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» El Ciudadano
Fecha: 29/04/2025 02:43
Juan Aguzzi A nadie que haya leído la revista Humor se le pasaría por alto nombrar a Alfredo Grondona White como uno de los insignes dibujantes que, además de las inolvidables tapas de (Andrés) Cascioli, le dieron carnadura a esa revista de humor político-social que expuso de manera sutil y elaborada –con inteligencia y astucia, dirían algunos– las miserias de los terroristas de estado que había dado el golpe genocida en 1976 y de una clase media que, mediante una medular hipocresía, hacía la vista gorda con las atrocidades cometidas y disfrutaba de sus compras de electrodomésticos en Miami. Allí Grondona White creó personajes como el Doctor Piccafeces, los Bespi, Rob Scanner, pero los dibujos que lo hicieron reconocido fueron sobre todo los de los burgueses rubios con cara de tontos vestidos con bermudas y mocasines; los oficinistas amargados y anteojos culo de botella; la rubia tarada cuyas curvas pugnan por salir de sus bikinis ajustadas; las gordas reaccionarias de una oligarquía venida a menos pero que todavía conserva sus lentes de carey y muere por sostener sus consumos exclusivos, todos prototipos variopintos de una época tan tenebrosa como ridícula. Con guiones que iban desde Héctor García Blanco a Aquiles Fabregat, y algunas veces Tomás Sanz, los dibujos de Grondona White exhibían unas finas líneas que por momentos explotaban por el uso intensivo del rotring. Eran personajes detectables –también detestables– que podían verse a diario caminando por las calles ostentando públicamente sus lamentables usos y costumbres. Todo lo cual confería a Grondona White el estatus de un agudo retratista de época, casi al uso de cualquier “flaneur” que se precie. Su estilo era deudor de su práctica como profesor de dibujo publicitario en la Escuela Panamericana de Arte y la pericia adquirida se hacía evidente en sus magníficos Renault 12, las camisas de bambula de los 70 y los electrodomésticos comprados en Miami a partir de la apreciación del peso argentino y la especulación financiera. De este modo, Grondona White ejercía una notable perspicacia para “atender” los mitos y leyendas de la clase media nacional, sus ostensibles renuncios, su idiotez consecuente y su paupérrima insistencia en reírse de los otros cuando parece no haberse mirado nunca al espejo. No se trataba de un humor ideológico –tampoco lo exhibía la revista Humor, su vidriera más significativa– sino más bien liberal en el mejor de sus sentidos. Lo que tal vez no se sepa mucho es que Grondona White era rosarino. Nacido en 1938 en una familia de clase media y con una abuela inglesa, vivió en la ciudad hasta que en 1955, luego del golpe de la autodenominada Revolución Libertadora, se fue a trabajar a la multinacional Somisa en San Nicolás. Durante su estancia en Rosario, perfeccionó su inglés aprendido de su abuela en la Cultural Inglesa; allí fue donde tuvo sus primeros contactos con el mundo del dibujo y la ilustración a través de revistas como las norteamericanas Mad y Help y la británica Punch y se entusiasmó muchísimo con el dibujante y caricaturista inglés Ronald Searle, que había oficiado como cronista gráfico durante la Segunda Guerra y los juicios de Nuremberg y cuyos puntos de vista pueden verse como una influencia directa en los de Grondona White, fundamentalmente en la ironía y perspicacia con las que aquel retrataba los hábitos y costumbres de la gente de su país. Cuando tenía 15 años entró como cadete en el diario rosarino Democracia, que tuvo un origen radical y luego se alineó con el primer peronismo. Allí Grondona White hizo su primera ilustración y como fue muy comentada por lectores, comenzó a publicar con cierta periodicidad. Un poco después obtendría el primer premio en un concurso organizado por la revista Dibujantes, que dirigía el también dibujante y publicista rosarino Osvaldo Laino. Cuando Democracia fue cerrado por la Revolución Libertadora, Grondona White hizo un par de años en la facultad de arquitectura, le tocó la colimba y al salir enganchó laburo en Somisa. Al mismo tiempo daba clases en la Escuela Panamericana de Arte y no paraba de mandar sus dibujos y viñetas a publicaciones nacionales y extranjeras para probar suerte, y luego de un tiempo vio algunas publicadas, que a veces le pagaban y otras no, o salían con otra firma, hasta que finalmente consiguió un pequeño contrato con la revista Playboy, en la que la paga era tres veces lo que estaba acostumbrado a cobrar. Mientras tanto, Grondona White perfeccionaba sus líneas con sesgos costumbristas y un humor directo, sin tapujos, acumulando inéditos que le mostró al ilustrador, caricaturista e historietista Andrés Cascioli, luego de que este último lo llamara para engrosar las filas de una revista de humor, historieta y periodismo sarcástico que se llamaría Satiricón, que junto a Oskar Blotta, el mismo Cascioli había fundado. Era 1972 y la publicación picó en punta, pero a la vez, cierto humor ácido y burlón, que también Grondona White practicaba, le trajo complicaciones y en 1974, el gobierno peronista clausuró la revista. En junio de 1978, en tiempos de oprobio y oscuridad, Cascioli volvió a convocarlo para un nuevo proyecto basado en una idea de despliegue de historietas, caricaturas y cierto humor negro para observar los desbandes y las malsanas expresiones de un contexto donde las desapariciones y las muertes ocurrían diariamente aunque buena parte de la sociedad simulaba no verlas. En esa realidad había ciertos pliegues que la dictadura no advertía o dejaba pasar para poder seguir consumando sus estragos y la revista Humor, tal era el nombre del proyecto de Cascioli, aprovecharía incluso la euforia del gobierno cuando proclamaba su nuevo orden –después de aniquilar cualquier tipo de resistencia–, para filtrar, al menos, una aguda mirada sobre los representantes de la podredumbre en que el país se había convertido. No pocos consideran al humor como un recurso disolvente que todo poder soporta mal o directamente no soporta. A veces resulta inexplicable entender por qué la revista Humor pudo florecer en dictadura y una posible respuesta es que la tarea criminal estaba cumplida y eso permitía dejar pasar algunas cuestiones en materia de publicaciones, sobre todo si estaban embebidas en un franco tono humorístico. Evidentemente, el staff de Humor no significaba un problema más allá de algunas llamadas a la redacción de algunos funcionarios para que no se les vaya la mano porque podrían molestar a algunos jerarcas. En una oportunidad, Grondona White lo contó de este modo: “A veces había llamados que pedían hablar con Cascioli, eran para decirle que algún número había salido muy «pesado» por lo que se decía en alguna entrevista o aludía en alguna nota y que sería mejor que no se volviera a repetir; con las historietas no se metían, creo que era porque directamente no las leían, ya que en algunos guiones, muy subrepticiamente, algo se decía. Pero nunca hubo una cuestión ideológica que se antepusiera al humor. Nosotros apuntábamos más al gusto decadente de la clase media comprando porquerías en Miami con el dólar subvencionado, a la censura cultural y a la ignorancia castrense en las expresiones artística como el cine, la música, la literatura. Así, Humor pudo surfear la mudez que generó la dictadura militar”. Y en ese sentido, es cierto que la publicación fue teniendo cada vez más lectores ansiosos por entrar en un clima que los hiciera olvidar por un rato la pesadilla de esos años de plomo. En ese sentido puede decirse que los dibujos de Grondona White –y de otros integrantes de Humor, por supuesto– pusieron muy bien en evidencia algunas de las miserias reinantes, interpelando a su modo un estado de cosas a través de un humor expresivo, contagioso y atenuante del miedo que campeaba en la época. En los tiempos menemistas, Humor se volvió más política y puso en escena –con humor, claro– la corrupción y la desigualdad social producida por un modelo neoliberal, e incluso Grondona White insistió con algunos de sus dibujos para centrarse en los daños que causaría la globalización. Pero esos tiempos ya eran otros y la publicación languideció hasta desaparecer. Agudo dibujante costumbrista que graficó con inconfundibles líneas y puntería el “espíritu” de la clase media argentina, los trabajos de Grondona White poblaron buena parte de las revistas humorísticas argentinas –La hipotenusa, Tía Vicenta y Chaupinela, además de las mencionadas– y extranjeras entre los años 70 y 90, con especial énfasis en temáticas que despertaban su curiosidad y ponían a prueba su sensibilidad creativa. Por estos días se cumplen 10 años de su fallecimiento, ocurrido a fines de abril de 2015. En 2019, su viuda María Cristina Thomson presentó en Rosario Alfredo Grondona White Desconocido. Dos décadas de trabajos inéditos (1953-1972), con materiales que ella compiló junto al hermano de su marido que jamás fueron publicados. “Una presentación como él hubiera querido, en la ciudad donde nació e hizo sus primeros dibujos con los que ya hizo reír a alguna gente”, dijo su mujer en esa ocasión.
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