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Federal » El Federaense
Fecha: 21/04/2025 19:10
Una jornada de profundo luto se celebra en Flores, el barrio que vio crecer al querido Papa Francisco. Este lunes, las calles se sintieron distintas. La habitual rutina de bullicio y movimiento fue interrumpida por un aire de nostalgia y tristeza que envolvió cada rincón. La Basílica San José de Flores, donde Francisco asistía de niño, se llenó de feligreses que, entre lágrimas y rezos, recordaban al hombre que llevó su esencia a los confínes del mundo. La despedida del hijo pródigo Hoy, el barrio rememora a un joven que, con un destino marcado, se convirtió en líder religioso y dejó su hogar en busca de un llamado divino. Con la misa repleta de personas, muchos se acercan para rendir homenaje a un ser querido que nunca olvidó sus raíces. Entre los presentes, se escucha el relato de Carlos Couceyro, un vecino que compartió su infancia con el joven Jorge Bergoglio. Su testimonio revela la profunda conexión que el Papa mantenía con su comunidad, recordando cómo una simple conversación cambió su vida. Un altar improvisado Velas encendidas. Flores azules y blancas. Un gorro de San Lorenzo, equipo con el que el Papa tenía una especial conexión. En la puerta de la casa de la familia Bergoglio, un altar improvisado se llena de recuerdos: flores y notas de agradecimiento muestran el cariño del barrio hacia quien los representó en el mundo. La Plaza Pueyrredón, lugar de juegos y risas de su infancia, se convierte en un punto de encuentro para quienes desean recordar la trascendencia de Francisco. Una comunidad unida en la tristeza El párroco Martín Bourdieu, desde el altar de la Basílica, guió a la feligresía en un momento de reflexión y oración, recordando cómo Francisco siempre consideró a su barrio y su comunidad como su prioridad. La iglesia, que hizo eco de sus enseñanzas y valores, es hoy trinchera de sus seguidores. Una vida marcada por la fe En medio del luto, la celebración de su vida continúa. La Basílica San José, donde Francisco anuncio su vocación, recuerda la promesa de un joven que decidió consagrarse a la fe. En un rincón de la iglesia, se erige un confesionario que hoy se convierte en un símbolo de la esperanza y el amor que el Papa extendió a todos, sobre todo los más necesitados. Sus vecinos, aquellos que lo vieron crecer y jugar en los rincones de Flores, ahora lloran su partida, pero también celebran su legado. Francisco fue mucho más que un Papa; fue un hijo del barrio, un hombre que supo nunca olvidar de dónde provenía. Su muerte a los 88 años deja un vacío, pero también una historia que continuará inspirando a generaciones futuras. La Basílica ha sido plataforma de alegría y esperanza, y en este triste día, las voces de quienes lo conocieron se alzan en una oración colectiva, que resuena no solo en estas calles, sino en el corazón del mundo entero.
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