estela y Jorge. Por suerte, en esta oportunidad estaba acompañada por un mediador varón, ya que son pocos en esta profesión. Digo -por suerte- porque cuando se trata de mediaciones entre integrantes de una pareja, la diversidad de género ayuda a que todos se sientan comprendidos. Ella no nos miraba, sólo fijaba sus ojos en la mesa que tenía enfrente o en el piso. Jorge continuó su narración diciendo: “yo la quiero y ella no me entiende: si le compro cosas que a mí me gustan y me rompo el lomo laburando, es para que se las ponga. La invito a salir un sábado y nunca quiere, siempre está cansada, no tiene ganas, prefiere quedarse en casa”. Nos contaron que tenían cuatro hijos: el mayor de 17 años y el menor, de 5. No tenían personal de ayuda y aunque Estela no trabajaba fuera de casa, cuando pudo hablar dijo tener muchísimo trabajo con los cuatro hijos. Jorge era quien hablaba mayormente y nos pareció percibir en ella una gran tristeza después de un rato de preguntas de nuestra parte y de respuestas de ellos. Nos dijeron que uno de los chicos, el más pequeño, era no vidente, con lo cual aumentaba el trabajo de ella. Era el único que tenía horarios diferentes porque iba a una escuela especial. Con mi compañero trabajamos dos posibles líneas de investigación: qué decía Estela a que Jorge decidiera sobre lo que ella debía usar o no, según su gusto, y la segunda, de qué manera Jorge colaboraba con las tareas del hogar. Evidentemente a Estela no le caía bien que no pudiera decidir sobre su persona: qué ropa usar, cómo cortarse el cabello, etc. Él gastaba en lo que él quería verle puesto. Porque sumando y restando, estos aspectos incrementaban su libido. Ella percibía -o sabía con certeza- de este aspecto de la personalidad de Jorge, como cuando la invitaba a salir para luego tener intimidad. Estela no estaba sólo cansada; había perdido, entre los hijos y estos aspectos manipuladores de Jorge, todo atisbo de libido. Lo único que quería es que la dejaran tranquila y no le pidiera algo más que cumplir con sus tareas de madre. La pareja ya no le importaba. Mientras más tomaba Jorge conciencia de esto, más la presionaba y ella más se alejaba. Pudimos trabajar con mi colega que obligarla a usar lo que él quería era una falta de respeto hacia la individualidad de ella, que seguramente era capaz de elegir su ropa, su peinado, todo lo atinente a su cuidado personal. Que le diera a ella el dinero que él gastaba en estas cosas, pero que fuera ella quien decidiera qué comprarse, cómo vestirse, etc. Caímos en la cuenta con mi compañero que falta mucho aún para superar en la sociedad esta tan mentada “igualdad de géneros”. Como -supuestamente- el dinero era de él porque era quien lo traía a la casa, tenía todo el derecho de usarlo a su manera. En la segunda variable que trabajamos le preguntamos a Jorge si alguna vez ayudaba a Estela a bañar a los más chicos, a revisar las tareas de la escuela, a preparar las meriendas, a lo que por supuesto contestó que no. Tratamos de que comprendiera que los hijos eran también suyos y aunque volviese cansado debía colaborar con la casa, pues también le concernía la cantidad de hijos que tenían. Así primero realizamos una reunión sólo entre los mediadores, para trabajar ambos en el mismo sentido estas dos líneas de análisis: sí de verdad Estela quería continuar con este matrimonio o anidaba en su interior un deseo de separación ya que resultaría difícil hacerle comprender a Jorge que debía respetar los deseos de ella, como así también que debía decirle a él lo que necesitaba, lo que quería, lo que le hacía falta, por ejemplo, ayuda con los hijos. Le explicamos que nadie es “adivino”; que si no pone en palabras estas necesidades suyas su pareja no tiene cómo saberlas. Me quedan dudas de que los mediadores podamos resolver en 3 o 4 encuentros la complejidad de estas situaciones, que tienen que ver con las estructuras de pensamientos ya muy arraigadas en personas adultas. No hacemos terapia de parejas, aunque muchos de los mediadores son psicólogos, pero sí ayudamos con preguntas que nunca se hicieron, a pensar aspectos de su relación. En las dos reuniones siguientes algunas cosas habían mejorado. Jorge, cuando llegaba de su trabajo, era el encargado de bañar a los niños y ayudarles a armar las mochilas para el día siguiente y aceptó entregarle a Estela un dinero para las compras de sus objetos personales, que no tuvieran que ver ni con la casa ni la comida. Estela pudo sentarlo, cuando los niños ya dormían, y hacerse escuchar; muy lentamente modificaron algunos comportamientos. Sólo tenían dos caminos: afrontar cambios a través de un acuerdo judicial e intentar cumplirlo o el divorcio… acordamos que ningún acuerdo escrito podía tener relevancia, más allá del compromiso moral y la propia inquietud de salvar el matrimonio. Son esos casos que solicitan una mediación donde “no hay un acuerdo para escribir”, pero sí mucho para hablar, quizás más necesitaban una terapia de pareja, pero me pregunto y te pregunto lector: ¿están todas las parejas preparadas para recorrer este camino, salga lo que salga? ¿tienen el dinero para afrontar este gasto con la conflictividad que existe en el presente con las obras sociales? Siempre hay posibilidades, sólo hay que buscarlas y ambos desear reconstruirse. (*) Mediadora, Lic. en Comunicación Social.

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