20/04/2025 22:17
20/04/2025 22:17
20/04/2025 22:16
20/04/2025 22:12
20/04/2025 22:11
20/04/2025 22:10
20/04/2025 22:10
20/04/2025 22:10
20/04/2025 22:10
20/04/2025 22:10
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 19/04/2025 04:41
La medicina bajo el dominio de las ideologías identitarias: el nuevo libro de Caroline Eliacheff y Céline Masson Cuando en 2022 escribieron La fábrica del niño transgénero -preocupadas por la rapidez con la cual cierta medicina derivaba a menores a tratamientos de hormonización para cambiar de género-, las francesas Caroline Eliacheff, psiquiatra infantil, y Céline Masson, psicoanalista, creyeron -“ingenuamente”, dicen hoy-, que “un consenso se formaría en lo atinente a los menores”. En cambio, sucedió lo contrario: fueron boicoteadas, canceladas e insultadas. Eso no las desalentó, como lo demuestra su nuevo libro: Le sermon d’Hippocrate. La médecine sous l’emprise des idéologies identitaires (El sermón de Hipócrates. La medicina bajo el dominio de las ideologías identitarias), todavía no traducido al castellano. Cuando dicen “lo atinente a los menores”, las autoras se refieren a una situación análoga a la de la Argentina en materia de tratamiento a niños y adolescentes que se declaran trans, que dicen ser del sexo opuesto al de nacimiento. En ambos países la legislación es ultra permisiva, abundan servicios de salud que aplican tratamientos con bloqueadores de pubertad a niños de 10 u 11 años (para frenar el desarrollo sexual), luego, hormonización cruzada para desarrollar caracteres sexuales del género deseado -a partir de los 15 ó 16 aproximadamente- y, finalmente, cirugías (mastectomías, histerectomía, castración, fabricación de seudo órganos sexuales, etc). Todo ello a partir de aceptar la autopercepción de adolescentes que se autodiagnostican a partir de interacciones en las redes donde el lobby transgenerista es muy activo; también allá, escuela y autoridades preconizan la llamada “transición social” aceptando como algo natural e incluso festejable la declaración de un niño o niña o de un adolescente de pertenecer al sexo opuesto al de nacimiento. Esta autodeterminación de niños y adolescentes es sostenida por el discurso de la autonomía progresiva cuya contracara es la defección de los adultos respecto de su responsabilidad. Un enfoque médico temerario acepta como diagnóstico la autopercepción de género de adolescentes que se auto-diagnostican a partir de interacciones en las redes (Imagen Ilustrativa Infobae) “No habíamos tomado conciencia de la amplitud de la presencia proselitista [de las asociaciones militantes] (y o de sus defensores) en todos los mecanismos del Estado , en los partidos políticos, en la universidad, en los Ministerios (en particular en Educación y Salud), en los municipios, en otros organismos dependientes del Estado (...) y por supuesto en los servicios de salud dedicados al tema”, reflexionan hoy Eliacheff y Masson, a partir de las agresiones que recibieron luego de su primer libro. La prensa, escrita y audiovisual, también ha sido copada por “los discursos trans-afirmativos”, advierten. Es decir, la idea de que basta la expresión de la voluntad personal para iniciar una transición de género, así se trate de un menor de edad o de una persona afectada por otras comorbilidades. La transición de género es presentada como “un viaje al encuentro de sí mismo”, o como una terapia de prevención del suicidio, a la vez que se ocultan o minimizan los efectos secundarios de estos tratamientos y el carácter irreversible de la mayoría de ellos. Los bloqueadores de pubertad son comparados al botón pausa de un reproductor de video. Se detiene el desarrollo por algunos años y luego se lo reanuda sin problema... En aquel primer libro (febrero de 2022), analizaban el crecimiento exponencial de casos de disforia de género entre adolescentes, sobre todo mujeres, dato que los promotores de estas prácticas relativizan. Y que se repite en otros países, incluido el nuestro, como lo confirman las cifras de los casos recopilados por la asociación MANADA (Madres de Niñas y Adolescentes con Disforia Acelerada). El libro en el que Eliacheff y Masson advertían acerca de los peligros de la promoción de ideologías identitarias entre los menores En su nuevo libro (febrero 2025) Eliacheff y Masson se preguntan por qué tantos médicos ponen en práctica métodos dañinos para esos menores, denuncian el abandono de la responsabilidad adulta -siempre en nombre de la autonomía progresiva- y postulan una alternativa al tratamiento que se da a la disforia de género adolescente que incluye una distinta definición del malestar. La mayoría de las adolescentes tratadas como trans “no reúnen los criterios diagnósticos de la disforia de género”, dicen. Hay un sobrediagnóstico que oculta otros trastornos. En el posfacio del libro, el catedrático Didier Sicard, profesor honorario de medicina interna en la Universidad de Paris Cité, que por casi una década presidió el Comité consultivo nacional de ética, señala que la medicina va camino a dejar de ser un humanismo y eso es alentado “por la financiarización creciente en detrimento del cuidado”. La modificación del humano es una actividad mucho más lucrativa que el cuidado, asegura. Es que, como sucede en Argentina donde estos costosos tratamientos están incluidos en el Plan Médico Obligatorio (PMO), allá también la cobertura total de las transiciones constituye “un factor evidente de aliento; si me lo pagan, es que es algo seguro”, dice este profesor. Sicard enumera algunos de posibles efectos secundarios de la hormonización sin motivos médicos de cuerpos adolescentes: cáncer de hígado, meningiomas, desmineralización ósea, esterilidad, ausencia de vida sexual. En definitiva, dice, se convierte a esos niños en “material de laboratorio, (lo que) parece ser la última de las preocupaciones de una medicina deshumanizada”. Una muestra de cómo, a partir de la Ley Trans (2012), en la Argentina se viene facilitando y hasta promoviendo la autodeterminación de los menores para tomar decisiones tan drásticas e irreversibles como la transición de género El único argumento que esgrimen los médicos en defensa de estos tratamientos es que buscan aliviar un sufrimiento. Un sufrimiento que es psíquico pero que no se busca tratar primero en ese plano. En cambio, se recurre a terapias destinadas a otros síndromes endocrinos, a la intersexualidad de nacimiento (hermafroditismo), a la pubertad precoz, etc. Pero en esos casos se trataba de la verdadera función de la medicina: corregir un desorden, no provocarlo. Hoy muchos médicos dejan de lado el principio esencial primum non nocere (lo primero es no hacer daño). Consciente de que estas prácticas están atravesadas por el debate ideológico izquierda - derecha, Sicard señala que “asimilar la defensa de niños y adolescentes a un comportamiento de ultra derecha es algo increíble”. La medicina no debe someterse a las modas del momento, sostiene. El libro de Eliacheff y Masson denuncia una actividad médica que roza lo delictivo porque responde a intereses económicos y llama la atención sobre el peligro que esto representa para el futuro de niños y adolescentes. Cuando el tema de los menores trans llega a los medios, los servicios que promueven estos tratamientos imprudentes aseguran que toman todas las precauciones necesarias antes de proceder -hasta llegan a negar que se trate a menores de edad-, pero los testimonios de los pacientes y de sus familias contradicen estos argumentos y atestiguan de tratamientos hormonales tempranos, incluso en presencia de otros trastornos paralelos a la disforia. Es otra analogía con lo que sucede en nuestro país. Eliacheff y Masson denuncian en el libro -y también esto vale para la Argentina- que no existe la suficiente información a los pacientes y a sus familias acerca de los efectos secundarios de los tratamientos y de la existencia de alternativas como una psicoterapia, además de recomendar una espera prudente, porque la mayoría de estas disforias repentinas en la adolescencia desaparecen con el tiempo. Las autoras están convencidas de que, “aunque su sufrimiento puberal es real, [esos adolescentes] no son ‘trans’ (si bien una minoría podrá serlo y hacer su transición más tarde)”. La psiquiatra infantil y psicoanalista Caroline Eliacheff Los transexuales existieron siempre, dicen, “en todas las civilizaciones, de forma muy minoritaria”. Como todas las minorías, tienen derecho a la no discriminación. Pero actualmente, “su postura victimista ha servido como caballo de Troya” de “un militantismo de género que trata de imponerse a toda la sociedad como un nuevo orden moral”. La mayoría de los menores resuelven solos sus problemas de género cuando llegan a la edad adulta, siempre que no hayan hecho la transición social ni médica, dato que acentúa la irresponsabilidad de promover la transición temprana de púberes y adolescentes, advierten. Pero los profesionales que piden prudencia, que sugieren por ejemplo una psicoterapia exploratoria, son sistemáticamente tratados de transodiantes, maltratadores, reaccionarios, charlatanes y, obviamente, ultraderechistas (como advierte Sicard). Las asociaciones trans pretenden que los médicos acepten sin demora ni condiciones la identidad de género de una persona, incluso menor de edad, y que las transiciones médicas dependan de su sola voluntad. También quieren imponer que los enfoques psicológicos sean solo afirmativos (seguirle la corriente al paciente), la despatologización (no derivar a terapia, salvo que la persona lo pida), y el derecho de los menores a la transición hormonal y a la cirugía. Activistas defienden la autopercepción, el auto-diagnóstico y la transición de género de menores de edad Esta realidad se replica en casi todos los países occidentales. Sin embargo, los que han sido pioneros en esto han empezado a revisar sus protocolos: Finlandia, Noruega, Suecia y Gran Bretaña han limitado los tratamientos aplicados a menores. Lo mismo sucede en 24 estados norteamericanos. Pero, dicen las autoras, muchos servicios médicos siguen todavía con los ojos cerrados las directivas de la WPATH (World Professional Association for Transgender Health) cuyos postulados son que el niño sabe a qué género pertenece y no cambiará de opinión, que no hay contagio social y que el incremento de los casos se debe a la liberación de la palabra. Aceptar la transición social favorece el desarrollo psíquico, afirma la WPATH, que también sostiene que los bloqueadores de pubertad son reversibles y que negarle el tratamiento a una persona que se dice trans incrementa el riesgo de suicidio, que es ciertamente muy elevado entre esta población. Pero Eliacheff y Masson aseguran que no está demostrada la correlación entre transición médica y disminución de ese riesgo, esgrimido como amenaza ante la reticencia de padres o terapeutas. En la Argentina se da el mismo fenómeno. Se desoyen las advertencias de los sistemas de salud de los países que están dando marcha atrás con estos tratamientos para proteger a los menores de ests terapias invasivas, irreversibles y para nada inocuas. Por caso, el Informe Cass, resultado del trabajo de 4 años de un equipo independiente de especialistas en el Reino Unido que llegó a la conclusión de que los tratamientos de transición están todavía en una etapa experimental y por el cual el gobierno de ese país suspendió los bloqueadores y hormonas en menores de edad, no fue prácticamente publicado aquí, ni mucho menos debatido ni siquiera entre los responsables de esta política. Informe Cass: son las conclusiones de un estudio independiente, dirigido por la pediatra Hilary Cass, que revisó durante 4 años los protocolos para menores trans y su aplicación El 6 de febrero pasado, en nuestro país, el gobierno nacional promulgó el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 62/2025, prohibiendo los tratamientos hormonales y las cirugías de cambio de sexo en menores de 18 años. Llamativamente, la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) reaccionó expresando “profunda preocupación”, en un comunicado en el que citan los derechos de los niños, mencionan la “autonomía progresiva” del menor, califican de “avance” a la Ley de Identidad de Género (n° 26743), tildan de “documento controversial” al Informe Cass, reiteran toda la doctrina que justifica estos tratamientos, a saber que “la falta de acceso a la salud integral aumenta la prevalencia de depresión, ansiedad e intentos de suicidio”, mientras que los tratamientos de transición “mejoran significativamente la calidad de vida y el bienestar”. Concluyen evocando a sus más de 20.000 socios, lo que lleva a preguntarse si el contenido de este comunicado de la comisión directiva de la SAP es compartido por esa cantidad de pediatras a lo largo y ancho del país. Nótese el eufemismo “acceso a la salud integral”, cuando están hablando de frenar el desarrollo puberal, dar hormonas del sexo opuesto a adolescentes e incluso practicar cirugías mutilantes en menores. Eliacheff y Masson señalan justamente los eufemismos a los que apelan quienes practican una medicina al servicio de una ideología. Por ejemplo, “torsoplastia” por ablación de los senos. La psicoanalista, profesora e investigadora Céline Masson, coautora de Le Sermon d'Hippocrate LOBOTOMÍA Y ESTERILIZACIÓN Ofrecen “soluciones milagrosas, explotando la inmadurez afectiva frecuentemente asociada a trastornos psíquicos entre los jóvenes así como el desconcierto de los padres”, dicen las autoras, que además citan otros ejemplos de terapias que causaron más daño que curación, como la lobotomía, método inventado por un neurólogo portugués para curar enfermedades psiquiátricas consistente en cortar las fibras que ligan el lóbulo frontal con el resto del cerebro. Hoy escandaliza, parece delirante, pero Antonio Egas Moniz fue Premio Nobel de Medicina en 1949 “por el descubrimiento del valor terapéutico de la leucotomía para ciertas psicosis”. El método fue llevado a los Estados Unidos por el neurólogo Walter Freeman que se asoció a un cirujano e hizo miles de lobotomías, incluyendo la que dejó en estado casi vegetativo a una hermana de John F. Kennedy. No todos los médicos creyeron en esto y hubo severas críticas desde el primer momento, sin embargo la lobotomía se siguió practicando casi hasta los años 80. “Los médicos se creen en el campo del bien -dicen Eliacheff y Masson- al punto de descuidar todas las alertas que ponen en duda sus resultados, su confort, su notoriedad y los poderes adquiridos”. Walter Freeman y un método que causaba daño antes que cura También evocan el caso de la histeria, enfermedad nerviosa abrumadoramente femenina, tratada a fines del siglo XIX con métodos tan brutales como la ablación del clítoris y la histerectomía. Como con la lobotomía, también entonces hubo profesionales que denunciaron esto como una mutilación y nada más, y que preconizaron un tratamiento psicológico de ese trastorno. En el siglo XX se produjo incluso un deslizamiento ideológico, advierten las autoras: la histeria pasó a ser vista como un problema genético y no orgánico. La esterilización evitaría su propagación. Era el surgimiento de las teorías eugenésicas. “Si el eugenismo afectó a las histéricas del siglo XIX, el transhumanismo del siglo XXI no deja de tener relación con las demandas actuales de cambo de sexo”, afirman Eliacheff y Masson. Citan a Pierre-André Taguieff, quien dijo que “eugenistas y transhumanistas comparten la idea--fuerza según la cual las creencias religiosas tradicionales deben ser reemplazadas por una nueva fe encuadrada en el deseo de mejorar la vida de las generaciones futuras a través de una remodelación de la naturaleza humana”. ¿No hay acaso un paralelo entre quitar los senos para aliviar el sufrimiento psíquico y castrar a las histéricas como creía el ginecólogo alemán Alfred Hegar que aseguraba que “la eliminación de las glándulas genitales suprimía el mal”‘?, se preguntan las autoras. Del juramento de Hipócrates se olvida el compromiso de “no dañar”; y se convierte a una persona físicamente sana en un paciente de por vida, estéril, y que muy posiblemente padecerá de anorgasmia. Hipócrates, considerado padre de la Medicina. Aunque el texto ha sufrido muchas modificaciones, se sigue llamando juramento hipocrático al que realizan los médicos antes de comenzar el ejercicio de su profesión UNA NUEVA PROPUESTA CLÍNICA Eliacheff y Masson afirman que la transversión se basa en una ideología que “implica un corte con la realidad (la diferencia de sexos) y un cambio de paradigma”. Quienes la promueven necesitan convencer a la gente de que se puede cambiar de sexo para lo cual ejercen presión afectiva sobre las personas, neutralizan el debate y aíslan a los contradictores. Por eso ellas sostienen que el aumento de casos no es resultado de la liberación de la palabra sino de la liberación de la oferta. Con lógica woke, se sostiene que hablar de sexo biológco es casi un delito, una violencia contra la comunidad LGBTQIA+, dicen. La crítica es equiparada a la ofensa. Toda diferencia es una injusticia a combatir. Hasta la biología es recusada por discriminadora, intolerante, incluso transfóbica. Eliacheff y Masson no teorizan en abstracto; ambas han tratado y tratan casos. Sobre la base de esa experiencia y de sus constantes investigaciones, han elaborado una nueva propuesta clínica para el tratamiento de la disforia adolescente. En primer lugar proponen usar la expresión Angoisse de Sexuation Pubertaire (ASP), que se puede traducir como Angustia de Desarrollo Sexual Puberal. Eliacheff y Masson proponen un nuevo enfoque para el tratamiento de la disforia de género en adolescentes Los síntomas son: angustia marcada y persistente que puede llegar hasta el ataque de pánico ante la aparición de los caracteres sexuales secundarios; preocupación excesiva (pensamiento rumiante), vergüenza de su físico, estrategias de ocultamiento de esos caracteres, miedo, ansiedad, tristeza, culpa, desvalorización, temor a la agresión ligada a ese desarrollo (burlas, comentarios), miedo a la sexualidad adulta, cambios de humor, enojos. Estos síntomas pueden verse agravados por comorbilidades: trastornos alimentarios, ansiedad social, depresión, antecedentes de agresión y/o estrés postraumático, trastorno de atención (TDA/H) y trastornos del espectro autista. Estos jóvenes, dicen, son presa fácil de un discurso mediático e incluso académico que ofrece una solución rápida y radical. Si te sentís mal con tu cuerpo es porque sos trans. Un autodiagnóstico que refuerza el rechazo al cuerpo y la imposibilidad de adaptarse a sus cambios. Lo que se fomenta desde el activismo transgénero es afirmar la idea de haber nacido en el cuerpo equivocado, rechazar toda indagación sobre el origen del malestar y advertir acerca de la existencia de pulsiones suicidas a fin de obtener bloqueadores de pubertad. El enfoque afirmativo fomenta aun más en los jóvenes la idea de haber nacido en un cuerpo equivocado (Freepik) El enfoque que proponen Eliacheff y Masson para la ASP es muy diferente: las hormonas deben estar vedadas hasta la mayoría de edad; se debe realizar una evaluación completa (individual, familiar y social) y preconizar un tratamiento psicoterapéutico, incluso psicofarmacológico de ser necesario. El libro se abre y se cierra con el relato en primera persona y a dos voces de un caso de disforia de género acelerada: una chica y su padre cuentan esos tres años vividos desde que ella, a los 13, creyó haber nacido en el cuerpo equivocado y hasta que a los 15 se reconcilió con su sexo biológico. El sitio LGBT al que acudió, cuenta Lou (nombre ficticio), “solo apoyaba la idea de que si un joven o una joven no entra en los estereotipos de género al cual pertenece, entonces forzosamente es trans”. Ella hubiera preferido que le dijesen que “es normal a esa edad sentirse incómoda con el propio cuerpo, que no tiene nada de malo ser un poco masculina, explorar otros estilos”. Y deplora que hayan denunciado a su padre ante la justicia por insistir en que tenía una hija y no un hijo. También sucede en Argentina. A sus 15 no era consciente de los peligros ni de la irreversibilidad de algunas decisiones. El enfoque trans-afirmativo lleva a jóvenes en situación de profundo malestar a optar por cosas que modificarán sus cuerpos de modo definitivo. Lou, que hoy es mayor de edad, envía un mensaje a los jóvenes que padecen la misma angustia que vivió ella: “Hay que entender que existen otras maneras de vivir con esta disforia, de aliviarla, incluso vencerla”. Y agrega: “Hay que alentar a los jóvenes a tomar el camino de la exploración de su identidad y de su cuerpo, antes que el de modificarlo para igualarlo a los estereotipos del sexo opuesto”.
Ver noticia original