27/04/2025 17:47
27/04/2025 17:43
27/04/2025 17:41
27/04/2025 17:41
27/04/2025 17:40
27/04/2025 17:40
27/04/2025 17:35
27/04/2025 17:34
27/04/2025 17:34
27/04/2025 17:33
» Elterritorio
Fecha: 27/04/2025 08:01
Hablar, pedir ayuda y aceptar la propia vulnerabilidad no siempre es fácil. Una joven misionera comparte cómo atravesó la oscuridad del dolor emocional y encontró en la red de apoyo y en la terapia el camino hacia su propia fortaleza domingo 27 de abril de 2025 | 6:05hs. Vivir entre llantos, insomnio e incertidumbre no son parte de la normalidad. Hablar no siempre es fácil aunque a veces lo convirtamos en un acto banal. Escuchar al otro a veces no es sencillo, escuchar de verdad, sin opiniones ni prejuicios. Y aunque parezca que se está solo en este camino que se hace oscuro y sin salida, no es así, miles lo atravesaron o conviven ahora mismo con ese sentimiento. A la persona de esta historia no se la identificará con nombre y apellido para resguardarla, pero podemos decir que es mujer, misionera y tiene 34 años. Hoy se expresa con aceptación y sabiduría gracias a las herramientas que le brindaron profesionales y a la red de contención que nunca la dejó en soledad. Sin embargo, por un largo tiempo su día a día transcurrió entre llantos, insomnio e incertidumbre. ¿Te sentirías cómoda contándome cómo comenzó todo o cuándo empezaste a notar que algo no iba bien? Sí, tengo que volver tres años atrás casi. Justo más o menos en esta época del año, vivía con una amiga y trabajaba, en ese entonces, en un lugar que me gustaba mucho, pero que me había empezado a generar algunos momentos incómodos, que luego pasaron a ser cada vez más difíciles de sobrellevar, generándome mucho malestar tanto dentro como fuera del trabajo. Paralelamente a eso, estaba en un momento en el que me preguntaba mucho que quería para mi vida en los próximos años, una especie de crisis existencial que también me tenía movilizada. ¿Recordás cómo te sentías en los momentos más difíciles, o cómo era un día cualquiera durante esa etapa? Recuerdo que me despertaba llorando o con mucha angustia y ansiedad. No quería saber nada de trabajar, dormía muy mal, tenía pesadillas frecuentes, me costaba comer. ¿Qué cosas te resultaban más duras de explicar a los demás, o más difíciles de que entendieran? Creo que me resultaba difícil explicar que me sentía mal porque sentía que exageraba o que lo que para mí no era un problema o una situación dolorosa, para los otros podría no ser importante. Cómo me iba a sentir triste si tenía un trabajo que me gustaba, la economía cómoda, salud, amigos, familia y todo lo que se supone que necesitamos las personas para sentirnos bien. Siento que en un principio me costó un poco reconocer que eso que me estaba pasando era algo que realmente me afectaba de diferentes formas y necesitaba compartirlo y que me entiendan. ¿Hubo algún detonante concreto, como una situación de presión, estrés, trabajo, relaciones o redes sociales? Sí, el detonante fue una situación de presión y estrés en el trabajo. Recuerdo una situación muy puntual en la que me largué a llorar sin parar y tuve que abandonar una reunión porque me vi desbordaba. Ese día comprendí que necesitaba pedir ayuda porque no estaba pudiendo gestionar lo que pasaba sola. ¿Cómo fue tu proceso para darte cuenta de que necesitabas ayuda? Creo que me di cuenta enseguida de que algo no andaba bien, que no era normal sentirme angustiada o ansiosa todos los días durante semanas e incluso meses o querer llorar casi por cualquier cosa que sucediera. Pero de ese “darme cuenta” hasta el “necesito poder hablar de esto que me pasa” hubo un buen tiempo. Creo que conviví en silencio con todo ese malestar durante un buen tiempo hasta que me animé a hablar. ¿A quién acudiste primero? ¿Cómo reaccionó tu entorno cuando hablaste de lo que te pasaba? Primero lo hablé con mis amigas y con mi familia, y luego con compañeros y líderes de trabajo. Me sentí muy contenida y comprendida por todos, fue el primer paso para empezar a soltar toda esa mochila que tenía. ¿Cómo viviste el proceso de pedir ayuda profesional? ¿Te costó dar ese paso? Fue una decisión importantísima y lo hice con la convicción de que lo necesitaba. Una vez que lo pude reconocer no dudé en buscar esa ayuda profesional, que en mi caso fue a través de la terapia cognitivo conductual. Y ahí te das cuenta que el detonante es sólo la punta del iceberg y que el problema está mucho más abajo. Descubrir todo lo que hay detrás de eso es aún más difícil pero liberador. ¿Qué tipo de apoyo fue el más valioso para vos: profesional, familiar, amistades, grupos de apoyo...? Tanto el apoyo profesional como de mi familia y mis amigos fueron necesarios en ese momento para que pudiera empezar a salir de toda esa situación dolorosa que no me permitía sentirme bien. Tener una red de apoyo en amigos y familia es fundamental, porque creo que son quienes muchas veces sirven como esa primera ayuda o válvula de escape en momentos difíciles, a veces sólo con que puedan escucharte y validar tus sentimientos sin juzgarte ayuda un montón. Pero poder contar con ayuda profesional también es igual de fundamental, porque es ahí donde empezás a entender y adquirir herramientas para gestionar lo que pasa. ¿Qué herramientas o pequeños gestos te ayudaron en los momentos más oscuros? Escribir, hacer yoga y compartir con amigos. Escribir me ayudó a sacar afuera todo lo que pensaba y como me sentía, me permitía “verme” desde otro lugar; yoga me permitió conectar con mi cuerpo y mis emociones y mis amigos me hicieron sentir escuchada, validada y contenida. ¿Sentís que hay suficiente comprensión social sobre lo que implica vivir con algún problema de salud mental? No sé si suficiente, pero veo y celebro que podamos hablar más abiertamente de esto en todos los ámbitos. Que podamos validar que los dolores de la mente son igual de dolorosos que los del cuerpo. Que las emociones duelen también en el cuerpo. ¿Cómo fue volver a conectar vos misma, con tu cuerpo, con tus emociones? Fue difícil, incómodo porque hay que mirar muy para adentro y tomar contacto con aspectos propios que muchas veces queremos tapar o no queremos reconocer. ¿Qué aprendiste de vos misma en este proceso? Aprendí a no guardarme lo que me pasa, sobre todo si eso que siento me está haciendo sufrir. Que hablar abre puertas que nos ayudan a ver que hay una salida donde antes no podíamos verla. Y que muchas veces eso que estás sintiendo otra persona ya lo vivió y hablarlo puede ayudarte a sentirte menos solo. ¿Qué te gustaría decirle a alguien que esté pasando por algo parecido y no sepa qué hacer? Que no está mal reconocer que no estamos pasando por un buen momento; la diferencia está en hacerlo con una red de apoyo y con ayuda profesional o sola. Creo que el mandato de ser feliz todo el tiempo está haciendo que no podamos aceptar que sentirnos tristes y angustiados también es parte de la vida y que pedir ayuda no es de débiles. Al contrario, tomar contacto con nuestro lado más vulnerable y aceptarlo es de una valentía enorme. ¿Hoy cómo te sentís? ¿Qué cosas valorás o vivís de forma distinta después de esta experiencia? Casualmente hoy también me toca vivir un momento en algún aspecto parecido al de esa vez, pero hoy siento que estoy bien parada y con otras herramientas para gestionarlo. Vivo todo con más calma y desde un lugar de aceptación que lo que me está pasando viene a decirme algo de mí y con la tranquilidad de contar con ayuda profesional como espacio seguro. Si mirás hacia atrás, ¿qué le dirías a esa versión tuya que estaba sufriendo en silencio? Que hable y llore acompañada, que acepte ese momento de la vida como uno más y que no lo niegue. Y que con el apoyo profesional, familiar y de amigos, va a pasar. Del otro lado hay una versión tuya mucho más fuerte, tranquila y feliz. Compartí esta nota:
Ver noticia original