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» Amanecer
Fecha: 18/04/2025 22:31
El Obispo Diocesano Monseñor Ángel José Macín presidió este miércoles Santo en Villa Ocampo en el templo de la Parroquia Inmaculada Concepción la liturgia de la Misa Crismal en la Semana Santa 2025. Participaron de la misma los sacerdotes de la Diócesis y el acompañamiento de laicos de distintas parroquias. Se renovaron las promesas sacerdotales que hicieron el día de su ordenación, asimismo se consagraron los santos oleos. Con esta celebración, como comunidad cristiana, disponemos nuestros corazones para vivir el momento central de esta Semana Santa que ha dado comienzo el Domingo de Ramos y concluirá el Domingo de Pascua. Esta celebración, que fue trasmitida por Radio Amanecer, fue una “fiesta del sacerdocio”. En efecto, con la Misa crismal, la Iglesia pone la mirada en el único y verdadero sacerdote que es Jesucristo el Señor. Cristo por el misterio de la Encarnación se ha hecho hombre: el mismo Dios, se hace hombre para poder ofrecerse en favor de los hombres. Él asume la naturaleza humana para hacernos a nosotros eternos. Y por ello se convierte en el único mediador entre Dios Padre y los hombres. Con su ofrenda quedan abolidos los antiguos sacrificios. Él ha realizado el único y verdadero sacrificio que permanece en el tiempo y no pasa. Nos ha dejado como prenda de este misterio la Eucaristía, por la cual renovamos y actualizamos este único sacrificio. SINODALIDAD Y PROFECÍA Como “Peregrinos de Esperanza” nos encontramos en la Parroquia Inmaculada Concepción de Villa Ocampo, para celebrar la Eucaristía en que bendecimos y consagramos los santos óleos, expresión visible de los sacramentos, y para acompañar a los sacerdotes en la renovación de sus promesas realizadas el día de la ordenación, en vistas al servicio al Pueblo de Dios. A ellos agradecemos, de corazón, su entrega cotidiana y generosa. La alternancia de lugares para la realización de este evento lo comenzamos a poner en práctica no hace tanto tiempo, para que un mayor número de fieles puedan participar y conocer una acción litúrgica tan significativa. Hoy desde aquí, desde el norte, nos abrimos y abrazamos a toda la diócesis. Marco jubilar Este año, la particularidad de esta asamblea litúrgica está vinculada a la celebración del año jubilar, centrado en la esperanza. De hecho, los textos bíblicos que se proclaman están relacionados a la experiencia del “jubileo” en Israel. Isaías habla de “un año de gracia”, un concepto cercano a la vivencia del año jubilar, atestiguado en la Torah (cf. Lev 25,1ss), poniendo el acento en la actuación nueva de Dios en la historia. Jesús, en la sinagoga de Nazareth, proclama el comienzo de los últimos tiempos, que se identifica con su persona y su misión. Reconocer la gracia que brota del misterio pascual, su acción decisiva para la renovación y transformación de una persona y de la historia, eso es vivir un “año jubilar”. Es reavivar el fuego de la esperanza definitiva. Hay un hermoso texto de Pedro Crisólogo, quien comentando la resurrección de Lázaro, afirma: “(Jesús) actúa de forma que perezca toda humana esperanza y sobrevenga con toda su fuerza la desesperanza terrena, de modo que lo que se dispone a hacer sea algo divino, no humano” (Pedro Crisólogo, Sermón 63). Hoy podríamos decir que Dios en Cristo Resucitado hace algo totalmente nuevo, insospechado. La esperanza se funda en esta certeza que ya no se puede negar: ya fuimos salvados en gracia, según leemos en la carta a los Efesios (cf. Ef 2,8-9), y aguardamos ardientemente la manifestación definitiva de Dios. Es un propósito permanente renovar el camino de nuestra diócesis, de una parroquia, de una capilla, mediante la conversión personal y pastoral. Pero esto solamente es posible por la gracia, al don de Dios, a su presencia salvífica en la historia. Tono Sinodal El jubileo de la esperanza coincide con un tiempo especial en la Iglesia, marcado por la perspectiva sinodal. También aquí, en nuestra Iglesia Particular de Reconquista estamos tratando de andar con estilo sinodal, especialmente en lo que se refiere a la renovación de nuestra pastoral orgánica, a nuestras líneas pastorales. Las catequesis cuaresmales que he ofrecido, entre entras cosas, han procurado mantener viva la llama del discernimiento del contexto actual, para orientar nuestra vivencia como Iglesia sinodal en salida. Esto se reafirma en el mensaje del Apocalipsis que hoy proclamamos, donde leemos “nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre” (Ap 1,6). Este texto recuerda las palabras del mismo Isaías: “Ustedes serán llamados «Sacerdotes del Señor», dirán de ustedes: «Ministros de nuestro Dios»” (Is 61,8). Se subraya la condición sacerdotal de todos los bautizados, su dignidad indeleble, de su participación plena en los bienes de la salvación y en su misión. Cada bautizado es germen de la vida eterna. En el bautismo, sacramento recibido en forma personal, comienza a gestarse la recreación de Dios de toda la historia. Los óleos que hoy consagramos, especialmente el Santo Crisma, son símbolo de la condición y la misión de los cristianos, que conformando la Iglesia con rostro de pueblo, recibe el don y la responsabilidad de la construcción del Reino. Renovamos, así, nuestro compromiso de vivir como instrumentos de la acción de Dios en la koinonía y la misión. Sinodalidad y Profecía A contramano de estos datos, en los últimos meses se han escuchado comentarios que afirman una excesiva tendencia a centrarnos demasiado en reflexiones y actividades teóricas sobre sobre la sinodalidad, con un cierto acento narcisista, mientras la gente está en otra cosa, con otros problemas e intereses. El Documento Final del Sínodo responde a este cuestionamiento, cuando dice: “Practicado con humildad, el estilo sinodal puede hacer de la Iglesia una voz profética en el mundo de hoy…el modo sinodal de vivir las relaciones es una forma de testimonio con relación a la sociedad. Además, responde a la necesidad humana de ser acogido y sentirse reconocido dentro de una comunidad concreta. Es un desafío al creciente aislamiento de las personas y al individualismo cultural, que incluso la Iglesia ha absorbido con frecuencia, y nos llama al cuidado recíproco, a la interdependencia y a la corresponsabilidad por el bien común. Asimismo, desafía un exagerado comunitarismo social que asfixia a las personas y no les permite ser sujetos de su propio desarrollo…tanto la sinodalidad como la ecología integral asumen la perspectiva de las relaciones e insisten en cuidad los vínculos” (DFS 47-48). El texto aclara que la sinodalidad tiene que ir más allá de los límites visibles de la Iglesia. Preocupa el deterioro progresivo y sin pausa en los vínculos entre las personas, en las familias, entre vecinos, en la convivencia social. Hay una deuda social enorme en estos ámbitos. La agresividad expresada en la vida cotidiana, en la calle, en el tránsito, la desconfianza creciente hacia los otros, la adicción que arrasa vidas y familias enteras, son graves emergentes de esta situación. No podemos desconocer la realidad y vivir la sinodalidad como algo interno, sin un despliegue de la dimensión profética de la misma. La profecía es una característica sobresaliente de la sinodalidad. Es el modo de hacerlo presente a Dios en la historia, viviendo en integridad y estableciendo vínculos sanos, que restauren la división y el desencuentro permanente que nos presenta el tiempo actual, y que es fruto del maligno. Hoy, quien trabaja por sanar vínculos, desde la verdad, la justicia y la misericordia, tanto dentro como fuera del ámbito eclesial, es un profeta. Quien permanece ajeno a comentarios destructivos de los hermanos y trabaja por la paz, es más que un profeta. No quiero exagerar, pero a veces es un mártir… Si tenemos claro esto, lo demás sobrevendrá por añadidura, como nos enseña Jesús: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33). Los carismas, el servicio a los hermanos, el compromiso por el otro…todos dones de la gracia, que están a nuestro alcance, pueden florecer en formas culturales nuevas y más sanas. Pero si mantenemos la dureza de corazón, poco y nada puede hacer el Señor y su Santo Espíritu. Querida comunidad diocesana: no desconozcamos la gravedad del contexto que vivimos, la corriente de disolución de los vínculos en el mundo actual, la banalidad y superficialidad extendida y, al mismo tiempo, violenta y mortal. No vivamos refugiados en una Iglesia cerrada, con temor a perder contención y seguridad. Jesús nos quiere verdaderos profetas de la fraternidad y la amistad. El Señor quiere que el espíritu sinodal arraigue en la cultura. Entonces, muy pronto podremos percibir como reverdece la esperanza, esa esperanza que no defrauda (Rom 5,5). + Mons. Ángel José Macín Obispo de Reconquista
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