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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 02/05/2025 02:40
Claire y Barbara fueron halladas en la arena de Torrey Pines en San Diego, California (Policía San Diego, California) La encontraron al amanecer, desfigurada por la violencia, tendida sobre la arena. Era 1978 y Barbara Nantais tenía solo quince años. Había salido con su novio a dormir a la intemperie, una aventura adolescente en la playa de Torrey Pines, en San Diego, California. Al joven que la acompañaba lo dejaron herido, desorientado. A ella la mataron. El asesino le destrozó el rostro, le mutiló el cuerpo y dejó su cadáver en una escena tan brutal que los policías la recordaron por décadas. Nadie lo sabía entonces, pero ese no sería el último crimen en ese mismo tramo de arena. El 24 de agosto de 1984, otra adolescente, Claire Hough, de catorce años, apareció muerta en condiciones similares y en la misma arena. Había llegado desde Rhode Island para visitar a sus abuelos. Una joven alegre, de cabello castaño claro, ojos grandes y planes simples: leer, caminar por la costa, disfrutar de las vacaciones. Durante la noche acampó sola cerca de la orilla. A la mañana siguiente, su cuerpo apareció entre las rocas, semienterrado, con los mismos signos que había dejado el asesino de Barbara: estrangulamiento y mordeduras humanas. Todos indicios de una violencia sexual feroz. Las coincidencias no podían ser ignoradas. El Departamento de Policía de San Diego lo sabía. Lo había sabido desde que observó las marcas de dientes, el patrón del corte, la falta de testigos, la similitud del escenario. Pero nunca hubo un arresto. Nunca se encontró un culpable. Y el tiempo pasó. Investigaciones sin respuestas En el primer caso, el novio de Barbara, Jim, estaba tan golpeado que apenas podía hablar. Fue trasladado al hospital con fracturas de cráneo. Alcanzó a decir que se habían dormido juntos y que, en plena noche, alguien lo atacó por detrás. No vio el rostro. No pudo defender a su novia. Cuando recuperó el conocimiento, Barbara ya estaba muerta. La playa californiana donde fueron halladas las dos chicas con seis años de diferencia (Policía San Diego, California) Con Claire fue aún más inquietante. Había sido vista por última vez mientras leía una novela sentada en la arena. Su carpa estaba intacta. Sus pertenencias también. No hubo señales de lucha ni testigos oculares. Pero la escena hablaba: una cinta de zapato envuelta en su cuello, arena en la tráquea y signos de que el cuerpo fue movido luego de la muerte. Las autoridades siguieron pistas inconsistentes. Buscaron hombres que vivían cerca, vagabundos o barrenderos que solían pasar por la zona. En un momento, el novio de la madre de Claire fue interrogado durante semanas. No había pruebas. Todos los indicios se evaporaban en el aire. La genética como testigo mudo Décadas más tarde, la ciencia forense cambió las reglas de juego. En 2012, un laboratorio en el Condado de San Diego comenzó a revisar evidencias biológicas antiguas con técnicas modernas de análisis de ADN. Entre los casos seleccionados estaban los archivos de Barbara Nantais y Claire Hough. Lo que apareció sorprendió a todos. En los restos de Claire se encontró ADN masculino no identificado. La muestra fue comparada con bases de datos criminales nacionales, y apareció un match parcial. El nombre era familiar: Kevin Brown, un técnico criminalista del mismo laboratorio forense del departamento, que había trabajado en esos casos durante los años ochenta. La noche que fue asesinada, Barbara tenía una cita con Jim (Policía San Diego, California) La conexión parecía absurda. Kevin Brown era un empleado de carrera, un hombre reservado, casado y sin antecedentes. Sin embargo, los detectives no descartaron nada. Y comenzaron a investigarlo en silencio. Buscaron sus registros médicos, correos y movimientos bancarios. Pidieron acceso a su historial psicológico. Se convirtió en sospechoso sin saberlo. El sospechoso inesperado Kevin Brown no entendía por qué lo observaban. Su esposa Rebecca notó que los policías lo seguían. Llegaban citaciones y órdenes de allanamiento. El departamento sospechaba que había contaminado la evidencia con su propio ADN, o que había participado deliberadamente en los crímenes. Para Kevin, era incomprensible. —Él amaba ese trabajo. Era meticuloso, metódico —diría Rebecca años más tarde—. Pero no estaba preparado para esa clase de acusaciones. Lo destruyó. En enero de 2014, Kevin Brown fue hallado muerto en el bosque. Se ahorcó. Tenía 62 años. Nunca había sido arrestado, ni acusado formalmente. La investigación en su contra seguía abierta. El ADN coincidía, pero las circunstancias seguían siendo confusas. Su familia sostuvo que fue presionado por un error judicial. El caso, una vez más, parecía quedar estancado. Claire en brazos de su mamá cuando era apenas una nena (Policía San Diego, California) En busca del asesino En octubre de 2014, una segunda muestra de ADN, extraída del cuerpo de Claire Hough, arrojó una coincidencia más definitiva. El perfil correspondía a Ronald Lee Tatro, un delincuente sexual convicto, muerto tres años antes en un accidente en Tennessee. Tatro tenía un largo historial de ataques sexuales, secuestros frustrados y violencia hacia jóvenes. Había intentado raptar a una mujer a punta de cuchillo. Tenía fijaciones con adolescentes. Vivió temporalmente en San Diego. Y su patrón coincidía con la brutalidad de los crímenes en la playa de Torrey Pines. La conexión fue inmediata. Los forenses confirmaron: el semen hallado en el cuerpo de Claire pertenecía a Tatro. También encontraron rastros parciales en el caso de Barbara Nantais. Pero ya era tarde: el asesino había muerto. Otras víctimas, mismo patrón Uno de los nombres que surgió fue el de Tammy Akens, asesinada en 1986 en circunstancias escalofriantemente similares. Su cuerpo fue hallado en un parque de San Diego, con signos de estrangulamiento y mutilación. También tenía 14 años. Aunque no estaba en la playa, el perfil de la víctima, el tipo de violencia y la cercanía geográfica levantaron sospechas. Otro caso potencialmente conectado fue el de Mary Catherine Edwards, maestra de escuela violada y ahogada en Texas en 1995. Su agresor, finalmente identificado por ADN como Mitchell Lynn Bacom, también presentaba rasgos comunes con el tipo de agresión observada en los casos de Torrey Pines: manipulación del cadáver y un ataque que combinaba control físico con elementos de tortura. Pero ninguno de estos vínculos pudo establecerse judicialmente. Las distancias, las lagunas forenses y las décadas transcurridas erosionaron la posibilidad de acusar a un solo autor. Lo que quedó fue un arquetipo sin rostro: varón, con historial sexual violento, obsesionado con adolescentes, capaz de atacar en espacios públicos sin ser detectado. Barbara solía disfrutar de las playas de California y del sol de la costa oeste (Policía San Diego, California) Consecuencias sin redención Hasta hoy, nadie fue formalmente acusado por el asesinato de Barbara Nantais. La fiscalía considera cerrado el caso de Claire Hough, atribuido a Ronald Tatro. Después del suicidio de Kevin Brown en 2014, el Departamento de Policía de San Diego defendió públicamente su accionar. Dijeron que la investigación era obligatoria, que una coincidencia genética no podía ser ignorada y que existían “incongruencias” en los registros de trabajo del técnico forense. Pero lo que no dijeron fue que buena parte de las sospechas se sostenían en hipótesis no comprobadas: por ejemplo, que Brown había manipulado las muestras de semen recuperadas en el cuerpo de Claire Hough, o que su ADN había llegado a la evidencia a través de un contacto inadecuado con los sobres donde se almacenaban las muestras. Su esposa, Rebecca Zahau Brown, no aceptó esa versión. Contrató abogados y presentó una demanda civil por negligencia, difamación y violación de los derechos constitucionales de su esposo. El documento judicial, de más de 150 páginas, enumeraba las acciones que, según ella, llevaron al colapso emocional de Brown: vigilancia sin orden judicial, filtración de su nombre a la prensa, presiones laborales, amenazas veladas, y una narrativa policial construida “desde el prejuicio y la ignorancia científica”. El caso expuso un costado poco conocido del sistema forense estadounidense: los laboratorios están bajo supervisión policial, pero sus operadores no siempre tienen protección institucional. En otras palabras: Brown, como técnico, podía ser simultáneamente el custodio de una evidencia y un sospechoso, sin salvaguardas. Durante el proceso judicial, los abogados de la viuda obtuvieron correos internos del Departamento de Policía que revelaban cómo los investigadores habían descartado otras líneas de sospecha para concentrarse en Brown, incluso después de que los análisis comenzaran a mostrar coincidencias con Ronald Tatro. En uno de los mensajes, un detective escribe: “Tenemos que resolver cómo explicar la presencia de Brown en ambas escenas”. La lógica parecía invertida: en vez de analizar la evidencia y luego formar una teoría, formaron primero una teoría y buscaron cómo ajustarla a la evidencia. Otro documento mostraba que los superiores de Brown habían sido alertados sobre su delicado estado psicológico y aún así continuaron con la presión. Había antecedentes de depresión, y su esposa había solicitado tiempo libre por motivos de salud mental. Nada de eso fue tenido en cuenta. En 2021, siete años después de su muerte, el municipio de San Diego acordó cerrar el caso mediante una compensación económica extrajudicial. No se reveló la cifra exacta, pero fuentes judiciales señalaron que superaba el medio millón de dólares. El acuerdo incluía una cláusula de no admisión de culpa por parte de la ciudad. La pieza final del rompecabezas Aunque muerto, Ronald Lee Tatro fue el nombre que cerró —o intentó cerrar— los expedientes. Las autoridades de San Diego declararon oficialmente que el caso de Claire Hough estaba resuelto, basados en el ADN hallado en su cuerpo y en el historial criminal de Tatro. En los años ochenta, Tatro había sido arrestado por secuestrar a una mujer en Tennessee. También había intentado raptar adolescentes en Texas y Arkansas. En 1996, fue condenado por agredir sexualmente a una menor. Cumplió una sentencia federal y quedó bajo supervisión. Viajó por varios estados sin declarar residencia fija, y sus vínculos con San Diego nunca fueron del todo esclarecidos, aunque registros de hoteles y alquileres lo ubican en el sur de California durante los años de los crímenes. El ADN de Tatro apareció en el cuerpo de Claire, pero no en el de Barbara. Eso dejó el crimen de 1978 sin resolución legal. Aunque los investigadores creen que fue el mismo asesino, no existe una prueba directa que permita una clausura penal.
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