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Parana » Inventario22
Fecha: 15/04/2025 10:39
“Vengo huyendo del papá (de mis hijos). Él intentó matarme”, contó Clara. Tiene 29 años y huye con su hija de 5 años y su hijo de un año y medio. Clara es una de las mujeres migrantes que sobrevivieron al cruce de la Selva de Darién, que separa Colombia de Panamá, una zona remota en la frontera entre ambos países, único paso posible por tierra entre Sudamérica y Centroamérica. Es ruta obligada en el anhelo de miles de migrantes de llegar a los Estados Unidos. “Mi esperanza es trabajar para que mis hijos estudien, tengan una buena educación”, le dijo Clara a la periodista argentina Marcela Gabioud en el campamento precario, con carpas tipo iglú y casitas de madera rústicas, donde se amontonaban historias de pobreza y desesperación. Gabioud viajó hasta ahí con su grabador y un micrófono para registrarlas, poco antes de que Donald Trump, anunciara su batería de medidas represivas contra los migrantes. La historia de Clara y la de otras mujeres son parte de la serie de podcast documental Camino hacia una vida plena, que se acaba de estrenar en Spotify, y que aborda la problemática de las mujeres que deciden irse de sus países, sobre todo de Colombia, Ecuador y Venezuela con el sueño de un futuro mejor. Gabioud vive en Mar del Plata y es integrante del Comité Ejecutivo de América Latina de la Asociación Mundial Para la Comunicación Cristiana (WACC, por su sigla en inglés). Con el apoyo de esa organización, y del Comité Metodista Unido de Ayuda (UMCOR) de Ministerios Globales, llevó adelante el proyecto. Decidió hacer este podcast para rescatar las voces de las mujeres migrantes, luego de participar en septiembre de 2023 de un evento sobre movilidad humana y cambio climático en República Dominicana. “Me di cuenta que había una invisibilización de lo que estaba sucediendo en el paso por la Selva del Darién y que la movilidad de mujeres había aumentado considerablemente en los últimos años con problemáticas específicas”, cuenta a Página 12. En 2023 cruzaron la Selva del Darién, ubicado en la frontera entre Colombia y Panamá, más de medio millón de personas. Y hasta octubre de 2024, de quienes lo hicieron, 1 de cada 4 fueron mujeres y el 10 por ciento fueron niñas. --¿Qué hace diferente la migración en mujeres y varones, según los testimonios que recogió? –le preguntó Página 12. --Una de las mujeres que entrevisté estaba escapando de su exmarido porque fue víctima dos veces de intento de femicidio y se había ido de Ecuador con su bebe y una hijita de 5 años, donde vivían, porque temía por su vida. Son mujeres que están solas, que no están en pareja o que sus parejas en algún momento migraron pero cortaron comunicación y ellas se tienen que hacer cargo de sostener, no sólo a hijos e hijas, sino que también a padres y madres u otros familiares cercanos con los que conviven, en condiciones muy precarias. En años anteriores la migración era masculina por la misma razón, sin embargo ahora son las mujeres las que toman la iniciativa, muchas veces sin opciones certeras de poder ofrecerles una vida mejor a su familia ni contar con la información precisa de cuántos países deben recorrer, los riesgos, cuáles son las asistencias que pueden encontrar en el camino. Y otra cosa singular es que muchas de ellas deciden irse de sus países con sus hijos porque no tienen con quién dejarlos por la mala situación económica que atraviesan, sobre todo en Venezuela. Esa precariedad en la movilidad humana las pone en riesgo permanentemente. Gabioud quiso darle protagonismo a esas voces de las mujeres que se atrevían a hacer una travesía por la Selva pero que, en muchos casos, no sabían a lo que se iban a enfrentar, ni el tiempo que podría dudar aquel tortuoso recorrido. Algunas jóvenes viajan embarazadas y llegan a los campamentos con pérdidas de embarazos en curso y deben ser trasladadas a centros de salud ya que en esos lugares no cuentan con el equipamiento necesario para realizar prácticas complejas. Están desesperadas. --¿Qué le impactó más del diálogo con las mujeres que encontró en ese campamento? --Su entereza y persistencia para hacer un viaje tan arduo y terrible, donde en algunos casos ponían en riesgo su vida y la de sus hijos e hijas. Todas hacían ese viaje en medio de la desesperación, de no contar con trabajo, de tener que elegir entre comer y pagar los servicios y motivadas por lograr una vida mejor para ellas y sus familias. El sábado que fuimos habían llegado cerca de 400 personas, que se sumaban a las 800 o 900 que ya están esperando ahí, en carpas iglú o en las precarias casas de maderas. Había personas de todo el mundo: de África, de Asía, del Caribe. La mayoría de las mujeres con las que hablé eran de Venezuela, algunas de ellas ya habían salido de su país un tiempo antes, haciendo escala en Colombia o Ecuador pero con el objetivo claro de llegar a los Estados Unidos. En su relato aparece fuerte la decisión de irse pero también el desconocimiento que tenían de lo que iban a hacer y atravesar. No dimensionaban la cantidad de días que tenían que caminar, que se trataba de una selva con ríos que crecen producto de las intensas lluvias y las sierras embarradas que deben subir y bajar con precipicios a los costados. A Gabioud le llamó la atención la cantidad de mujeres con niños que había. Las filas que hacían esperando ser atendidas en la oficina de Migraciones para poder luego, higienizarse en el lugar, sacarse "la selva de encima" como decían ellas. Las filas para acceder a la comida, a la ropa, a la asistencia médica. “También había espacios de juegos que da Unicef que era la única organización internacional que atendía ese día, porque había otras de atención médica y asesoría legal. Las mamás bañaban a sus hijos e hijas en los baños comunes, había piletones para lavar ropa, las casillas son precarias, y se convierten en ámbitos de solidaridad donde mujeres solas se comparten el espacio para dormir, colgar sus pocas pertenencias y sostenerse emocionalmente o como pueden”, destaca. Las mujeres que entrevistó le contaron que bandas organizadas de delincuentes las asaltaron en el camino, les robaron la poca plata que llevaban, en algunos casos incluso, abusando de ellas y hasta en otros, violándolas, como parte del botín. También le contaron de los cuerpos que van quedando en el camino, de las mamás con sus bebés pequeños que se abandonan y mueren. Huesos, cuerpos flotando en el río que contaminan el agua y por eso no puede tomarse, todo eso es parte del paisaje de la Selva, además de las pertenencias que van abandonando porque ya el cansancio no les permite cargarlas. Estos son algunos de los relatos que grabó Gabioud para el podcast. Esas mujeres que llegaban y se quedaban en Lajas Blancas estaban esperando asilo político, que algún familiar les envíe los 60 dólares que cuesta cada pasaje para subirse al bus hacia Costa Rica, recuperarse de algún problema de salud o que la asistencia de algunas de las organizaciones humanitarias las ayude. “Me llamó la atención también la presencia tan visible de los "coyotes" o traficantes de personas que son fácilmente identificables porque están limpios, bañados y deambulan por el campamento, entre las autoridades, ofreciendo una salida hacia México a cambio de dinero, que muchas veces, termina siendo una trampa mortal”, cuenta la periodista. --¿En qué cambió la situación de esas mujeres migrantes con la llegada de Trump a la presidencia de EEUU? --Intuyo que la mayoría de esas mujeres no lograron entrar a EE.UU, primero porque existía una aplicación llamada CBP1 que permitía el ingreso regular al país pero que para obtener un turno y tramitarla había de 6 meses a un año de espera en la frontera de México. Esa aplicación fue dada de baja por el gobierno de Trump al segundo día de asumir. Hay una criminalización de la movilidad humana desconociendo la realidad de la que salen esas mujeres. Muchas son sostén de hogar y esperaban enviar remesas a sus países para aportar a la economía de partida. La esperanza que ellas tenían para poder llegar al norte, reencontrarse en muchos casos con sus familias que ya se encontraban viviendo en EE.UU quedó destruida. Hace pocos meses, el pequeño puerto fluvial panameño de Lajas Blancas, donde Gabioud llegó en noviembre por un día, estaba repleto de personas que intentaban llegar a Estados Unidos. Muchas de ellas mujeres. Ahora, tras las medidas de Trump, el improvisado campamento de migrantes se ha convertido en un pueblo fantasma.
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