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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 26/04/2025 02:48
Bárbara Lombardo en su nuevo rol como productora (Crédito @_brunoimanol) Llegó un día en que Bárbara Lombardo tomó una decisión que cambiaría su carrera, al menos ampliaría su panorama. Una charla casual con su pareja, el actor Nicolás García Hume, encendió una chispa. “Lo tenés que hacer, no lo dudes, metele, metele”, le dijo él, con esa mezcla de afecto y convicción que transforma la duda en certeza. Así nació su nuevo rol: productora teatral. No fue un salto al vacío, sino un salto al frente. “Yo quería producir mi propia obra de teatro”, recordó en una charla íntima con Teleshow, café de por medio y agua con gas, donde repasó el vértigo y la pasión que la llevaron a montar Imagen velada, la feroz y lúcida creación de Santiago Gobernori, que deslumbra todos los martes en el Teatro Astros. Todo comenzó con una idea en germinación: una obra en preproducción junto a Lucía Asurey, quien se convertiría en su productora ejecutiva. Pero el verdadero giro se dio cuando, casi como una casualidad que espera ser destino, desde el Astros le ofrecieron programar teatro para el verano. Primero iba a ser un festival. Después, tal vez dos funciones. Al final, como quien señala el camino sin margen de error, Bárbara propuso esa pieza poderosa que había visto meses atrás en El Galpón de Guevara. Lo que comenzó como un sueño está rindiendo sus frutos, y ella lo sabe (Crédito @_brunoimanol) El 14 de enero fue la fecha marcada a fuego: el día en que Imagen velada saltó del circuito alternativo a la arteria central del teatro porteño. Un desafío que implicó dos meses sin pausa, jornadas de trabajo agotadoras y una certeza: “Yo sentía que era una obra que podía estar muy buena, que los actores y las actrices son excelentes, entonces que no iba a defraudar”. Esa intuición se confirmó con el fervor del público. La obra, que expone con humor negro y crudeza la obscenidad de los privilegios de clase, encontró un eco inesperado. La sala se llena. La crítica aplaude. Y Bárbara, entre planillas de producción y apuntes de guion, no pierde de vista lo esencial. “Mi rol de actriz es lo más importante, es lo que más amo, la verdad”, explicó con una claridad que no deja dudas. Y agregó, con esa mezcla de ternura y obstinación que marca a los que sueñan en serio: “Estoy haciendo esto para poder producir las cosas que yo quiero. Ese es mi deseo”. Bárbara Lombardo ama su nuevo rol como productora, pero es consciente de que su pasión es la actuación (Crédito @_brunoimanol) Esa pulsión de autonomía creativa la hermana con cientos de colegas: actores que producen sus propias obras, que tejen sus caminos entre salas pequeñas y festivales de barrio. “Eso es lo que hace la mitad más uno de los actores del país”, apunta. Y no es una queja. Es un manifiesto. Mientras ultima detalles para su próxima producción –a punto de definir el elenco–, Lombardo continúa rodando la nueva temporada de Envidiosa, la serie que, para sorpresa del equipo, arrasa en audiencias: “Tanto éxito no me lo esperaba. Este éxito descomunal es impresionante. Estamos felices porque vemos que la gente está feliz de ver el programa”. Pero si hay un papel que la sigue como una sombra luminosa, es La Pochi, aquella joven vulnerable y feroz que interpretó en El puntero allá por 2011. Una mujer rota, intensa, inolvidable. “Lo hice con todo mi corazón, con mucha responsabilidad y mucha entrega”, explicó. Y aún hoy, más de una década después, adolescentes que no habían nacido cuando la serie se emitió por primera vez la reconocen por la calle, le repiten líneas, le agradecen. Santiago Gobernori ideó esta obra que brilló en el Guevara para llegar al Astros “Para mí es un honor. Que me lo sigan reconociendo chicos que tienen 15, 16, 18... que siga tan vigente. Obvio, rezo para que me llegue otro papel que me atraviese así”, afirmó. Y en esa frase hay un anhelo profundo: el deseo de volver a conmover, de provocar algo que dure más que una temporada, más que un like. Porque para Lombardo, actuar no es un acto narcisista. Es una forma de estar en el mundo. “No trabajo para mí misma, trabajo para compartir”. Y eso se nota. En cada escena. En cada palabra. En cada paso, ahora también como productora. El teatro, ese refugio precario y sagrado, tiene en ella a una mujer que no teme ensuciarse las manos, que cree en el trabajo colectivo y en la potencia de una historia bien contada. Y que, como su personaje más recordado, no se rinde ni siquiera cuando parece que todo se desmorona. La Pochi sigue viva. Pero ahora produce. El estallido del aplauso en el final deja a las claras lo que significa Imagen velada Los martes en la noche porteña ya no son lo que eran. A las 20.30, mientras el murmullo del tránsito decrece en la calle Corrientes al 700, una obra convoca en el Astros a quienes buscan algo más que entretenimiento. Allí brilla en las marquesinas Imagen velada, que irrumpe con una fuerza ancestral. Martes, 18.15. En el hall del teatro,ese que en el pasado vio pasar a las más variadas glorias, los actores de Imagen velada se reúnen como en una ceremonia íntima. Faltan poco más de dos horas para que la función comience, pero ya están ahí, compartiendo mate, anécdotas y algo más profundo: la certeza de haber sido parte de un proceso largo, caótico, revelador. “La obra está escrita hace bastantes años, como boceto, en pandemia más o menos”, recuerda uno de ellos. Fue un tiempo de encierro e incertidumbre, donde Santiago Gobernori dejó que el texto germinara en la sombra. Lo que nació como un esbozo fue mutando: lecturas privadas, cambios de elenco, ensayos escasos y muchas reuniones previas, invisibles para el espectador pero decisivas para el alma del proyecto. Un asado, drogas, una fiesta de disfraces y un baile frenético son parte de Imagen velada Porque este proyecto no surgió de un casting formal ni de una convocatoria tradicional. Fue una criatura que se fue armando a contramano de los tiempos y los formatos. “Era muy difícil. Somos once. Todos con obligaciones. Todos con otras obras”, explicó otra de las actrices, y sus palabras suenan a revelación: “Uno de los motivos por los cuales estamos los martes es porque todos tenemos otros compromisos”. Una elección rara en la cartelera porteña. Pero no caprichosa. Cuando estaban en El Galpón de Guevara, las funciones eran los sábados a las 16. Un horario que quizás resulte improbable de generar público, según la visión de algunos. Y sin embargo, funcionó. El boca en boca creció. Las butacas se llenaron. El salto a calle Corrientes fue inevitable. Pero el cambio fue más que geográfico. Fue simbólico. Entrar al teatro comercial implicaba otro tipo de exposición, otra clase de vértigo. “El desafío está siempre. Pero era más incertidumbre de ver cómo funcionaba la obra en un nuevo circuito, con otro tipo de público”, admitieron. Los actores son parte de una maquinaria perfecta, donde cada engranaje funciona al detalle No es lo mismo actuar a nivel del piso, con el público a centímetros, que subirse a un escenario en altura, con once micrófonos abiertos y un sonidista lidiando con las interferencias del presente. “Es una obra que se apoya mucho en las actuaciones, pero también mucho en el texto”, remarcaron. Y cuando ese texto —afinado como una partitura cruel— se pierde, algo se rompe. La tensión técnica se mezcla con la imprevisibilidad de cada función. “Es muy diferente cada función”, confirmaron. Porque cada noche, cada sala, cada espectador construye una obra distinta. Como aquella vez en que una señora del público soltó una carcajada tan aguda, tan delirante, que contagió a toda la sala. “Era un alarido. El desafío fue seguir la letra mientras toda la sala se tentaba”, evocaron entre risas que son también un alivio: el teatro sigue vivo. Y sí, entre los actores circula una plegaria secreta: ‘si aparece una propuesta, que no sea martes’. Porque los martes, ellos tienen un pacto. No con el teatro. Con algo más íntimo: con la obra que los eligió. Las funciones son los días martes ya que la mayoría tiene compromisos asumidos con otras obras el resto de las jornadas Imagen velada no es sólo un montaje exitoso. Es un experimento de resistencia. Un ensayo coral. Una tribu de once voces que, cada martes por la noche, brillan en el corazón de la ciudad. La historia es, en apariencia, sencilla: el espíritu de un querandí, muerto hace siglos en las pampas rioplatenses, queda atrapado en un country de las afueras de Buenos Aires, testigo involuntario de un fin de semana de fiesta entre jóvenes acomodados. Pero nada en esta pieza es literal. Lo que parece una anécdota sobrenatural, se transforma en una fábula brutal sobre la desigualdad y la impunidad de clase. La crítica se reviste de comedia negra, de ironía ácida, de esa incomodidad que estalla en carcajadas nerviosas. La escena se construye con precisión coral: Victoria Baldomir, Julián Cabrera, Paloma Contreras, Marcos Ferrante, Nicolás Gimenez, Guido Losantos, Tincho Lups, Bárbara Massó, Facundo Livio Mejías, Paula Pichersky, William Prociuk y Sabrina Zelaschi dan vida al conjunto de personajes que encarnan la frivolidad y el desarraigo de una élite encerrada en sus muros, sin memoria ni remordimiento. Pero entre todos ellos, el verdadero protagonista no tiene cuerpo. El querandí, que lo ve todo, atraviesa la juntada de amigos como una sombra persistente. Su mirada, invisible para los personajes, se vuelve el ojo del espectador: un lente ético que incomoda, que remueve, que impugna. Es él quien presencia, horrorizado, la vulgaridad del presente. Una postal de parrilla, drogas y disfraces -que finalmente no aparecen-, envuelta en luces LED y risas vacías. Un querandí fallecido en épocas en que todo era campo y ahora debe convivir, aunque no lo quiera, con los nuevos dueños de esas tierras El elenco brilla por su versatilidad. Victoria Baldomir -que conmueve también junto a Cecilia Roth en “La Madre”-, encarna aquí una burguesa desencajada, una Medea sin tragedia que solo puede llorar frente a una pileta. William Prociuk -conocido por su potencia dramática en “Lo que el río hace”, de las hermanas Marull-, aporta una intensidad silenciosa que contrasta con la estridencia que lo rodea. Tincho Lups, comediante de raza e integrante del grupo Los Bla Bla, se ofrece como un espejo siniestro de la alienación contemporánea. Detrás de escena, la producción de Bárbara Lombardo, junto con su socio Sebastián Celoria, sostiene, una obra que maneja con sutileza el frágil equilibrio entre sátira y tragedia. El suceso no es casual. Tras agotar funciones en El Galpón de Guevara, la obra llegó al Teatro Astros arrastrando una ola de espectadores que buscan teatro con nervio, con contenido, con ese filo incómodo que obliga a preguntarse: ¿qué vemos cuando no queremos ver? Desde el inicio, Imagen velada plantea su juego. Y no lo abandona nunca. El título es una trampa: no hay velos en esta obra, solo reflejos. Lo que se exhibe no es un espectáculo, es un espejo negro. Y en él, todos –ricos, pobres, vivos y muertos, gente de country o de Ituzaingó– tienen algo que mirar.
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