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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/05/2025 04:31
El Obelisco se inauguró en 1936 para celebrar los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires. (Photo by JUAN MABROMATA / AFP) El viaje dura 55 segundos y en ese casi minuto termina una espera que, para algunos, lleva años o hasta décadas. Huele a pintura fresca y los chicos sonríen y hacen preguntas. y los grandes sonríen todavía más y buscan respuestas. En su memoria o en Google. “¿Desde cuándo está?“, ”¿cuánto mide?“, ”¿por qué lo pusieron acá?“, quieren saber esos chicos. Esos 55 segundos en ascensor se hacen en grupos de a cuatro personas. Todas tienen que tener 5 años o más y la recomendación es que ninguno sufra vértigo ni claustrofobia. El destino es tan cotidiano como prácticamente inalcanzable: la punta del Obelisco. El monumento más icónico de Buenos Aires abrió su única puerta este jueves para, hasta este domingo, recibir a unos 500 visitantes. Y para recibirlos con novedades: ya no hay que subir 328 peldaños de una escalera vertical, amurada a sus paredes, que era la forma en la que algunos pocos accedieron hasta su cumbre en los 89 años que lleva inaugurado. Ahora hay que subir ocho escalones primero, siete pisos -55 segundos- en ascensor, y otros treinta escalones, los últimos a través de una estructura de caracol, para llegar a su pico y ver la ciudad como nunca antes. Abajo, al nivel del mar, los turistas extranjeros, los que llegaron de otras provincias y hasta los porteños que están paseando y no trabajando en el Microcentro se sacan fotos con el Obelisco de fondo. Algunos hacen videollamadas con el monumento detrás, que es una manera de decir “estamos en Buenos Aires”. Otros se agachan o alejan el lente del celular para que la torre entre lo más entera posible en el cuadro. Nada que no pase a diario en la Plaza de la República, donde se izó por primera vez la bandera argentina en la Ciudad, unos meses después de que Manuel Belgrano encabezara su izamiento inaugural en Rosario, en 1812. El ascensor sube siete pisos y hay que sumar unos 35 escalones para llegar a la cúspide. Fotos: Maximiliano Luna Pero arriba, en las alturas, pasan cosas que no habían pasado nunca antes en ese monumento que el año que viene cumplirá 90 años y que fue erigido para celebrar los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires. A los 67,5 metros de altura que mide el Obelisco, la ciudad se ve con ojos nuevos. Como si esos ojos fueran drones recorriendo las mismas calles de tantos y días y tantas noches pero a una altitud equivalente a un piso 12 y sin nada que los obstaculice. Una postal inédita Por la ventana que da al norte se ve el río y por la que da al este, también. Se ven los carteles que, tras el atardecer, serán luminosos sobre la Avenida Corrientes. Se ve todo el largo de la avenida más ancha del mundo, los autos que van y vienen, los árboles que le dan sombra y belleza. Se ven también las copas de la Diagonal Norte y el Palacio de Tribunales se impone. Se ve “de cerca” el chalet que un mueblero español construyó en la terraza del edificio en el que funcionaba su negocio porque quería tener un lugar lindo donde dormir la siesta, que se pareciera a los chalets de Mar del Plata que tanto le gustaban. Se ven los teatros y el perfil de Eva Perón instalado en la cara norte del edificio del antiguo Ministerio de Obras Públicas, y algunas cúpulas con reloj de aguja, y la ropa colgada en la terraza de algún vecino, un paisaje poco visto en el Microcentro. Pero, aunque no lo veamos seguido, en Diagonal Norte y Pellegrini hay que secar la ropa, igual que en Flores o en Villa Urquiza. “Ay, imaginate esto cuando florezcan los lapachos, el jacarandá, el palo borracho”, dice Ana, una jubilada de Caballito que acaba de bajar de la punta del Obelisco. “Yo voy a volver en primavera, vos no sé”, le dice a la hermana, tres años menor que ella. “Tengo 71, ella 68. Nos anotó mi sobrino y nos llamaron el martes para confirmanos que teníamos cupo”, le dice a Infobae. Tuvo suerte: se inscribieron más de 25.000 personas para acceder a la visita, y se sortearon 500 plazas. Un ícono que ahora tendrá público Esas 500 visitas, repartidas entre el jueves 1º y este domingo entre las 10 y las 16 de cada día, son el punto de partida de la posibilidad de visitar las alturas del Obelisco. El reemplazo de los peldaños por un ascensor le da una accesibilidad que el monumento no había tenido. Es cierto que hay que subir unos 43 escalones en total, pero de una escalera nueva e infinitamente menos exigente que la amurada a las paredes. La Avenida Corrientes, Diagonal Norte y el Palacio de Tribunales desde la punta del Obelisco. Fotos: Maximiliano Luna El Gobierno de la Ciudad tiene previsto abrir una licitación para que una empresa privada obtenga la concesión de la visita a la vez que se ocupe de su mantenimiento cotidiano. En ese momento, la visita será paga, mientras que en estas experiencias ocasionales es gratis. Pero antes de que eso ocurra, según adelantaron a Infobae fuentes del Ente de Turismo de la Ciudad, está previsto que a lo largo de mayo se produzcan nuevas inscripciones para subir de forma gratuita como ocurre durante todo este fin de semana. Y esa tanda de ascensos podría no ser la única antes de que el acceso sea pago, aunque no hay precisiones aún sobre otras posibles fechas de apertura. “Desde que me jubilé paseo todo lo que puedo en la ciudad. Aprendí a mirar para arriba, ver los edificios, caminar a un ritmo que no sea el de la vorágine. Descubrí La Boca, San Telmo, Puerto Madero, todos barrios por los que había estado muy poco”, cuenta Fabiana, que vive en Villa Urquiza, y que espera su turno para tomar el ascensor junto a Daniel. “Apenas supe que se iba a poder participar para subir al Obelisco me anoté, y me llamaron hace unos días para confirmarnos el cupo”, cuenta. Tiene una expectativa clara para cuando el ascensor la lleve a destino: “Creo que me voy a sentir todavía más argentina después de subir al monumento más importante de nuestra ciudad”. La actividad, organizada por la Ciudad a través del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana de la Ciudad de Buenos Aires y el Ente de Turismo, llegó justo después de que, a través de una licitación, se instalara el ascensor. Para evitar al máximo la claustrofobia y el vértigo, se ralentizó el recorrido y se diseñó una cabina vidriada que permite ver la escalera metálica que la rodea. El elevador tarda, a propósito, más de lo que demoraría ese mismo recorrido para que resulte más un paseo que un ascenso vertiginoso. En la cúspide hay cuatro ventanas desde las que ver la Ciudad desde una perspectiva inédita. Fotos: Maximiliano Luna “El ascensor se instaló sin afectar en absoluto el monumento. Acondicionamos instalaciones eléctricas y adaptamos el piso para fijar la escalera caracol y la estructura metálica, mientras que el ascensor entró por partes y se armó adentro porque la puerta original es el único punto de ingreso”, describe Ignacio Baistrocchi, titular de la cartera de Espacio Público e Higiene de la Ciudad. Como el Obelisco es un monumento nacional, no se puede modificar su estructura: la única puerta mide un metro setenta, así que se diseñó toda la estructura fuera de la torre, se probó, se desarmó y se volvió a entrar por ese pequeño y único ingreso. Una vez allí, volvió a montarse para que el Obelisco pudiera abrir su pequeña puerta y sus cuatro ventanas al público. No obstante, en las alturas las aberturas son parciales: las cuatro ventanas están semi-fijadas para que sea imposible asomarse y correr riesgos a casi setenta metros de altura. “No puedo creer lo que vi” “Desde chiquito me alucina el Obelisco. La casa de mis abuelos estaba en Libertad y Sarmiento, acá nomás. Mi abuela me traía siempre a mirarlo y a mí me parecía alucinante, una torre enorme en el medio de la ciudad a la que nadie podía entrar pero desde la que se podría ver todo porque tenía ventanas para mirar. Tengo 49 años y me acuerdo muy bien de venir muy seguido sólo a mirarlo cuando era chiquito y hasta adolescente”, cuenta Leonardo, recién bajado del ascensor-aventura. “Después uno se acostumbra, qué se yo, lo ves desde el auto, salís del subte y lo ves, caminás en medio de un día de laburo y lo ves. Medio que como ya sabés que está ahí ni siquiera le mirás la punta. Pero me anoté y me sortearon, y no puedo creer lo que vi. Amo Buenos Aires. Viví quince años en España, entre Madrid y Valencia, y volví hace doce porque iba a nacer mi primer hijo y queríamos estar cerca de la familia y los amigos. Amo y conozco mucho esta ciudad pero esta manera de verla, casi como si fuera un pájaro, no la puedo creer”, describe. Las ventanas están semi-selladas para evitar que el público se asome. El Ente de Turismo de la Ciudad estima que habrá más visitas en mayo. Fotos: Maximiliano Luna Camilo es su hijo, ese que casi nace en España pero nació en La Boca. Subió con su papá al monumento que buena parte de la sociedad porteña defenestraba apenas después de la inauguración pero al que la ciudad se fue acostumbrando hasta adoptarlo como el punto exacto en el que se festejan las alegrías colectivas y su postal de exportación. “Nunca lo vi así de contento en todos los paseos que hicimos. Siempre vamos a museos, a barrios que no conozco hasta que me los muestran él y mi mamá, pero hoy está más contento que nunca. Más que yo, creo”, dice Camilo. Leonardo sonríe como si hubiera empezado a sonreír la primera vez que su abuela le mostró ese gigante de cemento pintado de blanco y nada más. Nada más porque hacia 1939 se decidió removerle la cobertura de piedras estilo Mar del Plata que tenía: la circulación del subte generaba una vibración que provocó el deslizamiento de algunas de esas piedras. No hubo tragedia porque, por casualidad o por milagro, no había nadie debajo. Pero la entonces intendencia porteña se deshizo del revestimiento y el Obelisco quedó como lo vemos ahora. Esa vibración subterránea, la línea B, la C y la D andando por las entrañas de la Ciudad, se siente en la cúspide del monumento. También el apuro por sacar todas las fotos que sean posibles en los 5 minutos que dura cada turno, y sobre todo, la emoción de descubrir de otra manera eso que siempre estuvo ahí. Buenos Aires, de cuya primera fundación se va a cumplir medio siglo en apenas once años. El Obelisco en medio del festejo mundialista en diciembre de 2022. El monumento fue escalado por algunos hinchas que se asomaron por las ventanas (Télam) Su río, sus edificios históricos, sus cúpulas, los colectivos que todavía circulan con los colores que identifican a cada línea, su distrito teatral, su smog, las copas de sus árboles, las terrazas de sus vecinos, las publicidades en los techos céntricos, las avenidas que la atraviesan de arriba hacia abajo, de este a oeste y también en diagonal. Sus habitantes y sus visitantes. Sus vecinos, haciendo fila en el gazebo instalado en la Plaza de la República para anotarse en la lista de espera para la próxima vez que haya cupos, algo que el Gobierno de la Ciudad también difundirá a través de sus redes. Los porteños sacándose fotos con ese alfiler altísimo y puntiagudo que crece de su suelo. Ese alfiler tan nuestro y tan misterioso por dentro. Hasta ahora.
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