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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 22/04/2025 08:32
La actual jefa de Asesores del Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, en una fotografía junto a Francisco Cuando la tristeza nos invade por la partida de un ser querido, escribir se vuelve una tarea difícil de realizar. Sin embargo, quienes consideramos el rol transformador de la palabra, entendemos a la escritura como un ejercicio vital que permite ordenar las ideas y expresar nuestros sentimientos. “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?“, se pregunta Lucas el Evangelista (24:5) y afirma “no está aquí, sino que ha resucitado”. Hoy, y luego de que todos en el mundo supimos la triste noticia del fallecimiento de nuestro querido Papa Francisco, recordar esta expresión de fe nos une en oración para seguir rezando por él, por su descanso y su encuentro con Dios. Pero también, para afirmar la idea concreta de que Francisco está presente, como estuvo desde el primer momento, y que seguirá estando más allá del paso del tiempo. Desde el 13 de marzo de 2013, cuando las campanas de la Basílica de San Pedro anunciaban la elección del nuevo pontífice, nadie podía imaginar lo que sería el futuro que llegó bajo la guía pastoral del padre Jorge. Todo desde ese momento, fue brillante. Francisco se transformó en la voz universal de los más necesitados, de los más postergados de la historia, y tuvo en cada día de su pontificado algo que tuvo en cada día de su sacerdocio: la entrega total por el otro. Como cura que brindaba misa desde un altar en un barrio humilde, o desde la tarima central del Congreso de los Estados Unidos, bajo el tinglado de un centro social, e incluso desde la Basílica de San Pedro, Francisco habló por todos los excluidos y los postergados. Llevó un pueblo en su voz. Su obra fue inmensa. Francisco cambió el eje central de una historia milenaria y puso el foco en una Latinoamérica que abrazó sus ideas y su magisterio. Desde el primer encuentro de jóvenes en Río de Janeiro, nos instó a hacer lío, a no quedarnos estancados en el conformismo, sino más bien a que salgamos a las calles a vivir el Evangelio. Marcó la génesis de una Iglesia renovada, amiga, cercana, solidaria, que no deja a nadie afuera. Fuimos testigos de un Francisco misionero, de un pastor que ejerció de Papa. El papa Francisco saluda a la multitud desde su papamóvil frente a la playa de Copacabana, el viernes 26 de julio de 2013, en Río de Janeiro. (AP Foto/Andre Penner, archivo) Y no solo fue el Papa de una región, porque pudimos ver cómo atendió a los más excluidos del sistema en todo el mundo. Cómo abrió las puertas de las parroquias para que refugiados y migrantes forzados tuvieran un lugar donde se sintieran acompañados por alguien. Vivimos un Papa de la Misericordia, un Francisco convencido en la defensa real del ser humano. En los momentos de mayor silencio de nuestra historia reciente, en la pandemia del Covid19, Francisco fue nuestro guía de la esperanza, nuestro compañero, nuestro peregrino. Y como peregrino, llevó la palabra de Dios y su mensaje de concordia por los continentes. Golpeó las puertas de las Embajadas para pedir paz en medio de una guerra atroz. Y en todas las noches, incluso desde su convalecencia, llamó por teléfono -sin falta- al padre Gabriel Romanelli, en la única parroquia católica de Gaza. Coherente, solidario, misericordioso, todo esto es Francisco, todas las caras de la cristiandad. El peregrino y misionero, el amigo de los pobres y el pastor, que dió todas estas batallas diarias con alegría, con humor, con sencillez, con una destacada inteligencia y un inmenso coraje. Francisco es, y quiero remarcarlo en tiempo presente, un líder mundial de los más grandes de nuestro tiempo. Un Papa que dio espacio a la memoria y a la lucha por los derechos humanos. Que abrazó a todas aquellas personas, abuelas, madres, nietos, que siguen reclamando por la verdad y la justicia. Desde la patria del primer Papa latinoamericano, decimos que Francisco es presente y futuro. Esa tristeza que sentimos por su pérdida es una forma de entender el amor que le tenemos. Eso sí, día a día, esa sensación irá dando lugar a la esperanza. Porque como lo afirma él en Fratelli Tutti, la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Pensamos en Francisco como el Papa de los últimos, ese sacerdote humilde y servicial que defendió a todos sin importar nombre, género o religión. Por eso, los trabajadores y trabajadoras de nuestro país, los estudiantes de nuestras universidades, los artistas, militantes sociales, mujeres, jóvenes y ancianos, ya lo estamos extrañando. Y lo encontraremos siempre en sus enseñanzas, especialmente en una que es necesario sostener: toda persona cuenta, porque nadie se salva solo. De ejemplos hay miles. En estas horas no puedo evitar recordar cuánto amor le dedicó Jorge a mi tía Chicha, una de las hermanas de Evita. Él, siendo Arzobispo de Buenos Aires y con una agenda ajetreada, se daba lugar en cada cumpleaños de Chicha, para estar con ella y compartir el tiempo. Cuidaba, con la misma importancia, el trabajo diario en una villa de emergencia, como la felicidad de una anciana. Y ese es el ejemplo materializado: toda persona cuenta. Cada vez que teníamos la oportunidad de encontrarlo, nos regalaba un poco de su tiempo para hablarnos como sacerdote, como amigo, como ese Pastor que cuida a su rebaño. Francisco, es el Papa de todos y todas, de su pueblo, y allí vivirá siempre, eternamente. Por eso, y desde la provincia que custodia a la Virgen de Luján, nuestra Madre y Patrona, tendremos esta tristeza que hoy nos une, pero que se irá para dar lugar a la esperanza y al futuro. Tomamos la enseñanza de Lucas, buscaremos a Francisco entre los vivos, entre todos nosotros, en los que vendrán, porque él es el mejor de nuestros tiempos y es también, la esperanza, el abrazo amigo y el futuro. Seguiremos rezando por él.
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