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» El Ciudadano
Fecha: 15/04/2025 18:42
Miguel Passarini En las tragedias de Shakespeare, los personajes femeninos tienen marcado de antemano un destino de muerte cantada. Mucho se ha escrito, debatido, cuestionado sobre la descarnada misoginia del autor de Hamlet, sobre sus formas de control de los personajes masculinos por encima de las decisiones y los intereses de los femeninos (que incluso hasta mediados siglo XVII eran representados por hombres), que en gran medida son vistos como adornos o excusas siempre, y deliberadamente, unos pasos más atrás de los héroes trágicos que se llevan todo el protagonismo, aunque por momentos esas mujeres tengas para ofrecer algunos textos (en gran medida monólogos) verdaderamente maravillosos. Imbuida por esa lógica pero con el deseo ferviente de darles otra voz, otra oportunidad a algunas de esas mujeres bañadas de sangre que vuelven decididas a sepultar a ese padre “cruel” de una buena vez, la dramaturga y directora rosarina Julieta Preteli estrenó sobre finales del año pasado Hijas de Shakespeare. Se trata de un material que está de regreso en la cartelera local y que por estos días también forma parte de la profusa programación del XIV Festival Shakespeare de Buenos Aires, donde juegan un papel central el ingenio y la bajada de línea, y donde tres de esas mujeres, Desdémona, Julieta y Ofelia, grandes víctimas de las tragedias en las que aparecen cada una a su tiempo (Otelo, Romeo y Julieta y Hamlet, respectivamente), resurgen empoderadas para decir lo que callaron a lo largo de los siglos y así, saludablemente (y por la maravilla que supone el teatro), poner en discusión el statu quo del poder trágico gestado desde el universo masculino, enjuiciando y asestando al Bardo en el centro del corazón, en pleno siglo XXI. En ciernes, la propuesta abre el juego desde el humor a una especie de desenmascaramiento en relación con lo que ocultan sus destinos trágicos, partiendo de una muy efectiva forma de relato donde lo que acontece en la tragedia original resurge desde una mirada paródica y política, heredada desde los imprescindibles cuestionamientos del presente del movimiento feminista que busca terminar con la violencia y la desigualdad de género, donde la poética se edifica a partir de una singular mixtura entre las lógicas de la tradición del teatro isabelino que, casi de inmediato, queda en un segundo plano frente a los entrañables recursos de la Comedia del Arte que todo el equipo maneja maravillosamente. Allí, más allá de la actuación como gran protagonista y en todo momento en un primerísimo primer plano, no hay mucho más que es un bello y elocuente vestuario del siempre efectivo Ramiro Sorrequieta, quien pone a dialogar aquellos ornatos y texturas del pasado isabelino con las lógicas y en los cuerpos de unas chicas del presente, montadas sobre borcegos. Es entonces que en el devenir de esa escena, marcada además por unos pocos objetos usados con ingenio como pasa también con las máscaras que son propias de la Comedia del Arte y que en algún momento sirven para que se asomen unos escurridizos y engolados Romeo y Otelo, donde estas mujeres, con la decidida complicidad de las tres actrices que la representan, dado que no hay ocultamiento y el artilugio siempre está a la vista apelando todo el tiempo a una serie de recursos metateatrales, se encuentran “para hacer de sus tragedias un acto de rebeldía y audacia”, manifestando frente a ese juez que supone ser el público lo que callaron no por elección sino por decisión de otros, generando de inmediato una empatía y al mismo tiempo la conexión con la violencia de género que late a diario en el presente. Las estupendas Luz Battagliotti (Ofelia), Ana Salinas (Julieta) y María Laura Silva (Desdémona) están en escena junto con el actor, músico y clown Ilya Miljevic, quien aporta un efectivo y sostenido universo sonoro y musical que va de lo clásico a lo contemporáneo e incluso hacia algo más cercano y banal, que plantea, al mismo tiempo, un homenaje a los bufones-presentadores que en las tragedias tenían un rol preponderante. Sin embargo, todo ese juego escénico está cimentado en el singular trabajo de dramaturgia y dirección desarrollado por Julieta Pretelli, porque el material logra armar un mundo propio, acaso el mayor desafío al pensar en Shakespeare, aquí a partir de algunos de sus personajes femeninos, y en su cantera interminable pero al mismo tiempo repetida de recursos o formas de narrarlo. La singularidad de Hijas de Shakespeare es que los imaginarios de esos personajes trágicos desembarcan en un presente con un lenguaje llano y fresco, muy cercano al público pero no por eso menos valioso, donde lejos de aceptar como corderos sus destinos escritos hace siglos se plantan ante el mar de contradicciones que suponen un supuesto amor imposible y contrariado por viejos rencores familiares, un engaño inventado que desata una catarata de celos patológicos o una castidad sin sentido que lleva a la locura, que en todos los casos terminan con la muerte. El material consigue romper con las lógicas de un silencio cómplice, ese mismo silencio que ya alcanzó para llenarlas de amparo y resignación, partiendo de las formas de una resignación armaga y hostil, y con el concepto de que Shakespeare, al mismo tiempo que mostró algunas de sus mujeres independientes y autónomas, las hizo en el fondo frágiles y vulnerables, lo que en sí mismo se vuelve una gran contradicción que aquí queda bien expuesta, para luego quitarlas del conflicto en sucesos trágicos, jugando un poco a eso que planteó el polaco Jan Kott cuando aseguró que cada uno encuentra en Shakespeare “lo que busca o lo que quiere ver”. Disfrutar de una función de Hijas de Shakespeare, que aparece como una rara avis en la cartelera local del presente, implica presenciar un teatro que más allá de una supuesta reproducción imaginaria de la realidad se vuelve irremediablemente algo real y concreto. Un teatro que se planta frente a un mundo contemporáneo donde todo es pura representación, y lo hace con la intención de que el público deje de lado toda posible resistencia y termine tentado de entrar a esas “tierras sinuosas” que propone la pluma sagrada e intocable de Shakespeare. Es así que, de un momento para el otro, lo que acontece en escena termina cuestionando el lugar de comodidad que supone la platea cuando esas mujeres con virtudes que no se corresponden con un supuesto canon establecido por los hombres (los personajes masculinos, el autor intocable, el teatro en sí mismo) llegan para recordar que también el mundo de la escena ha sido misógino y las ha maltratado por los siglos de los siglos, y entonces ya es hora de romper con eso. Ya no hay lugar a duda de que eso atrasa, de que eso no está bien, y es hora de gritar “basta” en todas las formas y en todos los idiomas posibles, para que de una buena vez esas mujeres puedan ser las antagonistas de sus propias historias. Para agendar Hijas de Shakespeare se presenta los sábados, a las 21, en La Orilla Infinita (Colón 2148). Las entradas anticipadas están disponibles AQUÍ. IG hijasdeshakespeare
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