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  • Por qué algunas personas creen en aquello que saben que es mentira

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/05/2025 00:36

    La creencia en ideas falsas no surge siempre por desconocimiento, sino en algunos casos por una necesidad de reafirmar creencias preexistentes, de acuerdo a los expertos (Imagen Ilustrativa Infobae) Hay personas que creen cosas que saben que no son ciertas. No se trata de desconocimiento ni de desinformación, sino de una convicción sostenida a pesar de la evidencia en contra. El fenómeno plantea preguntas incómodas sobre la relación entre verdad, percepción y deseo. Memoria, emoción, identidad y lenguaje se combinan de maneras complejas para producir certezas que no siempre coinciden con los hechos. Este proceso muestra cómo la mente humana puede aferrarse a creencias profundas incluso cuando estas se oponen a la realidad objetiva. Infobae conversó con especialistas para comprender qué hay detrás de estos razonamientos, que pueden originarse en dinámicas tanto individuales como grupales. Algunos especialistas postulan que la influencia de la emoción sobre la memoria y la percepción juega un rol crucial en la consolidación de creencias falsas, ya que las personas tienden a distorsionar recuerdos y hechos cuando estos se alinean con sus deseos o ideologías (Imagen Ilustrativa Infobae) El doctor Jorge Schvartzman, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina, explicó a Infobae que por necesidad “de confirmar creencias preexistentes sin ningún cuestionamiento, el sujeto evita encontrarse a sí mismo, sobre todo si tiene valores y creencias propias contradictorias que le pueden provocar angustia, dudas y cuestionamientos personales”. En ese contexto, señaló que aparece el sesgo de confirmación, donde lo que se busca es sólo lo que confirme sus creencias, nunca algo que le haga dudar y preguntarse sobre sí mismo”. Schvartzman agregó que esa necesidad también responde al deseo de “pertenecer a un grupo social, político o religioso”, lo que “evita la exclusión o el rechazo social”. Para el especialista, “dudar siempre es conflictivo, tener certezas y estar acompañado por personas que piensan lo mismo siempre es tranquilizador y otorga seguridad”. Sin embargo, advirtió: “Es algo que hace la vida muy aburrida”. Según el psicoanalista, “la incertidumbre o la pérdida de control sobre la propia vida lleva a tal angustia que la creencia en cosas falsas con sus beneficios sociales lleva a resolver el conflicto”. Además, sostuvo que “la necesidad de reprimir pensamientos o sentimientos dolorosos puede conducir a creer en ideas falsas, negando una parte de sí mismo”. Los sesgos cognitivos, como la necesidad de cierre cognitivo, refuerzan la tendencia humana a aceptar explicaciones claras y definitivas, incluso si estas son incorrectas, motivados por la urgencia de evitar la incertidumbre (Imagen Ilustrativa Infobae) En su análisis, Schvartzman remarcó que no nos podemos olvidar de la Identificación: “Es posible identificarse por diferentes razones personales, por idealización, con grupos que promueven creencias falsas, internalizando esas creencias, haciéndolas suyas”. A su vez, explicó que “la creencia en cosas falsas generalmente se basa en un grado de disociación o de autoengaño: por un lado se cree firmemente en algo que la lógica demuestra su falsedad”. Al diferenciar conceptos, subrayó que “estamos más cerca de la creencia que del saber”. Para enfrentar estas conductas, propuso “fomentar una conciencia crítica, estimular el valor del cuestionamiento y la capacidad de dudar”, aunque reconoció que “esto se encuentra a contramano en nuestra época, donde lo que se busca son certezas”. A su turno, Luis Jaume, profesor adjunto a cargo de la materia Teoría y Técnica de Grupos en la Facultad de Psicología de la UBA, Doctor en Psicología y Magíster en Psicodiagnóstico y Evaluación Psicológica, explicó en conversación con Infobae cuáles son los mecanismos individuales y sociales que inciden en la formación de ideas y creencias, incluso cuando estas pueden ser falsas o inverificables. Para esto, se refirió a dos fenómenos que están dentro de la psicología de los grupos: disposicionales y situacionales. Sobre los fenómenos disposicionales, Jaume detalló: “Son comportamientos que están más atribuidos a la personalidad. La personalidad es comportamiento estable a lo largo del tiempo. Por ejemplo, hay personas que pueden ser muy extrovertidas en su día a día, a lo largo de su vida, pero que, sin embargo, pueden volverse más introvertidas en alguna situación particular, como en un contexto grupal, y viceversa. Así sucede con cualquier fenómeno de personalidad. Algunas personas son más neuróticas en su vida cotidiana, pero una situación grupal puede disminuir ese nivel de neuroticismo, y así con cada atributo de personalidad”. La necesidad de certezas y la evitación de la ambigüedad son factores claves para entender por qué las personas rechazan evidencias que desafían sus creencias (Imagen Ilustrativa Infobae) Jaume destacó que, por otro lado, existen los factores situacionales: “Estos tienen que ver con cómo cambia el comportamiento individual cuando la persona se encuentra en una situación grupal, es decir, el efecto de los fenómenos de grupo sobre el comportamiento individual”. Uno de los aspectos disposicionales que más peso tiene en la forma en que las personas elaboran respuestas -y creencias- ante la realidad es la necesidad de cierre cognitivo, un concepto que Jaume definió con precisión: “Es una motivación de las personas para buscar y mantener una respuesta clara y definitiva a un problema, evitando la confusión, la ambigüedad y la incertidumbre. En términos coloquiales, la necesidad de cierre cognitivo es lo que históricamente llamamos dogmatismo: el grado de mentalidad más cerrada o abierta que puede tener una persona. Existen diferencias individuales: hay personas con mentalidad más abierta y otras con mentalidad más cerrada”. El docente explicó cómo se estudia este fenómeno: “A través del deseo de obtener una respuesta firme ante una pregunta o situación, tratando de evitar la incertidumbre. Hay personas que pueden navegar en altos niveles de incertidumbre, como los grandes filósofos o científicos que, a lo largo de la historia, han salido de lo dado para generar algo nuevo. Y, en el otro extremo, hay personas más estructuradas, que tienden a un pensamiento dicotómico, de todo o nada, blanco o negro”. “La necesidad de cierre cognitivo tiene dos grandes dimensiones complementarias: la urgencia y la permanencia. La urgencia se refiere a cómo, frente a la incertidumbre, las personas con alta necesidad de cierre cognitivo se aferran rápidamente a la primera idea, hipótesis o ideología disponible. La permanencia se refiere a cómo, ante la emergencia de segundas ideas o hipótesis alternativas —por ejemplo, otras visiones del mundo o religiosas—, las personas tienden a sostener la primera opción elegida, aunque las nuevas alternativas sean superadoras”. La desinformación se propaga con mayor rapidez que el conocimiento verificado, lo que contribuye a la formación de creencias erróneas que se afianzan sin el debido cuestionamiento crítico, como advierte el psiquiatra Sergio Rojtenberg (Imagen Ilustrativa Infobae) En cuanto a los fenómenos situacionales, Jaume explicó: “En ese eje se encuentran los fenómenos que tienen que ver con los efectos del comportamiento de grupo sobre el comportamiento individual, desde la presión grupal hasta otros fenómenos propios de la psicología de los grupos. Cuando una persona tiene un alto nivel de necesidad de cierre cognitivo y enfrenta una fuerte presión grupal, la tendencia a defender o postular ideas que sabe que no son verdaderas aumenta exponencialmente”. La ciencia y el chisme Bajo estos preceptos, el médico psiquiatra y psicoanalista Sergio Rojtenberg, presidente de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, expresó a Infobae su reflexión sobre la diferencia entre la ciencia y el chisme, al señalar una disparidad en sus velocidades de propagación que viene al caso con lo propuesto en este artículo. “La velocidad de la ciencia es la velocidad de un caracol, mientras que la del chisme es la velocidad de la luz”, destacó. En ese sentido, según Rojtenberg, “cualquier afirmación, e incluso parte de la verdad, puede ser dicha como una verdad absoluta”. El médico utilizó como ejemplo a los movimientos antivacunas, los cuales, según él, apelan al “pensamiento fanático”. “A veces, cuando nos extremamos, nos entrenamos para ser fanáticos”, explicó. En su opinión, la especialización profunda en un tema lleva a adquirir un “saber parcial”, pero no la totalidad del conocimiento. Además, Rojtenberg señaló que “quien afirma algo sin conocimiento se siente con el poder de saber, lo afirma desde la omnipotencia o la omnisapiencia”, actuando como si tuviera la verdad absoluta. Esto, según él, es característico de los fanáticos, quienes “pueden afirmar cualquier cosa”. Rojtenberg comparó el progreso de la ciencia con el de los rumores. “La ciencia avanza a la velocidad de un caracol, pero avanza, continúa, sigue y seguirá a lo largo de las épocas, como las teorías de la relatividad de Einstein”, subrayó. Por el contrario, “el chisme tendrá la velocidad de la luz, pero se agota en sí mismo en instantes”. La emoción, como factor central en la percepción de la verdad, altera la forma en que los individuos integran hechos, dando forma a recuerdos distorsionados y modificando la memoria histórica, como lo describe Ian MacRae (Imagen Ilustrativa Infobae) El especialista recordó que “la ciencia requiere estudio, comprobación, contrastación y también la más temible de las pruebas: la prueba del tiempo”. Para Rojtenberg, la verdadera ciencia se sostiene a lo largo de los años, y sus afirmaciones pueden ser comparadas con las teorías que han perdurado, como las de Einstein. “El chisme puede decir cualquier cosa basándose en un pensamiento, una ocurrencia, una noticia parcial. Hasta puede tener algo de veracidad, pero se deforma en la totalidad de la afirmación, resultando en una falsedad”, concluyó. La incidencia del conformismo y presión social Luis Jaume comentó que uno de los primeros autores que trabajó los fenómenos de conformismo y presión grupal fue el psicólogo Solomon Asch, quien escapó de la Alemania nazi y, años después, investigó cómo la obediencia ciega podía replicarse. Los estudios realizados por Asch proporcionaron información clave sobre cómo la presión social influye en la toma de decisiones individuales, y lo convirtieron en uno de los referentes más importantes en psicología social. En su diseño experimental, Asch solicitaba a los participantes que resolvieran un ejercicio sencillo de percepción visual: debían identificar cuál de tres líneas, de diferentes longitudes, coincidía con una línea de referencia en cuanto a tamaño. A pesar de ser una tarea trivial, el objetivo del experimento no era medir la capacidad perceptual, sino examinar cómo la presión de un grupo podría alterar las respuestas individuales, aun cuando estas fueran evidentes. En cada sesión experimental, el sujeto verdadero se encontraba junto a varios cómplices, quienes debían dar respuestas incorrectas en algunos ensayos. Estos cómplices respondían de manera unánime eligiendo una línea equivocada, a pesar de que la respuesta correcta era evidente. El sujeto experimental era siempre el último en dar su respuesta, y se enfrentaba a la presión de seguir el consenso del grupo. En varios ensayos críticos, los cómplices daban respuestas incorrectas de forma sincronizada, lo que generaba una situación de presión social que ponía a prueba la conformidad del sujeto verdadero. Los resultados revelaron que muchos participantes se alinearon con la respuesta incorrecta del grupo, a pesar de que sabían que era errónea. Sin embargo, no todos los sujetos cedieron a la presión. Algunos nunca se alinearon con el grupo y “resistieron” la influencia social. La psicología de los grupos muestra que el entorno social tiene un poder significativo sobre la formación de creencias individuales, ya que los individuos tienden a adoptar ideas que prevalecen en el grupo al que pertenecen, en algunos casos (Imagen ilustrativa Infobae) Ian MacRae, investigador independiente especializado en psicología del trabajo, personalidad, comunicación digital y tecnologías emergentes, escribió en Psychology Today sobre cómo la narrativa emocional influye en la percepción de la verdad. Según MacRae, las personas suelen creer falsedades cuando estas refuerzan narrativas emocionales o identitarias. “La lógica emocional puede reconfigurar memoria, historia e identidad para alinearse con sentimientos actuales”, explicó. El investigador señala que esta dinámica tiene consecuencias profundas en la forma en que entendemos la realidad: “La pérdida de la perspectiva histórica puede provocar inestabilidad en la identidad y la autodirección”. Esta tendencia a ignorar hechos claros, incluso cuando se sabe que no son ciertos, plantea un interrogante fundamental: “¿Por qué tanta gente ignora hechos que sabe que no son ciertos? ¿Por qué se pasan por alto las pequeñas mentiras si sirven a una idea mayor que parece correcta?” MacRae sugiere que este fenómeno es solo una parte de un cambio más grande en la forma en que construimos el significado. “Algo fundamental está cambiando la forma en que se construye el significado y cómo el lenguaje moldea la cultura”, indicó. Este cambio podría estar vinculado a la transición hacia una cultura posalfabetizada, donde las imágenes, los fragmentos y los símbolos adquieren mayor relevancia que el argumento estructurado. Según MacRae, “la verdad se centra menos en lo demostrable y más en lo que se siente real”. Este fenómeno podría estar relacionado, también, con las teorías de Iain McGilchrist, quien aborda el predominio de los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo y cómo estos pueden influir tanto en las personas como en las culturas. “Podría estar en marcha un cambio más profundo en la forma en que se reconoce la verdad misma”, concluye MacRae, sugiriendo que la forma en que percibimos la verdad está siendo moldeada de manera más emocional e intuitiva que racional. La creencia en cosas que no son ciertas puede ser producto de una identificación personal con grupos que promueven esas ideas (Imagen Ilustrativa Infobae) Por su parte, Diego López de Gomara, médico psiquiatra y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), analizó con Infobae cómo los deseos pueden distorsionar la percepción de la realidad. “El ser humano de principio y casi diría por su propia estructura tiende a adaptar y hacer coincidir la realidad con su deseo. Es su inclinación natural. El tema es que el deseo humano no siempre busca su propio bien, y para bien o para mal, este siempre trata de hacer la vida a su medida”, explicó. Según López de Gomara, esta tendencia no es ajena al saber popular: “En inglés la expresión ‘wishful thinking’ está bastante extendida. El lenguaje popular captó allí algo importante”. Y agregó: “Por supuesto, se trata de una cuestión que debemos tratar de afrontar día a día, para no vivir en una realidad distorsionada. Y que a la larga nos haría sufrir o mantenernos en la ignorancia”. El fenómeno, señaló, es especialmente evidente en el ámbito de las relaciones personales: “En las relaciones de pareja, por ejemplo, suele ser muy común moldear al otro de acuerdo a los propios deseos y puede llevar años, si la relación empezó en un idilio, ver luego a la pareja en su verdad”. Incluso cuando se hace consciente la diferencia entre la fantasía y la realidad, la respuesta emocional no siempre es inmediata: “Por supuesto esto es tan fuerte, que en ocasiones cuando se quiebra la realidad ilusoria y aunque haya conciencia, el ser humano suele disociarse, dividirse, y vivir por momentos en la fantasía y en otros momentos en el dolor de la realidad asumida”. Para el especialista, la tarea de distinguir entre lo real y lo deseado representa un desafío permanente. “Es un tema de gran importancia el que estamos hablando y un desafío en la vida de todos poder separar realidad y fantasía. Ya solo por este tema vale la pena psicoanalizarse. La percepción distorsionada que generan los deseos es siempre muy poderosa. Y esto se da en todos los niveles de la existencia”, afirmó. La presión social puede llevar a la conformidad, y estudios de psicología social plantean que las personas, incluso conscientes de la falsedad de una afirmación, pueden defender la idea Volviendo a lo comentado por Luis Jaume, él destacó un fenómeno que ayuda a explicar esta articulación: la auto-incertidumbre, un precepto profundizado por el psicólogo Michael Hogg, que sostiene que “la incertidumbre acerca de la identidad personal impulsa a las personas a buscar pertenecer a grupos sociales.” En este sentido, explicó el modelo teórico ‘Dream Model’ o ‘modelo de las tres N’, propuesto por Arie Kruglanski: “Este modelo permite entender fenómenos que van desde la creencia en teorías conspirativas hasta la afiliación a grupos extremistas. Según el modelo, las necesidades psicológicas reflejan diferencias individuales como la necesidad de cierre cognitivo. El componente de redes sociales (Narrow) describe cómo el entorno grupal influye en el comportamiento: cuanto más aislado esté un individuo de otros grupos y más expuesto a un solo grupo, más se verá influenciado por los valores y normas de ese grupo.” Jaume agregó que el componente narrativo se refiere a las historias o marcos conceptuales que construyen los grupos sociales, como en el caso de “supremacistas blancos, grupos religiosos radicales o movimientos conspirativos. No todos los fenómenos de influencia grupal son extremos o patológicos: existe un gradiente que va desde influencias leves hasta situaciones más severas”. Jaume concluyó señalando cómo las diferencias individuales en la necesidad de cierre cognitivo, junto con los fenómenos de presión grupal, explican por qué las personas pueden adherir a ideas falsas. “Los grupos cerrados, en general, tienden a rechazar visiones disidentes, promoviendo la adaptación a la mayoría o la expulsión de quienes disienten”, repasó.

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