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  • La infiltración “pasiva” rusa: centenario de un programa de espionaje que vive en EE.UU.

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/04/2025 04:51

    El libro del día: "The Illegals", de Shaun Walker En un rincón de Rusia, ciudadanos comunes son entrenados para convertirse en estadounidenses simulados, aprendiendo a disfrutar de un café en Starbucks o a quejarse de los impuestos a la propiedad. Este proceso, que podría parecer sacado de una novela de espionaje, es parte de un programa ruso de infiltración que se remonta a 1922 y que sigue vigente bajo el liderazgo de Vladimir Putin, según detalla el periodista Shaun Walker en su libro The Illegals. Este fenómeno, que combina historia, espionaje y política internacional, ha sido objeto de un análisis exhaustivo por parte del autor, quien explora cómo estas operaciones han moldeado las relaciones entre Rusia y Occidente durante un siglo. De acuerdo con The New York Times, el libro de Walker arroja luz sobre un episodio reciente que puso en evidencia la continuidad de este programa. En julio de 2010, el FBI desmanteló una red de diez espías rusos encubiertos, conocidos como “ilegales”, que habían vivido durante décadas en Estados Unidos bajo identidades falsas. Estos agentes, que residían en lugares como Hoboken, Nueva Jersey, no eran simples vestigios de la Guerra Fría, sino parte de un esfuerzo sostenido por Rusia para infiltrarse en la sociedad occidental. Las detenciones, que coincidieron con un intento de “reinicio” en las relaciones entre el entonces presidente estadounidense Barack Obama y su homólogo ruso Dmitri Medvédev, generaron tensiones diplomáticas y recordaron al propio Obama las intrigas de una novela de John le Carré. John Le Carre, maestro del espionaje (EFE/JENS KALAENE) El programa de los “ilegales” comenzó en 1922, bajo el liderazgo de Vladímir Lenin, y ha evolucionado a lo largo de las décadas, adaptándose a los cambios políticos y tecnológicos. Según Walker, estos agentes no eran diplomáticos con inmunidad, sino individuos que vivían como “fantasmas” entre la población, adoptando identidades estadounidenses con una precisión casi teatral. Para crear estas identidades, los agentes rusos recurrían a métodos tan macabros como buscar nombres de niños fallecidos en periódicos y cementerios, una práctica que, aunque efectiva en el pasado, se ha vuelto más difícil debido a los avances en seguridad. El autor también destaca cómo estos espías desempeñaron roles clave en eventos históricos. Algunos de ellos participaron en el asesinato de León Trotski con un piolet, mientras que otros alertaron a Iósif Stalin sobre la inminente invasión de Adolf Hitler, aunque el líder soviético ignoró la advertencia. Además, proporcionaron información crucial sobre la bomba de hidrógeno antes de que el presidente estadounidense Harry Truman conociera los detalles. León Trotski y Vladimir Lenin Vivir bajo una identidad falsa durante décadas no solo requiere habilidades excepcionales, sino también una fortaleza psicológica considerable. Según Walker, muchos agentes sucumbieron a la presión, mientras que otros se “americanizaron” o se enamoraron, lo que a menudo comprometía sus misiones. Un espía gastó los fondos de Moscú en regalos para una bailarina polaca, mientras que otro, influenciado por una mujer canadiense, terminó entregándose a las autoridades. Un exespía entrevistado por Walker describió su trabajo como el de “un actor que no necesita público ni escenario”. Sin embargo, esta actuación constante, que incluía mantener una fachada ante vecinos, colegas e incluso cónyuges, tenía un alto costo emocional. Los únicos momentos de alivio llegaban durante los encuentros con sus supervisores, donde podían hablar en su lengua materna y expresar sus verdaderas preocupaciones. Paradójicamente, cuando estos agentes eran descubiertos y deportados a Rusia, enfrentaban la desconfianza de sus propios superiores. El Centro de Moscú temía que los espías, entrenados para resistir interrogatorios y mentir con eficacia, pudieran haber sido convertidos en dobles agentes. Este dilema, que recuerda a la serie de televisión The Americans, basada en los arrestos de 2010, subraya las complejidades de la vida de los “ilegales”. Trailer de "The Americans" Walker cuestiona la eficacia de este programa, señalando que, por cada agente exitoso, había muchos otros que llevaban vidas frustrantes sin obtener resultados significativos. Sin embargo, medir el éxito en el espionaje es complicado. Incluso un cruce fronterizo con documentos falsificados puede considerarse un triunfo técnico, aunque no se obtenga inteligencia valiosa. Más allá de su efectividad operativa, el programa de los “ilegales” ha dejado una profunda huella cultural. En la Unión Soviética, la serie de televisión Diecisiete instantes de una primavera, que narraba las aventuras de un espía ruso infiltrado en la jerarquía nazi, se convirtió en un fenómeno de masas. Este personaje ficticio, Max Otto von Stierlitz, inspiró a generaciones de soviéticos, incluido un joven Putin, a unirse al KGB. Décadas después, el Kremlin utilizó esta imagen para reinventar a Putin como una figura heroica al estilo de James Bond, aunque sin los lujos del famoso espía británico. Max Otto von Stierlitz, personaje ficticio Estados Unidos también intentó desarrollar su propio programa de “ilegales” en la década de 1950, estableciendo un centro de entrenamiento secreto en un antiguo hotel cerca de la frontera entre Alemania y Austria. Sin embargo, la infiltración en la Unión Soviética resultó ser una tarea casi imposible debido a la estricta vigilancia interna y los complejos requisitos burocráticos del régimen comunista. El programa fue abandonado en 1959, destacando las dificultades de operar en un entorno tan cerrado. A pesar de los cambios en el panorama geopolítico, Putin ha mantenido vivo el programa de los “ilegales”. En 2004, ordenó su revitalización, anticipándose al resurgimiento de las tensiones de la Guerra Fría. Según Walker, mientras Occidente celebraba el “fin de la historia”, Rusia entrenaba a una nueva generación de agentes para infiltrarse en la sociedad estadounidense, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca o de los gestos diplomáticos entre líderes. El libro de Walker es un recordatorio de que, en las relaciones internacionales, los movimientos más silenciosos suelen ser los más significativos. La historia de los “ilegales” no solo revela las estrategias de espionaje de Rusia, sino también las complejidades humanas detrás de estas operaciones, donde la lealtad, el sacrificio y la identidad se entrelazan en un juego de sombras que continúa hasta el día de hoy.

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