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» Elterritorio
Fecha: 28/04/2025 01:18
Vio pasar generaciones de chicos. A cada uno los guarda en la memoria. Hoy, con la voz quebrada, habla de esos días en los que la escuela era mucho más que un espacio para aprender domingo 27 de abril de 2025 | 16:23hs. En el marco del 50° aniversario de la Escuela N° 234 “Jorge Newbery” de Jardín América, la comunidad educativa rindió homenaje a una figura emblemática: Martiniano Ibáñez, el histórico portero cuya vida y trabajo se entrelazan con la historia del establecimiento. Martiniano se ligó a la escuela aproximadamente en 1980, cuando su hija mayor ingresó al preescolar. Desde entonces, su vínculo con la institución fue creciendo, al igual que su familia. Sus tres hijos cursaron toda la primaria allí, y él mismo se convirtió en parte fundamental del personal de la escuela. La cercanía de su hogar con la Escuela 234 y su deseo de estar más cerca de su familia lo llevaron a gestionar un intercambio de puestos con una colega. Así, Martín regresó al establecimiento donde sus hijos estudiaban y donde su esposa también trabajaba. Juntos, formaron un equipo comprometido con la institución, colaborando en la limpieza y mantenimiento incluso los fines de semana. Ibañez cumplía con sus tareas como portero y también participaba activamente en la cooperadora escolar y en la construcción de nuevas aulas y espacios. Organizaba bailes y eventos para recaudar fondos, y durante las vacaciones se encargaba del comedor escolar, asegurando que todo estuviera en condiciones para el inicio del ciclo lectivo. Con nostalgia, Martiniano compara la escuela de antaño con la actual. Recuerda una institución cuidada por toda la comunidad, donde el sentido de pertenencia era palpable. Hoy, observa con tristeza el deterioro del edificio que se deja ver en algunos espacios. Sin embargo, su amor por la Escuela 234 permanece intacto, y su legado es un testimonio del impacto que una persona puede tener en una comunidad educativa. Más allá del deber Martiniano no era simplemente un trabajador de la escuela; era su alma. Desde sus inicios, se encargó de tareas que iban mucho más allá de sus responsabilidades formales. “Muchas veces tuve la oportunidad de hablar con autoridades porque me mandaron al Consejo o traía algunos papeles. Y yo siempre buscaba la forma de llevar algo de suministro: tiza, borradores o lo que fuera. Nunca había nada”, recordó. Ante la falta de recursos, Martiniano no dudaba en poner manos a la obra: fabricaba borradores con fieltro y palitos de madera, gestionaba donaciones de alimentos para los eventos escolares y hasta cultivaba una huerta en el predio de la escuela para complementar el comedor. “A partir de las cuatro de la mañana yo ya estaba en el predio de la escuela haciendo fuego para el locro, para el mediodía”, cuenta con emoción. Un barrio trabajador La Escuela 234 se encuentra en una zona donde muchas familias se dedican a la tarefa y otras labores rurales. Martiniano entendía que la institución no sólo debía educar, sino también brindar contención. “Por ese plato de comida venían todos los días. E incluso venían una vez finalizado el ciclo lectivo”, relató, evidenciando la importancia del comedor escolar en la vida de los niños. Un pedido pendiente: el SUM A pesar de los avances y mejoras, la escuela aún carece de un Salón de Usos Múltiples (SUM), una necesidad que Martiniano ha planteado en múltiples ocasiones. “Tomaron dos escuelas, la 284 y la 234, el mismo tiempo con la misma empresa. Pero la empresa se enfocó en la 284”, lamentó. Este espacio sería fundamental para actividades culturales, deportivas y comunitarias, fortaleciendo aún más el rol social de la institución. Una vida dedicada a la educación Martiniano contribuyó al crecimiento físico de la escuela y también dejó una marca en la vida de muchos estudiantes. Su hija, Paola, es un ejemplo de ello: egresada de la institución, se convirtió en licenciada en Turismo y hoy ocupa un cargo importante en una empresa reconocida. Hoy Martiniano vive en Posadas, pero su corazón sigue en Jardín América. Cada visita a la escuela es un reencuentro con su historia, sus logros y sus sueños pendientes. Su deseo es claro: que la Escuela 234 tenga finalmente su SUM, un espacio que simbolice el esfuerzo, la dedicación y el amor de toda una comunidad por la educación. Por la Escuela 234 pasaron cientos de chicos, generaciones enteras que crecieron entre sus aulas y su patio. Martiniano los recuerda a todos: a los más tímidos, a los traviesos, a los que venían con hambre y a los que soñaban en grande. Algunos de ellos todavía lo nombran cuando vuelven al barrio, como si decir su nombre fuera abrir la puerta a una época más sencilla, donde bastaban un borrador hecho a mano y un abrazo silencioso para sentirse en casa. Para Martiniano, cada uno de esos niños sigue caminando los pasillos de la escuela, aunque el tiempo haya corrido demasiado rápido.
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