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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 21/04/2025 14:03
Por Norma Morandini (*) Vaticano, 30 de septiembre de 2014 Estimada en el Señor: Con una atenta carta, ha tenido la amabilidad de hacerme llegar un ejemplar de su libro “De la culpa al perdón”, al mismo tiempo que me hace partícipe de sus consideraciones personales a raíz de algunos acontecimientos de la historia reciente de nuestro país. Le agradezco esta muestra de atención. Deseo de corazón que el mensaje de perdón y reconciliación ilumine cada vez a más personas y a toda la sociedad. El odio destruye y divide, no tiene futuro. El perdón, en cambio, construye y une. Es un amor nuevo, de una calidad superior, porque se ha aquilatado en la prueba del dolor y el sufrimiento. Y puesto que mira siempre a ese fondo de humanidad y de dignidad que siempre hay en las personas, es el único que puede satisfacer al mismo tiempo las exigencias de una justicia verdadera y de una reconciliación que abra la esperanza. La felicito por su inquietud y su trabajo. Quedo a su disposición y le pido, por favor, que rece por mí, pues lo necesito. Que Jesús la bendiga y la Virgen Santa la cuide. Cordialmente. Francisco Esta carta del papa Francisco, fue la respuesta a la iniciativa de la senadora Blanca Monllau, que en su visita al Vaticano le ofreció mi libro “De la culpa al perdón”. Una docente, profesora de literatura, de oratoria exquisita, que tuve entre mis recordadas colegas. Nunca sabré si efectivamente el papa Francisco leyó mi libro, escrito una década después de haber cubierto el Juicio a las Juntas militares que debió esperar otros diez años porque ninguna editorial quiso publicar. Tardé en entender que la palabra “perdón” fue la causa del malentendido. Si leyeran el libro verían que para mí los delitos son imperdonables. Los asesinatos, las torturas, las desapariciones no tienen perdón. Pero una vez que los tribunales condenaron los crímenes y se hizo justicia, los argentinos nos debíamos la reflexión sobre las consideraciones morales de tanto desvarío. ¿Por qué nos pasó? ¿Qué íbamos a hacer con lo que nos pasó? La respuesta a muchos de estos interrogantes es una tarea de todos. La memoria en democracia es un hecho colectivo, plural. No ideológico. El perdón, en todo caso, es a nosotros mismos. No pudimos evitar ni impedir lo que nunca debió suceder. El terror del Estado. La politización de la memoria impidió que hiciéramos un verdadero acto plural, ecuménico de dolor, reflexión y silencio para reconocernos parte de la misma tragedia. En su lugar, se pusieron todas las culpas afuera sin reconocer las responsabilidades propias. No deja de ser paradójico que la política le haya pedido prestada a la religión conceptos que distorsionan la comprensión, como el de los “dos demonios”, una fracasada metáfora ya que no fueron los demonios sino hombres concretos los que mataron. Igualmente paradójico es que un país católico no haya podido reconocer en el dolor de tantos argentinos la potente simbología religiosa de los clavos de Cristo. No para exaltar el dolor, menos la victimización, sino para apoyarnos en las enseñanzas de amor y perdón del cristianismo. Insisto, perdón por nosotros mismos. Cambia la ideología. Permanecen las palabras de odio en los discursos públicos que ponen a prueba la misma idea democrática. Todo lo que esperé del papa Francisco. Mensajes espirituales. No políticos. Él, como joven conoció a los militantes revolucionarios que eligieron la violencia, como sacerdote y obispo le vio la cara al horror. Recibió el clamor de los familiares que golpeaban las puertas de las iglesias para conocer el destino de los desaparecidos. No ignoraba la masacre de los religiosos palotinos. Tampoco que algunas sotanas terminaron salpicadas con sangre como sucedió con el cura Von Wernich, ex capellán de la policía de Buenos Aires que asistió al fusilamiento de, entre otros, el hermano de la periodista Mona Moncalvillo, tal se probó en el Juicio a las Juntas. No fue lo que sucedió. A partir de algunos eventos a los que fui invitada por los obispos, intuí que para el Papa la reconciliación era sentar en una misma mesa a una víctima de la dictadura con otra de los grupos armados. Eludí participar. No porque no pueda reconocer el mismo dolor, causado por los que en nombre de Dios, la Patria o la revolución se sintieron autorizados a matar y nos dejaron vacíos en la familia. Sino porque la reconciliación, para mí, es de orden político, democrático. No hay delito en pensar de izquierda o de derechas, el delito es no respetar la Constitución Republicana que garantiza la igualdad. El resto es historia conocida y no es momento de recordar la inclinación partidaria de Bergoglio, las invitaciones al Vaticano de los que regresaban con la autoridad de la foto. Nunca sabré si el Papa Francisco leyó mi libro. Sigo creyendo que debemos reconciliar lo que fue violado, la convivencia pacífica. No alcanza con no tener a un general en la Presidencia. Resta a la política, los ejemplos republicanos para erradicar el autoritarismo. A la religión, las guías morales para que, libres de las culpas pasadas, restituyamos la fraternidad y la confianza perdida cuando actuamos como lobos. Tal como me escribió el Papa, “el odio divide, destruye. No tiene futuro”. (*) Morandini es periodista y política. Esta columna de su autoría fue publicada este lunes en Clarín.
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