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    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 22/04/2025 05:04

    El papa Francisco falleció este 21 de abril de 2025 Hace unos años, cuando era legislador porteño, solía visitar a Francisco, en la Catedral Metropolitana, ya que era nuestro obispo en mi querida Ciudad de Buenos Aires. Siempre a la mañana temprano. Me acuerdo que esas reuniones las concretaba mi secretaria de aquel entonces, Silvia, con su asistente. Nos encontrábamos en un cuartito austero, cercano a su despacho. Hablábamos de todo y, al despedirme, siempre me acompañaba hasta el ascensor o la escalera. Esa cercanía suya, ese gesto cotidiano, decía mucho. La última vez que lo vi fue una mañana lluviosa en Buenos Aires, unos días antes de que Jorge Mario Bergoglio partiera al cónclave. Yo llegué empapado, como siempre, sin paraguas –porque suelo perderlos–, y él me esperaba. Me recibió con una toalla y, sin dudar, me la ofreció; me secó la cabeza. Esa imagen, tan humana, tan suya, nunca se me borró. Nuestras conversaciones no solían durar más de 30 o 50 minutos, pero siempre eran muy ricas e intensas. En ese entonces, yo era vicepresidente de la Comisión de Educación de la Legislatura porteña, y estábamos trabajando sobre cómo hacer más equitativa y justa la distribución de subsidios a los colegios privados, especialmente a los de confesión católica. Él insistía, con firmeza y convicción, en la necesidad de cuidar y fortalecer las escuelas de gestión comunitaria y social, las parroquiales, las que funcionan en las villas. Siempre pensando en los últimos, en los más postergados. Uno de los temas que invariablemente me planteaba era cómo fortalecer la cultura del encuentro. Compartía siempre su mirada de que, a menudo, no se lloraba lo suficiente por los que sufrían. Siempre me decía que la verdadera transformación comenzaba con el corazón abierto, sin miedo a encontrarse con el otro, sin miedo a tender la mano. Esa mañana de lluvia, antes de despedirme, me regaló dos libros. Uno de ellos, color naranja, estilo libro gordo de Petete: Iglesia y democracia en la Argentina: selección de documentos del Episcopado Argentino, una selección de documentos de la Conferencia Episcopal Argentina. Este libro fue publicado cuando él presidía la Conferencia Episcopal. El otro libro era pequeño, Bautizado por el monte: experiencias de un sacerdote misionero, del presbítero Juan Ignacio Liébana, y contaba la experiencia de un sacerdote que había ido a misionar a Santiago del Estero. Cuando me lo obsequió, me dijo una frase que se me quedó grabada: “No sabés lo que espera el agua en estas tierras tan secas de Santiago del Estero”. Esa metáfora me hizo entender más de lo que parecía en ese momento. Cuando nos despedimos, me dijo algo que todavía resuena en mí: “Lo mío es un ida y vuelta. Nos vemos pronto”. Y recuerdo que estaba con ese maletín negro, con el que simplemente se fue. Días después, sería elegido Papa. En otra ocasión, también como legislador, nos vimos cuando en la Legislatura porteña se debatía un tema sensible, que generaba tensiones y posiciones muy encontradas, y donde la votación estaba prácticamente empatada. Desde un sector del PRO pensaban que él podía convencerme de cambiar mi postura. Tuvimos una reunión, valoré profundamente su respeto, el diálogo sincero y las palabras profundas que me compartió, porque nunca intentó imponerme nada. Me habló desde la fe y me dejó sentirme libre en mis convicciones. Esa libertad en el vínculo también lo hacía grande. Hoy, que él ya no está entre nosotros, sus palabras resuenan con más fuerza que nunca. Francisco fue un líder espiritual único, en Argentina, en la Ciudad de Buenos Aires y en el mundo. Encarnó con humildad, ternura y coraje el mensaje más profundo del Evangelio. Bregó incansablemente por la cultura del encuentro, por la paz, por los más pobres, por los descartados del mundo. Con su mano extendida y su corazón abierto, abrazó a los migrantes y refugiados, a los presos, al colectivo LGTBQ, a los niños y a los viejos, a quienes sufren y a quienes no tienen voz. Nos enseñó que no hay dignidad sin justicia, que no hay fe sin compasión, y que no hay libertad sin un verdadero amor al prójimo. Defendió el cuidado del entorno natural como parte esencial de ese amor, y nos dejó en Laudato Si’ un testamento profundo de tu compromiso con la Casa Común y con las futuras generaciones. Fue una persona buena y con carácter, con convicciones firmes, con la valentía de incomodar y la ternura de sanar. Hoy su partida nos duele, pero también nos deja la esperanza viva de su legado: el de un pastor que nunca dejó de caminar junto a su pueblo. Se fue un día después de dar la bendición de Pascua de Resurrección, como si incluso en su despedida quisiera dejarnos un último signo. Gracias, Francisco. Hasta siempre. Descansa en paz.

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