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  • La gauchesca apocalíptica de “El Eternauta” refleja una nueva era cultural

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/05/2025 06:36

    Teaser de "El Eternauta", la serie basada en la obra de Héctor Oesterheld y Franciso Solano López Hace ya varios años que intento pensar en la producción cultural sudamericana en sí misma, en un contexto global, y no en oposición o respuesta a los centros de poder tradicionales que ya no ostentan una autoridad exclusiva. El estreno de la serie basada en El Eternauta de H.G Oesterheld y Francisco Solano López resulta una buena excusa para pensar una vez más en este dislocamiento, que implica no mirarnos en espejos sino tal vez ubicarnos en un intercambio donde comencemos a pensar en paridades. Y no solo en herencias, influencias unilaterales y colonización intelectual. El concepto de “responder al imperio”, tan en auge desde la segunda parte del siglo XX pretendía y lo logró con obras magistrales, plantarse como la resistencia a través de la imitación y la subversión del discurso colonial. En ese entonces, “imitar” desde las ex colonias, ex imperios, ex conquistas, los cánones literarios del imperio resultó una acción necesaria para plantear varias ideas que germinaron y desprendieron en el tipo de literatura que hoy se lee. Condenar desde la mimesis el estereotipo del nativo, de lo salvaje, de la idea de civilización en tanto y en cuanto diseñada desde Europa y desde la iglesia católica requería de esa respuesta en espejo, una contracara de la misma moneda. Gabriela Cabezón Cámara, autora de "Las aventuras de la China Iron" (Foto: Ale López) Un par de ejemplos maravillosos se pueden encontrar en El ancho mar de los sargazos de Jean Rhys que cuenta la historia de la invisibilizada loca del ático en Jane Eyre y entonces subvierte el discurso de lo barbárico. Otro ejemplo brillante es la contraescritura del Martín Fierro que hace Gabriela Cabezón Cámara en Las aventuras de la China Iron. Podríamos enumerar cientos de piezas literarias que tomaron como motivo principal la narración de otra historia, en contra de la oficial. El caso de El Eternauta es también un gran ejemplo de mímesis: escrito bajo la influencia de los grandes representantes del género de la ciencia ficción, Oesterheld se desprende de los estereotipos del norte y crea una historieta con todos los tópicos de la ciencia ficción del momento (el peligro nuclear, la guerra fría, el miedo al control de la mente y la vida privada) y la ubica en Buenos Aires y así escribe una gauchesca apocalíptica en pleno siglo XX donde, contra el individualismo reinante de la época, recurre a la epopeya del grupo y el hombre común. Hoy, la serie protagonizada por Ricardo Darín y dirigida por Bruno Stagnaro está entre las tres más vistas de Netflix a nivel mundial. ¿Qué nos dice esto y cómo contribuye a este corrimiento de la mimesis como único campo de gestión de lo artístico? Ricardo Darín como Juan Salvo, protagonista de la serie "El Eternauta" (Foto: Marcos Ludevid / Netflix ©2025) En su libro seminal El lugar de la cultura, Homi Bhabha declaraba que el sujeto colonial podía desestabilizar la centralidad del imperio a partir de una imitación sutil, levemente alterada tanto de la historia como del lenguaje. Sin embargo, el riesgo claro y a estas alturas confirmado, es que la mimesis no hacía otra cosa que reafirmar la centralidad del -valga la redundancia buscada- centro. El “casi lo mismo, pero no del todo” de Bhabha supone una incomodidad: si el sujeto colonizado puede imitar y subvertir el artificio del objeto colonizador, entonces queda expuesta la fragilidad del último. Sin embargo, no deja de ser un espejo que refleja “lo real”, que es aquéllo que quiere desestabilizar. Va a ser Gayatri Spivak, en ¿Pueden hablar los subalternos?, quien levante el verdadero conflicto que esta mimesis genera: la imitación por sí sola no puede empoderar a los sujetos subalternos, ya que el discurso dominante les niega sistemáticamente la verdadera representación. Somos más los personajes de El Eternauta que otra cosa. Los amantes de la historieta y las historias post apocalípticas vimos -y disfrutamos- The Walking Dead basada en la maravillosa historieta de Kirkman y Moore (2003). Nos deleitamos con The last of us, basada en un videojuego desarrollado para la Playstation 3 en 2013, pero además, los lectores de El Eternauta pudimos encontrar los paralelismos con una obra escrita en Argentina en 1957 y que por su originalidad es hasta el día de hoy considerada como una de las historietas más influyente en su género. Escrita en Buenos Aires ocho años después que 1984 de George Orwell y 46 años antes que The Walking Dead. Pedro Pascal y Bella Ramsey en "The Last of Us" (Foto: prensa Max) Sin embargo, en redes no tardaron en salir comentarios negativos de la serie como si esta fuera una imitación de las grandes series apocalípticas y no su génesis. Y tal vez sea este el punto más crítico del planteo de este artículo: mientras sigamos definiendo nuestro arte sólo en términos impuestos por la dominación cultural, nuestra propia producción se verá traicionada porque muchas veces simplemente no van a encajar en las categorías creadas para otros mundos. En definitiva, el problema no es la ausencia de producción artística en la periferia, sino el predominio de expectativas que ignoran nuestras tradiciones y la influencia de ciertos géneros (que son maravillosos) pero que en su imposición desfiguran otros géneros posibles que tuvimos al alcance de la mano desde mucho antes. La aparición de la serie El eternauta debiera ser, si no es otra cosa, el espacio de debate para la construcción de marcos críticos y artísticos que sean coherentes internamente y que se independicen de lo externo como único parámetro. Subvertir ya no alcanza, escribir en respuesta ya no alcanza. Se debe escribir y crear hacia adelante, formando redes culturales descentralizadas. Que un texto quede silenciado no quiere decir que sea necesariamente malo sino más bien que ha sido filtrado por condiciones de producción y validación que no siempre aplican. Una de las páginas más famosas de la historieta "El eternauta": la batalla en la cancha de River Pero para eso, para gestar autonomía, diálogo e intercambio maduro se necesita de una intelectualidad a la altura, que sepa desprenderse de los indicadores del mercado, que pueda valorarse a sí misma y en virtud de pares alejados de la binariedad Norte-Sur donde Norte dicta el filtrado. Solo se puede dar batalla parados en el mismo terreno, sino es invasión y no hay batalla posible. Aquí nace una pregunta nueva, y es si vale la pena dar la batalla. El resurgimiento para muchos, el descubrimiento para otros tantos de El Eternauta y lo esclarecedor que resulta su versión cinematográfica, es un ejemplo de por qué vale la pena pensarnos desde nosotros mismos. Sin embargo quiero insistir con esto, no es en las redes sociales en donde se pueda discutir en profundidad este tema. Se necesita, decía, una intelectualidad que sepa dar batalla desde lo sistémico, desde la creación y la crítica, desde la generación de categorías intelectuales propias hasta la difusión y estudio de nuestras producciones porque solo desde allí se puede generar un diálogo adulto, ya no subalterno pero alterno, otro, diverso. Allí yace la riqueza, en nuestra diversidad, en nuestras producciones que siempre han anticipado géneros y han creado sin saberlo categorías que luego se nos imponen como novedad. Lo explica mucho mejor Homi Bhabha: “Es el espacio intermedio el que lleva la carga del significado de la cultura, y al explorar este Tercer Espacio, podemos eludir la política de polaridad y emerger como los otros de nosotros mismos”.

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